15
«… eliminar manchas aceite…»
Me desperté muy temprano, con sensación de cansancio y todavía sucio. Me desnudé, bañé, volví a la cama y dormí un rato más.
Sólo cuando desperté por segunda vez, justo antes de mediodía, recordé que Cawti se había marchado. Contemplé el techo durante un par de minutos, y después me obligué a salir de la cama. Mientras me afeitaba no paraba de examinarme, por si detectaba algún cambio externo. No vi ninguno.
¿Y bien, jefe?
Me alegro de verte, cantarada.
¿Ya sabes qué vas a hacer?
¿Te refieres a Cawti?
Sí.
Pues no. Ignoraba que se había ido, o no lo creí, o no sabía si me dolería mucho. Me siento muerto por dentro. ¿Sabes qué quiero decir?
Lo noto, jefe. Por eso te lo he preguntado.
No sé si estoy en condiciones de manejar lo que se avecina.
Has de reconciliarte con Cawti.
Lo sé. Quizá debería localizarla.
Has de ser prudente. Herth…
Sí.
Una vez preparado, verifiqué mi artillería y me teleporté a Adrilankha Sur. Descansé un rato en un pequeño parque, con una buena vista a mi alrededor (un sitio muy malo para Quaysh), y luego me fui a comer. Durante el trayecto vi y esquivé a dos grupos de Guardias del Fénix. Encontré una mesa y pedí klava.
—Perdona —dije, cuando el camarero se iba a retirar.
—¿Sí, mi señor?
—¿Te importaría traerlo en una taza?
Ni siquiera aparentó sorpresa.
—Sí, mi señor —dijo. Tal que así. Y lo hizo. Tanto tiempo, y la solución era tan fácil como pedirlo. ¿A que es profundo?
Lo dudo, jefe.
Yo también, Loiosh, pero el día empieza bien. Y hablando de empezar el día, ¿puedes localizar a Rocza?
Un momento después Loiosh habló en tono dolido.
No. Me está bloqueando.
No sabía que podía hacerlo.
Yo tampoco. ¿Por qué lo hará?
Porque Cawti ha imaginado que la intentaría localizar así. Maldita sea. Bien, o vamos a casa de Kelly a esperarla, o les obligamos a decir dónde está. ¿Alguna otra idea?
A mí me parece bien, jefe. Cuando agarre a ese repugnante reptil…
El klava, que tomé con miel y crema caliente, me gustó. Me obligué a no pensar en nada importante. Dejé algunas monedas de propina sobre la mesa para demostrar cuánto había agradecido la taza. Loiosh me precedió hacia la puerta. Dijo que no había problema y salí del local, en dirección al nuevo cuartel general de Kelly. Esquivé otro contingente de Guardias del Fénix. Estaban por todas partes. Ningún ciudadano parecía muy complacido por la circunstancia, y el sentimiento parecía mutuo.
Lo primero que pensé al ver la nueva casa de Kelly era que se parecía mucho a la primera. El pardo era de un tono diferente, y su piso estaba en el lado derecho en lugar del izquierdo, y estaba algo más apartado de la calle, y había un poco más de espacio entre los edificios, pero había sido fundido en el mismo molde.
Atravesé la puerta. El piso tenía una puerta de verdad. Una puerta pesada, con un cerrojo. Lo examiné, por pura curiosidad. Un buen cerrojo, y una puerta muy pesada. Costaría mucho irrumpir en aquel lugar, y sería casi imposible hacerlo en silencio. En cualquier caso, estaba impresionado. Cawti les habría aconsejado. Me dispuse a dar una palmada, recordé y, tras un momento de vacilación, golpeé la puerta con el puño.
Mi querido amigo Gregory abrió la puerta. Sus ojos se dilataron cuando me vio, pero no dejé que empezara con el viejo rollo. Pasé sin más. Fui grosero, lo sé, y todavía me remuerde la conciencia, pero tendré que acostumbrarme a vivir con ello.
Una sola mirada me reveló que la disposición del piso era idéntica a la del otro. Casi estaba seguro de que la habitación siguiente era la biblioteca, que daba al despacho de Kelly, que daba a la cocina. Pero esta habitación estaba más limpia. Los catres estaban doblados y apoyados contra la pared. Observé que las ventanas estaban bien protegidas con tablas.
Kelly estaba sentado en la habitación. Hablaba con Natalia y un teckla que no reconocí. Cawti no estaba. La conversación enmudeció cuando entré, y todos me miraron. Exhibí una enorme sonrisa.
—¿Está Cawti? —pregunté.
Todos miraron a Kelly, excepto Natalia, que no me quitó la vista de encima.
—En este momento no —contestó.
—En ese caso, esperaré —dije, y les miré.
Natalia siguió mirándome, los otros miraban a Kelly, que me miró con los ojos entornados y los labios un poco fruncidos. De pronto, se levantó.
—De acuerdo. Ven conmigo y hablaremos —dijo.
Dio media vuelta y se encaminó a la parte trasera del piso, convencido de que le seguiría obedientemente. Maldije por lo bajo, sonreí y obedecí.
Este despacho estaba tan limpio y bien organizado como el otro. Me senté al otro lado del escritorio. Kelly enlazó las manos sobre el estómago y me miró, con su peculiar bizqueo.
—Has decidido acudir al Imperio para obligarnos a responder —dijo.
—De hecho, sólo he venido para ver a Cawti. ¿Dónde está?
Su expresión no se alteró, y siguió mirándome.
—Tienes un Plan —dijo por fin, y oí a la perfección la mayúscula—, y el resto del mundo está plagado de detalles que pueden estar relacionados o no. No querías terminar con nosotros, sólo somos una herramienta conveniente.
No era una pregunta, sino una afirmación, por eso me sentí ofendido. Me estaba acusando de algo que yo había pensado de él.
—Mi principal interés es salvar la vida de mi mujer, Cawti —contesté.
—¿La tuya no? —replicó, y bizqueó ferozmente.
—Es un poco demasiado tarde para eso. —Eso le sorprendió un poco. Me sentí exageradamente complacido—. Como ya he dicho, me gustaría ver a Cawti. ¿Vendrá más tarde?
No contestó. Continuó mirándome, con la cabeza inclinada y la barbilla apuntando al suelo, y las manos enlazadas sobre su estómago. Empecé a cabrearme.
—Escucha —dije—, puedes jugar a lo que quieras, pero no me incluyas en la partida. No sé qué quieres y me da igual, ¿vale? No obstante, ahora o más adelante, te vas a encontrar emparedado entre el Imperio y los jheregs, y haré lo que pueda para que
mi mujer no caiga en el mismo bocadillo que tú, así que deja los aires de superioridad. No me impresionan.
Estaba preparado para su estallido, pero no ocurrió. Ni siquiera entornó más los ojos. Siguió mirándome, como si me estuviera examinando.
—¿No sabes qué queremos? —preguntó por fin—. Después de todo lo que has sufrido, ¿no sabes qué queremos?
—Ya he oído la retórica.
—¿La has escuchado?
Resoplé.
—Si todo lo que esta gente repite como un loro procede de ti, ya he oído lo que tienes que decir. No he venido para eso.
Se reclinó un poco más en su silla.
—Eso es todo lo que has oído, ¿eh? ¿Frases repetidas como un loro?
—Sí, pero como ya he dicho, ése no es…
—¿Escuchaste las frases repetidas como un loro?
—Te he dicho…
—¿Nunca has comprendido más de lo que se puede poner en palabras? Muchas personas reaccionan sólo ante los lemas, pero reaccionan porque los lemas son ciertos y tocan una chispa en sus corazones y sus vidas. En cuanto a las que no quieren pensar por sí mismas, les enseñamos. —¿Enseñar? Pensé de repente en lo que había oído cuando regañaban a Cawti, y me pregunté si le llamaban a eso enseñar. Kelly continuó—. ¿Has hablado con Paresh, o con Natalia? ¿Has escuchado alguna vez lo que decían?
—Escucha…
Se inclinó hacia adelante en su silla, apenas.
—Pero todo eso da igual. No estamos aquí para justificarnos ante ti. Somos tecklas y orientales. En concreto, somos la parte de ese grupo que comprende lo que hace.
—¿Sí? ¿Qué estáis haciendo?
—Nos estamos defendiendo de la única forma que podemos, la única manera que existe: mediante la unión y la utilización del poder que tenemos debido a nuestro papel en la sociedad. Con esto, nos defenderemos del Imperio, nos defenderemos de los jheregs y nos defenderemos de ti.
La di da.
—¿De veras?
—Sí.
—¿Qué me impediría matarte, por ejemplo, ahora?
Ni siquiera parpadeó, lo cual yo llamo fanfarronería, que un dzur consideraría valentía y un jhereg estupidez.
—Bien. Adelante, pues —dijo.
—Podría, ¿sabes?
—Pues hazlo.
Maldije. No le maté, por supuesto. Era algo que Cawti nunca me perdonaría, y tampoco lograría nada con ello. Necesitaba a Kelly para que su organización se interpusiera en el camino de Herth y de los Guardias del Fénix, y así los liquidarían de una vez por todas. Pero antes, necesitaba a Cawti fuera de juego.
Observé que Kelly seguía mirándome.
—Bien —dije—, ¿sólo existís para defenderos a vosotros y a los orientales?
—Y a los tecklas, sí. Y la única defensa es…, pero me olvidaba: no te interesa. Estás tan ocupado amasando una fortuna sobre una montaña de cadáveres que no tienes tiempo para escuchar a nadie más, ¿no es cierto?
—Poético, ¿no? ¿Has leído a Torturi?
—Sí, pero prefiero a Wint. Torturi es inteligente, pero superficial.
—Er, sí.
—Parecido a Lartol.
—Sí.
—Proceden de la misma escuela poética, y de la misma época histórica. Fue después de la reconstrucción, al final del noveno reino vallista, y la aristocracia sentía resentimiento hacia…
—Vale, vale. Has leído mucho para ser un… lo que seas.
—Tal vez un revolucionista.
—Sí. Puede que seas un vallista. Creación y destrucción, todo en uno. Sólo que no pareces demasiado eficaz en ninguna de las dos.
—No. Si perteneciera a una de las Casas dragaeranas, sería un teckla.
Resoplé.
—Tú lo has dicho, no yo.
—Sí. Ésa es otra cosa que no comprendes.
—Sin duda.
—Pero lo que he dicho vale para ti también…
—Cuidadito.
—Y para todos los seres humanos. Se conoce a los tecklas como la Casa de los cobardes. ¿Paresh es un cobarde?
Me humedecí los labios.
—No.
—No. Tiene algo por lo que vale la pena luchar. También se dice que son perezosos y estúpidos. ¿Concuerda eso con tu experiencia?
Estuve a punto de decir sí, pero luego decidí que no, no podía decir que fueran perezosos. ¿Estúpidos? Bien, hacía años que los jheregs tomaban el pelo a los tecklas, pero eso sólo significaba que éramos más listos. Y, además, había tantos que cabía la posibilidad de haberme tropezado sólo con los estúpidos. Era difícil calcular el número total de tecklas que había sólo en Adrilankha. La mayoría no eran clientes de los jheregs.
—No —dije—, creo que todos no.
—La Casa del Teckla comprende todos los rasgos de todas las Casas dragaeranas. Al igual que la del Jhereg, por cierto, y por el mismo motivo: esas Casas permiten el acceso a gente de otras sin hacer preguntas. La aristocracia, o sea, los dzur, los dragones, los lyorns y algún que otro más, lo consideran una debilidad. Los lyorns no permiten acceder a nadie; otros exigen pasar una prueba. Creen que eso fortalece a sus Casas, porque refuerzan aquello que desean, fortaleza, rapidez y astucia, por lo general. La cultura dominante, la cultura de la aristocracia, considera éstas las mayores virtudes. Por lo tanto, la mezcla de sangres carentes de estos rasgos supone una debilidad. Porque ellos piensan que es una debilidad, tú la consideras una debilidad. Y no lo es: es un factor de fuerza.
»Al exigir esas características, o las que exijan, ¿qué dejan fuera, susceptible de aparecer espontáneamente? En alguna medida, todas esas características existen en los tecklas, en los jheregs y en algunos orientales, junto con otras cosas de las que ni siquiera somos conscientes, pero que nos hacen humanos. Piensa en lo que significa ser humano. Es mucho más importante que la especie o la Casa.
Calló y me miró de nuevo.
—Entiendo —dije—. Bien, ahora sí que he aprendido algo de biología, historia y política teckla de una sentada. Eso, y lo que se necesita para ser revolucionista. Gracias, ha sido muy instructivo, sólo que no me interesa la biología, no creo en tu historia y ya sabía lo que hace falta para ser revolucionista. Lo que quiero saber ahora es dónde está Cawti.
—¿Y qué es eso necesario para ser revolucionista, según tus descubrimientos?
Sabía que intentaba cambiar de tema, pero no me pude resistir.
—La veneración a unas ideas, hasta el punto de tratar con absoluta falta de escrúpulos a la gente, amigos, enemigos y neutrales por igual.
—¿La veneración a unas ideas? ¿Así lo ves tú?
—Sí.
—¿De dónde supones que proceden esas ideas?
—Creo que eso carece de importancia.
—Proceden de la gente.
—En su mayoría muerta, imagino.
Meneó la cabeza, poco a poco, pero dio la impresión de que sus ojos centelleaban tenuemente.
—¿Así que careces por completo de ética?
—No me provoques.
—Entonces ¿no?
—No.
—Pero la dejarás de lado por alguien que te importe.
—Ya he dicho que no me provoques. No volveré a repetirlo.
—Pero ¿qué es la ética profesional, sino ideas más importantes que la gente?
—La ética profesional garantiza que siempre trataré a la gente como ha de ser tratada.
—¿Garantiza que haces lo correcto, aunque no sea conveniente en un momento dado?
—Sí.
—Sí.
—Eres un bastardo presumido, ¿verdad?
—No, pero sé que estás diciendo tonterías. Hablas de nuestras ideas como si hubieran caído del cielo, y no es así. Nacen de nuestras necesidades, de nuestros pensamientos y de nuestra lucha. Las ideas no son producto de un día, y luego la gente va y decide adoptarlas. Las ideas son tanto un producto de su tiempo como un conjuro de comparecencia concreto el resultado de un reinado athyra concreto. Las ideas siempre expresan algo real, incluso cuando son equivocadas. Ha muerto gente por ideas, incluso ideas incorrectas, desde antes de la historia. ¿Sucedería eso si tales ideas no estuvieran basadas y fueran producto de sus vidas y del mundo que les rodea?
»En cuanto a nosotros, no, no somos presumidos. Nuestra fuerza estriba en que nos consideramos parte de la historia, parte de la sociedad, en lugar de simples individuos que comparten el mismo problema. Esto significa que, al menos, buscamos las respuestas correctas, aunque no siempre estemos en lo cierto. Nos coloca un paso por delante de los individualistas, por supuesto. Es positivo reconocer que tienes un problema y tratar de resolverlo, pero para los orientales y tecklas de este mundo no se trata de problemas que un individuo pueda solucionar.
Supongo que cuando tienes la costumbre de largar discursos es difícil parar. Cuando se quedó sin aliento, hablé.
—Yo soy un individuo. Los solucioné. Salí de la nada y me convertí en algo.
—¿Sobre cuántos cadáveres has trepado para ello?
—Cuarenta y tres.
—¿Y?
—¿Qué?
—Eso, ¿qué?
Le miré. Bizqueaba de nuevo. Algunas de las cosas que estaba diciendo se acercaban inquietantemente a algunas cosas que yo había pensado, pero yo no iba por ahí erigiendo posturas políticas alrededor de mis inseguridades, ni incitando rebeliones, como si supiera mejor que nadie cómo debía ser todo.
—Si soy tan rastrero, ¿por qué pierdes el tiempo hablando conmigo?
—Porque Cawti es valiosa para nosotros. Acaba de ingresar, pero podría llegar a ser una excelente revolucionista. Tiene problemas contigo, y está perjudicando su trabajo. Quiero una solución.
Me controlé con un esfuerzo.
—Yo también —dije—. Muy bien, te dejaré manipularme para ayudarte a manipular a Cawti para que ella pueda ayudarte a manipular a toda la población de Adrilankha Sur. Funciona así, ¿no? De acuerdo, colaboraré. Dime dónde está.
—No, no funciona así. No estoy haciendo ningún trato contigo. Acudiste a los Guardias del Fénix para que nos manipularan a lanzarnos a una aventura que nos destruiría. Fueran cuales fueran tus motivos, no salió bien. No vamos a meternos en aventuras. Ayer convocamos una asamblea masiva en la que instamos a todo el mundo a permanecer sereno y a no permitir a los Guardias que provoquen incidentes. Estamos preparados para defendernos de cualquier ataque, pero no nos permitiremos correr peligros que…
—Oh, basta ya. De todos modos, estáis condenados. ¿De veras crees que podéis hacer frente a Herth? Tiene más asesinos contratados que Verra pelos en el…, la cabeza. Si no le hubiera obligado a entrar en acción, os habría destruido en cuanto se hubiera dado cuenta de que no ibais a echaros atrás.
—¿El número de sus asesinos a sueldo es superior a los orientales y tecklas que viven en Adrilankha?
—Eh. No conozco profesionales tecklas, y yo soy el único oriental que conozco.
—¿Asesinos profesionales? No, pero revolucionistas profesionales sí. Aquel jhereg mató a Franz, y movilizamos a la mitad de Adrilankha Sur. Mató a Sheryl y movilizamos a la otra mitad. Tú has traído a los Guardias del Fénix, quizá convencido de que habías forjado un gran plan capaz de solucionar todos tus problemas, cuando en realidad hiciste lo que el Imperio necesitaba, un pretexto para intervenir. Muy bien, aquí están, y no pueden hacer nada. En cuanto se excedan, ocuparemos toda la ciudad.
—Si tan fácil lo tenéis, ¿por qué no lo hacéis?
—Aún no ha llegado el momento. Oh, podríamos retener la ciudad un tiempo, pero el resto del país no está preparado, y no podemos enfrentarnos al resto del país. Pero si es necesario, lo haremos, porque servirá de ejemplo y, en consecuencia, el número de nuestros partidarios aumentará. El Imperio no puede aplastarnos, porque el resto del país se alzaría. Nos consideran sus representantes.
—¿Van a daros lo que queréis, así por las buenas?
Meneó la cabeza.
—No pueden investigar a fondo los asesinatos, porque eso pondría al descubierto los lazos estrechos que unen a los jheregs con el Imperio, y los jheregs tendrían que luchar y se produciría un caos total. Saben lo que podemos hacer, pero no saben lo que vamos a hacer, de modo que han de conformarse con enviar sus tropas, y esperar a que cometamos una equivocación y perdamos la confianza de las masas, para poder aplastarnos…, a nuestro movimiento y a los ciudadanos por igual.
Le miré fijamente.
—¿De veras te crees todo eso? Aún no me has dicho qué va a impedir a Herth enviar a seis o siete asesinos aquí y borrarte del mapa.
—¿No intentabas azuzar a Herth contra el Imperio?
—Sí.
—Bien, no será necesario. Casi tomamos la ciudad la última vez que los jheregs mataron a uno de los nuestros, y los jheregs saben muy bien que, si vuelve a ocurrir, el Imperio actuará contra ellos. ¿Qué efecto obrará en el tal Herth?
—Es difícil predecirlo. Se está desesperando.
Kelly meneó la cabeza y se reclinó en la silla. Le estudié. ¿A quién me recordaba? A Aliera, tal vez, con esa actitud de total seguridad. Tal vez a Morrolan, con esa presunción de que, bien, pues claro que podía destruir a cualquiera que se interpusiera en su camino, porque las cosas son así. No sé. No cabía duda de que el hombre era brillante, pero… No lo supe entonces, y no lo sé aún.
Intentaba pensar en mi siguiente réplica, cuando Kelly levantó la cabeza y, al mismo tiempo, Loiosh giró en redondo.
—Hola, Cawti —dijo Kelly.
No me volví. Loiosh empezó a sisear y oí la respuesta de Rocza. Loiosh abandonó mi hombro, y oí un batir de alas y muchos siseos.
—Hola, Vlad —dijo Cawti—. ¿Te recuerdan algo esos dos?
Entonces me volví, y tenía ojeras. Estaba demacrada y pálida. Quise abrazarla y decirle que todo estaba bien, pero no me atreví, y nada iba bien. Kelly se levantó y salió. Supuse que debía esperar mi eterno agradecimiento.
—Cawti —dije cuando se marchó—. quiero que abandones esto. Van a aplastar a este grupúsculo, y quiero llevarte a un sitio seguro.
—Sí, ya lo pensé anoche, después de irme.
Habló en voz baja, y no percibí dureza ni odio en ella.
—¿Cambia eso algo? —pregunté.
—No estoy segura. Me pides que elija entre mis creencias y mi amor.
Tragué saliva.
—Sí, supongo que es algo por el estilo.
—¿Estás seguro de que es preciso?
—He de ponerte a salvo como sea.
—¿Y tú?
—Ésa es otra cuestión. No es aplicable a la situación.
—El único motivo de que hicieras todo esto…
—¡Fue para salvar tu vida, maldita sea!
—Basta, Vlad. Por favor.
—Perdón.
—Lo hiciste porque estás tan convencido del poder de Herth que no ves lo débil que es, comparado con la fuerza armada de las masas.
Estuve a punto de decirle que olvidara aquello de «la fuerza armada de las masas», pero no lo hice. Reflexioné al respecto un momento. Bueno, sí, si las masas estaban armadas, y confiaban en sus líderes y todo eso, sí, podían ser poderosas. Si, si, si.
—¿Y si te equivocas? —pregunté.
Cawti se lo pensó un momento, lo cual me sorprendió.
—¿Recuerdas cuando aparecieron los Guardias del Fénix ante la puerta de la otra sede? —preguntó—. Herth se quedó quieto mientras la Señor Dragón le cortaba la cara. Herth la odiaba y deseaba matarla, pero tuvo que aguantarse. ¿Quién era más poderoso?
—Vale, la Señor Dragón. Continúa.
—La Señor Dragón se tuvo que aguantar, con soldados y todo, mientras Kelly exponía nuestras exigencias. ¿Crees que Kelly es más poderoso que un guerrero dragón?
—No.
—Ni yo. El poder era la fuerza armada de las masas. Tú lo viste. ¿Crees que tú, solo, eres más fuerte que eso?
—No lo sé.
—¿Admites que podrías estar equivocado?
Suspiré.
—Sí.
—Entonces ¿por qué no dejas de intentar protegerme? Es insultante, encima de todo lo demás.
—No puedo, Cawti. ¿Es que no lo entiendes? No puedo. No tienes derecho a tirar tu vida por la ventana. Nadie lo tiene.
—¿Estás seguro de que estoy tirando mi vida por la ventana?
Cerré los ojos, y sentí la insinuación de las lágrimas que no había conseguido derramar la noche anterior. Las reprimí.
—Déjame pensarlo, ¿de acuerdo? —dije.
—De acuerdo.
—¿Vas a volver a casa?
—Esperemos a que esto haya terminado, y luego veremos cómo está la situación.
—¿Terminado? ¿Cuándo se terminará?
—Cuando la emperatriz retire sus tropas.
—Ah.
Loiosh volvió y aterrizó sobre mi hombro.
¿Todo arreglado, camarada?, pregunté.
Ya lo creo, jefe. No volaré muy bien durante unos días. Me atizó uno bueno en el ala derecha.
Entiendo.
Nada de qué preocuparse.
Sí.
Me levanté y pasé junto a Cawti sin tocarla. Kelly estaba en la otra habitación, sumido en una conversación con Gregory y otros. Ninguno levantó la vista cuando me fui. Salí, con cautela, pero no vi a nadie sospechoso. Me teleporté a casa, y decidí que, en aquel momento, Kragar se ocuparía mucho mejor de la oficina que yo.
Los peldaños que subían a mi piso se me antojaron largos y empinados, y sentía las piernas como si fueran de plomo. Una vez dentro, me derrumbé de nuevo en el sofá y miré al espacio durante un rato. Pensé en asear la casa, pero no era necesario y carecía de energías.
Loiosh preguntó si me gustaría ir a un espectáculo, pero no.
Dediqué un par de horas a afilar mi espadín, porque pensé que lo iba a necesitar pronto. Después volví a mi contemplación del espacio, pero no me cayeron ideas del cielo.
Al cabo de un rato, me levanté y seleccioné un libro de poemas de Wint. Abrí el libro al azar, en un poema llamado Asfixiado.
¿… acaso por nada me desangré por ti, desafiando a poderes omnipotentes?
La sangre era mía; la batalla, tuya, asfixiarse con flores de colores brillantes…
Lo leí hasta el final, y le di vueltas en la cabeza. Tal vez estaba equivocado. En aquel momento, no me pareció nada oscuro.