13
«… eliminar pelos de gato…»
Las campanillas sonaron, alegres y repiqueteantes, cuando entré en la tienda. Mi abuelo estaba escribiendo en una libreta encuadernada con un lápiz pasado de moda. Cuando entré, levantó la vista y sonrió.
—¡Vladimir!
—Hola, noish-pa.
Le abracé. Nos sentamos y saludó a Loiosh. Ambrus saltó en mi regazo y le saludé como debía. Ambrus nunca ronroneaba cuando le acariciaban, pero de alguna manera te informaba de que le gustaba lo que hacías. Mi abuelo me había dicho en una ocasión que Ambrus sólo ronroneaba cuando estaban haciendo magia juntos. El ronroneo era la señal de que todo iba bien.
Estudié a mi abuelo. ¿Parecía un poco más viejo, un poco más cansado que antes? No estaba seguro. Es difícil examinar un rostro familiar como si fuera el de un extraño. Por alguna razón, mis ojos descendieron hasta sus tobillos, y me fijé que parecían delgados y frágiles, pese a su envergadura. Sí, y también pese a su envergadura, su pecho parecía fuerte y musculoso bajo la túnica roja y verde desteñida. Su cabeza, calva a excepción de una tenue franja de pelo blanco, brillaba a la luz de la vela.
—Bien —dijo al cabo de unos segundos.
—¿Cómo te encuentras?
—Estoy bien, Vladimir. ¿Y tú?
—Por el estilo, noish-pa.
—Sí. ¿Tienes algo en mente?
Suspiré.
—¿Estabas por aquí en doscientos veintiuno?
Enarcó las cejas.
—¿Los disturbios? Sí. Fue una mala época.
Sacudió la cabeza mientras hablaba y las comisuras de su boca se hundieron, pero, curiosamente, tuve la impresión de que, al mismo tiempo, sus ojos se iluminaban un poco en el fondo.
—¿Estuviste implicado?
—¿Implicado? ¿Cómo no iba a estar implicado? Todo el mundo lo estuvo. Participábamos o nos escondíamos, pero todo el mundo estuvo implicado.
Me dedicó una mirada que no pude descifrar.
—Sí, tu padre estuvo implicado. Él y yo, y también tu abuela, y mi hermano Jani. Estuvimos en Dosviñas y Cumbre cuando el Imperio intentó aplastarnos. —Su voz se endureció un poco mientras hablaba—. Tu padre mató a un Guardia. Con un cuchillo de carnicero.
—¿De veras?
Asintió.
No dije nada durante un rato, mientras examinaba mis sentimientos al respecto. Me pareció extraño, y deseé haberlo sabido en vida de mi padre. Experimenté una breve punzada de dolor cuando pensé que nunca volvería a verle.
—¿Y tú? —dije por fin.
—Oh, me dieron un cargo después de la batalla.
—¿Un cargo?
—Delegado de barricada en la calle M’Gary, al norte de Olmo. Era representante y portavoz de nuestro barrio.
—No lo sabía. Papá nunca me lo dijo.
—Bueno, estaba afligido. Fue cuando perdí a tu abuela…, cuando ellos volvieron.
—¿El Imperio?
—Sí. Volvieron con más tropas, dragones que habían luchado en Oriente.
—¿Quieres hablarme de ello?
Suspiró y apartó la vista un momento. Supongo que estaba pensando en mi abuela. Ojalá la hubiera conocido.
—Tal vez en otro momento, Vladimir.
—Claro. De acuerdo. Observé que Kelly te miraba como si te reconociera. ¿De aquella época?
—Sí. Le conocía. Entonces era joven. Cuando el otro día hablamos de él, no sabía que era el mismo Kelly.
—¿Es un buen hombre, noish-pa?
Me dirigió una veloz mirada.
—¿Por qué lo preguntas?
—Por Cawti, supongo.
—Hummmm. Bien, sí, es bueno, tal vez, si consideras bueno lo que hace.
Intenté descifrar su frase, y luego decidí abordar el tema desde otro ángulo.
—No parecía entusiasmarte mucho que Cawti se mezclara con esa gente. ¿Por qué, si tú también estuviste mezclado?
Extendió las manos.
—Vladimir, si se produce un levantamiento contra los nobles, hay que ayudar. ¿Qué otra cosa se puede hacer? Pero esto es diferente. Ella se empeña en causar problemas donde no hay, y eso nunca pasó entre Ibronka, tu abuela, y yo.
—¿No?
—Por supuesto que no. Ocurrió, y todos participamos. Teníamos que participar o ponernos del lado de los condes, terratenientes y banqueros. No existían más alternativas, pero no por ello iba a abandonar a mi familia.
—Entiendo. ¿Es esto lo que quieres decir a Cawti, si viene a verte?
—Si pregunta, se lo diré.
Asentí. Me pregunté cómo reaccionaría Cawti, y decidí que ya no la conocía bastante para adivinarlo. Cambié de tema, pero seguí observando que me dirigía más miradas peculiares de vez en cuando. Bien, no podía culparle.
Dejé que las cosas dieran vueltas en mi cabeza. Con fantasma de Franz o sin él, sería muy conveniente para mí que Kelly y su pandilla se despeñaran por el borde del mundo, pero no había forma de lograrlo.
También parecía que el mayor problema de liquidar a Herth era que él podía tomarse tanto tiempo como le diera la gana en liquidarme, sin el menor perjuicio para sus intereses. Los orientales habían cerrado sus negocios en algunos barrios, pero no en todos, y aún contaba con sus contactos, músculos y recaderos, preparados para reemprender los negocios en cuanto la ocasión lo permitiera. Y era dragaerano. Viviría otros mil años más, o así. ¿Para qué apresurarse?
Si podía impulsarle a actuar, quizá sería capaz de obligarle a salir de su escondite, y acabar con él de una vez por todas. Además…, hummmm. Mi abuelo guardaba silencio, me miraba como si supiera que mi cerebro funcionaba a toda pastilla. Empecé a forjar un nuevo plan. Loiosh no hizo ningún comentario. Examiné el plan desde dos ángulos diferentes mientras bebía té de hierbas. Retuve el plan en mi cabeza, lo ataqué con varios problemas posibles, y resistió. Decidí que lo llevaría a la práctica.
—¿Tienes alguna idea, Vladimir?
—Sí, noish-pa.
—Bien, en ese caso deberías empezar ya.
Me levanté.
—Tienes razón.
Asintió sin decir nada más. Me despedí de él mientras Loiosh volaba hacia la puerta para precederme. Loiosh dijo que no había problema. Aún me sentía preocupado por Quaysh. Sería mucho más difícil poner en práctica mi plan si me mataba.
Apenas había recorrido un par de manzanas, cuando me abordaron. Había pasado ante un mercado al aire libre, y ella estaba apoyada contra un edificio, con las manos a la espalda. Aparentaba unos quince años y llevaba una falda de campesina amarilla y azul. La falda tenía un corte para enseñar las piernas, lo cual no significaba nada, pero se había afeitado las piernas, lo cual significaba mucho.
Se apartó de la pared cuando pasé y dijo hola. Me detuve y le deseé un buen día. De pronto, pensé que podía ser una celada. Me pasé una mano por el pelo y me ajusté la capa. Tal vez pensó que estaba intentando impresionarla, y exhibió un par de hoyuelos. Me pregunté cuánto cargaba de más por los hoyuelos.
¿Algo raro, Loiosh?
Demasiada gente para asegurarlo, jefe, pero no veo a Quaysh.
Decidí que debía ser lo que aparentaba.
Me preguntó si me apetecía invitarla a una copa. Dije que tal vez. Preguntó si me apetecía tirármela. Pregunté cuánto, dijo que diez y siete, lo cual ascendía a un imperial, lo cual era una tercera parte de lo que cobraban mis putas.
—Claro —contesté.
Asintió sin molestarse en una nueva exhibición de hoyuelos y me guió hacia la esquina. Dejé caer un cuchillo en mi mano, por si acaso. Entramos en una posada, cuyo letrero plasmaba una colmena rodeada de abejas. Habló con el posadero y yo guardé el cuchillo. Le di siete monedas de plata. Me indicó la escalera con un gesto.
—Habitación tres —dijo.
La posada estaba muy llena para ser por la tarde, y una neblina de humo azul la invadía. Olía a viejo, rancio y podrido. No me habría extrañado que todos los clientes estuvieran borrachos.
La chica me guió hasta la habitación tres. Insistí en entrar primero, por si había alguien. Estaba vacía. Cuando ella se volvió, Loiosh entró volando.
Adelante, jefe. No hay peligro.
—¿Quieres que eso se quede aquí? —preguntó la muchacha.
—Sí —contesté.
Se encogió de hombros.
—De acuerdo —dijo.
Entré en la habitación. La cortina cayó a mi espalda. Había un colchón sobre el suelo y una mesa al lado. Le di un imperial.
—Guárdalo —dije.
—Gracias.
Se quitó la blusa. Su cuerpo era joven. No me moví. Me miró y dijo:
—¿Y bien?
Cuando me acerqué a ella, fingió una sonrisa soñadora, levantó la cabeza hacia mí y extendió los brazos. La abofeteé. Retrocedió.
—¡Eh! —dijo.
Volví a abofetearla.
—¡De eso nada!
Saqué un cuchillo de mi capa y lo alcé. La muchacha chilló.
Mientras el eco se propagaba por la habitación, la cogí por un brazo, la arrastré hacia el rincón contiguo a la puerta y la retuve allí. Había miedo en sus ojos.
—Ya basta —dije—. Si vuelves a abrir la boca, te mataré.
Asintió, con la vista clavada en mi cara. Oí pasos fuera y la solté. La cortina se apartó a un lado y entró un forzudo, seguido por un enorme oriental de barba negra.
Entró como una tromba, se paró cuando vio la habitación vacía y se dispuso a mirar a su alrededor. Antes de que pudiera hacerlo, le agarré por el pelo y apoyé su cabeza en mi cuchillo, apretado contra su nuca.
—Suelta el garrote —dije.
Se tensó como si fuera a saltar, y apreté con más fuerza. Se relajó y el garrote cayó al suelo. Me volví hacia la puta. Su expresión reveló que el tipo era su chulo, más que un matón de la posada o un ciudadano interesado.
—De acuerdo —dije a la puta—. Largo de aquí.
Corrió a recoger su blusa y salió sin mirar a nadie ni vestirse.
—¿Eres un pájaro? —preguntó el chulo.
Parpadeé.
—¿Un pájaro? Un fénix. Un Guardia del Fénix. Me gusta eso. A lord Khaavren también le gustará. No, no lo soy. No seas estúpido. ¿Para quién trabajas?
—¿Eh?
Le di una patada en la parte posterior de la rodilla y se sentó. Me arrodillé sobre su pecho y acerqué la punta del cuchillo a su ojo izquierdo. Repetí la pregunta.
—No trabajo para nadie —dijo—. Trabajo por mi cuenta.
—O sea, que puedo hacerte lo que me de la gana, y nadie te protegerá, ¿no es cierto?
Vio las cosas de una forma diferente.
—No, tengo protección —dijo.
—Estupendo. ¿Quién?
Entonces sus ojos se posaron sobre el jhereg bordado en mi capa. Se humedeció los labios.
—No quiero comprometerme —dijo.
No pude reprimir una sonrisa.
—¿Es que podrías comprometerte todavía más?
—Sí, pero…
Le hice un poco de pupa. Chilló.
—¿Quién te protege? —pregunté.
Me dijo un apellido oriental desconocido para mí. Aparté un poco el cuchillo de su cara y aflojé un poco mi presa.
—De acuerdo —dije—. Trabajo para Kelly. ¿Sabes quién es? —Asintió—. Bien. Quiero que desaparezcas de las calles. Para siempre. Estás despedido, ¿de acuerdo? —Volvió a asentir. Agarré un mechón de su pelo, lo corté con el cuchillo, lo sostuve frente a sus ojos y lo guardé en mi capa. Sus ojos se abrieron de par en par—. A partir de ahora podré encontrarte siempre que quiera, ¿comprendido? —Comprendió—. Muy bien. Volveré dentro de unos días. Querré ver a esa refinada dama con la que acabo de hablar, y me alegrará comprobar que no ha sufrido el menor daño. En caso contrario, me llevaré unos pedazos de tu cuerpo a casa. Si no puedo encontrarla, pasaré de los pedazos. ¿Comprendido? —Por lo visto, nuestra comunicación era buena, porque asintió—. Bien.
Me marché. No vi ni rastro de la puta.
Salí de la posada y caminé hacia el oeste un kilómetro. Entré en un sótano. Pregunté al dueño, un tipo feo y bizco, dónde podía encontrar acción.
—¿Acción?
—Acción. Ya sabes, shereba, piedras s’yang, lo que sea.
Me miró sin expresión hasta que deslicé un imperial por encima de la barra. Me dio una dirección, a pocas puertas de distancia. Seguí sus instrucciones y, por supuesto, había tres mesas de shereba a tope. Localicé al responsable, sentado con el respaldo de la silla apoyado contra la pared, medio dormido.
—Hola —dije—. Siento molestarte.
Abrió un ojo.
—¿Sí?
—¿Sabes quién es Kelly?
—¿Eh?
—Kelly. Ya sabes, el tipo que cerró todos…
—Sí, sí. ¿Qué pasa con él?
—Trabajo para él.
—¿Eh?
—Estás despedido. Se acabó el negocio. Clausurado. Echa a todo el mundo.
La sala era pequeña, y no había hecho ningún esfuerzo por hablar en voz baja. Las partidas de cartas se interrumpieron y todo el mundo me miró. Al igual que el chulo, el tipo se fijó en el jhereg estilizado de mi capa. Compuso una expresión de perplejidad.
—Escucha —dijo—, no sé quién eres ni a qué juegas…
Imité un truco de los Guardias del Fénix. Le aticé en la sien con el mango de una daga, y luego la empuñé.
—¿Lo has entendido ahora? —pregunté.
Oí movimientos detrás de mí.
¿Problemas, Loiosh?
No, jefe. Se van.
Estupendo.
Cuando la sala se vació, dejé que el tipo se levantara.
—Vigilaré tus movimientos —dije—. Si este local sigue funcionando, te quedarás sin culo. Lárgate.
Salió como una exhalación. Yo, con más parsimonia. Me permití una risita perversa, porque tenía ganas. Cuando terminé, ya era de noche y había aterrorizado a tres putas, otros tantos chulos, dos gerentes de casinos, un corredor de apuestas y un perista.
Una jornada laboral excelente, decidí. Volví a la oficina para hablar con Kragar y poner en marcha la segunda parte de mi plan.
* * *
Kragar pensó que me había vuelto loco.
—Estás loco, Vlad.
—Es probable.
—Te van a abandonar todos.
—Les seguiré pagando.
—¿Cómo?
—Soy rico, ¿recuerdas?
—¿Hasta cuándo?
—Unas cuantas semanas, y sólo necesito una.
—¿Una?
—Sí. He dedicado el día de hoy a encrespar los ánimos entre Herth y Kelly. —Resumí mis actividades del día—. Tardarán un día, cada uno, en imaginar quién lo hizo. Herth se lanzará sobre mí con todos sus efectivos, y Kelly…
—¿Sí?
—Ya verás.
Suspiró.
—Muy bien. Quieres que todos tus negocios estén cerrados mañana por la mañana. Estupendo. Que a todo el mundo se le pague la semana entera. Estupendo. Dices que te lo puedes permitir, de acuerdo, pero no entiendo lo de este otro negocio, en Adrilankha Sur.
—¿Qué hay que entender? Vamos a continuar lo que he empezado hoy.
—Pero ¿incendios? ¿Explosiones? Ésa no es forma de…
—Tenemos gente capaz de hacerlo como se debe, Kragar. Laris nos entrenó, ¿te acuerdas?
—Claro, pero el Imperio…
—Exacto.
—No lo entiendo.
—Ni falta que hace. Ocúpate de los detalles, nada más.
—De acuerdo, Vlad. Es tu plan. ¿Qué hacemos con nuestros locales, como éste, por ejemplo?
—Sí. Ponte en contacto con la Patrulla Ruin y protégelos. Protección hechicera al completo, incluidos bloqueos antiteleportación, y mejora lo que ya tenemos. Me lo puedo…
—… permitir, ya lo sé. Sigo pensando que estás loco.
—Y Herth también. Tendrá que hacer algo al respecto.
—Vendrá a por ti, si es eso lo que quieres.
—Sí.
Suspiró, sacudió la cabeza y se fue. Me recliné en la butaca, apoyé los pies sobre el escritorio y comprobé que no hubiera olvidado de nada.
* * *
Cawti estaba en casa cuando llegué. Nos dijimos hola, cómo había ido el día y todo eso. Nos acomodamos en la sala de estar, juntitos en el sofá para fingir que nada había cambiado, pero apartados medio metro o así para no correr riesgos. Yo fui el primero en levantarme, estirarme y anunciar que me iba a dormir. Ella me deseó buenas noches. Sugerí que también le hacía falta dormir, y confesó que sí, que no tardaría en retirarse. Yo sí que me retiré. Loiosh y Rocza estaban un poco mohínos. No entendí por qué. Me dormí enseguida, como siempre que voy a poner en práctica un plan. Es una de las cosas que me mantiene cuerdo.
Me teleporté a la oficina de buena mañana y esperé los informes. Herth reaccionó con tanta rapidez como yo suponía. Me enteré de que alguien había intentado penetrar los conjuros dispuestos alrededor de mi oficina y dos o tres sitios más.
—Me alegro de que sugirieras protegerlos, Kragar —dije.
Masculló.
—¿Te molesta algo, Kragar?
—Sí. Espero que sepas lo que haces.
Estuve a punto de decir «Siempre sé lo que hago», pero habría sonado un poco fanfarrón, así que dije:
—Creo que sí.
Por lo visto, fue suficiente para él.
—Bien, ¿qué viene a continuación?
Hablé de alguien importante de la organización, y lo que venía a continuación. Kragar pareció sorprenderse, y luego asintió.
—Claro —dijo—. Te debe una, ¿verdad?
—O dos o tres. Si es posible, arréglalo para hoy.
Volvió al cabo de una hora.
—La Llama Azul —dijo. Compartimos una sonrisa de recuerdos comunes—. A la hora octava. Dijo que se encargaría de la protección, lo cual significa que sabe algo de lo que está pasando.
Asentí.
—En efecto.
—¿Confías en él?
—Sí. A la larga, tendré que confiar en él, de modo que da igual empezar ahora.
Kragar asintió.
Más tarde, recibí la noticia de que habíamos incendiado un par de edificios en Adrilankha Sur. A estas alturas, Herth se estaría comiendo las uñas, ansioso por ponerme las manos encima. Lancé una risita. Pronto, le dije, pronto.
Experimenté una curiosa comezón mental, y supe lo que significaba.
¿Quién eres?
Chimov. Estoy cerca del cuartel general de Kelly.
¿Qué pasa?
Se están largando.
Ajá. Averigua dónde van.
Lo haré. Es toda una multitud. Parece que esperan problemas. También están clavando pasquines, y repartiendo panfletos por todo el barrio.
¿Has leído alguno?
Sí. Convocan a una asamblea masiva mañana por la tarde, en el parque Naymat. Arriba pone en letras grandes «Llamada a las armas».
Bien. Excelente. Sigue ahí y no te metas en follones.
De acuerdo, jefe.
—¡Kragar!
—¿Sí?
—Oh. Envía a alguien al cuartel general de Kelly. Cuatro o.cinco, digamos. En cuanto esté vacío, que entren y reduzcan a escombros el lugar. Que destrocen los muebles, derriben las paredes, arrasen la cocina, todo eso.
—De acuerdo.
Pasé el resto del día así. Llegaban mensajes sobre un destrozo u otro, o sobre ataques estériles de Herth, y yo los respondía. Volvía a actuar con eficacia, y me sentí tan bien que me quedé hasta bien entrada la noche, fortaleciendo la vigilancia y ordenando más incursiones contra Kelly y Herth. En aquel momento, la oficina era el lugar más seguro donde podía estar, y por eso trabajé hasta tarde.
A medida que avanzaba la noche, intercambié mensajes con un contacto de la Organización en el Palacio Imperial, y descubrí que sí, los poderes fácticos se habían dado cuenta de lo que estaba pasando en Adrilankha Sur. El nombre de Herth se había mencionado, pero el mío, hasta el momento, no. Perfecto.
Cerca de la octava hora después de mediodía, reuní a Bastones, Bichobrillante, Sonrisas y Chimov, y nos encaminamos a La Llama Azul. Les dejé cerca de la puerta, porque mi invitado ya había llegado y había prometido encargarse de la protección. De hecho, reparé en un par de clientes y tres camareros con aspecto de protectores. Hice una reverencia cuando llegué a la mesa.
—Buenas noches, Vlad.
—Buenas noches, Demonio. Gracias por venir.
Asentí y me senté. El Demonio, para los que no le conozcáis, era un pez gordo del consejo jhereg, el grupo que toma todas las decisiones relacionadas con los negocios de la Casa Jhereg. Se le consideraba el número dos de la Organización; no se podía jugar con él. Sin embargo, tal como Kragar había dicho, me debía un favor a cambio de un «trabajo» que había hecho para él en fecha reciente.
Intercambiamos trivialidades durante un rato, hasta que apareció la comida.
—Me han dicho que te has metido en líos —dijo.
—Un poco. Nada que se me pueda escapar de las manos.
—¿De veras? Bien, me alegra saberlo. —Me dedicó una mirada de perplejidad—. Entonces ¿por qué has querido entrevistarte conmigo?
—Me gustaría conseguir que no pasara nada.
Parpadeó.
—Continúa —dijo.
—Es posible que el Imperio se esté empezando a dar cuenta del juego que nos llevamos Herth y yo, y cuando el Imperio se da cuenta, el Consejo se da cuenta.
—Entiendo. No quieres que nos entrometamos.
—Exacto. ¿Puedes concederme una semana para arreglar las cosas?
—¿Puedes restringir los problemas a Adrilankha Sur?
—Ya lo creo. No le atacaré en ningún otro lugar, y he cerrado y protegido todos mis negocios, así que le resultará difícil perjudicarme. Es posible que aparezcan uno o dos cadáveres, pero nada fuera de lo corriente.
—Al Imperio no le gusta mucho que aparezcan cadáveres, Vlad.
—No habrá muchos. Ninguno, de hecho, si mis muchachos son cuidadosos. Además, como ya te he dicho, debería estar solucionado antes de una semana.
Me estudió.
—Estás maquinando algo, ¿eh?
—Sí.
Sonrió y meneó la cabeza.
—Nadie podrá decir que careces de recursos, Vlad. Muy bien, tienes una semana. Yo me ocuparé de ello.
—Gracias.
Se ofreció a pagar la cena, pero yo insistí. El placer había sido mío.