Capítulo 11

11

«… y eliminar manchas sudor»

Un poco más tarde, mientras las semillas de una idea germinaban en mi cabeza, llamé a Kragar, pero Melestav dijo que había salido. Apreté mis dientes mentales y seguí pensando. ¿Qué pasaría si me mataban, pero a Cawti no?, me pregunté. Mi mitad cínica dijo que no sería mi problema. Además, supuse que mi abuelo y Cawti serían muy capaces de cuidarse mutuamente. Se había establecido cierta comunicación entre ellos en la calle, algo que me había dejado fuera. ¿Se reunirían para hablar de lo terrible que era yo? ¿Iba a morir de paranoia?

Dejando aparte todo eso, Cawti se encontraría con un problema interesante si Herth me mataba: querría matar a Herth, pero ya no quería ser una asesina. Al menos, por la forma en que me había hablado, yo suponía que ya no quería serlo. Por otra parte, a Kelly no le perjudicaría deshacerse de su mayor enemigo. Lástima que yo tuviera que morir para averiguarlo. Hummmm.

Me pregunté si encontraría una forma de convencer a Cawti de que me habían matado el tiempo suficiente para que se cargara a Herth. Mi posterior reaparición sería divertida. No obstante, podía ser muy embarazosa si ella prefería no matarle, y aún más embarazosa si Herth descubría que yo estaba vivo.

Tampoco existían motivos para descartar la posibilidad. Era mejor…

—Vuelves a tener una expresión morbosa, Vlad.

No pegué un bote.

—Eres muy amable, Kragar. ¿Sabes algo de Herth? —Meneó la cabeza. Continué—. Muy bien, se me han ocurrido un par de ideas. Quiero que una de las dos siga cociéndose. La otra es intentar lo más difícil.

—¿Sobornar a sus protectores?

Asentí.

—Muy bien —dijo—. Empezaré a trabajar.

—Estupendo. ¿Qué hay del asesino?

—El artista tendría que haber acabado. Dijo que yo tenía muy buena cabeza para los detalles. Como tú me enviaste la imagen, supongo que deberías sentirte halagado.

—De acuerdo, me siento halagado. Ya sabes qué tienes que hacer con el retrato.

Asintió, se marchó y yo continué planeando mi muerte, o al menos pensé en ello. Parecía muy poco práctico, pero tentador. El regreso triunfal era lo que me gustaba más, supongo. Claro que no funcionaría muy bien si, cuando regresara, Cawti estuviera liada con Gregory, por ejemplo.

Retuve aquella idea, para averiguar cuánto me molestaba. No mucho, lo cual también me molestó.

Loiosh y Rocza arañaron la ventana. Envainé la daga que había estado tirando y les dejé entrar. Me quedé a un lado, por si acaso. Parecían un poco agotados.

¿De turismo?

Sí.

¿Quién ganó la carrera?

¿Por qué crees que hemos hecho una carrera, jefe?

No he dicho eso. Sólo he preguntado quién ganó.

Ah, ella. Por la envergadura de las alas.

Sí, por eso. Supongo que no os acercasteis a Adrilankha Sur, ¿verdad?

Pues… lo cierto es que sí.

Ah. ¿Y las barricadas?

No hay.

Loiosh se posó sobre mi hombro. Me senté.

Hace un rato, me preguntaste qué opinaría sobre el grupo de Kelly si Cawti no estuviera con ellos.

Sí.

He estado pensando al respecto. He decidido que da igual. Está con ellos, y he de trabajar sobre esa base.

De acuerdo.

Y creo que ya sé lo que debo hacer.

No dijo nada. Noté que estaba picoteando ideas de mi cerebro.

¿De veras crees que vas a morir?, preguntó al cabo de unos segundos.

Sí y no. Pienso que no me lo acabo de creer. En el pasado, me he encontrado en situaciones que parecían igual de malas, o peor. Mellar era más duro y listo que Herth, y la situación era peor, pero no sé cómo voy a salir de ésta. En los últimos tiempos, no me lo be montado muy bien. Puede que ésa sea la causa, en parte.

Lo sé. Bien, ¿qué vas a hacer?

Salvar a Cawti. Ignoro el resto, pero basta ahí llego.

Bien. ¿Cómo?

Sólo se me ocurren dos maneras: una es borrar del mapa a Herth, y probablemente a toda su organización, para que nadie recoja los pedazos y continúe.

No me parece demasiado factible.

No. La otra es arreglar las cosas para que Herth no vaya a por Cawti.

Eso me parece mejor, ¿Cómo piensas hacerlo?

Borrando del mapa a Herth y a toda su banda.

Loiosh no dijo nada. Por lo que pude captar de sus pensamientos, estaba demasiado asombrado para hablar. La consideré una excelente idea.

Pero Cawti…, dijo al cabo de un rato Loiosh.

Lo sé. Si se te ocurre una forma de convencer a Cawti y Herth de que he muerto, me sería de gran ayuda.

No me viene nada a la cabeza, jefe, pero…

Entonces manos a la obra.

No me gusta.

Tomo nota de la protesta. A trabajar. Quiero que todo haya terminado esta noche.

Esta noche.

Sí.

De acuerdo, jefe. Lo que tú digas.

Saqué un trozo de papel y empecé a confeccionar un diagrama de todo lo que recordaba acerca del piso de Kelly, tomé notas sobre lo que no estaba seguro y me perdí en conjeturas sobre ventanas posteriores y cosas así. Después contemplé el resultado y traté de llegar a una decisión.

Ni la persona dotada de la imaginación más calenturienta podría llamar a aquello asesinato. Sería algo más parecido a una escabechina. Tendría que matar a Kelly, sin la menor duda, porque si sobrevivía no habría conseguido nada. Después a Paresh, porque era un hechicero, y a tantos como me fuera posible. Era inútil tratar de planear el golpe con mi detallismo acostumbrado, sobre todo si el propósito consistía en liquidar a cinco o seis a la vez.

La idea de un incendio o una explosión pasó por mi mente, pero la rechacé. Los edificios estaban demasiado apretujados en aquella zona. No quería quemar todo Adrilankha Sur.

Cogí el diagrama y lo examiné. Tenía que haber una entrada

posterior en el edificio, y tal vez una entrada posterior al piso. Lo había visitado muchas veces y nunca había visto una cocina, y el despacho particular de Kelly tenía dos puertas, de modo que tal vez podría entrar por detrás y avanzar hacia adelante, para asegurarme de que no hubiera nadie despierto en aquella parte de la casa. Como daba la impresión de que todo el mundo dormía en la parte delantera, terminaría allí, rebanaría el pescuezo de Kelly, y después el de Paresh. Si todo el mundo continuaba durmiendo, los iría matando de uno en uno. No tendría que preocuparme por revivificaciones, porque se trataría de orientales sin dinero, pero si podía volvería y lo comprobaría. Después me largaría.

Adrilankha Sur se despertaría por la mañana y aquella gente habría desaparecido. Cawti se disgustaría muchísimo, pero no podría volver a poner en pie la organización ella sola. Al menos, yo confiaba en que no podría. Había varios orientales y tecklas más involucrados, pero el núcleo habría desaparecido, y no creía que los restos fueran capaces de hacer algo amenazador para Herth.

Estudié el diagrama antes de destruirlo. Me recliné en la silla, cerré los ojos, repasé los detalles y me aseguré de no dejar cabos sueltos.

Llegué al edificio de Kelly entre la medianoche y el amanecer. La puerta de entrada era una simple cortina. Rodeé el edificio. Había una especie de puerta en la parte posterior, pero sin cerradura. Aceité los goznes con minuciosidad y entré. Me encontré en un estrecho zaguán, fuera del piso de Kelly. Rocza estaba nerviosa sobre mi hombro derecho. Pedí a Loiosh que la calmara, cosa que no tardó en hacer.

Forcé la vista, pero no pude ver la puerta principal, ni nada, por cierto. Mi visión nocturna es bastante buena, pero hay quienes ven mejor que yo.

¿Hay alguien en el vestíbulo, Loiosh?

Nadie, jefe.

Muy bien. ¿Dónde está la puerta posterior del piso?

Aquí mismo. Si extiendes la mano hacia la derecha, la tocarás.

Oh.

Dejé atrás la cortina y ya estuve dentro. Olí a comida, tal vez pasada. Desde luego, olía a verduras podridas.

Tras prestar oídos un momento a sonidos de respiración, me arriesgué y proyecté una leve luz desde el extremo de mi índice, gracias a un conjuro sin importancia. Sí, estaba en la cocina, y era más grande de lo que suponía. Había algunos aparadores, una heladera y una bomba. Bajé la luz un poco, sostuve el dedo ante mí y me dirigí hacia la siguiente habitación.

Atravesé la habitación donde había hablado con Kelly. Estaba tal como la recordaba, excepto por algunas cajas más. Distinguí un brillo acerado en una de ellas. Me acerqué más y vi una daga larga, que reconocí como un arma asesina, o algo muy parecido. La inspeccioné. Sí, lo era.

Iba a continuar hacia la siguiente habitación, la biblioteca, cuando intuí que había alguien detrás de mí. Ahora que me esfuerzo por recordarlo, me parece que Rocza aumentó su presa sobre mi hombro en aquel momento, pero Loiosh no reparó en nada. Giré en redondo, me retorcí un poco a un lado y extraje una daga del interior de mi capa.

Al principio no vi nada, pero seguí notando la presencia de otra persona en la habitación. Dejé que la luz de mi dedo se atenuara y desviara a un lado, pues pensé que si no podía verle, no había motivos para que él me viera. Después distinguí un leve contorno, como si hubiera una figura transparente ante mi. No supe qué significaba, pero sabía que no era normal. Rompehechizos cayó en mi mano izquierda.

La figura no se movió, pero poco a poco fue adquiriendo más sustancia. Pensé que la habitación estaba oscura como el pelo de Verra y que no podría ver nada.

Loiosh, ¿qué ves?

No estoy seguro, jefe.

Pero ves algo.

Creo que sí.

Sí. Yo también.

Rocza se agitó, inquieta. Bien, no la culpé. Entonces comprendí qué estaba viendo, y todavía la culpé menos.

* * *

Cuando caminé por los Senderos de los Muertos con Aliera y visité los Salones del Juicio, me dejaron muy claro que no era bienvenido. Era un lugar reservado a las almas de los dragaeranos, no a los cuerpos vivos de orientales. Para llegar allí, un cuerpo tenía que ser arrojado por las Cataratas de la Puerta de la Muerte (lo cual era suficiente para convertirlo en cadáver, aunque antes no lo hubiera sido). Después flotaba río abajo y quedaba retenido en una curva de la orilla, desde la cual el alma podía viajar…, pero eso no importa ahora. Si el alma se lo montaba bien, llegaba a los Salones del Juicio, y a menos que un dios apreciara o detestara especialmente al tipo, ocupaba un puesto en la bulliciosa comunidad de personas muertas.

Estupendo, genial.

¿Qué pasaba si no le conducían a las Cataratas de la Puerta de la Muerte? Bien, si le mataban con una daga Morganti, asunto solucionado. Si llegaba a algún acuerdo con su dios favorito, el dios tenía el placer de hacer lo que le diera la gana con el alma. Si no, se reencarnaba. No es preciso que me creáis, por supuesto, pero algunas experiencias recientes me han convencido de que eso es verdad.

Todo cuanto sé acerca de la reencarnación lo aprendí de Aliera antes de llegar a creerlo, así que he olvidado mucho de lo que dijo, pero recuerdo que un niño nonato ejerce una especie de atracción mística y absorbe el alma más apropiada. Si no hay alma apropiada a mano, no nacerá. Si no hay niño apropiado a un alma, el alma espera en un lugar que los nigrománticos llaman «La Llanura de las Almas que Esperan», porque carecen de imaginación. ¿Por qué esperar allí? Porque no se puede evitar. Hay algo en ese lugar que atrae a las almas dragaeranas.

¿Y los orientales? Bien, más o menos es lo mismo, por lo que yo sé. En lo referente al alma, no hay gran diferencia entre una dragaerana y una oriental. Tenemos prohibido el acceso a los Senderos de los Muertos, pero las armas Morganti ejercen el mismo efecto sobre nosotros, y podemos hacer tratos con cualquier dios que tenga ganas, y es probable que nos reencarnemos si no pasa nada más, o eso al menos dicen que dijo Yain Cho Lin, el poeta-vidente oriental. De hecho, según el Libro de los Siete Magos, la Llanura de las Almas que Esperan nos atrae mientras esperamos, igual que a los dragaeranos.

No obstante, el libro dice que no atrae con tanta fuerza. ¿Por qué? La población. Hay más orientales en el mundo, así que hay menos almas esperando, así que hay menos almas que ayuden a llamar a las otras. ¿Os parece sensato? A mí no, pero eso es lo que hay.

Un resultado de esta atracción más débil es que, a veces, el alma de un oriental no se reencarnará ni irá a la Llanura de las Almas que Esperan. En cambio, bueno, vagabundeará por ahí.

Al menos, eso dice la historia. Podéis creerla o no, a vuestro gusto.

Yo sí que la creo.

Estaba viendo a un fantasma.

Lo miré fijamente. Por lo visto, mirar fijamente es lo primero que hace uno cuando ve un fantasma. No estaba muy seguro de qué era lo segundo. Según las historias que mi abuelo me contaba cuando era pequeño, chillar era lo más normal, pero si chillaba, despertaría a todo el mundo, y necesitaba que estuvieran dormidos si quería matarlos. Además, no experimenté la necesidad. Sé que debía estar aterrorizado, pero creo que estaba mucho más fascinado que asustado.

El fantasma continuó adquiriendo solidez. Era un poco luminoso, por eso podía verlo. Emitía un resplandor azul muy tenue. Mientras miraba, empecé a distinguir las líneas de su cara. No tardé en discernir que era oriental, y varón. Daba la impresión de que me estaba mirando, o sea, que me veía. Como no quería despertar a nadie, salí de la habitación y volví al estudio de Kelly. Conjuré una lucecita de nuevo, me acerqué a su escritorio y tomé asiento. No sé cómo supe que el fantasma me seguiría, pero acerté.

Carraspeé.

—Bien —dije—. Tú debes de ser Franz.

—Sí —contestó el fantasma. ¿Puedo decir que su voz era sepulcral? Me da igual. Lo era.

—Yo soy Vladimir Taltos, el marido de Cawti.

El fantasma…, no, permitid que le llame Franz. Franz asintió.

—¿Qué haces aquí?

Mientras hablaba, seguía solidificándose, y su voz se hizo más normal.

—Bien —dije—, es un poco difícil de explicar. ¿Qué haces tú aquí?

Enarcó las cejas (que ya podía ver).

—No estoy seguro —contestó.

Le examiné. Tenía el pelo claro, liso y bien peinado. ¿Cómo se peina un fantasma? Su cara era agradable, pero vulgar, su semblante poseía ese aspecto decente y sincero que suelo asociar con vendedores de especias y lyorns muertos. Tenía una forma peculiar de erguirse, como si siempre estuviera un poco inclinado hacia adelante, y cuando yo hablaba, ladeaba un poco la cabeza. Me pregunté si era duro de oído, o se concentraba para captar todo lo que le decían. Parecía un oyente muy interesado. De hecho, parecía interesado en general.

—Estaba a la puerta de la sala de reuniones… —dijo.

—Sí. Te asesinaron.

—¡Asesinado!

Asentí.

Me miró, se miró, cerró los ojos un momento.

—¿Estoy muerto ahora? —preguntó—. ¿Soy un fantasma?

—Algo así. Tendrías que estar esperando la reencarnación, si he entendido bien el funcionamiento de esas cosas. Creo que no hay orientales embarazadas por aquí que cumplan los requisitos. Ten paciencia.

Me miró de arriba abajo.

—Eres el marido de Cawti.

—Sí.

—Dices que me asesinaron. Sabemos lo que tú haces. Tal vez…

—No. Lo hizo un tipo llamado Yerekin. Os entrometisteis en el camino de un individuo llamado Herth.

—¿Y ordenó matarme? —Franz sonrió de repente—, ¿Para intentar asustarnos?

—Sí.

Se puso a reír.

—Imagino el resultado. Hemos organizado todo el distrito, ¿verdad? Aprovechando mi muerte como acicate.

Le miré fijamente.

—Lo has adivinado. ¿No te molesta?

—¿Molestarme? Hace tiempo que intentamos unir a orientales y tecklas contra el Imperio. ¿Por qué iba a molestarme?

—Oh. Bien, parece que está dando resultado.

—Estupendo. —Su expresión cambió—. Me pregunto por qué he vuelto.

—¿Qué recuerdas?

—No mucho. Estaba de pie allí y la garganta empezó a picarme. Después sentí que alguien me tocaba el hombro por atrás. Me volví, sentí que las rodillas me fallaban, y luego… No sé. Recuerdo que desperté, más o menos, con sensación de… preocupación, creo. ¿Cuándo pasó?

Se lo dije. Abrió los ojos de par en par.

—Me pregunto qué me habrá impulsado a volver.

—¿Dices que te sentías preocupado?

Asintió.

Suspiré para mis adentros. Casi estaba seguro de qué le había traído de vuelta, pero preferí no decírselo.

Eh, jefe.

Sí.

Esto es muy raro.

No. Es normal. Todo es normal. Sólo pasa que algunas cosas normales son más raras que otras cosas normales.

Ah. Eso lo explica todo.

—Cuenta qué ha pasado desde que morí —dijo Franz.

Lo hice, con la mayor sinceridad posible. Cuando le hablé de Sheryl, su rostro adquirió una expresión dura y fría, y recordé que estaba hablando con un fanático. Aumenté mi presa sobre Rompehechizos, pero continué mi relato. Cuando le conté lo de los barricadas, un brillo apareció en sus ojos, y me pregunté si Rompehechizos sería muy eficaz.

—Bien —dijo, cuando hube terminado—, les hemos puesto en fuga.

—Er, sí.

—En ese caso, ha valido la pena.

—¿Morir?

—Sí.

—Oh.

—Me gustaría hablar con Pat, si puedo. ¿Dónde están todos?

Casi le contesté que dormidos, pero me contuve.

—No estoy seguro —dije.

Entornó los ojos.

—¿Estás solo?

—De ninguna manera.

Loiosh siseó para dar mayor énfasis a mis palabras. Franz miró a los dos jheregs, pero no sonrió. Por lo visto, tenía tanto sentido del humor como los demás.

—Estoy vigilando la casa —añadí.

Abrió mucho los ojos.

—¿Te has unido a nosotros?

—Sí.

Me sonrió, y su expresión contenía tanta simpatía que le hubiera molido a patadas, pero era incorpóreo.

—Cawti no lo creía posible.

—Sí, bueno.

—Emocionante, ¿verdad?

—Emocionante. Sí, desde luego.

—¿Dónde está el último ejemplar?

—¿Ejemplar?

—Del periódico.

—Ah. Er… Por ahí.

Paseó la vista alrededor del despacho, que yo iluminaba todavía con el dedo, y localizó uno por fin. Intentó cogerlo, no pudo, insistió, y por fin lo logró. Después lo dejó.

—Cuesta coger cosas —dijo—. ¿Podrías pasarme las páginas?

—Oh, claro.

Le pasé las páginas y emití gruñidos de aprobación cuando decía cosas como «No, ahí se equivoca» y «¡Malditos bastardos! ¿Cómo pueden ser capaces?». Al cabo de un rato, paró de leer y me miró.

—Valió la pena morir, pero ojalá pudiera volver. Queda mucho por hacer.

Continuó leyendo. Observé que daba la impresión de desvanecerse. Le vigilé un rato, y comprendí que el efecto era lento, pero incesante.

—Escucha —dije—, voy a buscar a la gente para informar de

que has vuelto, ¿de acuerdo? ¿Te encargarás de vigilar esto? Estoy seguro de que si entra alguien le darás un susto de muerte.

Sonrió.

—Muy bien. Adelante.

Asentí y volví sobre mis pasos, por la cocina y hasta la puerta.

Pensaba que íbamos a matarles a todos, jefe.

Yo también.

¿No habrías podido deshacerte del fantasma con Rompehechizos?

Probablemente.

Entonces ¿por qué…?

Ya le han matado demasiadas veces. Con una es suficiente.

Pero ¿y los demás?

He cambiado de opinión.

Ah. Bien, a mí tampoco me gustaba la idea.

Estupendo.

Me teleporté a un punto situado a una manzana de mi casa. Las farolas de la calle proporcionaban luz suficiente para informarme de que estaba solo. Caminé hacia casa con mucha cautela, atento a la aparición del asesino.

¿Por qué cambiaste de opinión, jefe?

No lo sé. He de pensarlo un poco más. Algo sobre Franz, supongo.

Subí la escalera y entré en casa. La suave respiración de Cawti surgía de la habitación. Me quité las botas y la capa, entré, me desnudé y me metí en la cama con mucho sigilo para no despertarla.

Cuando cerré los ojos, vi la cara de Franz delante de mí. Me costó más de la cuenta dormirme.