Capítulo 9

9

«… y embetunar»

Pasé despierto toda la noche y paseé por el barrio. No estaba del todo chiflado, como antes, pero supongo que tampoco me comportaba con plena racionalidad. Intenté ser cauto y no me atacaron. Morrolan se puso en contacto psiónico conmigo en algún momento, pero afirmó que no era importante cuando pregunté el motivo, y no averigüé qué quería. Al cabo de unas horas me calmé un poco. Pensé en volver a casa, pero me di cuenta de que no quería ir y encontrar una casa vacía. Después comprendí que tampoco quería volver a casa y encontrar a Cawti esperándome.

Me senté en un klava que estaba abierto toda la noche y bebí klava hasta que mis riñones suplicaron misericordia. Cuando la luz del día empezó a filtrarse entre la bruma rojo anaranjada que los dragaeranos consideran el cielo, aún no tenía sueño. Comí un par de huevos de gallina en un local que no conocía, y luego volví a la oficina, lo cual me ganó que Melestav enarcara una ceja.

Inspeccioné la oficina y me aseguré de que todo funcionaba como era debido. Una vez, mucho tiempo antes, había dejado la oficina en manos de Kragar durante unos días, y la había convertido en un desastre, desde el punto de vista organizativo, pero daba la impresión de que había aprendido desde entonces. Había un par de notas avisando de que algunas personas querían verme por asuntos de negocios, pero no eran urgentes, de modo que decidí aparcarlas. Después me lo pensé mejor y las pasé a Melestav, con instrucciones de que Kragar las investigara un poco mas. Cuando alguien quiere verte (y alguien desea tu cabeza), puede que sea una celada. Sólo para satisfacer vuestra curiosidad, ambas eran legítimas.

Me habría ido a dormir, pero todavía estaba demasiado excitado. Bajé al laboratorio, me quité la capa y el justillo, y limpié el lugar, algo necesario desde hacía tiempo. Tiré todos los carbones viejos, barrí y hasta saqué el polvo, que me hizo toser un poco.

Volví arriba, me duché y abandoné el edificio. Loiosh me precedió, y procedimos con mucha cautela. Regresé poco a poco hacia Adrilankha Sur, sin descuidar la vigilancia. Era antes de mediodía.

Me pare a comer en un local que detestaba a los orientales, a los jheregs, o a ambos. Cocieron demasiado el kethna, el vino no estaba frío y el servicio era lento, incluso un poco grosero. No podía hacer gran cosa porque estaba fuera de mi zona, pero les di una lección: di una propina generosa al camarero y pagué de más por la comida. Que hicieran cábalas.

A medida que me acercaba a Adrilankha Sur por Ruedaderecha, empecé a percibir cierta tensión y exaltación en las caras con las que me cruzaba. Sí. Aquellos orientales estaban preparando algo. Vi a un par de Guardias del Fénix que caminaban a buen paso en mi misma dirección, y procuré pasar desapercibido hasta que desaparecieron.

Me detuve a un par de manzanas de Carpintería para estudiar la situación. En aquel punto, la calle era muy ancha, pues se trataba de una ruta principal para los productos procedentes de Adrilankha Sur. Había multitudes de dragaeranos (tecklas, y algunos oreas y jhegaalas) que miraban hacia el oeste o se encaminaban en aquella dirección. Pensé en enviar a Loiosh para que echara un vistazo, pero no quería separarme de él durante mucho rato; aún tenía que preocuparme por mi presunto asesino. Avancé otra manzana hacia el oeste, pero la calle se curvó y no pude ver Carpintería.

¿Habéis presenciado una pelea en una posada? A veces, adivinas lo que va a pasar antes de ver la pelea, porque el tipo que tienes al lado mueve la cabeza a su alrededor, medio se levanta y mira fijamente, y entonces ves a dos o tres personas que retroceden de algo oculto por alguien erguido ante ti. De pronto, todas tus terminaciones nerviosas reaccionan, te levantas y retrocedes un poco, y ves a los camorristas.

Bien, era algo parecido. Al final de la manzana, donde se curvaba un poco hacia el norte, todo el mundo estaba mirando hacia Carpintería, y se desarrollaban el tipo de conversaciones que tienen lugar cuando miras al objeto de tu interés en lugar de a la persona con la que hablas. Me fije en cinco dragaeranos con libreas del Fénix, de aspecto oficioso, pero no hacían nada. Decidí que estaban esperando órdenes.

Recorrí aquella última manzana con mucha parsimonia. Empecé a oír algunos gritos. Cuando doblé la esquina, sólo vi una muralla de dragaeranos, alineados a lo largo de Carpintería, entre la Lonja de Cereales y los almacenes de Molly. Había algunos uniformes presentes. Busqué posibles asesinos y empecé a abrirme paso entre la multitud.

Jefe.

¿Sí?

¿Y si te está esperando entre la gente?

Tú le verás antes de que él me liquide.

Ah. Bien, entonces no hay problema.

Tenía razón, pero no podía hacer nada al respecto. Abrirse paso entre una multitud de gente sin que nadie se fije en ti no es muy fácil, a menos que seas Kragar. Exigió toda mi concentración, lo cual significa que no me quedó ni una pizca para el que intentara asesinarme. Es difícil describir cómo se hace, pero es algo que se puede aprender. Implica un montón de cosillas, como mantener la atención concentrada en la misma dirección que todo el mundo. Es sorprendente lo mucho que ayuda. En ocasiones, hundes un codo en las costillas de alguien, porque se fijaría en ti si no lo hicieras. Has de adaptarte al ritmo de la multitud y fundirte con ella. Sé que suena raro, pero no se me ocurre nada más. Kiera la Ladrona me enseñó, y ni siquiera ella es capaz de explicarlo, pero las explicaciones sobran. Llegué a la vanguardia de la multitud sin llamar la atención. Dejémoslo así. Y cuando llegué, vi el motivo del alboroto.

Creo que cuando oí a Cawti hablar de levantar barricadas, imaginé que reunirían un montón de troncos y los apilarían en mitad de la calle a la suficiente altura para impedir que pasara la gente. Pero no era así. Daba la impresión de que habían construido la barricada con cosas que nadie quería. Oh, claro, había algunos trozos de madera, pero eso sólo era el principio. Había varias sillas rotas, parte de una mesa grande, herramientas de jardinería estropeadas, colchones, los restos de un sofá, incluso un lavabo de porcelana con la tubería de desagüe que apuntaba al cielo.

Abarcaba todo el cruce, y vi que surgía humo de detrás, como si alguien hubiera encendido un fuego. Había unas cincuenta personas al otro lado. Contemplaban a los dragaeranos y escuchaban los insultos sin pestañear. Los orientales y tecklas que defendían la barricada iban armados con bastones, cuchillos y algunas espadas más de las que había visto el día anterior. Los de mi lado iban desarmados. Los Guardias del Fénix, una veintena, llevaban las armas envainadas. Una o dos veces, un dragaerano hacía ademán de trepar a la barricada, pero diez o quince

orientales se colocaban ante él, muy juntos, y el tipo desistía. Cuando eso ocurría, los uniformes observaban con atención, como dispuestos a intervenir, pero se tranquilizaban cuando el dragaerano retrocedía.

Desde el otro lado de la calle avanzó un carro tirado por un buey. Recorrió la mitad de la manzana. Tres orientales se acercaron y hablaron con la conductora, que era dragaerana. Conversaron un rato, y oí que la conductora maldecía, pero al fin dio media vuelta y volvió sobre sus pasos.

Era como Cawti había dicho: no dejaban entrar o salir a nadie de Adrilankha Sur. Habían erigido un muro improvisado y, por si no fuera suficiente, los orientales que lo custodiaban estaban dispuestos a rechazar a cualquiera que lo escalara. Nadie iba a pasar.

Cuando hube visto todo cuanto deseaba, bajé por la calle en dirección al piso de Kelly, en la suposición de que algo se estaría cociendo allí. Me lo tomé con calma, y me desvié un par de veces por calles que cruzaban Carpintería para ver si todo seguía igual, como así era. Las mayores multitudes se concentraban en Carpintería y Ruedaderecha, porque era el cruce más grande y transitado, pero las demás también estaban abarrotadas. Vi algunas repeticiones de escenas que ya había presenciado. Resultaba aburrido, así que me marché.

Llegué al lugar donde solía apostarme, frente al piso de Kelly, verifiqué mis armas y me dispuse a esperar. Ya hacía bastantes días que iba, sin alteraciones. A menos que me hubiera equivocado por completo sobre las intenciones asesinas de Herth (cosa que no podía creer), el asesino tenía que darse cuenta de que era su gran oportunidad. A menos que sospechara una trampa. ¿Habría sospechado yo una trampa? Lo ignoro.

No había mucha actividad en casa de Kelly. Paresh montaba guardia fuera, con dos orientales que no reconocí. Entraba y salía gente cada tanto, pero no había señal de la actividad frenética de los últimos días. Transcurrió una hora o más, mientras yo me esforzaba por estar alerta y preparado. Empezaba a sentirme cansado por la falta de sueño, lo cual me preocupaba. No es bueno sentirse cansado cuando esperas un atentado contra tu vida. También me sentía sucio y mugriento, pero me daba igual, porque concordaba con mi estado de ánimo.

La primera señal de que algo estaba pasando ocurrió cuando Cawti y Gregory aparecieron, a toda prisa, y desaparecieron en su cuartel general. Pocos minutos después Gregory salió corriendo. Verifiqué mis armas, porque me pareció lo más apropiado. Diez minutos más tarde, un grupo de unas cuarenta personas, guiadas por Gregory, apareció y se quedó por las cercanías.

Transcurrido un minuto, llegaron cuatro Guardias del Fénix y se apostaron ante la puerta de Kelly. De repente, sentí la boca muy seca. Cuatro Guardias del Fénix y cuarenta orientales y tecklas, sí, pero estaba asustado por los orientales y los tecklas.

Me pregunté si su presencia significaba que se habían retirado las barricadas o que ellos habían demolido las barricadas, pero después comprendí que habría más Guardias del Fénix apostados en Adrilankha Sur todo el tiempo. Supuse que no tardaríamos en ver más. Luego observé algo: de los cuatro guardias, tres iban ataviados de verde, pardo y amarillo. Miré con más atención. Sí, aquellos cuatro Guardias del Fénix eran tres tecklas y un dragón. Lo cual significaba que la situación preocupaba lo bastante al Imperio para utilizar tecklas reclutados. Me humedecí los labios.

Cawti salió y se puso a hablar con el Señor Dragón. Aún llevaba los colores jheregs, y Rocza iba sobre su hombro. No sé qué efecto obró en el dragón, pero supuse que no rezumaba buena voluntad.

Hablaron un rato, y el dragón llevó la mano al pomo de su espada. Contuve el aliento. Una regla jhereg inquebrantable es que no se matan guardias imperiales. Por otra parte, no tenía nada claro que me fuera a quedar alguna elección. No me controlo tanto como a veces me gusta creer. Quizá es lo que he aprendido de todo esto.

Sin embargo, el guardia no desenvainó su arma, se limitó a aferraría. Además, Cawti sabía cuidar de sí misma, y los guardias estaban en una desventaja de diez a uno. Recordé que debía estar alerta al presunto asesino.

Llegaron ocho Guardias del Fénix más. Después otros cuatro. La proporción seguía siendo de tres tecklas por cada dragón. Uno del último grupo sostuvo una breve conferencia con el tipo que había hablado con Cawti, y después ella (el nuevo guardia) reanudó las negociaciones. Supuse que su rango era superior al del otro. Entonces aparecieron unos treinta partidarios de Kelly más, y casi pudo sentirse que la temperatura de la zona aumentaba. Vi que Cawti negaba con la cabeza. Hablaron un rato más y Cawti volvió a menear la cabeza. Me dieron ganas de ponerme en contacto con ella, para decir, eh, estoy aquí, ¿puedo hacer algo?, pero ya sabía la contestación, y preguntar sólo serviría para distraerla.

Mantente alerta, Vlad, me dije.

La guardia se alejó de Cawti con brusquedad y oí que daba órdenes con voz clara y firme.

—Retroceded nueve metros. Las armas envainadas, y preparados.

Los guardias obedecieron al instante. Los dragones tenían un aspecto eficiente y elegante con sus uniformes negros ribeteados de plata, con las insignias y la media capa de los Fénix. Los guardias tecklas parecían un poco ridículos con su indumentaria de campesino, las insignias del Fénix y las medias capas doradas. Tuve la sensación de que intentaban aparentar serenidad. Cawti volvió a entrar. Natalia y Paresh salieron y circularon entre los orientales. Hablaron con grupos pequeños. Para prepararles, probablemente.

Veinte minutos después llegaron otros cuarenta o cincuenta ciudadanos. Todos portaban cuchillos largos, casi como espadas. Eran hombres musculosos y empuñaban los cuchillos como si supieran utilizarlos. Se me ocurrió que debían proceder de algún matadero. Diez minutos más tarde, llegaron otros veinte Guardias del Fénix. Este trajín se sucedió durante otra hora, y la calle se fue llenando, hasta que ya no pude ver la puerta de Kelly. No obstante, veía a la capitana (o lo que fuera, pues ignoraba su rango) de los Guardias del Fénix. Veía su cabeza medio de perfil, unos nueve metros a mi derecha. Me recordaba un poco a Morrolan (facciones dragón), pero no era tan alta. Me dio la sensación de que la situación no era de su agrado. Sólo había que luchar contra tecklas y orientales, pero eran muchos, en su propio territorio, y tres cuartas partes de sus fuerzas estaban compuestas por tecklas. Me pregunté qué estaba tramando Kelly. Mi suposición (y estaba en lo cierto) era que la emperatriz había averiguado quién era el cerebro dirigente de los disturbios y había enviado a sus guardias para detenerle, y él no tenía la menor intención de ir.

Bien, pero ¿iba a permitir que doscientos de los suyos murieran por impedirlo? Claro, era lógico. Seguía un principio. ¿Qué más daba si moría gente? Lo que me desconcertaba era que aquello no le iba a salvar, a menos que ganara. Tecklas o no, también había dragones entre los guardias (y un dzur, observé). Algunos debían de ser hechiceros. Podía desembocar en un baño de sangre. Paresh era un hechicero, por supuesto, y también Cawti, pero no me gustaba el reparto de posibilidades.

Estaba enfrascado en mis cálculos, cuando llegó otro grupo, compuesto de seis personas que rodeaban a una séptima, todos dragaeranos. Los seis debían ser guardaespaldas o músculos jheregs. El séptimo era Herth.

Las palmas me empezaron a sudar y picar al mismo tiempo. Sabía que no podía hacer nada en aquel momento y sobrevivir a ello, pero ¡cómo lo deseaba, Verra! Ignoraba que me quedara tanta capacidad para odiar hasta el momento en que vi al hombre que me había torturado y doblegado, obligado a proporcionarle información para destruir a un grupo por el que mi mujer estaba dispuesta a dar la vida. Era como si encarnara toda la bilis que había tragado en mi vida. Me quedé inmóvil, tembloroso de odio.

Loiosh me apretó el hombro. Intenté relajarme y estar alerta, por si el asesino atacaba.

Herth localizó a la capitana y se encaminó hacia ella. Un par de guardias se interpusieron entre ambos, los guardaespaldas de Herth les plantaron cara, y yo me pregunté si iba a ver una batalla diferente de la que suponía. Sin embargo, la capitana apartó a los guardias y se encaró con Herth. Éste se detuvo a unos seis metros de distancia y sus guardaespaldas retrocedieron. Yo veía a los dos con perfecta claridad. Herth estaba a mi alcance. Habría podido derribar a dos de sus guardaespaldas con un par de cuchillos arrojadizos, dispersado a los demás con un puñado de shurikens y alcanzado a Herth antes de que los dragones me lo impidieran. No habría salido con vida, pero me lo habría llevado por delante. En cambio, me acurruqué en la esquina del edificio, miré, escuché y maldije para mis adentros.

—Buenas tardes, teniente —dijo Herth. Me había equivocado con respecto a su rango. ¿Y qué?

—¿Qué quieres, jhereg?

La voz de la dragón era áspera y enérgica. Casi adiviné que no le gustaban los jheregs.

—Da la impresión de que tenéis un problema.

La mujer escupió.

—Dentro de cinco minutos ya no lo tendré. Ahora, largo de aquí.

—Creo que puedo arreglar este problema pacíficamente, teniente.

—Y yo puedo arreglar que te…

—A menos que os guste masacrar civiles. Tal vez sea verdad. No lo sé.

Ella le contempló un rato. Después se acercó a pocos centímetros de él. Uno de los guardaespaldas se adelantó. Herth le indicó con un ademán que se detuviera. La teniente desenvainó lenta y cautelosamente un cuchillo de combate largo, de la funda contigua a su espada. Sin apartar los ojos de Herth, comprobó su filo con el pulgar. Después se lo enseñó. A continuación lo deslizó sobre la mejilla de Herth. Primero por un lado, luego por el otro. Vi líneas rojas donde le había cortado. Herth ni siquiera pestañeó. Cuando la teniente terminó, secó la hoja con su capa, la envainó y se alejó poco a poco de él.

—Teniente —dijo Herth.

La mujer se volvió.

—¿Sí?

—Mi oferta sigue en pie.

Ella le examinó un momento.

—¿Cuál es la oferta?

—Dejadme hablar con esta persona, la que está dentro, y permitidme convencerla de que ponga fin a este estúpido bloqueo.

La mujer asintió lentamente.

—Muy bien, jhereg. Su tiempo ha concluido. Te concedo diez minutos más. Ya puedes proceder.

Herth se volvió hacia la puerta del piso de Kelly, pero al mismo tiempo oí que se abría (sólo entonces me di cuenta del silencio que reinaba en la calle). Al principio, no pude ver la puerta, pero entonces los orientales que la custodiaban se apartaron y vi a Kelly, bajo y gordo, con Paresh a un lado y Cawti al otro. La atención de Paresh estaba concentrada en Herth, y sus ojos eran como dagas. Cawti estaba evaluando la situación como una profesional, y su cinta negra de la cabeza se me antojó de pronto absurda. No obstante, lo que más atrajo mi atención fue que Herth me daba la espalda y sólo se interponía entre nosotros un guardaespaldas. Me supo mal no hacer nada al respecto.

Kelly fue el primero en hablar.

—De manera que tú eres Herth.

Tenía los ojos tan entornados que no se podían ver. Su voz era clara y fuerte.

Herth asintió.

—Tú debes ser Kelly. ¿Entramos y hablamos?

—No —replicó Kelly—. Todo el mundo puede oír lo que tengas que decir, y todo el mundo puede oír mi respuesta.

Herth se encogió de hombros.

—Muy bien. Creo que comprendes la situación en que te has metido.

—Con más claridad que tú o esa amiga tuya, que te ha cortado la cara antes de satisfacer tus deseos.

Aquellas palabras enmudecieron a Herth unos momentos.

—Bien —dijo a continuación—, te concedo la oportunidad de seguir con vida. Si desalojas…

—La Guardia del Fénix no nos atacará.

Herth calló, y luego lanzó una risita. Parecía que la teniente se lo estaba pasando en grande.

Entonces me fijé en Natalia, Paresh y dos orientales que no conocía. Estaban recorriendo la hilera de Guardias del Fénix y daban a cada uno, incluso a los dragones, una hoja de papel. Los dragones la miraron y tiraron, los tecklas empezaron a hablar entre sí, y la leyeron en voz alta para los que no sabían leer.

Herth contempló la escena, con aspecto algo preocupado, la expresión de la teniente era similar, sólo que parecía un poco irritada.

—Muy bien —dijo—, ya es suficiente…

—¿Cuál es el problema? —preguntó Kelly—. ¿Tienes miedo de lo que harán si leen eso?

La teniente giró en redondo y le miró, y sostuvieron la mirada un momento. Eché un vistazo al papel que alguien había tirado y que la brisa me había acercado. Empezaba: «hermanos, reclutas» en letras grandes. Debajo, antes de que la brisa se lo llevara, leí: «A vosotros, reclutas tecklas, se os ha incitado contra nosotros, orientales y tecklas. Este plan ha sido llevado a la práctica por nuestros enemigos comunes, los opresores, los escasos privilegiados: generales, banqueros, terratenientes…».

La teniente dio media vuelta y cogió al vuelo una de las hojas. La leyó. Era bastante larga, de modo que tardó un rato. A medida que leía, iba palideciendo, y vi que su mandíbula se tensaba. Miró a sus hombres, muchos de los cuales habían roto la formación y estaban comentando el panfleto. Algunos lo agitaban, como si estuvieran exaltados.

En aquel momento, Kelly empezó a hablar sobre la cabeza de Herth, por así decirlo.

—¡Hermanos! ¡Reclutas tecklas! Vuestros amos, los generales, los capitanes, los aristócratas, se preparan para lanzaros contra nosotros, que nos estamos organizando para combatirlos, para defender nuestro derecho a una vida decente, para caminar por las calles sin miedo. Unios a nosotros, porque nuestra causa es justa. Si no lo hacéis, no permitáis que os lancen contra nosotros, porque el acero de nuestras armas es tan frío como el vuestro.

Cuando empezó a hablar, Herth frunció el ceño y retrocedió. La teniente no paraba de hacer gestos en dirección a Kelly, como si le ordenara que callara. Después volvió hacia sus soldados, como para indicarles que avanzaran. Cuando Kelly dejó de hablar, se hizo el silencio en toda la calle.

Asentí. Pese a mi opinión sobre Kelly, había manejado la situación de una forma que no me esperaba, y daba la impresión de que le estaba saliendo bien. Al menos, la teniente no sabía qué hacer.

Herth habló por fin.

—¿Esperas que vas a lograr algo? —preguntó. Se me antojó una reacción bastante débil. Por lo visto, Kelly tuvo la misma impresión, porque no contestó—. Si has terminado tu discurso. y confías en evitar tu detención o la matanza, sugiero que tú y yo pactemos…

—Tú y yo no tenemos nada que pactar. Queremos que tú y los tuyos abandonéis el barrio de una vez por todas, y no descansaremos hasta lograrlo. Una discusión entre nosotros carece de base.

Herth miró a Kelly desde su estatura, y yo imaginé, si bien no pude verla, la fría sonrisa que aparecía en su rostro.

—Como quieras, bigotes —dijo—. Nadie podrá decir que no lo intenté.

Se volvió y caminó hacia la teniente.

Entonces la aparición de una persona que se abría paso hacia ellos me distrajo. Al principio, no me fijé en ella, porque estaba mirando a Kelly y Herth, pero tenía que haber llegado desde el principio de la calle. Se detuvo ante la puerta del piso de Kelly.

—¡Cawti! —dijo la voz. como procedente de la nada.

Yo conocía aquella voz, pero era la que menos me esperaba en aquel momento.

Miré a Cawti. Ella estaba tan asombrada como yo, con la vista clavada en el oriental viejo, calvo y frágil parado a su lado.

—Hemos de hablar —dijo mi abuelo.

No daba crédito a mis oídos. Su voz, en el silencio total que había seguido a la confrontación entre Kelly y Herth, se oyó con claridad en el lado de la calle donde me guarecía yo. ¿Iba a exhibir los trapos sucios de la familia en público? ¿Ahora? ¿En público? ¿Qué se proponía?

—Noish-pa —dijo ella—. Ahora no. ¿No ves…?

—Claro que lo veo. Sí, ahora.

Se apoyaba en un bastón. Yo conocía aquel bastón. El extremo se desenroscaba y ocultaba… ¿una espada? Cielos, no. Llevaba un espadín al cinto. El bastón contenía cuatro botellines de licor de melocotón fenariano. Ambrus estaba encorvado sobre su hombro y no parecía más preocupado que el abuelo. Herth no sabía qué hacer con él, y una rápida mirada me dijo que la teniente estaba tan perpleja como yo. Se estaba mordiendo el labio.

—Hemos de salir de la calle para hablar —dijo mi abuelo.

Cawti no sabía qué decir.

Empecé a maldecir para mis adentros. Ya no había otra solución: tenía que intervenir. No podía permitir que mi abuelo se mezclara en aquello.

Entonces la teniente atrajo de nuevo mi atención. Se irguió en toda su estatura. Sus soldados parecían estar sumidos todavía en un estado de confusión. Hablaban en tono animado sobre el discurso de Kelly. La teniente se volvió hacia la turba de orientales y dijo en voz alta:

—Dispersaos todos.

Nadie se movió. Desenvainó su espada, de un tipo muy raro, que se curvaba al revés de las otras, como una cimitarra. Kelly y Herth se miraron. Los ojos de Cawti se desplazaron entre la teniente, mi abuelo, Kelly y Herth. Dejé caer una daga en mi mano y me pregunté qué iba a hacer con ella.

La teniente vaciló, contempló a sus soldados.

—Preparad las armas —gritó.

Se oyó un sonido acerado cuando los dragones, y unos pocos tecklas, desenvainaron sus espadas. Los orientales aferraron sus armas y avanzaron, hasta formar una sólida muralla. Dirigí una mirada a Kelly, que estaba mirando a mi abuelo, que le estaba mirando. Intercambiaron unos cabeceos, como si fueran viejos conocidos. Interesante.

Mi abuelo desenvainó su espadín.

—No deberías estar aquí —dijo a Cawti.

—Padraic Kelly —dijo la teniente con voz vibrante—, te detengo en nombre de la emperatriz. Sígueme al instante.

—No —replicó Kelly—. Dile a la emperatriz que, como no ordene una investigación completa sobre el asesinato de nuestros camaradas, mañana nadie podrá entrar o salir de nuestra ciudad, y pasado mañana se cerrarán los muelles. Y si nos ataca ahora, el Imperio se desmoronará al amanecer.

—¡Adelante! —gritó la teniente, y los Guardias del Fénix avanzaron un paso hacia los orientales, y entonces supe para qué podía utilizar la daga, porque en el espacio de un solo instante Kelly, mi abuelo, incluso Cawti, fueron expulsados de mi mente. La atención de todo el mundo estaba concentrada en los Guardias y los orientales. La de todo el mundo, excepto la mía. Mi atención estaba concentrada en la espalda de Herth, que se erguía a unos doce metros de mí.

Ahora era mío. Ni siquiera sus guardaespaldas le hacían caso. Ahora podía liquidarle y desaparecer, limpiamente. Era como si toda mi vida dependiera de un solo golpe de un estilete de veinte centímetros.

Gracias a la costumbre adquirida durante los últimos cuatro días, me permití una última precaución antes de apartarme de la pared. Después avancé un paso hacia Herth, con el cuchillo pegado a mi cuerpo.

Entonces Loiosh chilló en mi mente y, de repente, un cuchillo voló hacia mi garganta. Iba sujeto a un dragaerano ataviado con los colores de la Casa Jhereg.

El asesino se había decidido por fin.