8
«… quitar polvo y hollín de ambas…»
Recuerdo el Muro de la Tumba de Baritt.
En realidad, no era una tumba; no había ningún cadáver en su interior. Los seriolis son aficionados a las tumbas. Las construyen bajo tierra o en mitad de las montañas, y meten dentro a los muertos. A mí se me antoja siniestro. A veces, los dragaeranos construyen monumentos a los peces gordos muertos, como Baritt, y cuando construyen uno lo llaman tumba, porque se parece a lo que utilizan los seriolis, y porque los dragaeranos no son muy despiertos.
La Tumba de Baritt era enorme en todos los sentidos, una monstruosidad de pizarra gris, con dibujos y símbolos tallados en ella. Estaba emplazada hacia el este, en lo alto de los montes Orientales, cerca de un lugar donde los dragaeranos compran a los orientales pimienta roja oriental y otras cosas. En una ocasión, fui a caer en mitad de una batalla que tuvo lugar allí. Nunca olvidaré la impresión. Un ejército estaba compuesto de orientales que murieron, y el otro estaba compuesto de tecklas que murieron. En el bando de los dragaeranos había un par de Señores Dragón que no corrieron peligro en ningún momento. Es un recuerdo imborrable. Nadie iba a hacer daño a Morrolan o Aliera, y éstos repartían mandobles a diestro y siniestro como deidades míticas. También recuerdo que contemplé todo esto y estuve a punto de devorarme el labio, de pura impotencia.
La empresa no fue en vano. O sea, Morrolan consiguió una buena pelea, Sethra la Menor consiguió la espada de Kieron, en tanto Aliera consiguió otra más grande que ella, y yo conseguí aprender que nunca puedes irte a tu casa. En la batalla no pude hacer nada, a menos que quisiera ser uno de los tecklas o uno de los orientales que caían como moscas desde monte Zerika, así que me limité a mirar.
Eso fue lo que acudió a mi mente en aquel momento. De hecho, siempre que me siento impotente, ese recuerdo vuelve a torturarme. Cada grito de cada oriental herido, incluso de cada teckla, resuena en mi interior. Sé que los dragones consideran el asesinato menos «honorable» que masacrar orientales, pero nunca he comprendido el motivo. Sin embargo, aquella batalla me enseñó qué es la inutilidad. Tantas muertes para un resultado tan ínfimo.
Por supuesto, al final hice… algo, pero ésa es otra historia. Lo que recuerdo es la impotencia.
Cawti no me hablaba.
No es que se negara a decir algo, es que no tenía nada que decir. Paseé por la casa descalzo toda la mañana, aporreé sin demasiadas ganas a los jheregs con quienes me crucé y miré por varias ventanas, con la esperanza de que alguna mostrara algo interesante. Lancé un par de cuchillos a nuestro blanco del vestíbulo y fallé. Por fin, cogí a Loiosh y me fui a la oficina, con la máxima cautela durante todo el trayecto.
Kragar me estaba esperando. Parecía disgustado. Perfecto. ¿Por qué iba a ser diferente?
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Herth.
—¿Qué le pasa?
—No tiene amante, no come sopa, no da…
—¿Qué quieres decir? ¿No has descubierto nada sobre él?
—No, y le he investigado a fondo. La buena noticia consiste en que no es un hechicero, pero aparte de eso, es como tú. No tiene un horario regular, ni oficina tampoco. Dirige el negocio desde su casa. Nunca visita la misma posada dos veces seguidas, y sus movimientos son impredecibles.
Suspiré.
—Me lo suponía. Bien, persevera. Al final, aparecerá algo. Nadie vive al azar por completo.
Asintió y salió.
Apoyé los pies en el escritorio, los bajé. Me levanté y paseé. Pensé de nuevo que Herth planeaba liquidarme. Tenía que haber alguien allí fuera, ahora mismo, que intentaba espiar mis movimientos para cazarme. Miré por la ventana de la oficina, pero no vi a nadie en la acera de enfrente con un cuchillo en la mano. Volví a sentarme. Aunque lograra cargarme antes a Herth, quien hubiera recibido el dinero aún estaba comprometido a matarme. Me estremecí.
Al menos, había algo positivo: podía relajarme unos días con respecto a Cawti. Herth les había dado otra sutil advertencia. No haría nada más hasta comprobar el efecto causado. Esto significaba que podía dedicar mis esfuerzos a conservar mi vida. ¿Cómo? Bien, podía ganar tiempo matando a quien me siguiera, lo cual obligaría a Herth a buscar otro asesino.
Buena idea, Vlad. Ahora, ¿cómo vas a hacerlo?
Pensé en un modo. A Loiosh no le gustó. Le pregunté si se le ocurría alguna otra sugerencia, y no era el caso. Decidí hacerlo cuanto antes, antes de darme cuenta de lo estúpida que era la idea. Me levanté y salí de la oficina sin dirigir la palabra a nadie.
* * *
Loiosh intentó localizarle mientras yo paseaba por el barrio para controlar mis negocios, pero no lo logró. O no me seguían, o el tipo era hábil. Dediqué la mitad de la mañana y parte de la tarde a esto. Mi esfuerzo no iba dirigido tanto a localizar al asesino como a comprobar si me sentía seguro. Tratar de aparentar calma en tales circunstancias no es fácil.
Por fin, ya avanzada la tarde, me dirigí al distrito de los orientales. Me aposté cerca del cuartel general de Kelly, a la misma hora que los dos días anteriores, y esperé. Mi interés por la gente que entraba y salía era muy relativo, pero advertí que había una gran actividad. Cawti apareció con mi amigo Gregory, cargados con grandes cajas. Orientales y tecklas que no reconocí entraron y salieron de la casa durante todo el día. Como ya he dicho, no me fijaba demasiado. Esperaba a que el asesino tomara la iniciativa.
Debéis saber que no era el lugar adecuado para liquidarme. Yo estaba casi escondido por la esquina de un edificio y podía ver casi todo lo que me rodeaba. Loiosh vigilaba por encima de mi cabeza. No obstante, era el único lugar al que había acudido a la misma hora durante los últimos días. Si insistía, el tipo se daría cuenta de que aquélla era su gran oportunidad. La cogería al vuelo, y quizá pudiera matarle, lo cual me proporcionaría un respiro mientras Herth buscaba a otro.
Lo peor era que no tenía ni idea de cuándo actuaría. Estar alerta ante un ataque durante varias horas no es sencillo, sobre todo cuando quieres machacar a alguien por puro placer.
Orientales y tecklas seguían yendo y viniendo de la casa de Kelly. A medida que avanzaba la tarde, iban saliendo cargados con montones de papel. Uno de ellos, un teckla al que no reconocí, salió con un bote, brochas y hojas de papel, que empezó a pegar en las paredes de los edificios. Los transeúntes se paraban a leerlos, y luego seguían su camino.
Pasé varias horas allí, pero el presunto asesino no hizo acto de presencia. No debía tener prisa. También era posible que se le hubiera ocurrido un lugar mejor donde apiolarme. Volví a casa con especial cautela. Llegué sin el menor incidente. Cawti aún no había llegado cuando me fui a dormir.
* * *
Al día siguiente me levanté sin despertarla. Limpié un poco la casa, preparé klava, me senté a beber y practiqué esgrima con mi sombra. Loiosh estaba sumido en una profunda conversación con Rocza, hasta que Cawti se levantó un poco más tarde y se la llevó. Cawti se marchó sin decir palabra. Me quedé en casa hasta bien avanzada la tarde, cuando volví al mismo lugar.
El día anterior me había fijado en que la gente de Kelly parecía muy ocupada. Hoy, la casa estaba desierta. No se desarrollaba la menor actividad. Al cabo de un rato, abandoné con cautela mi escondite y miré uno de los carteles que habían pegado el día anterior. Anunciaba una asamblea, que se celebraría hoy, y decía algo sobre terminar con la opresión y el crimen.
Pensé en sumarme a la asamblea, pero decidí que no tenía ganas de encontrarme con alguno de ellos otra vez. Volví a mi escondite y esperé. Más o menos en aquel momento empezaron a aparecer. Primero Kelly, junto con Paresh. Después, varios que no reconocí, luego Cawti, después más que no reconocí. La mayoría eran orientales, pero había algunos tecklas.
No paraban de venir. Había un tráfico constante en aquella casa diminuta, y más gente se estaba congregando en el exterior. Me picó tanto la curiosidad que un par de veces me sorprendí prestando más atención a la gente que al probable asesino, que debía estar vigilándome. Éste sería el…, ¿cuál?, el cuarto día que me apostaba aquí. De haber sido impulsivo el asesino, me hubiera atacado el tercero. Si era excepcionalmente cauto, esperaría otro par de días, o a sorprenderme en un lugar más de su gusto. ¿Qué habría hecho yo? Interesante pregunta. Habría esperado a un sitio mejor, o habría actuado hoy. Casi sonreí, de pensar así. Hoy es el día que me habría suicidado si me hubieran pagado por hacerlo.
Sacudí la cabeza. Mi mente divagaba de nuevo. Loiosh abandonó mi hombro, revoloteó un poco y volvió a su sitio.
O no está aquí, o se ha escondido bien, jefe.
Sí. ¿Qué opinas de tantas idas y venidas?
No sé. Se remueven como un nido de avispas.
La actividad no disminuyó. A medida que avanzaba la tarde, más y más orientales, además de algunos tecklas, entraban un rato en el piso de Kelly y salían, a menudo cargados con montones de papel. Reparé en un grupo de seis que salían con cintas negras en la cabeza que antes no llevaban. Poco después entró otro grupo, y también salió con cintas negras. Cawti, como los otros que yo conocía, se asomaba cada hora o así. Una vez que salió también llevaba la cinta negra en la cabeza. La vi sobre su frente porque conjuntaba a la perfección con su pelo, pero pensé que le sentaba muy bien.
Ya anochecía cuando observé que uno de los grupos llevaba bastones. Miré con más atención y vi que uno tenía un cuchillo. Me humedecí los labios, recordé que debía vigilar la posible aparición de mi perseguidor, y seguí alerta.
Aún no sabía qué estaba pasando, pero no me sorprendió, pasada otra hora o así, ver más y más grupos de orientales armados con bastones, cuchillos, destrales, e incluso alguna espada o lanza.
Por lo visto, algo estaba pasando.
Experimentaba sentimientos encontrados. Por raro que parezca, me sentía complacido. No tenía ni idea de que aquella gente tuviera tanto poder de convocatoria. Habría un centenar de orientales armados en la calle. Me proporcionó una especie de orgullo indirecto. Por otra parte, también sabía que, si esto continuaba, atraerían el tipo de atención que podía traerles malas consecuencias a todos. Me sudaban las palmas, y no era sólo de preocupación por el asesino, que no debía andar lejos.
De hecho, me di cuenta de que casi podía relajarme a ese respecto. Si era del tipo atrevido, ahora sería el momento perfecto para atacarme. Pero si lo era, ya habría actuado ayer o anteayer. Intuía que era más de mi tipo. Yo no me habría acercado a un barullo como aquél. Me gusta ceñirme a un plan, y era improbable que cien orientales armados y encolerizados entraran en los planes del tipo.
La calle continuaba llenándose de gente. De hecho, estaba abarrotada. Orientales armados pasaban ante mis propias narices. Hice lo que pude por pasar desapercibido, con un pie en la calle y otro fuera. No tenía ni puta idea de qué estaban haciendo, aparte de deambular por allí, pero daba la impresión de que todos lo consideraban importante. Pensé en largarme, pues estaba seguro de que el presunto asesino había volado mucho rato antes.
Entonces la puerta de Kelly se abrió y éste apareció, flanqueado por Paresh y Cawti, precedido por un par de orientales desconocidos para mí. No sé qué tiene ese tío, pero se hizo un silencio increíble. De pronto, toda la calle enmudeció. Un silencio casi sobrenatural. Todo el mundo se congregó alrededor de Kelly y esperó. Para hacer tan poco mido, todos debían estar conteniendo la respiración.
No subió a ninguna plataforma o similar, y era muy bajito, de modo que yo no le podía ver. Poco a poco, fui consciente de que estaba hablando, como si hubiera empezado en un susurro y fuera subiendo la voz cada vez más. Como no podía oírle, intenté juzgar la reacción que obtenía. Era difícil calibrarlo, pero daba la impresión de que todo el mundo le escuchaba.
Cuando alzó la voz, capté algunas frases, y cuando se puso a gritar, fragmentos más largos de su discurso.
—Nos piden que paguemos sus excesos —afirmó—, y nosotros decimos que no. Han perdido todos los derechos que alguna vez tuvieron a regir nuestros destinos. Ahora nosotros tenemos el derecho, y la obligación, de gobernarnos.
De pronto, bajó la voz de nuevo, pero al cabo de poco volvió a elevarla.
—Vosotros, los aquí reunidos, sois la vanguardia, y esta batalla sólo es la primera.
Y más tarde:
—No estamos ciegos a su poder, como ellos lo están al nuestro, pero tampoco estamos ciegos a sus puntos débiles.
Hubo más de lo mismo, pero yo estaba demasiado lejos para hacerme una idea precisa de lo que sucedía. De todos modos, agitaban armas en el aire, y vi que la calle estaba todavía más llena que cuando Kelly había empezado a perorar. Los de atrás no oían más que yo, pero empujaban hacia adelante, ansiosos. Reinaba una atmósfera casi de carnaval, sobre todo en la retaguardia de la muchedumbre. Alzaban sus bastones, cuchillos o hachas, los agitaban, chillaban. Se palmeaban los hombros, se abrazaban, y vi a un oriental que casi le cortó el cuello a un teckla cuando intentaba abrazarle.
No tenían la menor comprensión ni respeto hacia sus armas. Decidí que estaba acojonado y que lo mejor era irse. Salí de mi esquina y me encaminé a casa. Lo conseguí sin problemas.
* * *
Cuando Cawti llegó, cerca de la medianoche, sus ojos brillaban. Más que sus ojos, de hecho. Era como si tuviera una luz dentro de la cabeza, y algo del resplandor surgiera por los poros de su piel. Tenía una sonrisa en la cara, y sus menores movimientos, como quitarse la chaqueta y sacar una copa de vino de la vitrina, poseían un entusiasmo y vitalidad indiscutibles. Aún llevaba la cinta negra.
En otra época, me había mirado de esa forma.
Se sirvió una copa de vino, entró en la sala de estar y se sentó.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Por fin vamos a hacer algo —respondió—. Nos hemos puesto en movimiento. Es lo más excitante que puedo recordar.
Disimulé mi reacción lo mejor que pude.
—¿Y qué es eso?
Sonrió, y sus ojos parecieron bailar a la luz de las velas.
—Vamos a cerrar.
—¿Cerrar qué?
—Todo el barrio oriental: todo Adrilankha Sur.
Parpadeé.
—¿Qué quieres decir con cerrar?
—Ningún tráfico entrará o saldrá de Adrilankha Sur. Todos los comerciantes y campesinos que vienen del oeste tendrán que dar un rodeo. Se han colocado barricadas en Carpintería y Dosviñas.
Tardé un momento en asimilarlo. Por fin, «¿De qué servirá?» ganó la partida a «¿Cómo lo vais a hacer?».
—¿Quieres decir a corto plazo, o qué intentamos conseguir?
—Las dos cosas. —Pensé en cómo plantear la pregunta—. ¿No intentáis atraer a los campesinos a vuestro lado? A mí me parece que se pondrán furiosos si les obligáis a rodear Adrilankha Sur.
—En primer lugar, la mayoría no querrán dar la vuelta, sino que venderán a los orientales o darán media vuelta.
—¿Y así los pondréis de vuestro lado?
—Nacieron de nuestro lado. —Eso me dio algún problema, pero dejé que continuara—. No es que intentemos reclutarlos, convencerles de que se unan a algo, o demostrarles lo fantásticos que somos. Estamos en guerra.
—¿Y no os importan las bajas civiles?
—Oh, para ya. Claro que sí.
—Entonces ¿por qué sacáis la comida de la boca a esos campesinos que sólo intentan…?
—Tergiversas las cosas. Escucha, Vlad, es hora de que devolvamos los golpes. Es preciso. No vamos a permitir que piensen que pueden oprimirnos con toda impunidad, y nuestra única defensa es unir a las masas para que se defiendan. Y sí, alguien resultará herido, pero los grandes comerciantes, los oreas, los tsalmoths y los jhegaalas, se quedarán sin carne para sus mataderos. A ellos les dolerá más. Y la nobleza, acostumbrada a comer carne una o dos veces al día, se sentirá muy desdichada al cabo de poco tiempo.
—Si tan mal se siente, pedirá al Imperio que intervenga.
—Que lo pida. Que el Imperio lo intente. Todo el barrio es nuestro, y esto sólo es el principio. No hay suficientes dragones en la Guardia para reabrirlo.
—¿Por qué no pueden teleportarse detrás de vuestras barricadas?
—Sí que pueden. Que lo hagan. Ya verás lo que pasará.
—¿Qué pasará? Los Guardias del Fénix son guerreros bien entrenados, y sólo uno es capaz de…
—No puede hacer nada si le superan en una proporción de diez, veinte o treinta contra uno. Ya controlamos todo Adrilankha Sur, y eso sólo es el principio. Estamos encontrando apoyos en el resto de la ciudad y entre los estados más grandes que la circundan. De hecho, voy a empezar con eso mañana mismo. Voy a visitar algunos de esos mataderos y…
—Entiendo. Bien, ¿por qué?
—Nuestras exigencias a la emperatriz…
—¿Exigencias? ¿A la emperatriz? ¿Lo dices en serio?
—Sí.
—Er… De acuerdo. ¿Cuáles son?
—Hemos solicitado una investigación completa de los asesinatos de Sheryl y Franz.
La miré fijamente. Tragué saliva, seguí mirándola.
—No puedes hablar en serio —dije por fin.
—Pues claro que sí.
—¿Habéis acudido al Imperio?
—Sí.
—¿Me estás diciendo que, no sólo habéis acudido al Imperio por el asesinato de unos jheregs, sino que habéis exigido que sean investigados?
—Exacto.
—¡Eso es una locura! Cawti, entiendo que a Kelly o a Gregory se les ocurra una idea semejante, pero tú ya sabes cómo nosotros funcionamos.
—¿Nosotros?
—Corta el rollo. Estuviste años en la organización. Sabes lo que pasa cuando alguien acude al Imperio. Herth os matará a todos.
—¿A todos? ¿A cada uno de los miles de orientales, y dragaeranos, de Adrilankha Sur?
Meneé la cabeza. Ella lo sabía. Tenía que saberlo. Nunca, nunca, nunca vas con el cuento al Imperio. Ésa es una de las pocas cosas capaces de enfurecer lo bastante a un jhereg para contratar a alguien que utilice un arma Morganti. Cawti lo sabía. Y sin embargo, allí estaba, felicísima de que todos hubieran colocado sus cabezas en el tajo del verdugo.
—Cawti, ¿no te das cuenta de lo que estás haciendo?
Me miró con dureza.
—Sí. Me doy cuenta exactamente de lo que estamos haciendo. Creo que tú no. Por lo visto, piensas que Herth es una especie de dios. No lo es. No es lo bastante fuerte para derrotar a una ciudad, desde luego.
—Pero…
—Además, eso carece de importancia. No confiamos en que el Imperio haga justicia. Ya lo sabemos, y también todos los que viven en Adrilankha Sur. Nuestros miles de seguidores no nos apoyan por amor, sino por necesidad. Habrá una revolución porque la necesitan tanto que están dispuestos a morir por ella. Nos siguen porque lo sabemos, y porque no les mentimos. Ésta es sólo la primera batalla, pero es el comienzo, y vamos a ganar. Eso es lo importante, no Herth.
La miré.
—¿Cuánto has tardado en aprenderte eso de memoria? —pregunté por fin.
Ardieron hogueras detrás de sus ojos, una llamarada de cólera me golpeó, y me arrepentí de haber abierto la boca.
—Cawti…
Se levantó, se puso la capa y salió.
Si Loiosh hubiera dicho algo, probablemente le habría matado.