Epílogo adicional

UNA ESTRATEGIA PARA LA DEMOCRACIA

A finales de 2006, cuando éste libro estaba a punto de imprimirse en varios países, el caos de la política interior rusa salpicó los titulares de todo el mundo. Alexander Litvinenko, ciudadano británico y antiguo agente del KGB muy crítico con el Kremlin, fue asesinado con polonio 210, una sustancia radiactiva poco común. En este momento, la investigación sobre su muerte implica al menos a tres países.

El asesinato de Litvinenko sucedió inmediatamente después de que Moscú asesinara a la conocida periodista de investigación Anna Politkovskaya, el día del cumpleaños del presidente Vladimir Putin, nada menos. Los asesinatos han puesto en el punto de mira al régimen de Putin, que Occidente había aceptado como autocrático pero estable. De pronto, los medios de comunicación extranjeros se dan cuenta de lo que nosotros, la oposición rusa, venimos diciendo desde hace años. El Kremlin siempre ha estado más cerca de la dictadura que de la democracia y, además, no es estable en absoluto.

Ese interés ha provocado el correspondiente incremento de atención sobre mi papel personal en el movimiento de oposición, y preguntas sobre cómo ha contribuido a esa tarea mi trayectoria anterior como campeón de ajedrez. En ese sentido, mi editor planteó la posibilidad de incluir algunos comentarios de última hora sobre la manera en que he aplicado las lecciones expuestas en este libro a mi lucha política en Rusia.

Pero este epílogo es más que un requerimiento de la actualidad. Mientras escribía este libro y preparaba mis conferencias, he aprendido mucho sobre la forma de sintetizar aquellas enseñanzas y ponerlas en práctica. Lo cierto es que he aprendido de mi propio libro, confirmando el viejo dicho de que la mejor manera de aprender algo es enseñarlo.

El factor más importante, y más difícil, de mi nueva misión política era desarrollar un plan que infundiera vida a las fuerzas anti Putin. Fue como entrar en una partida de ajedrez que ya estaba en marcha, y descubrir que mi equipo se jugaba el jaque mate en cada movimiento. Inmediatamente establecí un paralelismo con el torneo de mi primer campeonato del mundo, el maratón contra Anatoli Karpov de 1984-1985. En aquella ocasión, estuve durante varios meses al borde del desastre total, una situación que exigía una estrategia totalmente nueva, basada en la supervivencia más que en el triunfo. Lo hice; sobreviví para luchar un día más, y en la siguiente ocasión que nos enfrentamos vencí.

Las fuerzas de oposición al Kremlin estaban en una situación igualmente precaria en 2004. Desgraciadamente, en esta partida nuestros oponentes cambian las reglas constantemente y siempre a su favor. Pero incluso en ese enfrentamiento impredecible e injusto, una buena estrategia significa la oportunidad de luchar. Empecé con los fundamentos de una planificación: una evaluación minuciosa de la posición y la identificación de sus elementos más vitales. Primero era necesario un esbozo del panorama completo. Era necesario separar a los aliados de los enemigos, una tarea bastante fácil en el mundo en blanco y negro del tablero de ajedrez, pero mucho más compleja en el terreno gris de la política.

Finalmente, vi claras dos cosas. Primero, que la continuada existencia de una oposición organizada al sistema represivo de Putin no estaba garantizada en absoluto. Necesitábamos atrincherarnos para sobrevivir o corríamos el peligro de ser expulsados por completo del tablero. No hay derrota noble o acuerdo pacífico con un adversario de ese tipo. Si te enfrentas a un régimen autoritario dispuesto a controlarlo todo, cada día que resistes envías al exterior un mensaje de esperanza: «Seguimos estando aquí». Sin acceso a la televisión ni a ningún medio de comunicación, controlados por el Estado, para nosotros era esencial encontrar otros modos para transmitir esas palabras vitales.

Segundo, era necesario formar una coalición. La oposición era un caos de pequeños grupos políticos y organizaciones no gubernamentales, con sus propios conflictos con el gobierno. Pero aunque representaban a diversas causas e ideologías, yo estaba convencido de que necesitábamos unirnos para encontrar una causa común contra la represión. Lo único que todos compartíamos era la conciencia de que la democracia era nuestra única salvación. Liberales, comunistas, activistas por los derechos humanos, todos creíamos y seguimos creyendo que, si se le da una oportunidad en unas elecciones justas, el pueblo de Rusia rechazará el intento de Putin de convertir de nuevo nuestro país en un Estado policial.

Ese movimiento no surgió de forma espontánea. Asistí a sus primeros pasos como cofundador y presidente del Comité 2008 Elecciones libres en enero de 2004. Se trataba de una coalición de demócratas de ideologías afines, y gente de los medios de comunicación, es decir, no solo políticos, dispuestos a asegurar unas elecciones libres y justas en 2008, cuando termine el segundo y constitucionalmente último mandato de Putin. Aquella tarea me convenció de que los problemas de Rusia eran demasiado profundos para resolverlos desde un punto de vista interno o una postura ideológica.

En el libro reflexiono sobre la tendencia a descubrir problemas que no pueden resolverse dentro de los parámetros disponibles, y ése era un problema de ese tipo. Las negociaciones eran un instrumento para conseguir capital político y obtener concesiones superficiales por parte del Kremlin, un proceso que solo perpetuaba el sistema corrupto y nos convertía en parte de él. Para tener un impacto real, era necesario centrarse en el asunto crucial: o trabajabas con el Kremlin, o te dedicabas a desmantelar el régimen.

En el aire flotaban también otras ideas favorables a la unidad que culminaron con la formación del Congreso Civil de Toda Rusia en diciembre de 2004, que me nombró copresidente. Yo había detectado insatisfacción en los activistas de todas las posiciones. Estaban cansados de bailar al son de Putin, mientras veían cómo los líderes de los partidos pactaban por concesiones sin importancia. El Congreso Civil se concibió como una plataforma unitaria, pero fracasó porque las fuerzas de ambos bandos del espectro político fueron, como siempre, incapaces de dejar atrás la mentalidad de guerra civil de la era de Yeltsin y trabajar junto a sus tradicionales adversarios. Mi mayor contribución ha resultado ser ayudar a tender puentes.

En marzo de 2005 me retiré del ajedrez profesional y pude planificar la táctica de mi siguiente maniobra en el frente político. Un obstáculo fundamental era la imposibilidad de acceder a la televisión, a menos que lo aprobara la administración. Sin esa posibilidad, las organizaciones políticas de base languidecían por todo el país. Necesitábamos encontrar la forma de llegar más allá del Garden Ring, done se concentra el poder económico de Moscú. Necesitábamos una organización que unificara los grupos de oposición superando las diferencias ideológicas, y que organizara una red de activistas por toda la nación. Esa nueva organización fue el Frente Cívico Unido y con esa bandera recorrí Rusia, desde Vladivostok a Kaliningrado, para hacer llegar nuestro mensaje, para hablar de por qué las zonas agrícolas el país eran tan pobres y las élites tan ricas; y por encima de todo, para decir que no era demasiado tarde para unirnos y luchar por nuestras libertades civiles y por la democracia, porque solamente eso mejoraría nuestro deteriorado nivel de vida.

Esa unión heterogénea de grupos de oposición ha tenido, además, otros efectos positivos. Los izquierdistas y aquéllos que seguían de luto por la Unión Soviética han empezado a reconocer la importancia de la democracia y la libertad políticas. Los liberales han prendido a aceptar la necesidad de los programas sociales propuestos por la izquierda. La unidad no solamente ha fortalecido la oposición al gobierno de Putin, también ha clarificado y acercado los objetivos concretos de los grupos miembros.

Cada una de esas organizaciones contribuyó a mi formación. Aprendí deprisa e hicimos progresos, pero seguíamos necesitando llegar a un público más amplio, tanto dentro como fuera de Rusia. Era el momento de pasar a la ofensiva. El Grupo de los Ocho (¡siete según mis cuentas!) celebraba una cumbre en San Petersburgo en el verano de 2006 y los líderes y los medios de comunicación del mundo libre estarían en Rusia. Era una oportunidad de oro para unificar y también proclamar nuestro mensaje en el exterior.

Organizamos una convención en Moscú, una conferencia internacional que reunió a activistas de toda Rusia, para compartir ideas y apoyo. También invitamos a medios de comunicación internacionales y a conferenciantes de todo el mundo que no temieran expresarse con firmeza a favor de la democracia, bajo la sombra del Kremlin. Los copresidentes del Congreso Civil de Toda Rusia y yo escribimos infinidad de invitaciones, reclamamos favores y presionamos cuando fue necesario. Finalmente, muchas figuras prominentes nos manifestaron su apoyo, aunque pocos gobiernos del G8 tuvieron el valor de mostrarse abiertamente de nuestro lado. Llamamos a nuestra Convención «La Otra Conferencia de Rusia» para decirle al mundo que la Rusia estable y democrática que Putin proclamaba no era real.

Cuando el gobierno hizo todo lo posible por acosarnos, supimos que habíamos progresado de forma significativa. (Si ésa es una medida fehaciente del éxito, debería estar orgulloso de que las fuerzas de seguridad asaltaran las humildes oficinas del Frente Cívico Unido este mes, pocos días antes de nuestra manifestación del 16 de diciembre en Moscú). El movimiento La Otra Rusia ha unido a la oposición rusa y, aunque nuestra situación es aún precaria, hemos conseguido imponer nuestra presencia como una pieza importante en el tablero político.

La evolución de la oposición rusa ha ido en paralelo a mi propia evolución como pensador político. El Frente Cívico Unido sumó influencia política a la idea del Congreso Civil de Toda Rusia, que finalmente se unieron, figurativa y literalmente, en La Otra Rusia.

Por muy desfavorable que sea aún nuestra posición, mi evaluación de las fuerzas de nuestros oponentes descubrió que ellos tampoco carecen de sus propias debilidades. Al contrario que en el antiguo régimen soviético, esta élite gobernante tiene muchos intereses fuera de Rusia. Sus fortunas están en bancos, en el mercado de valores e inmobiliario y en equipos de fútbol, la mayoría extranjeros. Eso significa que son vulnerables a las presiones externas. Literalmente, no pueden permitirse la ruptura de relaciones que traería consigo una hostilidad manifiesta entre Occidente y una Rusia cada vez más dictatorial.

De momento, sin embargo, ha sido difícil convencer a los llamados líderes del mundo libre y a la prensa libre para que ejercieran esa presión. Putin utiliza la riqueza energética rusa como un garrote que mansa a los líderes europeos. De modo que el tercer elemento de mí estrategia ha sido denunciar esa hipocresía en tantos artículos de opinión como fuera posible.

No se trata de un plan a ciegas que no considera las potenciales consecuencias. Es esencial mantener la coalición, porque si el cada vez más tambaleante régimen de Putin cae, debido a conflictos internos, podríamos enfrentarnos a un caos total. Vale la pena recordar fue hace tan solo quince años que se desintegró el poderoso régimen soviético, ante la sorpresa de los servicios de información occidentales. Siempre hay que prever un número de movimientos suficiente para estar bien preparado, ¡incluso para la victoria!

Diciembre de 2006.