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El naufragio

La casa de Shelley esperando junto al mar, y Shelley sin regresar, y Mary y la señora Williams mirando desde el balcón, y luego, de Pisa vino Trelawny y quemó el cadáver en la playa, esto es lo que llevo en la mente.

VIRGINIA WOOLF, Diarios, viernes 12 de mayo de 1933, Pisa

El 8 de julio de 1822, el amigo Trelawny acompañó a Shelley y a Edward Williams al Banco de Livorno y después los acompañó al puerto, a abordar el Don Juan. Despidió a Shelley, Edward Williams y al marinero Charles Vivian, de apenas dieciocho años. Fue el último en hablar con ellos. Vio zarpar el barco de Shelley. El Don Juan se alejó entre otros barcos.

Una mira hacia atrás, a ese tiempo, con un arrepentimiento inefable y una culpa corrosiva. Se imagina que si hubiera estado más atenta a sus sentimientos, más solícita a la hora de aliviarlos, esto no hubiera pasado. Sin embargo, él disfrutaba tanto de los paisajes, de las influencias de la tierra y el cielo, que es difícil pensar que la tristeza fuera más que el efecto del dolor (físico) constante que lo martirizaba,

escribió Mary en la biografía fragmentada que publicó con los poemas de Shelley. El comentario era un descargo. Decían que Shelley había muerto en un naufragio suicida, culpaban a su mujer.

Encontraron el barco hundido días después de encontrar los cuerpos. Reflotaron el Don Juan. Estaba casi intacto. Mary tuvo que venderlo para pagar deudas.

Se fueron (de Lerici) el 1 de julio. La sombra de un futuro ominoso, que oscurecía todo, estaba en mí cuando se iban. Durante nuestra estadía en Lerici, un intenso mal presentimiento anidaba en mi mente. La sombra de la desgracia futura cubría ese bello lugar, ese verano cordial. Había luchado contra estas emociones, que podían deberse a mi enfermedad, pero cuando llegó la hora de separarnos resurgieron con violencia. No predije el peligro que se cernía sobre ellos pero sufría con la vaga expectativa de ese mal y me costó dejar que se fueran.

El Don Juan no estaba bien preparado para el mar. Charles Vivian era demasiado joven. A último momento, las autoridades del puerto demoraron a Trelawny, que iba a seguirlos piloteando el barco de Lord Byron, y tuvo que quedarse en Via Reggio, de donde zarpó el Don Juan.

El capitán Roberts observó la nave con su catalejo desde la punta del faro de Livorno. Se habían alejado de la orilla cuando una tormenta se posó sobre el mar. Su oscuridad cubrió al barco y a otras embarcaciones más grandes. Cuando la nube se alejó, Roberts miró de nuevo y vio a las otras embarcaciones navegando en el océano pero no vio su pequeña goleta, que había desaparecido,

contó Trelawny.

Durante días, Mary Shelley, Claire Clairmont y Jane Williams esperaron novedades en la Casa Magni. Mary se imaginaba la verdad, después se ilusionaba. No podía dormir. Tomaba láudano, miraba el mar por el telescopio que Shelley tenía en la terraza.

El barco no estaba dañado. Roberts se lo quedó y lo arregló pero no servía para el mar. Sus tablones se pudren ahora en la orilla de una de las islas Jónicas, donde naufragó.