28.
Presagios

«Si muriera mañana», me dijo, poco antes de su muerte inesperada, «de todas formas habré vivido más que mi padre».

MARY SHELLEY, «Prefacio» a la Poesía Completa de Shelley, 1824

Los Shelley (con Claire Clairmont, como siempre) y los Williams, sus amigos, se mudaron a la Casa Magni, en Lerici. Fue el último destino del clan en su peregrinaje por Italia. Los peregrinos van en busca de reliquias. ¿Qué fueron a buscar?

Primero llegaron ellos, y después sus cosas. Sábanas, toallas, manteles, tres cajoneras, cuatro camisas de franela, dos delantales, tres docenas de servilletas grandes, cinco docenas de servilletas chicas, vestidos, sacos, dos chalecos, un par de trajes de noche, la cuna, los libros. No tenían mucho pero había que transportar todo de un lado a otro. Buscar un cochero, un peón de mudanza, arreglar detalles. Mary estaba embarazada de tres meses cuando se instalaron. Vivían recluidos, a orillas del mar. Miraban a la gente con aprensión inglesa.

Eran las personas más salvajes que conocí. De noche bajaban a la playa, cantaban o, más bien, aullaban. Las mujeres bailaban entre las olas que rompían a sus pies, los hombres se quedaban apoyados en las rocas y se unían a sus voces. No podíamos conseguir provisiones si no íbamos hasta Sarzana, que estaba a más de cinco kilómetros. Para llegar, teníamos que cruzar el Magra. Y en Sarzana no había suficientes provisiones (…) Llevar adelante la casa se convirtió en un duro esfuerzo, sobre todo porque yo no estaba bien de salud.

Las cartas del padre no ayudaban. William Godwin y su mujer tuvieron que cerrar la editorial y mudarse. Mary le envió a su padre el manuscrito de Valperga, su nueva novela, para que lo vendiera y se quedara con las ganancias. Shelley interceptaba las cartas de William Godwin. Le escribía a la madrastra de Mary para que la dejaran tranquila. Después le salvó la vida a su mujer. Una noche, Mary Shelley tuvo una hemorragia, un aborto espontáneo.

He tenido la oportunidad de mirar la muerte a la cara. En la primera ocasión, la más peligrosa, estaba en Lerici. (…) No tenía miedo. No sentía, más bien, ningún deseo. Sentía una complacencia pasiva ante la muerte. Quizá la naturaleza indolora de mi enfermedad —debilitamiento por pérdida de sangre— pueda explicar la tranquilidad que había en mi alma. Desde entonces, no he anticipado la muerte con terror.

Shelley recordaba las lecciones de medicina del Hospital Saint Bartholomew. La hizo sentar sobre una barra de hielo y cortó la hemorragia. «Ahora está mejor y los baños de mar la ayudarán a reponerse», escribió Shelley. Después, el mar que se oía por la ventana de la Casa Magni se convirtió, para Mary, en «un asesino».

Yo estaba muy enferma. Confinada a mi habitación, no podía moverme. Shelley y Edward Williams irían a Livorno en el barco. Es raro que no se nos cruzara por la cabeza que podía ser peligroso. Vivíamos a orillas del mar y entonces el océano era como un juego. Desafiamos el peligro (…) Éramos como esos chicos que juegan con una rama encendida hasta que salta una chispa que le prende fuego al bosque y esparce la destrucción por todos lados.

Días antes del naufragio, Shelley volvió una noche, empapado. Se habían salvado milagrosamente de naufragar. Mary estaba con unos amigos en el comedor. Vieron pasar a Shelley, mojado y desnudo, con la ropa en la mano. Otra noche, Shelley salió a la terraza y vio, entre las olas, a Allegra, la hija muerta de Claire Clairmont y Lord Byron. Y otra noche soñó con los Williams y agua que inundaba la casa. Jane Williams también recibió mensajes con avisos. Una noche vio a Shelley en la terraza cuando Shelley no estaba en casa.

Después de la muerte de Shelley, Mary veía su fantasma. «Sentí su espíritu, que caminaba entre las cuevas solitarias de la orilla», le escribió a Jane Williams.

Estaba leyendo y oí una voz que decía «Mary». Es Shelley, me dije. No era su espíritu, era la voz de mi compañero, la voz de Shelley antes de perderlo.