Cientos de cadáveres serán sustraídos este invierno de sus ataúdes de madera para ir a parar a las clases de Anatomía (…) El único ataúd seguro es el de Bridgman.
Aviso publicitario del ataúd de hierro de Bridgman, 1818.
En 1818, cuando apareció la primera edición de Frankenstein o el moderno Prometeo, dedicada a William Godwin por un autor anónimo, un fabricante de velas de sebo, llamado Edward Bridgman, patentó su féretro de hierro. Era un cajón especialmente diseñado a prueba de resurreccionistas. La estructura era de metal. Cuando bajaban la tapa, unas barras atravesaban el cajón para que no pudiesen abrirlo con una palanca. Estaba tan bien soldado que no había manera de desencajar las cuatro caras del ataúd. Era un cajón acorazado, semejante a un instrumento medieval de tortura. Al cerrarse, las barras lo atravesaban de lado a lado. Era una caja fuerte, un ataúd de seguridad.
Bridgman inventó otros métodos antirresurreccionistas. Diseñó un sistema de barras que atenazaban la lápida y los pies de la tumba —las tumbas, de una o dos y hasta tres plazas, tenían entonces pies y cabecera—. No había forma de mover el cajón, que quedaba fijo entre los dos extremos. También inventó una cámara de hierro que podía contener varios cajones de madera. El féretro venía en tamaño familiar. Había cajones concéntricos, como muñecas rusas o cajas chinas.
El aviso publicitario de Bridgman estaba encabezado por el dibujo del corte transversal del ataúd, con sus abrazaderas de hierro.
Cientos de cuerpos sin vida serán sustraídos este invierno de sus ataúdes de madera. Irán a parar a las clases de Anatomía, que acaban de comenzar, caerán en manos de los traficantes de cuerpos muertos que abastecen a todos los estudiantes del país y de la tierra escocesa. El único ataúd seguro es el féretro de hierro patentado por Bridgman, superior al de plomo. Edward Little Bridgman, del número 34 de Goswell Street Road.
El cajón de hierro de Bridgman y la primera edición de Frankenstein aparecieron, con gran éxito de ventas, en Londres, en 1818. La novela vendió quinientos ejemplares y al señor Bridgman le fue muy bien.