14.
Los románticos

Te declaro mi amor. He vencido a ese tirano que es el falso orgullo, he burlado la puerilidad de la educación, he anulado y hasta he llegado a derrotar a ese monstruo que es la costumbre.

FANNY BURNEY, La viajera

Mary ya había oído hablar de Shelley. Shelley estaba bien predispuesto porque Mary era la hija de sus héroes intelectuales. Además, Shelley era el salvador financiero de Godwin. Mary había vuelto hacía poco de Escocia. El flechazo se dio en casa de Mary, delante de todo el mundo, incluso de Harriet, la mujer de Shelley, que iba con su marido a lo de Godwin. Mary tenía dieciséis años y Shelley tenía veintidós. Empezaron los encuentros casuales, le siguieron las citas clandestinas en la tumba de Mary Wollstonecraft y después dejaron de disimular.

Una tarde, Shelley caminaba por la calle con su amigo Jeff Hogg y de pronto se dio cuenta —escribió Hogg— de que tenía que «ir a decirle algo a William Godwin». Mientras esperaban a Godwin en la sala, alguien abrió la puerta.

Una voz emocionada dijo «¡Shelley!» y otra voz emocionada dijo «¡Mary!» Él salió disparado de la sala como una flecha. Lo había llamado una mujer muy joven, bonita y de pelo claro, bastante pálida, de mirada penetrante, que tenía puesto un vestido escocés, cosa muy rara en Londres en ese tiempo.

Jeff Hogg le preguntó a Shelley quién era esa mujer.

«Es la hija de Godwin y Mary Wollstonecraft», le dijo Shelley.

Se encontraban a escondidas en el cementerio de St. Pancras y cerca de Charterhouse. Claire Clairmont era cómplice de la pareja. Iba y volvía de la casa de la calle Skinner con Mary.

El sábado 26 de junio, (Shelley) acompañó a Mary y su hermana Jane Claire Clairmont a la tumba de la madre de Mary, en las afueras de Londres. Al parecer, ahí se le ocurrió, por primera vez, la idea de seducirla, traicionándome y abandonando a su mujer. El miércoles 6 de julio, fue aprobado el crédito que quedó en cederme, y esa misma noche cometió la locura de ponerme al tanto de sus planes y pedirme mi consentimiento,

se quejaba William Godwin, en una carta a un amigo.

Protesté con todas mis fuerzas y al principio mi enojo surtió efecto porque prometió renunciar a ese amor inapropiado (…) Hice todo lo que pude para despertar en Mary el sentido del honor y apelé a su cariño. Pensé que lo había logrado. Me engañaron.

En realidad, Mary, y sobre todo Shelley, eran discípulos fervientes de Godwin, para quien era injustificable sacrificar la felicidad por lazos accidentales. Quizá Godwin hubiera descalificado una felicidad basada en la desgracia de otros pero lo cierto es que Shelley era más coherente con las enseñanzas de Godwin que Godwin mismo. Para Godwin, los hábitos eran negativos porque contradecían la razón, al ser impuestos e irracionales, y las promesas eran inmorales porque cumplirlas a ultranza implicaba obedecer ciegamente al pasado. Godwin decía una cosa y vivía de otra manera, atado a la señora Clairmont. Shelley y Mary querían, en cambio, que vida y obra, pensamiento y acción, coincidieran.

Godwin y su mujer hacían un trabajo fino con Mary y a veces se mostraban terminantes. Pero cuando dos personas se enamoran, los que pierden siempre son los otros. Harriet Shelley estaba desesperada pero todo lo que hizo para retener a Shelley fue inútil. Tenía un hijo de Shelley, estaba embarazada, era demasiado joven —casi una chica—, probó con el argumento del amor, con la amenaza, la lástima y la complicidad, pero fue inútil. Una tarde Shelley entró en casa de los Godwin a la fuerza. La madrastra de Mary vio todo:

«Quieren separarnos» le dijo. «Pero la Muerte nos unirá», agregó, y le ofreció un frasco de láudano. Le dijo que con ese frasco ella podía escapar de la tiranía. Después sacó una pistola del bolsillo y le dijo que la usaría para reunirse con ella. La pobre Mary se puso pálida como un fantasma y la tonta de Jane Claire empezó a gritar. Con los ojos llenos de lágrimas, Mary lo calmó y lo convenció para que volviera a su casa.

Esa noche, le avisaron a Mary que Shelley había tratado de envenenarse. «Me decidieron el amor, la juventud y la temeridad», escribió Mary. El 28 de julio de 1814, Mary y Shelley se escaparon. Se sumó Claire Clairmont. Mary dejaba a su padre, a su madrastra y a su media hermana, Fanny Godwin, en casa. Empezaba una vida nueva.

Anoche, después de decidir todo, pedí un coche para las 4 de la mañana. Esperé a que se apagara la luz de las estrellas. Por fin se hicieron las 4. Lograrlo no me parecía imposible pero en la certeza había un dejo de amenaza. Fui. La vi. Vino. Faltaba un cuarto de hora. Se fue a terminar los preparativos. La espera fue terrible, me pareció que jugábamos con la vida y la ilusión. Después de unos minutos, la abrazaba. Estábamos a salvo, camino a Dover,

escribió Shelley en su diario.