12.
Escocia

De niña viví principalmente en Inglaterra pero pasaba mucho tiempo en Escocia.

MARY SHELLEY, Frankenstein, «Introducción», tercera edición, 1831

Mary está mucho mejor. La desinfectaron. Le puse una compresa de agua fría anoche porque me pareció que le dolía mucho. Las pústulas se revientan, después se secan y se van, y entonces salen otras. Hoy, en el balneario, se esforzó para ayudarse con la mano enferma. La levantó hasta el cabestrillo, moviendo el brazo sin problemas, por su cuenta. No pierdo la esperanza de que todo ande bien y de que nuestra pobre chica se salve,

escribió la madrastra, que la había acompañado a Ramsgate, por recomendación del médico.

No podía mover el brazo. Tenía trece años. El dolor se atomizaba en esas pústulas, que se reproducían. Era la vida de una enfermedad. Las llagas se pegaban a las mangas del vestido. Le habían recetado baños de mar. Tenía que cambiarse en una casilla. Después la casilla iba hasta el agua. La caravana de casillas tiradas por caballos se alejaba, lentamente, al mar.

Las llamaban bathing machines. El agua salada quemaba la piel, el sol secaba las ampollas. Mary tenía trece años y ya se le notaba el carácter.

Es muy gentil, influenciable y tierna. También es capaz de sentir una indignación y odio ardientes,

dijo Shelley después, cuando la conoció.

Pero Mary todavía no estaba enamorada. Apenas había visto a Shelley una vez. La pasión, en ese tiempo, estaba dirigida, sobre todo, contra la señora Clairmont. La odiaba.

Cuando Mary tenía catorce años, su padre pensó que lo mejor sería enviarla a Escocia.

Ayer le envié a mi única hija en el Osnaburgh, del capitán Wishart. La llevé con sus dos hermanas hasta el muelle y me quedé una hora en el barco, hasta que zarparon. Me preocupa, ahora que se va tan lejos por primera vez. Mi inquietud aumenta cuando pienso en ella a bordo de un barco, rodeada de caras que ha visto esta mañana por primera vez en la vida. Dentro de cuatro meses va a cumplir quince años.

Me imagino que llegará más muerta que viva porque se marea mucho en los barcos y es probable que el viaje dure casi una semana. De todas maneras, el señor Cline, cirujano de a bordo, cree que el viaje en barco le hará bien.

Lamento todas las molestias que le causo a usted y a su familia; también el hecho de haberme tomado al pie de la letra su invitación, a pesar de que apenas nos conocemos…

(…) No soy un buen juez de la personalidad de Mary. Creo que no tiene ningún vicio, y que tiene bastante talento. Pero tiemblo al pensar en todo el trabajo que puede darle esta visita. Espero que tome las dos o tres primeras semanas como una prueba. No quiero que la traten con consideraciones especiales, o que nadie de su familia tenga que salirse de su ritmo habitual por ella. Quiero educarla como a una filósofa, casi como una cínica. Eso la ayudaría a cobrar fuerza y valor. No es una chica distraída y, por otro lado, va a estar muy contenta con sus bosques y sus montañas. Me gustaría que no se deje estar. Es perseverante pero a veces necesita estímulo.

Como sabe, ha estado en el mar para tomar baños. Su brazo necesita tratamiento. En cuanto al resto, su salud es admirable y es muy resistente a la fatiga.

De Escocia, famosa por los profanadores de cementerios, pródiga en muertos por sus enfermedades y hambrunas, volvió cambiada. Ahí, contó después, se dio su primera conversión como escritora. En Escocia dejó de ser una chica que inventaba historias «llenas de lugares comunes» para convertirse en otra, que podía dar rienda suelta a la imaginación.

Volvió a Escocia en uno de los pasajes de su libro. Volvió para que el doctor Frankenstein le fabricara una hembra al monstruo, la destruyera a golpes y la hundiera en el mar.

Tras haberme separado de mi amigo, busqué un lugar remoto de Escocia para terminar mi trabajo en completa soledad. Estaba seguro de que el monstruo me había seguido, y que se presentaría pronto para recibir a su compañera.