23 DE DICIEMBRE

Así es como termina el mundo: el chico que en su día fue mi mejor amigo baja de un ferry, con el pelo largo y enredado y la cara chupada, y me mira como si no estuviera seguro de quién soy. Como si no estuviera seguro de nada.

Al ver a Leo cruzando el estrecho me he emocionado tanto que ni siquiera me he preguntado cómo había logrado eludir las patrulleras que se supone que imponen la cuarentena. O por qué iba solo. Simplemente he agarrado a Tessa y he echado a correr hacia el puerto.

Leo estaba ya bajando la pasarela junto al hombre que conducía el ferry. Tessa se le ha echado encima y lo ha abrazado. Él le ha dirigido una mirada vacilante y, de pronto, casi sin querer, he empezado a atar cabos. Me ha faltado poco para dar media vuelta y marcharme a toda prisa, para alejarme de allí. Como si pensara que podía correr más que la verdad.

Pero no me he movido de donde estaba. Varias personas del pueblo se habían reunido a nuestro alrededor.

—¡Has logrado llegar del continente! —ha dicho alguien—. ¿Van a mandarnos ayuda gubernamental? No tenemos electricidad, y el teléfono…

—¿Han encontrado una cura? —ha preguntado otra persona, con un tono de voz entre la esperanza y la desesperación.

Tessa se ha apartado de Leo y se ha vuelto hacia la otra orilla.

—Mis padres… —ha dicho—. ¿Los has visto?

Leo ha mirado de nuevo hacia mí, aunque yo no había dicho nada, y esta vez sí me ha reconocido. Sin embargo, y a juzgar por lo que he visto en sus ojos, no habría podido decir si estaba contento de verme, si aún me guardaba rencor tras nuestra última discusión o si simplemente le daba igual.

Antes incluso de que Leo empezara a hablar, se me había hecho ya un nudo en el estómago y se me había secado la boca.

—No llegará ninguna ayuda —ha dicho finalmente con voz áspera—. El virus ha arrasado el país, Estados Unidos, tal vez todo el mundo. Todo… Todo se ha ido a la mierda.

Los médicos no han logrado controlar la epidemia en el continente mejor que aquí. Al otro lado del estrecho, las cosas están igual de mal. Nadie va a venir a arreglar la electricidad ni el agua; nadie nos traerá las cosas que necesitamos. Todas las esperanzas a las que llevo tiempo aferrándome se han desvanecido de golpe.

Empecé a escribir estas páginas para Leo, para sacar de dentro lo que no le podía decir a la cara. Y luego seguí escribiendo porque me pareció importante dejar constancia de las cosas horribles que vivíamos, registrarlo todo para que el resto del mundo lo pudiera leer. Pero el mundo para el que escribía… está perdido. Y el chico para el que empecé a escribir también parece estarlo. ¿Qué sentido tiene seguir escribiendo en estas condiciones? Este diario no me va a ayudar a encontrarlos…

Pero tengo que creer que algo lo hará.