Hortense llegó voluntariamente con veinte minutos de retraso a la cita que había concertado con Chaval.

—A las cuatro de la tarde en Mariage, al lado de la sala Pleyel… —le había dicho por teléfono—. Me reconocerás, ¡seré la chica más guapa del mundo!

Él habrá llegado un cuarto de hora antes, se habrá alisado diez veces el forro de la chaqueta y el bigote, observando su reflejo en una cucharita como una mujer coqueta… Media hora de espera le habrá puesto nervioso y así me lo enrollaré más fácilmente al dedito, como un muelle roto.

Chaval no sólo se enrolló: hizo rizos, nudos, arabescos, sus ojos giraban como hélices, su sonrisa en espiral, una sonrisa torcida de doloroso deseo. El infortunio del hombre aflora siempre en su apariencia física y Chaval ya no se tenía en su sitio. Se había convertido en un ser blando, reptil, con las facciones hundidas.

La visión de Hortense azotó sus entrañas. Todo su cuerpo se estremeció con un temblor nervioso que no sabía controlar.

Ella estaba aún más hermosa que en sus recuerdos. Se levantó de la silla. Sus piernas temblaban y desfallecían. La miraba y recibía metrallas de obús en plena cara. La respiración entrecortada. Los ojos fuera de sus órbitas. Y pensaba esa chica fue mía, la he tenido bajo mis caderas, en la punta de mi sexo, la he estrujado, masajeado, he lamido sus senos, la carne tierna de su vientre. Se sintió como decapitado. Arrancado por un proyectil. Ya no era capaz de razonar. Sintió unas violentas ganas de estrecharla contra sí y se agarró al mantel blanco que cubría la mesa.

—Me alegro de verte —dijo dejándose caer sobre el sillón de mimbre.

—Y yo también —consiguió articular ella.

Tenía la boca seca, pastosa, como si mascara yeso.

—Creí que estaba soñando cuando me llamaste…

—¡Has hecho bien en no cambiar de número de teléfono!

—Y cuando te he visto entrar… Yo… Yo…

Balbuceó. A Hortense le pareció lamentable y pensó que el asunto iba a zanjarse deprisa. El hombre apenas podía controlarse. Casi se sintió decepcionada, no tendría nada emocionante que contarle a Junior. Decepcionada y aliviada. No estaba convencida de que la estrategia de Junior fuera la buena. No se sentía cómoda ante la idea de comportarse como un policía, predicar una falsedad para llegar a la verdad. Prefería confiar en su instinto que le susurraba que Chaval se dejaría atrapar como un conejo ante una promesa de voluptuosidad. Conocía al hombre porque lo había probado.

Declaró, estirando sus largos brazos desnudos y apuntando sus senos pequeños hacia él:

—Quería saber qué había sido de ti… Pensaba en ti y me decía ¿qué estará haciendo? Hace tanto tiempo…

Chaval se atragantó de alegría. ¡Pensaba en él! ¡No le había olvidado del todo! Se preguntó si no estaría soñando y repitió las mismas palabras estúpidas, las palabras del enamorado que balbucea su felicidad.

—¡Pensabas en mí! ¡Pensabas en mí! ¡Dios mío! Pensabas en mí…

—¿Qué tiene eso de raro? Tú fuiste mi primer amante. El primer amor no se olvida nunca…

—Fui tu primer amor, tu primer amor… ¡y no me lo decías! Tu primer amor…

—¿Acaso necesitaba decírtelo? —maullaba Hortense jugando con el pelo.

—¡Y yo no lo sabía! ¡Dios mío! ¡Qué tonto fui!

—¿Así que no sabes nada del lenguaje de las mujeres enamoradas?

Él la miró fijamente, desamparado. Sus manos temblaban.

—Eres como todos los hombres, te quedas en lo que oyes, en lo que ves, ¡no buscas lo que hay detrás! A veces escondemos la verdad bajo la falsedad, el diamante bajo el fango…

Adoptó un aire ofendido por haber sido incomprendida. Volvió la cabeza hacia el fondo de la sala, sabía que ese era su mejor perfil.

—Te pido perdón, Hortense, te pido perdón.

¡Dios mío! ¡Qué fatigoso es verle desvariar así! ¡Voy a acabar con esto, si no se me va a morir en los brazos!

Sonrió, moviendo de nuevo su densa cabellera.

—Te perdono… Es una vieja historia…

Chaval se estremeció y le lanzó una mirada de perro apaleado. ¡Oh, no! La historia no había terminado, quería volverla a tener entre sus brazos, estrecharla contra sí, hacerse perdonar haber sido ciego, sordo, pánfilo. Estaba dispuesto a todo para obtener de nuevo su gracia. Extendió el brazo, le atrapó la mano. Ella le dejó hacer con la magnanimidad de la mujer que perdona. Él la apretó y le prometió que nunca más volvería a dudar de ella.

—He perdido la cabeza por ti, Hortense…

Ella le acarició la mano y dijo no importa, no te preocupes.

—Me resulta extraño, ¿sabes? —prosiguió Chaval mirándola con los ojos húmedos.

¡Qué horror! ¡No irá a echarse a llorar, además!, pensó Hortense. Este hombre es verdaderamente repugnante.

—Me había acostumbrado a pensar en ti en pretérito imperfecto… Pensaba que no te volvería a ver…

—¿Y por qué?

—Desapareciste de forma tan precipitada…

—Yo lo hago todo de forma precipitada —reconoció—, estoy en la edad…

¡Paf!, pensó, así le recuerdo que es más viejo que yo, que está en plena cuarentena. Le dejo tocado, y a mis pies.

—Y además trabajo mucho… He conseguido un contrato con Banana Republic en Nueva York, me voy dentro de una semana.

—¿Te vas a Nueva York?

—De hecho, mi llamada telefónica era interesada…

—Si puedo ayudarte…

—Quería saber si conocías esa empresa… Cuál es su punto fuerte, su clientela. ¿Mujeres jóvenes o maduras? ¿Diseño cosas desenfadadas o vestidos de noche? Si pudieses ayudarme…

Halagar al interlocutor para que sus defensas caigan y su espalda ceda… Hortense sabía que esa receta era infalible. Sobre todo con un hombre como Chaval. Él aspiró el cumplido como quien fuma un cigarrillo prohibido y se creció, sintiéndose importante.

—No conozco muy bien esa marca, pero puedo informarme…

—¿Harías eso por mí?

—Lo haría todo por ti, Hortense…

—Gracias, tomo nota… Eres un amor…

Había dicho eso con un punto de ternura y Chaval sintió que recuperaba sus armas de caballero andante. ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Cuánto tiempo he permanecido dormido? Sin elucubrar proyectos brillantes. El hambre me había abandonado. Ha bastado con que Hortense entrase en este salón de té, dejara su bolso sobre la mesa y me sonriera para que mi cabeza y el gaznate ardieran. Había olvidado lo que era una mujer de verdad, una mujer peligrosa, una mujer desdeñosa que te lanza desafíos y abre un precipicio a tus pies. Tenía ganas de saltar a ese precipicio. Olvidó todas sus normas de prudencia y no tuvo más que un deseo: contarle a Hortense sus proyectos y la enorme fortuna que le esperaba.

—¿Y tú? —siguió diciendo Hortense—. ¿Qué estás haciendo en este momento?

—Estoy metido en un asunto muy gordo —contestó pavoneándose.

—Ah… —dijo Hortense, simulando no querer saber nada.

Chaval, picado, pensó que no le creía. Y, como todos los que piensan que la fortuna prometida está ya en el bolsillo, aceleró, se tragó todos los obstáculos que la prudencia le habría opuesto si hubiese reflexionado y atacó, con la espada desenvainada.

—¿No me crees?

—Oh, sí… —dijo Hortense con expresión de la que precisamente no se cree ni una palabra.

—¡Y voy a ser muy rico! ¿Quieres una prueba? Ayer tarde mismo encargué un Mercedes descapotable, el último modelo…

—¡Así de rico! —soltó Hortense con tono frío consultando la carta de postres.

Simuló dudar entre unas natillas con crema de frambuesa y la especialidad de la casa, tartaleta de frutas. Le pidió su opinión.

—Ya veo que no me tomas en serio…

—¿Has elegido ya un pastel? O quizás no tomas… Yo todavía estoy dudando. Aquí todo es tan bueno…

—Piensas que estoy acabado… Eso me apena, Hortense.

—Que no… Escucha, voy a serte sincera. He creído comprender, hablando con Marcel, que la coyuntura actual es muy dura. Ha sido él mismo el que me lo ha dicho. Estáis en el mismo sector, ¿no?

—Ahí es donde te equivocas, guapa… Yo ahora me dedico a las finanzas. ¡A las altas finanzas! Especulo, especulo…

—¿Con tu dinero?

—Digamos que con dinero…

—¿Y te vas a hacer rico?

—Muy rico…

—No te ocultaré que eso me interesa, me gustaría lanzar mi propia marca y voy a necesitar fondos… Necesitar a un inversor sólido que me apoye…

—¡Lo tienes delante! ¡Soy tu hombre!

—Escucha, Bruno…

Oyó su nombre de la boca de Hortense y se ablandó de nuevo. Cuando estaban juntos sólo le llamaba Chaval. No existía ninguna ternura entre ellos. ¡Polvo y pasta! ¿Queda claro?, había exclamado ella un día en el que él se había aventurado a decir que estaba loco por ella…

—Escucha, Bruno —prosiguió modulando las dos sílabas, enrollándolas en la boca, mojándolas con los labios—. Yo cuando hablo, hablo en serio, y no digo tonterías…

—¡Ni yo tampoco!

—Me gustaría creerte… Pero estoy harta de la gente que presume y que, cuando le pides ayuda económica, se escaquea… Hablar es fácil, ¡pero a un hombre se le juzga por sus actos!

Había tenido una idea para tirar de la lengua a Chaval.

—¿Estás pensando en alguien en particular? —preguntó Chaval.

—Sí. Alguien que conoces… ¡Cómo le odio! ¡Estoy tan furiosa!

—Dime quién es y lo mato —dijo, medio en broma, medio en serio.

—Te voy a decir una cosa… Si encontrase un medio para desplumarle, lo haría sin ningún remordimiento. Ni siquiera se daría cuenta, además. ¡Está forrado! Estoy harta de no tener dinero, Bruno… Tengo tantas ideas en la cabeza, tantos proyectos… ¡Pero no puedo! Y nadie quiere ayudarme… Este año he sido la mejor de la clase y he diseñado varios modelos que van a ser propuestos a grandes marcas. ¡Y yo no ganaré nada! ¡Ni un céntimo! Y cuando le pido a un tío que nada en oro que me preste un poco… Óyeme bien, «que me preste», le devolvería hasta el último céntimo…, ¡pues bien!, ¡se niega! Dice que soy demasiado joven, ¡que apenas he salido del cascarón! ¡Le odio, te digo, le odio!

—Cálmate —dijo Chaval, que de pronto se sentía el hombre de la situación.

—Pero ¿de qué sirve tener montones de ideas, eh? ¿De qué me sirve si no tengo ni un céntimo para realizarlas?

Golpeó la mesa con un gesto de rabia.

—Te ayudaré, ya verás… Yo te voy a ayudar…

Suspiró, exasperada. El camarero se acercó para anotar su pedido. Ella eligió con aire hastiado una tarta de frutas y un té ahumado. El chico lo apuntó y se alejó.

—No quiero terminar siendo una esclava como él —murmuró Hortense lo bastante fuerte como para que la oyese Chaval.

—Espera un momento —dijo Chaval—. Espera un momento…

Estaba tan turbado que no imaginó ni un segundo que Hortense le estaba tendiendo una trampa. Pensaba, con toda su suficiencia de antiguo seductor, que volvía a él, que le necesitaba, que sentía otra vez ganas de probar sus embistes, y se perfumó con esa idea, la inhaló, se embriagó. Todo se nubló en el interior de su mente. Necesitaba ver claro y retomó punto por punto:

—¿A quién le has pedido dinero?

—¿Para qué quieres saberlo? No vas a cambiar nada… ¡Le odio, si supieras cómo le odio!

—Has dicho que le conozco.

—Es la persona que más conoces.

—¿No será Marcel Grobz, por casualidad? —susurró Chaval, con cara de conspirador astuto.

—¿Cómo lo has adivinado? —exclamó Hortense—. ¡Me dejas de piedra, Bruno, de piedra! ¡Y pensar que él me había dicho que estabas totalmente acabado, agotado, para el arrastre! ¡Que no servías ni de felpudo!

—¿Dijo eso?

—¡Son sus propias palabras!

—¡Me las pagará!

—Pero yo no le creí —añadió Hortense, embaucadora como una gata que lame la leche que acaba de derramar de un zarpazo—. ¿Quieres una prueba? He venido a verte para pedirte información sobre Banana Republic…

—¡Ah! ¡Se va a arrepentir de haber dicho eso, el viejo!

Se inclinó hacia ella y le hizo una seña para que se acercase. Ella extendió una pierna bajo la mesa y su muslo rozó el de Chaval que acabó de perder la cabeza.

—¡Es a él a quien tengo en el punto de mira! ¡Es gracias a él que me voy a hacer rico!

—¿Y cómo? —preguntó Hortense.

—He conseguido la clave de sus cuentas y voy sacando dinero… Así es como he pagado el primer plazo de mi Mercedes. Y pensaba montar algún negocio con todo ese dinero que estoy desviando. ¡Pues bien! Está decidido: ¡lo montaré contigo! Tendrás tu venganza, guapa… ¡Ajá! Conque estoy acabado, agotado, para tirar a la basura. ¡Ya verá lo que voy a hacer con su basura! Le voy… Le voy… ¡Se la voy a tirar a la cabeza!

Hortense le animaba con la mirada. No aceptar inmediatamente, darle cuerda para que se explaye y le entregue la receta secreta de su plan.

—Eres un amor, Bruno…

Dejó deslizarse la palabra «amor», aumentó la presión del muslo, vio cómo él enrojecía.

—… pero es demasiado arriesgado. ¡Te cogerán! Y eso me daría mucha pena…

—¡Que no! —se enojó Chaval—. ¡Lo tengo todo previsto! No corro ningún riesgo, ¡es Henriette la que los corre todos! Es Henriette la que saca el dinero y me entrega la mitad. Yo no aparezco en ninguna parte…

—¿Es ella la que te ha entregado las claves de las cuentas? —exclamó Hortense, simulando no creerle.

—No, fue otra… Una pobre chica que se ha enamorado de mí… Ella me entregó las claves. De hecho, sin saberlo… Trabaja en Casamia. Se llama Denise Trompet. Entre nosotros, la llamamos la Trompeta…

¡Ya hemos llegado!, pensó Hortense. Junior está realmente dotado. Sólo quedaba por esclarecer el misterio de la chilaba.

—¿Te has acostado con ella? —preguntó Hortense haciendo una mueca triste de mujer engañada.

Y bajó la cabeza para disimular su pena.

—Claro que no, mi amor, no me he acostado con ella, la he seducido con los ojos, sólo con los ojos, ¡te lo prometo! Y la he abandonado…

—No puedo decir nada —suspiró Hortense—. Sé muy bien que ninguna mujer se te resiste… Yo, la primera…

—¡Con la Trompeta fue un juego de niños!

Y le contó todo atribuyéndose el papel protagonista. Aplastó a la Trompeta con su desprecio, se burló de sus vestidos cortina, de su carne insípida y blanda, minimizó el papel de Henriette, se dejó llevar, añadió algunos ceros a su botín.

—Soy rico, Hortense, rico… No busques más, has encontrado a tu inversor…

—Es demasiado bonito —dijo Hortense sacudiendo la cabeza—. Es demasiado bonito…, pero si Marcel se diese cuenta de la jugada…

—Tiene una confianza total en la Trompeta y esa pobre chica está loca por mí. Lo tengo todo controlado…

Y se puso a concretar un proyecto. Habló de modelos que diseñar, sugirió venderlos primero por Internet, es el futuro, guapa, el futuro. Así todo irá más deprisa al principio y, después, abriremos tiendas, pero sólo después…

—Ya verás, vamos a ganar mucho dinero los dos…

Hortense continuaba torciendo el gesto. Sobre todo no quería parecer entusiasmada. Tenía que saber si tramaba otra cosa. Quería elucidar el misterio de la chilaba.

—¿Lo crees de veras?

—Escucha, quieres realmente hacer daño a Marcel…

—Le odio…

—Entonces, piénsatelo… Tenemos todo el tiempo del mundo… y mientras tú te lo piensas, yo ingreso. Acción, reacción, acción, reacción —dijo Chaval limpiándose los dientes con la uña del pulgar.

Qué elegante, pensó Hortense, ¡qué elegante! El tío se relaja y se muestra tal como es.

—Tienes razón, lo pensaré…, pero no se lo decimos a nadie, ¿verdad? —insistió—. Hay que ser prudentes, muy prudentes…

—Eso por supuesto. ¿Me tomas por tonto? ¿A quién quieres que se lo cuente?

—Estaba pensando en Henriette. Sobre todo no le digas que me has visto…

—¡Te lo prometo!

Puso los codos encima de la mesa, la contempló y sacudió la cabeza.

—Si me hubieran dicho, hace sólo tres meses, que sería rico y que volvería a encontrarme con la mujer que amo…

—La suerte sonríe siempre a los audaces…

—¿Estás libre esta noche? Podríamos…

—¡Oh! ¡Qué pena! Le prometí a mi madre y a mi hermana que cenaría con ellas, apenas las he visto desde que llegué de Londres… Pero otro día, ¿de acuerdo?

Le cogió la mano con la ternura de una mujer agradecida dispuesta a pagar su deuda. Él respondió, magnánimo:

—Vale por esta noche… ¡Pero exijo todas tus noches hasta que te vayas! Y mira…, podría ir a verte a Nueva York, ¿eh? ¿No sería formidable? Subiríamos al último piso del Rockefeller Center, bajaríamos por la Quinta Avenida, nos alojaríamos en un hotel de lujo…

—¡Sueño con ello, Bruno! —dijo Hortense acariciándole suavemente las falanges.

Espérate sentado hasta que se te pele el culo, ¡pobre imbécil!, pensó.

* * *