Becca estaba muy ocupada.

Se marchaba por la mañana temprano, volvía tarde por la noche. Se negaba a decir dónde iba y cuando Philippe o Alexandre le preguntaban, ella respondía not your business! Hablaré cuando tenga algo que deciros, pero, por ahora, es inútil…

Annie había vuelto a la cocina y a quejarse de que sus piernas la hacían sufrir. Se marchaba a pasar tres semanas en Francia, con su familia, y había pedido cita con un flebólogo.

—Tengo la impresión de que mi cuerpo está cambiando —decía mirándose las piernas como si fueran dos piezas independientes.

—Todos estamos cambiando —respondía Philippe con expresión misteriosa.

Alexandre se marchaba de vacaciones: iba un mes a Portugal a casa de un amigo cuyos padres tenían una casa en Oporto. Extendía en el suelo grandes mapas de Europa para localizar el lugar a donde iba. Calculaba los kilómetros, las etapas que harían en coche… Nos pararemos aquí, y aquí, y aquí… Annie decía que era demasiado joven para marcharse sin su padre. Philippe le respondía que no había peligro.

—Tiene que aprender a arreglárselas solo… Y además, Annie, piense un poco, no estará abandonado. Conozco a los padres de su amigo y están muy bien…

Ella respondía que no sabía nada de ellos. Los había visto en las reuniones de padres del liceo francés, no es lo que ella consideraba «conocer». Añadía que Alexandre era aún pequeño…

—¡No es pequeño! Tiene quince años y medio…

—¡El mundo ahora es muy peligroso!

—¡Pero Annie, deje de tener miedo por todo!

—¿Por qué no va usted con él?

—Primero, no he sido invitado, y después porque me parece bien que viva su vida solo durante un mes.

—Espero que no le pase nada… —suspiraba ella con aire de mal augurio.

Por la noche cenaban los cuatro en la cocina.

Becca seguía muda sobre lo que había hecho durante el día. Annie decía que su tarta de puerros estaba demasiado salada…

Alexandre preguntaba qué había pasado con Dottie y por qué se había marchado. La echaba de menos…

Philippe respondía que había encontrado trabajo y que estaba muy bien así, pásame un trozo de pan, Alex.

Entonces no estaba enamorado de verdad, pensaba Alexandre observando a su padre, ni siquiera parece triste… Parece incluso más contento que antes. Quizás su presencia le pesaba. Quizás está enamorado de otra… Como yo. Cambio todos los días de enamorada, no consigo amar a una sola. Sí, pero él es mayor, debería saber lo que quiere… ¿Sabemos exactamente lo que queremos cuando nos hacemos viejos, o hay que esperar a estar a punto de morir para saberlo? ¿Cuándo sabré que amo a alguien para siempre? ¿Debo mentir a Salika cuando me pregunta si la quiero? ¿Podría darse cuenta de que miento? ¿Cuando mentimos nos parecemos a esos vendedores de coches de ocasión que se ven en la tele? Mientras tanto, su padre parecía feliz y eso era lo que más le importaba. Dottie se había marchado, un buen día, adoptando una expresión alegre que parecía una expresión fúnebre de tan forzada que era. Había cogido su equipaje rosa y violeta y les había deseado buena suerte triturando la empuñadura de la maleta y jugando con las etiquetas. Le gustaba Dottie. Le había enseñado a jugar al backgammon y a beber zumo de naranja con un chorrito de vodka a escondidas…

Y entonces, una noche, Becca habló.

Esperó a que Philippe y ella estuviesen solos en el salón. Los ventanales estaban abiertos al parque. Hacía bueno y la noche era tranquila. Philippe había anulado una cena. No tenía ganas de salir.

—Ya no me gusta salir. Tengo cada vez menos ganas de ver gente… ¿Es grave, doctora Becca? Voy a terminar como un viejo bobo…

Becca había adoptado una expresión maliciosa y había dicho que le parecía muy bien. Su proyecto estaba a punto, ahora podía hablar.

—He encontrado… Al noreste de Londres… Una pequeña iglesia con grandes dependencias vacías… El pastor está de acuerdo en que utilicemos las zonas comunes… He buscado durante mucho tiempo. Quería encontrar un barrio donde tuviese sentido fundar un refugio…

—¿Y qué quiere hacer allí?

—Un refugio para mujeres solas. Ellas son las que más sufren en la calle. Las golpean, las roban y las violan cuando son jóvenes. Les dan palizas cuando son viejas. Les rompen los dientes. No saben defenderse… Empezaremos con unas quince camas y, si todo va bien, lo ampliaremos… También habrá un comedor. Una comida caliente al mediodía y una comida caliente por la noche. Pero buena comida, no esa cosa blanda y sosa que te ponen en un plato de cartón. Me gustaría que hubiese fruta y verduras frescas. Carne de verdad, no pasada… Me gustaría servir a la gente, no que hiciesen cola como números. Poner manteles blancos en las mesas. Lo tengo todo organizado en mi cabeza. ¿Me está escuchando?

—La escucho, Becca —dijo Philippe sonriendo.

Becca se animó, desarrolló su proyecto como un constructor de catedrales despliega los planos de las ojivas, las cintras, los pilares, las bóvedas y las cúpulas.

—Me gustaría crear un lugar en el que las mujeres de la calle se sintiesen en casa. Un sitio un poco como un hogar. No un asilo frío y anónimo en el que te cambian de habitación cada noche… No quiero tampoco que se queden paradas en una reserva como animales de feria. Me gustaría que tuviesen la ocasión de conocer a mujeres de las llamadas «normales»…

Tropezó con esa palabra y se detuvo.

—Continúe, Becca —la animó Philippe.

—Que haya un intercambio entre esas mujeres. Y que no sea caridad pura… Se les ofrecería cursos de pintura, de dibujo, de baile, de cerámica, de piano, de yoga, de cocina. A mí me sentó muy bien cocinar… Recompensarlas por su trabajo si fabrican objetos. Por ejemplo, podrían pagar las comidas pidiéndoles que, a cambio, dieran un pastel que hayan hecho, una bufanda que hayan tejido, una escultura de arcilla. Seguramente es algo utópico, pero tengo ganas de intentarlo… Y, empezando poco a poco, no me decepcionaré si todo se derrumba…

—¿Y yo? ¿Cuál será mi papel, aparte de darle el dinero para abrir el centro?

—Voy a necesitar de usted para llevar las cuentas y organizarlo todo. Va a ser un trabajo inmenso hacer que toda esa gente conviva…

—Yo sólo trabajo medio día. Pasaré la mañana en el despacho y las tardes con usted…

—Y además, lo que estaría bien también sería encontrarles trabajo… Convertirlas en personas que puedan mantenerse. Que sepan presentarse, hacer un trabajito de nada, pero un trabajito. Así, el refugio no sería más que una etapa en sus vidas… Cuando te has pasado la noche bajo la lluvia, cuando te ha molestado gente que se pelea o se insulta, ya no sabes cómo presentarte, cómo dirigirte al otro, pierdes las formas, el vocabulario… Te sientes sucia… Podríamos hacer todo eso juntos… Voy a necesitar un hombre para hacer cumplir la ley…

—¿Tendré que usar los bíceps?

—No necesariamente… ¿Sabe usted?, la autoridad se adivina, ¡no necesitará dar ningún puñetazo sobre la mesa!

—Me gusta mucho ese proyecto, Becca, muchísimo… ¿Cuándo empezamos?

—Esto…, cuando tengamos el dinero…

—Y tiene usted una idea, supongo…

Becca decía sí, sí, con el pastor Green he hecho un presupuesto y aquí está…

Mostraba cifras para un mes, seis meses, un año…

—Lo que estaría bien sería partir de la hipótesis de un año…

Philippe miró los números. Becca había trabajado bien. Estaba limpio, claro, detallado. Ella le observaba, inquieta.

—No se echará atrás, ¿verdad?

Él sonrió, diciendo ¡no, nada de eso!

—Así, si trabajásemos este verano, estaríamos listos en septiembre…

Philippe hizo venir a representantes de Sotheby’s y Christie’s a su casa.

Les ofreció un Butterfly painting de Damian Hirst, valorado en ochocientos mil dólares, un candelabro de David Hammons, valorado en un millón trescientos.

Fue Sotheby’s quien se encargó de la venta.

Después llamó a su amigo Simon Lee, un reputado marchante de arte londinense, para venderle un Center Fall de Cindy Sherman.

Y rellenó un cheque para Becca.

Ella tuvo que sentarse para leerlo.

—¡Es demasiado! ¡Demasiado!

—¿Sabe?, si he leído bien su proyecto, va a necesitar mucho dinero… Habrá que instalar habitaciones, servicios, duchas, calefacción, una cocina completa… Eso costará caro.

—No quiero que el cheque vaya a mi nombre, sino al de nuestra fundación… Tendremos que ponerle un nombre, abrir una cuenta en el banco.

Hizo una pausa y exclamó:

—¡Pero bueno, Philippe! ¿Se da usted cuenta del regalo que va a hacer a toda esa gente…?

—¡Si supiese lo bien que me siento! Antes tenía un peso a la altura del pecho, no conseguía respirar… Y ha desaparecido. ¿Se da usted cuenta? Ahora respiro, ¡respiro!

Se golpeó los pulmones y sonrió.

—Este año mi vida ha cambiado, y apenas me he dado cuenta… Me creía parado, pero sólo estaba mudando lentamente… ¡He debido de ser horriblemente aburrido!

—Pasa a menudo. Cambiamos sin notarlo…

—¿Sabe usted que, haciéndome vender en este momento, me obliga a hacer un buen negocio? —dijo con aire malicioso.

—¿Ah, sí?

—Es el momento de vender, el mercado ha vuelto al alza, pero no va a durar… El mercado del arte sólo es un mercado, sin más. La palabra «arte» ha desaparecido… Después de un año difícil, ha vuelto la especulación. Las subastas baten todos los récords. El arte se ha convertido en el valor refugio de un medio totalmente desconectado del mundo real.

—Pero los artistas ¿no pueden actuar? ¿Protestar?

—Artistas reconocidos se han puesto a producir en grandes cantidades para satisfacer la demanda. Richard Prince, por ejemplo. ¿Le conoce?

Becca negó con la cabeza.

—No sé nada de arte moderno.

—Un Nurse Painting de Richard Prince que se vendió por sesenta mil dólares en 2004 ha alcanzado los nueve millones de dólares en mayo de 2008 en el Sotheby’s de Nueva York. Ante esta situación, Richard Prince se ha puesto a producir en cadena. Su trabajo se ha empobrecido, estandarizado. Muchos artistas conocidos han hecho como él en detrimento de la creatividad y la calidad… Y mientras tanto, las galerías que hacen un trabajo monstruoso para lanzar artistas jóvenes sufren. Ya no tienen dinero…

—Su sueño ha volado… Con todos esos dólares…

—Sí. Un sueño que sólo está hecho de dólares es un mal sueño… Mi sueño de niño era entrar en un cuadro, mi sueño de adulto es salir de él…

Le contó su primera emoción ante una tela de Caravaggio, en Roma.

Becca le escuchó y recogió los pedazos de su sueño roto.

Llevó a Philippe a ver la iglesia y el pequeño edificio anexo a la misma en Murray Grove. Un conjunto de ladrillo rojo, rodeado por un jardín y dos grandes plátanos. Las salas eran vastas, los techos en ojiva, el suelo de grandes piedras blancas.

En el gran espacio vacío, se imaginaba la cocina, las habitaciones, las duchas, el comedor, la sala de televisión, las estanterías para los libros, el sitio para el piano, las cortinas… Ella abría las puertas y amueblaba cada habitación con sus proyectos.

El pastor Green se unió a ellos. Era un hombre robusto de mirada viva y nariz puntiaguda. Con el pelo blanco y la tez rojo ladrillo. Se parecía a su iglesia. Dio las gracias a Philippe por ser tan generoso. Philippe le dijo que no quería volver a oír esa palabra.

Localizó una habitación más pequeña en el primer piso y decidió que allí estaría su despacho. En la pared había una frase escrita a mano, en letras mayúsculas: «Cuando el hombre haya cortado el último árbol, contaminado la última gota de agua, matado al último animal y pescado al último pez, se dará cuenta de que el dinero no es comestible».

Decidió dejar esa frase en la pared de su despacho.

Al volver a casa, Becca le cogió del brazo y declaró que era feliz.

—He encontrado mi sitio… Tengo la impresión de haber buscado toda mi vida. Es extraño. Es como si hubiese vivido estos años sólo para llegar a esta pequeña iglesia… ¿Qué cree que significa eso?

—Es una reflexión muy íntima… —remarcó Philippe estrechándole el brazo—. Sólo usted sabe qué lleva en su interior… Dicen que lo realmente emocionante es el camino por recorrer…

—Desbordo alegría y necesito contarlo…

Él la miró. Una intensa luz abrazaba su cara.

—¿Y usted? —preguntó ella—. ¿Es feliz?

—Es curioso —dijo—, ni siquiera me planteo la pregunta…

* * *