Hortense reflexionaba, tumbada en la cama y haciendo girar los tobillos. Rotación a la derecha, rotación a la izquierda. Eso relajaba los músculos y reforzaba las articulaciones. Había caminado todo el día buscando piso. Todo era demasiado feo o demasiado caro. Empezaba a desesperarse.
Tenía en sus manos sus notas de su segundo curso en Saint-Martins. Una media de 87%. Era más que Muy Bien. El Muy Bien empezaba en un 80%. En el margen, su tutor había escrito una sola palabra, «excelente», y un signo de exclamación. Su proyecto de fin de curso —realice un modelo para una cadena de tiendas populares— había sido elegido mejor proyecto del año. Se le había ocurrido la idea fijándose, en el metro, en que la cremallera se había vuelto a poner de moda. Estaba en todas partes, en los bolsos, los zapatos, las chaquetas, los guantes, las bufandas, los gorros. Era el detalle de moda de la temporada. Pensó ¿por qué no un vestidito muy elegante diseñado en torno a una cremallera larga? The zip dress! Una cremallera larga delante y una cremallera larga en la espalda. La cremallera daría un aire canalla al vestidito. Dos trozos de tela completamente rectos. Puedo jugar con el material, con la longitud. Podría llevarse abierta por delante, escotada por detrás o completamente cerrada. Versión severa o seductora. La tela debería ser flexible para moldear el cuerpo o más suave si se deseaba un modelo para mujer rellenita. Un vestidito negro fabricado a precio de ganga, vendido por treinta y nueve libras. Ideal para una cadena tipo H&M. Había ido corriendo a ver a Adèle, que tenía una tienda de ropa antigua al lado de su casa, en Angel. Le había dibujado el modelo y Adèle lo había confeccionado en un abrir y cerrar de ojos. ¡Llegarás lejos, pequeña!, había dicho Adèle. ¡Eso espero!, había respondido Hortense.
Apenas había parpadeado al leer sus notas y los aduladores comentarios de sus profesores, que le auguraban un magnífico futuro si continuaba por ese camino. Perfecto, pensó observando sus pies, pero sigo sin tener un periodo de prácticas para este verano… Y no voy a encontrarlo quedándome tumbada en la cama haciendo girar los pies. Tendría que vestirme, salir y enseñar el palmito… Las prácticas no se consiguen en el tablón de anuncios de la escuela o leyendo el periódico, hay que buscarlas a base de sonrisas, yendo a fiestas, bares y discotecas y aquí estoy yo, ¡tumbada mirándome los pies! Me faltan ganas…
Nicholas le había propuesto un trabajo en Liberty, pero lo había rechazado. Me apetece algo más importante, más exótico. Un saltito fuera de Inglaterra, atravesar fronteras, Milán, París, Nueva York… Y además no me gusta la idea de tener que agradecértelo todo… Él había contestado ¡como quieras! Pero si no tienes otra cosa… Parecía seguro de sí mismo. Convencido de conservarla a su lado todo el verano. No le habían gustado sus aires de propietario tranquilo.
No le gustaba su vida últimamente. No habría sabido explicar por qué. Le faltaba chispa. O quizás estaba cansada… O quizás… No lo sabía, y no tenía ganas de buscar lo que fallaba.
Allí estaba, en la cama, haciendo girar los tobillos, imaginando cómo ocupar las largas vacaciones que se acercaban cuando sonó el teléfono. Era Anastasia, una chica de la escuela. La invitaba a ir con ella al Sketch, la nueva disco de moda. Estaba tomando una copa con un amigo.
—¿Has recibido tus notas?
—Sí —dijo Hortense mirándose los dedos de los pies que empezaban a perder el barniz.
—¿Estás contenta?
—87%… Y mi vestidito elegido mejor proyecto del año…
—¡Entonces vente con nosotros! ¡Vamos a celebrarlo!
—De acuerdo…
Se levantó. Abrió el armario. Tuvo ganas de volver a acostarse. ¿Qué me pasa? ¿Qué me pasa? Pasó una mano por las perchas donde colgaban vaqueros, vestidos, un abrigo, una larga blusa blanca. Las acarició. Vio en el fondo, completamente embutida en una percha, la chaquetita vaquera que le había comprado Gary, un día, en Camden. Paseaban por las calles de Camden cuando habían pasado delante de una tienda de ropa de segunda mano. La chaquetita estaba expuesta en el escaparate. Azul gastado, estrecha, usada, una chaqueta de niña que todavía juega con muñecas. Treinta libras. Hortense se había quedado mirándola. La quería. Estaba hecha para ella. Había abierto el monedero y calculó que no tenía suficiente dinero. Todavía no había pagado su parte del recibo de la luz. Noventa libras… Había acariciado la chaqueta con la mirada, había vuelto la cabeza y echó a andar otra vez con la chaqueta grabada en la memoria. Está hecha para mí, hace meses que busco algo así, es exactamente lo que quiero… Lo pensaba con tanta fuerza que había tropezado. Gary la había sujetado y había dicho ¡eh!, ¡no te separes de mí, no quiero perderte! La había cogido del brazo. Ella se había apoyado en él.
Se habían parado a comer una pizza. Gary había dicho pídeme una cuatro estaciones con mucho queso, me muero de hambre, voy al servicio. Ella le había visto marcharse. Le gustaba su espalda, su forma de caminar, de rodear las mesas y a la gente como si los dejara de lado. Me gusta ese hombre porque no necesita a nadie. Me gusta ese hombre porque no intenta gustarme. Porque se viste de cualquier manera y consigue ser elegante. Me gusta la gente elegante que no calcula, que no pasa horas delante del espejo, me hubiera sentado tan bien esa chaquetita vaquera…, me la hubiese puesto con zapatos rojos de tacón alto y una falda negra o con pantalones negros estrechos y unas Repetto. ¡Ay! ¡Qué ganas tenía de tenerla! Hasta perder la respiración. Pero si no pagaba su parte de la electricidad, el ayatolá le echaría otro discursito y le haría la vida imposible…
Había pedido dos pizzas con mucho queso y dos cafés. Había dibujado en el mantel de papel una chaquetita abandonada en un escaparate. Había añadido dos brazos que se tendían hacia ella… Descolorida hasta el punto justo. ¿Y el cuello? Había tenido tiempo de fijarse en el cuello… Perfecto. Y las mangas también. Perfectas, esas mangas… Podría remangarlas.
Estoy harta de no tener nunca dinero, había murmurado soltando el lápiz, desgarrando el trozo de mantel de papel y convirtiéndolo en confeti que había tirado al suelo.
Pero ¿qué estaba haciendo Gary? ¿Habría cola en el baño? Le gustaría quedarse con su bufanda…
Él había vuelto con una bolsa de papel marrón y la había puesto sobre la mesa. He encontrado esto en el váter, había dicho, mira lo que hay dentro. ¡Pero qué dices!, había respondido ella encogiéndose de hombros, he pedido dos pizzas y dos cafés. Si está muy bien, mira… Ella había abierto la bolsa con la punta de los dedos y expresión de asco. Era la chaquetita vaquera. Sus ojos se habían llenado de lágrimas.
—¡Oh, Gary! ¿Cómo has adivinado que…?
—¿Crees que es de tu talla?
Se la había puesto.
—¿No es un poco pequeña? —había preguntado él.
—¡Es perfecta! ¡Te prohíbo decir nada malo de mi chaqueta!
Se la había dejado puesta toda la tarde y toda la noche.
Y durante semanas, no se la había quitado.
Cogió la chaqueta vaquera. Hundió la nariz en ella. Recordó aquel día. Habían paseado de la mano, recorriendo las calles pavimentadas de Camden. Habían hurgado en los puestos en busca de un objeto extraño. Una vieja hélice de avión o una maqueta de barco. Gary buscaba un regalo para el cumpleaños de un amigo. ¿Cómo se llamaba? No sé acordaba. Pero recordaba los adoquines brillantes sobre los que resbaló, su mano en la mano de Gary y la chaquetita vaquera que le apretaba un poco en los hombros. Pensó ¿qué estará haciendo ahora? ¿Por qué no me llama? ¿Por qué estamos siempre en guerra? Cogió el vestido negro con cremalleras. Había encargado un prototipo sólo para ella. De una tela elástica que se pegaba mucho. Casi no podía respirar. Se lo puso. Se cepilló la melena, se maquilló con dos largos trazos negros que destacaban el verde de sus ojos, maquillaje blanco, muy blanco, la boca roja, muy roja. Se puso sus sandalias altas rosa. ¿Qué más?, pensó analizándose en el espejo. El detallito que remataría el todo. ¿Dónde estás, detallito? Echó hacia atrás las mangas de la chaqueta, cogió un par de guantes negros de piel que se ceñían a la muñeca y un gran broche de Topshop que se puso en el cuello de la chaqueta. Dio un paso atrás. Perfecto.
Cogió un zurrón enorme. Lo balanceó para calibrar el efecto. Más que perfecto.
Un echarpe largo negro y blanco. Un par de gafas negras.
¡Adelante hacia la gloria!
Se metió en un taxi que la dejó delante del Sketch. Saludó al portero en la entrada que la dejó pasar sin hacer cola y la recibió con un hi, honey! ¡Siempre tan guapa y excitante! Ella le regaló una sonrisa perfecta, la sonrisa del felino que mata de un zarpazo. Tenía razón, estaba guapa, excitante, lo notaba al andar, todo era perfecto esta noche, todo era perfecto salvo que todavía tenía el corazón encogido. Encogido y vacío a la vez. Tengo un 87% y soy proyecto del año, se dijo, para animarse, y dio un golpe de cadera al franquear la puerta, como si quisiera desembarazarse de ese corazón demasiado encogido o demasiado vacío.
Chocó contra un hombre en la entrada. Él se disculpó. Le dijo ¿nos conocemos? Ella respondió un poco viejo, ese truco, ¿no? Él sonrió. La miró de arriba abajo, sin prisa. Volvió a sonreír con una sonrisita seca.
—Me gusta mucho su forma de vestir… ¿Ha encontrado usted todo eso?
Ella le miró, atónita.
—Quiero decir… El vestido negro, la cremallera delante, la cremallera detrás, la chaquetita vaquera corta, los guantes doblados, el broche, el echarpe…
Ella parpadeó.
—Pues… sí. El vestido es una creación mía… Para H&M —mintió con aplomo—. Un proyecto que me pidieron… Esperan que sea la estrella de su colección de invierno.
Él la miró con respeto.
—Y sin embargo es usted muy joven…
—¿Y qué?
—Tiene razón…, es una idiotez por mi parte decir eso…
—Pues sí que lo es…
—Yo trabajo en Banana Republic. Dirijo el departamento de estilismo. Me gusta mucho su aspecto… Le propongo un trato. Venga a pasar dos meses a Banana, usted propone ideas y yo le pago. Le pagaré muy bien…
—¿Tiene usted una tarjeta?
—Sí…
Él le ofreció una tarjeta de visita. Ella leyó su nombre, su cargo, Banana Republic.
—¿Puedo quedármela?
—No me ha contestado…
—Tengo agente, llámele, él le dirá mis condiciones.
—¿Me da su nombre y sus señas? Le llamaré mañana temprano. Hay que empezar en julio. ¿Está libre?
Ella le dio el nombre de Nicholas y su teléfono. Tendría el tiempo justo para avisarle.
—Es él quien se ocupa de mis contratos…
—¿Tiene tiempo para tomar una copa?
Hortense reflexionó. El hombre tenía aspecto honesto y la tarjeta de visita parecía seria.
—Aviso a una amiga que me espera y quedamos en el bar.
Se alejó, comprobó que él no la seguía con la mirada, se dio la vuelta, se dirigió a los servicios, se encerró y llamó a Nicholas.
—¡Tengo una propuesta de trabajo para este verano! ¡Lo he encontrado, lo he encontrado! ¡Dos meses en Banana Republic para diseñar modelos! No para ordenar cajas en el sótano ni para pegar etiquetas, ¡sino para encontrar ideas para su colección! ¿No es genial, Nico, no es genial? ¡Y pensar que no tenía ganas de salir esta noche! He estado a punto de quedarme en casa…
Él quiso saber más detalles.
—No sé nada más. Le he dicho que eras mi agente y te llamará mañana por la mañana para discutir precios, condiciones y todo eso. Me llamas en cuanto hayas colgado, ¿de acuerdo? ¡Pellízcame, pellízcame, no puedo creerlo!
—¿Ves, guapa?, no hay que desesperar… Cuando te decía que en este mundo de la moda, todo puede llegar en un abrir y cerrar de ojos…
—Esperemos a que esté firmado… Véndeme como una estrella emergente, hazle babear…
—¡Cuenta conmigo!
Se reunió con el hombre en el bar. Se llamaba Frank Cook. Era alto, enjuto, rasgos finos, cabello ligeramente gris en las sienes, mirada de negociante tenaz. Debía de rondar los cuarenta o cuarenta y cinco años. Llevaba alianza y una chaqueta de tela azul marino.
—No tengo mucho tiempo, tengo una cita —dijo Hortense instalándose en el taburete del bar. Un taburete alto con un respaldo en forma de corazón.
El hombre quedó impresionado por su aplomo y pidió una botella de champaña.
—¿Ha trabajado ya para una gran empresa?
—Quizás soy muy joven, pero tengo experiencia. La última en Harrods. Decoré dos escaparates para ellos sobre el tema del detalle en la moda… Lo hice todo yo, toda la puesta en escena, quedó magnífico. Mi nombre estaba escrito con letras grandes en los escaparates. Hortense Cortès. Estuvieron dos meses expuestos y tuve un montón de propuestas… Estoy estudiándolas con mi agente…
—¡Harrods! —exclamó el hombre—. Voy a tener que revisar mis precios…
Su mirada se iluminó con un resplandor burlón, pero condescendiente.
—Le conviene —dijo Hortense—. No trabajo por un puñado de cacahuetes…
—Estoy seguro de ello… No parece usted una chica que se consigue fácilmente.
—¡Es que nadie me ha conseguido nunca!
—Discúlpeme… ¿Ha estado ya en Nueva York?
—No, ¿por qué?
—Porque nuestras oficinas están en Nueva York y, si nos ponemos de acuerdo, trabajará usted allí… en pleno Manhattan, en nuestro departamento de diseño.
Nueva York. Recibió un puñetazo en el plexo. Encajó el impacto y se apoyó en el respaldo del taburete del bar. Se había quedado sin respiración.
—¿No había dicho usted algo de una copa?
Necesitaba beber para deshacer el nudo que la ahogaba. Nueva York. Nueva York. Central Park, Gary. Las ardillas están tristes los lunes…
—¡Camarero! —le gritó él a un tipo que se movía detrás de la barra—. ¿Viene esa botella o no?
El camarero gritó que ya iba y no tardó en depositar una botella y dos copas ante Hortense y Frank Cook.
—¿Bebemos por nuestro éxito? —preguntó el hombre sirviendo champaña en las copas.
—Bebemos por mi éxito… —corrigió Hortense, que se preguntó si no estaría soñando.
Ya no tenía el corazón ni vacío ni encogido.
* * *