Esa noche se celebraba el spaghetti party.

Hortense detestaba los espaguetis y el uso erróneo de la palabra party en esa ocasión.

Era todo menos un momento de franca diversión.

Era más bien un examen de evaluación.

Una vez al mes, cenaban juntos, hablaban de la casa, de los gastos, de los impuestos, de la electricidad y la calefacción, de la prohibición de fumar en el interior, de la limpieza de la terraza, de las llaves que no se debían dejar en cualquier lado, del buzón que había que vaciar regularmente, de la separación de la basura y tutti quanti. Peter, con sus gafitas redondas en la punta de la nariz, seguía un orden del día riguroso y todos debían participar para comentar lo que no funcionaba. O prometer enmendarse escuchando, con la cabeza gacha, la reprimenda del maestro.

Era la gran noche de Peter. Era él quien llevaba las cuentas de la casa, discutía con el propietario y redactaba la lista de quejas y obligaciones. Era un hombre bajito, estrecho de hombros y de ambiciones, que de pronto se convertía en Napoleón. Balanceaba la cabeza bajo su bicornio. Se daba golpecitos en el hígado. Amenazaba a unos, sermoneaba a los otros apuntándoles con el dedo. Hortense se mordía los labios para no echarse a reír ante esa situación tan grotesca, porque todos temblaban delante de Peter…

Ella odiaba los espaguetis atiborrados de queso y de nata que cocinaba Rupert, los juegos de palabras de dudoso gusto de Tom, detestaba los decretos que salían de los labios delgados de Peter.

Todo el mundo se llevaba su reprimenda.

Hortense, ¿estás al día con la council tax? Ya sé que no la pagas pero ¿has pedido a tu escuela el documento que te dispensa de ella? ¿Sí o no? ¿Has pagado tu parte de televisión este mes? Pero si no la veo nunca, protestaba Hortense, vosotros estáis todo el día pegados viendo partidos de fútbol. ¡Hortense!, amenazaba Peter, con el dedo extendido. Bueno, vale, participo, participo… Blablabla la calefacción, blablabla la asistenta, blablabla quién paga esto, quién paga aquello… ¿Crees acaso que nado en la abundancia? Soy la única estudiante de esta casa, la única que tiene un presupuesto ajustado, la única que depende de su madre ¡y Dios sabe lo que me fastidia!

Tom movía sus calcetines agujereados apoyados sobre la mesita baja y aquello apestaba. Hortense arrugaba la nariz. Daba un golpe con el talón a los calcetines. Rupert comía patatas fritas a la pimienta y dejaba caer las migas sobre la moqueta. ¡Alerta, cucarachas! Y Jean el Granulado tenía un nuevo bubón sobre el mentón. Un gran bulto rojo. Aún no había explotado cuando me lo crucé ayer por la tarde. ¡Ese le faltaba para la colección! Ese chico es realmente repulsivo. Además, desde hace algún tiempo, me mira con un brillo de júbilo en los ojos. Se diría que está contento por algo… Pero ¿qué se cree? ¿Que me voy a olvidar de que es deforme, que voy a acabar por acostumbrarme y a hablarle como a un ser humano? Ni en sueños, chico, ¡déjate de películas y aterriza! Tenía la impresión de que la seguía. Siempre estaba detrás de ella. Debe de tener una fijación. Está harto de hacerse pajas todas las noches, solo, debajo del edredón. ¡Y ese bigotito ridículo!

Peter hablaba del orden, las cosas que no había que dejar por ahí. ¡No irá a recordarme la historia del Tampax! No. Hacía alusión a los vasos vacíos, a los platos sucios, a las bolsas de pan de molde rotas, a los móviles. Había encontrado uno en la basura la otra noche. ¡Para lo que suena el mío! ¡Podría plantarlo en una maceta y esperar a que brotase! ¡Es increíble! Mi velada fue un auténtico éxito y no se ha concretado ni una sola oferta. Nadie me ha llamado. Blablaba, todos los cumplidos de la inauguración no eran más que humo… No le quedaban más que las tarjetas de visita que había guardado en un viejo bote de confitura sobre su mesa. Las observaba con la mirada torva. Así que su móvil, esté ordenado o no, no importaba demasiado…

¡Y Gary sin llamar!

Nada. Ni el menor mensaje. Dos meses de silencio denso.

Una se tumba, a la ligera, atolondrada, bajo el cuerpo de un hombre, suspira, por una vez, que le gusta ese cuerpo sobre su cuerpo, suspira aún más fuerte, se abandona…

¡Y él se larga como un ratero arrancándote el bolso de un tirón!

Debía de esperar que fuese ella la que llamase, la que se arrastrase a sus pies…

¡Te has equivocado de pareja, querido! ¡No sería ella la que marcaría su número para suplicarle que volviese! ¡Qué estúpida! ¡Pensar que he estado a punto de perder a Nicholas en este asunto! Así que es cierto que el amor vuelve idiota. Había creído que apoyaba un dedo del pie sobre ese famoso continente que los cretinos llaman amor. Había estado a dos milímetros de decirle te quiero. Dos milímetros más y se hubiese hundido en el ridículo. Pero el suspiro que había emitido entre sus brazos fue tan fuerte, que había evitado que se le escapara esa confesión. ¡No lo volvería a decir en la vida! ¡No quería volver a oír en la vida su voz sumisa, rota, murmurando esas palabras! No le llamaría, ni a él ni a su madre. No vaya a pensar que corro detrás de la madre para tener noticias del hijo. De la familia Buckingham Palace, evito al hijo y a la madre, me parece bien aguantar los sombreritos ridículos de la abuela en la tele, las extravagancias de los príncipes, su calvicie precoz y sus estúpidas novias…, pero los otros dos ¡tachados de la lista! ¡Menuda mentalidad! ¡Menuda familia! Los reyes son unos patanes pretenciosos. Hicieron bien en guillotinarlos en Francia. Se creen con todos los derechos porque tienen un cetro bajo el brazo y se cubren de armiño…

Hortense había vuelto a su vida cotidiana, una vida similar a la del resto. Metro, trabajo, cama. Asistía a sus clases, sufría los retrasos de las averías del metro, trabajaba, comía espaguetis atiborrados de queso, olía calcetines sucios… El impulso y la fuga habían desaparecido. Estaba asqueada.

Víctima de sus sueños abortados.

Es lo peor que existe, un sueño abortado. Hace un ruido horrible, de neumático que se pincha y resuena sin parar en la cabeza.

Pssss…

Sus sueños habían hecho pssss. Había puesto en escena, en sus escaparates, a una mujer elegante, una mujer provocadora que destaca del resto. Una mujer única, a veces excéntrica, pero siempre elegante y consciente de su poder de seducción frente a los hombres. Era un sueño bonito.

No parecía haber gustado mucho…

Entonces se repetía, apretando los puños, apretando los dientes, seré diseñadora, seré diseñadora, debo aprender más y más. Es mi primer fracaso, no será el último. Del fracaso se aprende. ¿Quién fue el imbécil que dijo eso? Tenía razón… Debo continuar aprendiendo. El secreto de las telas, por ejemplo. Encontrar a un fabricante de telas que me contrate… Y cuando alguien lance la palabra «terciopelo», yo podré aportar ciento treinta propuestas distintas y entonces, se fijarán en mí… Me elegirán para trabajar en una gran casa de modas. Si me concentro mucho, mucho, terminará pasando.

Su amiga Laura, en fin, la que pensaba que era su amiga, le había hecho entrar en razón. Pero bueno, Hortense, piensa un poco, eso no sucede en la vida real, ¡uno no se hace famoso de la noche a la mañana! ¿Y por qué no?, había rugido Hortense. ¿Dónde está escrito que no se puede? Escúchame, había dicho Laura, tú no eres la única que quiere triunfar. Después, con un cierto tono de superioridad, había añadido es una buena idea estudiar los tejidos… Conozco a una chica que trabaja con los materiales, que está aprendiendo a hacer degradados, a pasar del cuero al fieltro, y después a la muselina, trabaja en la línea juvenil de Galliano, te la presentaré si quieres…

Hasta ahí, podía aguantarlo. No le gustaba el tono empleado por Laura, pero la chica parecía compadecerse de ella.

Hortense estaba a punto de decir gracias, qué maja eres, cuando la víbora escupió su veneno mezclado con una tonelada de miel:

—¿Has oído hablar de esa chiquilla que, con trece años, es la nueva reina de la moda en Nueva York?

—No… ¿Por qué habría tenido que oír hablar?

—¡Porque todo el mundo habla de ella! ¡Es increíble lo que le está pasando!

Había hecho una pequeña pausa para alargar el suspense. Había jugueteado con un mechón de pelo entre sus dedos, llenos de anillos. Tamborileó sobre la mesa como si interpretara la sonata Claro de Luna.

—Se llama Tavi…

Desgranó algunos arpegios. Sol, do, mi, sol, do, mi. Sol, do, mi.

—Tiene un blog que apasiona al planeta fashion…, ¡cuatro millones de visitas! Todo el mundo habla de ella… Te daré la dirección del blog si quieres…

La, do, mi, la, do, mi…

—Buf…

—Se ha hecho amiga de todos los creadores… Se la ha visto con Marc Jacobs, Alexander Wang, Yohji Yamamoto… Vende sus camisetas a precio de oro y acaba de firmar su primer contrato con una gran casa de modas. ¡Con trece años! ¿Te das cuenta?

—Buf… —había repetido Hortense, con la mandíbula abierta, devorada por los celos.

—Es cierto que es joven…

Otro momento de suspense. La, re, fa, la, re, fa. Y Laura continuó:

—¡Mucho más joven que tú! Quizás por eso todo el mundo habla de ella. Quizás no sea su talento, sino porque es joven…

—¡Ya está! —había gritado Hortense—. ¡Ahora dime que soy una vieja pasada de moda! ¡Que por eso no me llama nadie!

—Pero si no he dicho eso…

—No lo has dicho, pero lo has insinuado… ¡Eres la reina de las hipócritas! ¡Ni siquiera tienes el valor de ser mala!

—Si te lo tomas así… Yo sólo intentaba entenderlo, quería ayudarte, eso es todo.

Hortense se había enfadado de verdad.

—¿Y Suri Cruise? —había seguido gritando—. ¡Suri Cruise! ¡La hija del tapón ese de la Cienciología y de su mujer, que ya nadie se acuerda de quién es! ¡No te olvides de esa! ¡Con tres años, ya es un icono! ¡Sale con tacón de aguja y monopoliza los flashes! ¡Está a punto de eclipsar a todas las papisas de la moda! ¡Así que tu chiquilla de trece años es una antigualla! ¿Sabes lo que eres, Laura la víbora? Eres una pasiva-agresiva… ¡Esa gente me da náuseas!

—¿Una qué? —balbuceaba la víbora embadurnada de veneno.

—Pasiva-agresiva… ¡Son las peores! Personas que te untan de mermelada para clavarte mejor los dientes con una gran sonrisa…

—Pero yo…

—¡Y yo, a las víboras, las aplasto! Las trituro, les arranco los colmillos uno por uno, les saco los ojos, les…

Toda la cólera, la decepción y la pena que intentaba contener desde hacía dos meses se había convertido en bilis de odio y le llegó el turno de escupir su veneno. La cólera de haber creído que iba a llegar a la cima, plantar su bandera, ondear sus colores… La decepción frente a su teléfono que no sonaba, el dolor de constatar que Gary la ignoraba y que su hermosa noche de amor no había sido para él más que una hermosa noche de revancha. Uno a uno, mi bella Hortense, debía de pensar sacando pecho en su traje de pianista.

Ella había tachado a Laura Cooper de su restringida lista de amigas y le había reconfortado pensar que la víbora iba a salir corriendo, para encontrar un manual de psicología, donde buscar qué quería decir «pasivo-agresivo». Feliz lectura, chica, toma notas y, a partir de ahora, cuando pase por delante de ti ¡apártate!

Afortunadamente, le quedaba Nicholas. Fiel en su puesto. Torso demasiado largo, amante lamentable, pero abnegado, creativo, ingenioso, generoso, trabajador. Bonitos adjetivos que no acortaban, ¡lástima!, su torso demasiado largo…

Él intentaba hacerle olvidar su desengaño multiplicando las salidas. Silbaba siempre que ella entraba en su despacho. Apreciaba su chaqueta de hombre larga y ceñida como un abrigo, sobre un ajustado vestido vaquero azul oscuro. La felicitaba.

—No es idea mía, la he sacado del Elle de esta semana… Yo ya no tengo ideas, estoy acabada.

—Que no… Que no —protestaba Nicholas—. Volverás a despegar. ¡Estoy seguro de ello!

Él mismo confesaba que no comprendía nada. Un-be-lie-vable! Increíble, repetía moviendo la cabeza. Criticaba a la gente que te prometía la luna y luego te daba la espalda.

Hacía todo lo posible e imposible para aturdirla.

¿Que quería trabajar los tejidos? Le encontraría un taller para que hiciese unas prácticas.

¿Que deseaba hacer deporte para desahogarse? La inscribía en su club que tenía una piscina maravillosa. Un club muy elegante, no aceptan a todo el mundo, has debido de causarles buena impresión…

O les has amenazado, traducía Hortense, conmovida ante el hecho de que se preocupase tanto para arrancarle una sonrisa de sus labios de condenada.

La había llevado al local al que iba todo Londres, el Whisky Mist. En la carta de cócteles, había un Ibiza Mist de doce mil libras.

—¡Quince mil euros por una bebida! —había exclamado Hortense, atónita.

—Más que por una bebida, por un concepto —había explicado Nicholas.

—¿Un concepto?

—Sí… Pides un Ibiza Mist y entonces…

Imitaba el redoble de un tambor.

—Sales del local, vienen a buscarte en un Bentley, te llevan al aeropuerto en dirección a Ibiza, después en helicóptero hasta una isla privada con chef particular, piscina y cóctel… Simpático, ¿no?

—¿Hay muchos conceptos de ese estilo?

—Por veinticinco mil libras, puedes volar hasta una de las villas de Hugh Hefner en Miami. Con champaña, piscinas, jacuzzi, bunnies y apolos a voluntad. La vida es bella, ¿no?

Hortense miraba a Nicholas, los ojos en el vacío.

Él le suplicaba:

—Sonríe, Hortense, sonríe, no me gusta verte triste…

Ella sonreía y su pobre sonrisa dubitativa parecía una mueca de infelicidad.

Él la cogía de la mano, la llevaba hasta la sala VIP diciendo ya verás, te va a encantar… ¡No hay más que tarados y extravagantes! ¡Mira!

Ella arqueaba una ceja. Rayas de coca sobre una mesa, parejas que se abrazaban apasionadamente, senos al aire, tapones de champaña saltando, gritos, aullidos de falsa alegría, de falsa excitación. Chicas desaliñadas, risueñas, ruidosas, esqueléticas, sacos de huesos artificiales, maquilladas con paleta de albañil novato.

Hortense se sentía pesada como una cerda enorme.

—¿Y bien? —había exclamado Nicholas, triunfante—. Felliniano, ¿verdad?

—Esto me pone aún más triste.

—Espérame aquí, voy a buscar algo para beber… ¿Qué quieres?

—Un zumo de naranja —decía Hortense.

—¡Oh, no! ¡Eso no! Aquí no hay…

—Entonces un vaso de agua…

—¡Cócteles a voluntad! Vamos a rehacer tus sueños y tus proyectos… Confía en mí, tengo un montón de ideas.

Le daba las gracias y pensaba ¿por qué no estoy enamorada de él? ¿Por qué pienso en Gary?

Él se alejaba saludando a derecha e izquierda, exclamando Of course! I call you[63]. Él conoce a todo el mundo aquí, yo no conozco a nadie. Soy Hortense Nobody. Dos años en Londres y sigo siendo una desconocida.

Un tipo se había acercado y se había dirigido a ella sorbiendo un líquido azul turquesa con una larga pajita:

—¿Tú no eres amiga de Gary Ward?

—¿Gary qué?

—¿No te he visto ya con Gary Ward?

—Si es un truco para entrar a las chicas ¡pisa el freno! No he oído hablar nunca de ese tío…

—¡Ah, bueno! Creía que… Porque sabes que él está…

Hortense le había dado la espalda y había buscado a Nicholas con la mirada.

Volvía blandiendo dos bebidas color papagayo de las islas. Le señaló un lugar donde sentarse. Hortense apoyó la cabeza en su hombro y le preguntó si no le parecía que estaba demasiado gorda.

—Dímelo, sé honesto, ¿sabes?, ya me da lo mismo… No podría caer más bajo.

Así que esa no era la noche en la que iba a hincharse a espaguetis a seis mil calorías el bocado.

—¿No comes, Hortense? ¿No te gustan mis espaguetis? —se inquietó Rupert mientras tragaba pasta sin parar.

—No tengo hambre…

—Haz un esfuerzo —insistía Peter—. Rupert se ha preocupado de cocinar y tú te haces la difícil… No está bien, Hortense, ¡no está bien! ¡Piensa en los demás! No eres la única importante en este mundo…

—No sé en qué iba a ayudar al tercer mundo atiborrándome…

—No son espaguetis corrientes, han sido cocinados con amor por Rupert. Él no estaba obligado a…

—¡Joder! —gritó Hortense rechazando su plato y derramando el vaso de tinto malo sobre la mesita—. ¡Deja de culparme, ayatolá!

Y salió corriendo hacia su habitación y gritando que los odiaba a todos. A TODOS.

—Pero ¿qué le pasa? —preguntó Tom volviendo a colocar sus calcetines agujereados sobre la mesa—. ¿Tiene algún problema?

Peter cogió más queso rallado y explicó, muy serio:

—Se creía que la iban a inundar de propuestas después de su show en Harrods y ¡nada de nada! Niente! Así que, a la fuerza, la princesa está asqueada… Mejor para ella, así aprenderá a vivir…

Jean el Granulado sonrió delicadamente y declaró que los espaguetis estaban deliciosos, ¿queda un poco más?

* * *