Al llegar a su casa, Gary encontró la invitación de Hortense entre el montón de correo. Se quedó mirándola un rato y decidió asistir.
Quería ver esos dos escaparates que le habían suplantado en el corazón de Hortense. ¡Y le conviene que sean realmente buenos porque si no le monto una escena!, se dijo jugueteando con la invitación, agitándola en el aire.
Se sorprendió sonriendo de su propia ocurrencia y se dijo que su viaje a Escocia no había sido inútil. Había salido de esa niebla blanca que le asfixiaba. Se había acercado a un abismo, pero no había caído en él. Tenía la impresión de haber conseguido una victoria. No sabía muy bien sobre quién, pero había ganado. Se sentía más calmado, más indiferente, más ligero. Se había librado de un trozo de sí mismo que le ataba a su infancia… Eso es, se dijo, satisfecho, mirándose en el espejo de la entrada, acercándose mucho y frotándose el mentón, he mandado al cuerno a mi pasado.
Al final no había sido ni cobarde ni despreocupado. O quizás lo había sido… Pero le daba igual. Yo he ido, yo me he desplazado, ha sido él quien me ha rechazado, no tengo nada que reprocharme. ¡Puedo volver a ser cobarde y despreocupado si me da la gana!
¡Y ahora rumbo a la bella Hortense!
Pero, cuando se acercó a Brompton Road, en Knightsbridge, la muchedumbre se agolpaba delante de los escaparates de Harrods y dudó de entrar.
Tuvo el tiempo justo para batirse en retirada y esconderse detrás de un grupo de turistas: había visto a Marcel, Josiane y Junior en la acera. Junior caminaba delante, las manos hundidas en los bolsillos de un blazer azul marino con escudo rojo y verde a juego con su corbata. Parecía furioso, el ceño fruncido, sus cabellos rojos alborotados y avanzaba con resolución. Sus padres le gritaban que esperase, que iban a perderle.
—¡Pues me pierdo! ¡Me voy derecho al Támesis! Tengo unas ganas terribles de ahogarme…
—¡Pero si no tiene importancia, Junior! No tiene importancia —decía Marcel, intentando sujetar por la manga a su hijo que se soltó con un gesto brusco.
—No tiene importancia para ti… ¡Pero yo he quedado en ridículo! No volverá a mirarme nunca más. Tengo diez puntos de penalización… ¡De vuelta a mi estatus de Enano!
—¡Que no! ¡Que no! —aseguraba Josiane, sin aliento a fuerza de correr detrás de su pequeño.
—Sí. Ridiculizado. Esa es la palabra exacta…
—¡No vas a hacer una montaña de un grano de arena!
—Haré lo que me dé la gana, pero el hecho está ahí: yo hablaba y nadie me entendía. Decían what?, decían pardon? Y ya podía seguir desgranando mis mejores frases en inglés, ellos no se enteraban de nada…
—Ahora estás hablando de forma comprensible —dijo Marcel, atrapando a su hijo por la cintura con sus poderosos brazos.
Junior se dejó arrastrar hacia su padre y estalló en sollozos.
—¿De qué sirve haberse tragado dos métodos de «cómo hablar inglés corriente», uno con el ojo izquierdo y otro con el derecho? ¿Eh? ¿De qué sirve? ¡He hecho el papel del patito feo y completamente negro, en un estanque lleno de cisnes blancos! He hecho el ridículo, el ridículo.
—¡Que no! No tienes buen acento, eso es todo. Es normal. La gente de los libros no parlotea como la gente de la calle… Ya verás, dos días aquí, y hablarás como un gentleman y te preguntarán incluso si perteneces a la familia real…
Pasaron delante de Gary sin verle.
Gary sonrió y pensó que volvería más tarde.
Miró la hora, las ocho, y llamó a su amigo Charly que vivía en Bazil Street, justo detrás de los grandes almacenes.
Charly estaba a punto de romper con su novia, Sheera, y estaba haciéndose un porro para infundirse valor. Gary le vio hacer, divertido. Él había dejado de fumar porros. Le volvían terriblemente sentimental; era capaz de cantar viejas canciones mientras se secaba las lágrimas con la manga, evocar su primer osito de peluche y su funda de almohada rota o contarle su vida al primero que pasara por allí.
Sonó el móvil. Miró quién le llamaba. ¡Mrs. Howell! Era la tercera vez que llamaba. No respondió. No tenía ganas de explicarse. De acuerdo, no había estado bien haberse marchado sin avisarla, pero no quería volver a oír hablar una sola palabra más de su padre, ni de Escocia, ni de los escoceses. No necesito a ningún padre, necesito un piano, a Oliver… y, muy pronto, ¡la Juilliard School de Nueva York! Antes de ir a Escocia, había enviado su solicitud de ingreso y esperaba saber si estaba admitido o no. A partir de ahora, miraría hacia delante. Cambiaba de rumbo. Había crecido sin padre, no era el único. Continuaría sin necesitarle. Conservaba la imagen de su abuelo y, si necesitaba hablar entre hombres, se dirigiría a Oliver.
Oliver, qué ganas tenía de verle. Había telefoneado a su agente, quien le había dicho que él había vuelto de una serie de conciertos y que podía ir a verle a su casa. Le llamaría por teléfono, pero antes quería finiquitar el capítulo escocés contándole su periplo a su madre. No debió de gustarle que se fuese a Edimburgo sin avisarla. ¡Ajá! Gary Ward, te estás haciendo mayor y has de reparar lo que has roto. Ella lo entendería. Siempre lo entiende.
Charly le tendió el porro ennegrecido y Gary lo cogió.
—Lo intento por última vez —dijo sonriendo— pero si después me pongo a llorar sobre tu hombro, me metes en un taxi y me prohíbes ir a Harrods…
—¿Y qué se te ha perdido en Harrods?
—Pues la bella Hortense… La contrataron para decorar dos escaparates y es la noche de su vida. Va a estar toda la prensa…
—¡Je, je! ¡Te arriesgas a encontrarte también a Charlotte!
—¡Ay! Es cierto… ¡Me había olvidado por completo de ella!
Charly se había enamorado completamente de Charlotte cuando Gary se la había presentado. Hacía desmesurados esfuerzos para seducirla y había avisado caballerosamente a Gary. Gary no se había opuesto, sabiendo que el chico tenía pocas posibilidades. Charlotte detestaba a los rubios mofletudos, sólo le gustaban los morenos altos y flacos.
Dio varias caladas al porro y sintió que le invadía la euforia.
—¡Oye, sí que sienta bien esto! Hacía tiempo…
—A mí me da valor… Cuando fumo desdramatizo… ¡y lo necesito, si quiero hablar con Sheera!
—Debería valorar el hecho de que rompas con ella en persona. Que no te libras de ella a través de un email o un SMS… Sólo por eso, debería ser digna y amigable.
—¿Acaso conoces alguna ruptura en la que la chica que has largado sea digna y amigable? Yo no.
Gary se echó a reír, no podía parar.
—Oye, no sólo no lloro, sino que empiezo a balancearme… ¿De dónde sacas esta hierba?
—De un tío anarquista que la cultiva en invernadero… La vende. Pero a mí me la da por la cara… Soy su sobrino preferido.
Gary cerró los ojos y saboreó.
Charly puso música. Una vieja canción de Billie Holiday que hablaba de amores difuntos y melancolía, que prometía amor eterno al hombre que se iba.
—¡Apágalo —dijo Gary— o nunca tendrás el valor de romper con ella!
—Al contrario, eso me mete en ambiente… Escucho la voz de esa mujer que sufre y permanezco inflexible.
Gary soltó otra risotada y constató de nuevo que fumar le ponía ahora feliz y contento.
Se levantó y se despidió de Charly gritando: «¡Harrods, allá voy!».
Cuando llegó, la fiesta había terminado. Los camareros contratados recogían las mesas, guardaban las sillas y tiraban los ramos de flores. Los invitados se habían ido. Sólo quedaba Hortense que, rendida, con la cabeza entre las piernas, estaba sentada en el suelo. Gary vio primero un par de Repetto negras, unas piernas largas, y después un vestido tubo negro Azzedine Alaïa y una amplia bufanda de seda negra y blanca.
Se acercó sin hacer ruido y gruñó hello, beauty!
Hortense levantó la cabeza, le vio, esbozó una sonrisa un poco cansada y dijo:
—¡Has venido!
—Yeah! Quería verle la cara a mis rivales… Pero ¿por qué llevas gafas negras? ¿Has llorado? ¿Te ha ido mal?
—No… Al contrario. Un éxito sin paliativos… Pero tengo un orzuelo purulento en el ojo derecho. Debe de ser el cansancio o Jean el Granulado que me ha pegado un virus, furioso por no haber sido invitado.
—¿Y quién es ese?
—Un minusválido y nuestro nuevo compañero de piso…
Gary señaló con el dedo los escaparates iluminados en la noche y dijo:
—Así que… ¡me abandonaste por esos dos!
—¿Qué te parecen? —preguntó Hortense, ansiosa.
Gary recorrió los escaparates iluminados con la mirada, se detuvo en cada silueta, en cada detalle y asintió con la cabeza, lleno de admiración.
—¡Formidable! Es exactamente lo que tenías en mente en París, ¿te acuerdas?…
—¿Lo crees de verdad?
—¿Por qué? ¿Acaso lo dudas? ¡Sería la primera vez!
—Estoy muy contenta…, ¡tenía tantas ganas de que vinieses!
—Y aquí estoy…
—Junior ha venido también. ¡Habla inglés como un viejo duque estirado! Marcel ha hecho un montón de fotos y me ha felicitado hasta que me han pitado los oídos. Me ha dicho que si quería, lanzaba una línea de ropa Casamia de la que podría ocuparme yo…
—Y…
—No me he atrevido a decírselo, pero es un poco… barato lo que él hace… He sido bastante imprecisa. Sobre todo porque…
Cogió su bolsito, lo abrió y lanzó al aire una lluvia de tarjetas de visita.
—¿Has visto todas las tarjetas que me ha dejado la gente? ¡Quieren verme todos!
Gary calculó por encima que habría más de una docena.
—¡Han quedado encantados, Gary! ¿Te acuerdas de la idea del fular anudado alrededor del cuello? Había utilizado un modelo de Vuitton maravilloso… Pues bien, un tío de Vuitton me ha propuesto trabajar en el diseño de los próximos fulares. ¿Te das cuenta?
Y deletreó V-U-I-T-T-O-N.
—¡Y no sólo él! ¡Tengo al menos dos ofertas de trabajo en Nueva York! ¿Te das cuenta? Nueva York…
—No me extraña… Es bonito, tiene clase… Estoy orgulloso de ti, Hortense, realmente orgulloso de ti.
Hortense le miraba, sentada en el suelo, los codos sobre las rodillas, sus gafas negras en la punta de la nariz y pensaba que era alto, guapo, fuerte, generoso. La escuchaba, la miraba de forma diferente, como si ya no necesitasen pelear. Como si Gary hubiese comprendido algo muy importante. Había en su actitud una especie de desapego, de seguridad masculina desconocida para ella.
—Has cambiado, Gary… ¿Qué te ha pasado?
Gary sonrió, le tendió la mano y ordenó:
—¡Venga! ¡Nos vamos! Te invito a cenar…
—Pero es que tengo que…
Gary levantó una ceja contrariado.
—Ordenarlo todo… —mintió Hortense.
Nicholas había ido a acompañar a Anna Wintour. Le había dicho espérame, vuelvo y vamos a celebrar nuestro éxito. Porque ha sido un éxito, Princesa. Ya verás, te van a llover las propuestas, sólo te costará elegir una…
¡No podía abandonarle! Miró de nuevo a Gary y leyó en sus ojos la urgencia de seguirle. Había vuelto, se había tragado su orgullo, le tendía la mano. Ella dudaba. Su mirada iba de los escaparates al impermeable que Nicholas había colgado en una esquina, y era como si el impecable Burberry le apremiara a quedarse. ¡Te estás jugando tu futuro, Hortense! ¡No lo hagas! Nicholas se pondrá furioso y nunca más querrá levantar el meñique por ti. Se volvió hacia Gary, entró en su mirada, que se oscurecía hasta hacerse negra. Si le digo que no, no le vuelvo a ver… Se tambaleaba de un lado a otro. Sí pero… Necesito a Nicholas, le necesito todavía. Sin su ayuda, sin sus relaciones, su espíritu práctico, esa noche no hubiese tenido el éxito que ha tenido… Esta noche han venido todos pero, si soy honesta, ha sido más por él que por mí. Nicholas tiene un nombre, un nombre que asciende, que me abre miles de puertas. Yo soy todavía una desconocida… Luchaba, avergonzada, y dejó caer de nuevo la cabeza entre las piernas.
—¡No me digas que tienes que recoger los restos de la fiesta! —comentó Gary, socarrón—. Ya lo harán otros… Hortense, sé sincera. Todo el mundo se ha ido… No tienes nada que hacer aquí. ¿Estás esperando a alguien?
Hortense sacudió la cabeza, incapaz de responder. Incapaz de decidir.
—Esperas a alguien y no te atreves a decírmelo…
—No —murmuró Hortense—, no…
Mentía tan mal que Gary comprendió y retrocedió.
—En ese caso, querida, te dejo… O más bien os dejo a los dos…
Hortense frunció la nariz, incapaz de decidirse. Se golpeó la cabeza con los puños y pensó siempre el mismo problema, siempre el mismo problema, siempre había que elegir, ¡siempre! Detestaba elegir, lo quería todo.
Gary se dirigió hacia la salida.
Hortense miraba fijamente la espalda de Gary dentro de su vieja chaqueta de rastrillo, sus vaqueros negros, su larga camiseta gris cuyas mangas sobresalían, su pelambrera hirsuta. El Burberry, por su parte, tenía el aspecto rígido y satisfecho de haber ganado. Has elegido lo mejor, Hortense, tienes todo el tiempo del mundo para vivir tu amor, ese chico te esperará, tenéis veinte años, vuestra vida acaba de empezar. Sólo estáis en fase de prueba… ¿Te quiere? ¿Y qué? ¡No será eso lo que te propulsará hacia delante! ¿Quién se ha pasado horas y horas montando tus escaparates? ¿Quién te ha prestado su ropa, abierto su agenda, llamado a todos hablando de ti y convirtiéndote en una futura estrella? Nicholas está dispuesto a todo por ti, mira cómo ha sabido encumbrarte, destacar tus cualidades, tu capacidad de trabajo, si has estado a punto de ruborizarte… En este mismo instante, le está hablando de ti a Anna Wintour, está consiguiendo para ti un periodo de prácticas en el Vogue americano, la biblia de la moda, ¿y le vas a dejar plantado por un jovenzuelo desaliñado? No way!
Hortense seguía a Gary con la mirada. Él se alejaba, se alejaba.
No pudo soportarlo.
—¡Espera, Gary! ¡Espérame! ¡Ya voy! —gritó mientras se levantaba.
Recogió su Perfecto, su bolsito Lanvin y le alcanzó cuando ya llegaba a la acera de Brompton Road.
Le cogió la mano y declaró:
—He cambiado de opinión, no vamos a cenar… Vamos a mi casa. Te deseo demasiado…
—¡Pero es que tengo hambre!
—Tengo una pizza en la nevera…
Gary se despertó temprano, tumbado bajo el edredón al lado de Hortense. Ella dormía boca arriba, con un brazo echado hacia atrás. Le besó la punta del seno y ella gimió dulcemente gruñendo quiero dormir más, ¡más! Estoy muerta y Gary sonrió. Se separó, arrastrando el edredón consigo, ella gruñó tengo frío, tiró del edredón hacia sí y él decidió salir lentamente del sueño. Esa noche había soñado con su padre. Se esforzó en recordar el sueño, pero sólo conseguía visualizar el fin: Duncan McCallum, sentado en un claro, le tendía la mano…
Era la hierba que había fumado el día anterior, que decididamente le volvía sentimental.
Alejó el sueño de su mente y se levantó.
Iría a desayunar con su madre.
Garabateó una nota para Hortense, la dejó a la vista en su lado de la cama, todavía templado, y se marchó sin hacer ruido.
* * *