CAPÍTULO 13

TRECE

Vigilia silenciosa

Intrépido

Encontrados

Cientos de cargas explosivas situadas en la parte posterior de la zona ventral del casco de la fragata estallaron al mismo tiempo en el silencio del espacio y lanzaron grandes placas metálicas al vacío. Los gruesos cilindros que encerraban los motores interestelares de la nave salieron rodando sobre raíles y cayeron hacia la oscuridad. Los diversos conductos y tuberías se partieron y soltaron chorros de líquido refrigerante mientras los cables emitían una lluvia de chispas. Unos orbes centelleantes de energía acumulada giraron y aullaron en el interior de los eyectados motores de disformidad. Esa energía, que habitualmente se habría canalizado en la creación de un portal al immaterium, no encontró salida alguna, por lo que giró y giró sobre sí misma, cada vez a mayor velocidad, dirigiéndose en espiral hacia la formación de una masa crítica.

La Eisenstein se alejó a toda la velocidad que pudo impulsada por unos relucientes chorros de fuego de fusión y dejó atrás las partes de sí misma que había dejado libres. Los módulos se fueron acercando entre sí debido a la potencia gravitacional de los motores de disformidad, y a medida que lo hacían, entre ellos empezaron a saltar unas tremendas descargas de rayos de un brillante color blanco-azulado que también persiguieron a la fugitiva fragata. Los escudos de vacío que la protegían brillaron incandescentes, pero se mantuvieron firmes. Lo que los pondría verdaderamente a prueba todavía tardaría unos segundos en llegar.

Los núcleos de los motores comenzaron a derretirse y a deformarse. La energía que contenían creció hasta tal punto que se convirtió en una reacción que se alimentaba a sí misma y que aumentaba de potencia gracias a los estados diferenciales existentes entre las dimensiones del espacio disforme y el vacío común del espacio real. Unas descargas circulares de extrañas radiaciones, visibles en todos los planos del espectro, irradiaron desde aquella amalgama aplastada de materia y energía. Los motores de disformidad se habían adentrado demasiado pronto en la locura del immaterium, y el empuje de la energía que se desbordaba fue demasiado rápido, y en demasiada cantidad.

La reacción generó una implosión. Todo, los paneles de la sección de casco eyectada, los trozos de metal sueltos, el polvo y las motas de moléculas de hidrógeno que flotaban en libertad, hasta el propio espacio que rodeaba todo lo anterior, se dobló sobre sí mismo en un desesperado intento por autoalimentarse.

Si hubiera existido un ojo que fuera capaz de ver algo tan anormal o que tuviera la posibilidad de ver en un espectro de energía muy por encima del humano normal, habría captado la presencia de una aullante bestia con tremendas garras mirando desde el centro de la masa de energía, pero en ese momento se produjo la explosión.

La rugiente destrucción de los motores de disformidad creó una esfera de radiación que iluminó el espacio como un sol moribundo y cuyo brillo cruzó las barreras entre dimensiones. En el empíreo se convirtió en un aullido descomunal, un destello de color azul apagado, en una oleada de pánico puro y en un millón de otras cosas. En el espacio real fue una onda de energía restallante que golpeó a la nave que huía y la sacudió de popa a proa con una fuerza letal.

* * *

En las profundidades del empíreo, el borde irregular de una onda de choque se rompió contra los sentidos sobrenaturales de una mente superior. El flujo de descargas ocultó todas las demás visiones de pensamientos en un instante de dolorosa sobrecarga. Golpeó las tormentas de locura que se agarraban a su mente y las arrastró hasta llevárselas y destrozarlas. La mente se vio sacudida y azotada por el impacto, arrojada durante unos segundos interminables al turbulento reflujo del paso de la onda de choque. Después, el destello desapareció y sólo dejó atrás el eco de su creación. Donde antes tan sólo existían tormentas y niebla, en ese momento se veía todo despejado, con una gran claridad.

La mente exploró y estudió el espacio abierto del immaterium y encontró el punto de origen. Al igual que el destello de un rayo nocturno iluminaba un paisaje envuelto en sombras, la onda de choque había conseguido que el fluido terreno del espacio disforme fuera visible en todos sus detalles.

Le proporcionó solidez cuando todos los demás medios de comprenderlo habían fracasado. De repente, sendas que habían estado ocultas eran claras y discernibles. El camino quedó abierto de forma súbita, y al otro lado de una extrema distancia, el epicentro de la creación de aquel efecto seguía ardiente.

Con extremo cuidado, la mente comenzó a calcular una ruta que la llevara hasta allí. La curiosidad echó a un lado cualquier otra consideración.

* * *

Garro dejó a un lado la electropluma y repasó el texto que había escrito sobre la lisa y vítrea superficie de la placa de datos. Soltó un profundo suspiro y apareció una nube de vapor blanco que después se desvaneció en el frío y escaso aire del observatorium. Todas las superficies de la estancia estaban cubiertas de escarcha, desde las vigas de acero hasta las amplias superficies de las ventanas, donde la mayor parte del espacio estaba cubierto de manchas blancas. Debido a la onda de choque provocada por el destello de disformidad, numerosos sistemas de energía que ya estaban dañados por la dramática huida de Istvaan III habían dejado de funcionar por completo, y cubiertas enteras de la nave se habían quedado sin sistemas de apoyo vital. Carya había cerrado el puente de vuelo y se había trasladado con la tripulación de mando a un púlpito de control secundario, dejando que el puente superior quedara muerto y a oscuras. Poco a poco, la Eisenstein se estaba convirtiendo en una tumba helada.

—Capitán —lo saludó Qruze cuando apareció en el lugar y quedó iluminado por el apagado brillo de la luz de las estrellas, que entraba a través del cristal blindado cubierto de escarcha—. ¿Me has mandado llamar?

Garro le mostró la placa de datos.

—Quiero que seas testigo de esto.

Nathaniel se quitó el guantelete de la mano izquierda y apretó el sello de comandante que llevaba puesto en el índice sobre una lámina sensora de la placa de datos. El aparato soltó un zumbido al reconocer el diseño único del anillo y del código genético de su portador. Le pasó la placa al capitán de los Lobos Lunares y el viejo guerrero leyó en silencio lo que Garro había escrito.

—¿Una crónica?

—Quizá sería más apropiado pensar en ello como en una última voluntad y testamento. He anotado todos los acontecimientos de relevancia que precedieron a nuestra huida de la flota, y todo lo que sucedió después. Nuestros hermanos deben encontrar un testimonio de lo ocurrido aunque no vivamos lo suficiente para entregárselo en persona.

Qruze soltó un bufido, pero repitió el procedimiento que había efectuado Garro: confirmó el contenido de la placa de datos con un toque de su sello.

—Preparado para lo peor. Primero ese joven, Sendek, y ahora tú. Guardia de la Muerte de nombre, y lúgubre por naturaleza, ¿no es así?

Garro tomó la placa de datos y la guardó en una especie de maletín blindado.

—Sólo quiero tener previstas todas las eventualidades. Este maletín sobrevivirá a cualquier posible explosión y al vacío, incluso a la destrucción de esta nave.

—Entonces, ¿qué hay de todo lo que dijiste en el puente de mando? ¿Lo que declaraste delante del apotecario, todo era una farsa? Nos dices que sobreviviremos, pero ¿en secreto te preparas por si no lo hacemos?

—No os mentí, si eso es lo que quieres insinuar —le contestó Garro con un gruñido—. Sí, creo que llegaremos a ver Terra, pero no hay mal alguno en ser precavido. Es el modo de actuar de la Guardia de la Muerte.

—Pero haces todo esto fuera de la vista de los hombres, y como único testigo, un capitán de los Lobos Lunares. ¿Quizá se debe a que no quieres minar la fe que has encendido en los demás?

Garro apartó la mirada.

—Los años no han disminuido tu capacidad de razonamiento, Iacton. Estás en lo cierto.

—Te entiendo. En unos momentos como éstos, sus convicciones es lo único a lo que se puede agarrar una persona. Antes de… Istvaan, poseíamos la fe en nuestras respectivas legiones y primarcas. Ahora debemos encontrar la fe donde podamos.

—El Emperador sigue siendo nuestro punto de referencia —le contestó Garro, mirando hacia las estrellas—. De eso no tengo duda.

Qruze asintió.

—Sí, supongo. Nos has convertido a todos en creyentes, Nathaniel. Además, esa crónica que has escrito es un esfuerzo desperdiciado.

—¿Por qué?

—Porque la historia se queda a medias.

En el rostro marcado de cicatrices de Garro apareció una leve sonrisa.

—Claro. Me pregunto cómo acabará todo.

El capitán de batalla se alejó unos pocos pasos haciendo crujir la delgada capa de hielo bajo las botas.

—¿Es que tu santa no te lo ha dicho? —le preguntó Qruze con un tono de reproche irónico.

—No es mi santa —le replicó Garro—. Keeler es… Tiene una visión.

—Puede que sea así. Lo cierto es que muchos de los tripulantes parecen estar de acuerdo con esa afirmación. Hay muchos más asistiendo a los sermones en las cubiertas inferiores. Sé de buena tinta que el iterador, Sindermann, ha trasladado la improvisada iglesia a un compartimento de mayor tamaño en uno de los puentes de la armería para poder acomodar mejor a todos los asistentes.

Garro pensó en ello un momento.

—Cerca del casco interior. En aquel lugar hará menos frío, estarán más protegidos.

—Han asistido unos cuantos astartes, capitán. Al parecer, el hecho de que hablaras con la mujer ha dado legitimidad a lo que dice.

Garro lo miró fijamente.

—Y tú no lo apruebas.

—La idolatría no es propia del estilo de vida imperial.

—Yo no veo ídolo alguno, Iacton, tan sólo alguien que tiene un propósito en su servicio al Emperador, lo mismo que tú y que yo.

—Un propósito —repitió el lobo lunar—. A eso se reduce todo, ¿no? En el pasado jamás tuvimos que esforzarnos por encontrar nuestro propósito en la vida. Siempre se nos recordaba cuál era nuestro propósito, el Emperador se lo comunicaba al primarca y el primarca al astartes. Ahora, lo que ha ocurrido nos obliga a buscarlo solos, y nos hemos separado. Horus ha encontrado su propósito en la hechicería, y nosotros… nosotros lo buscamos en una divinidad. —Se rio sin alegría—. Jamás pensé que llegaría a ver algo así.

—Si la sabiduría que te han dado los años te permite encontrar otro camino, dímelo —le dijo Garro con firmeza—. Éste es el único que veo abierto ante mí.

Qruze inclinó la cabeza.

—No me atrevería, capitán de batalla. Te he entregado mi lealtad, y seguiré tus órdenes al pie de la letra.

—¿Aunque no estés de acuerdo con ellas? Vi el reproche en tus ojos en el puente de mando.

—Permitiste que el comportamiento del apotecario quedara sin castigo. —Qruze negó con la cabeza—. Fue una insubordinación contra un oficial superior. ¡Te apuntó con un arma lleno de ira!

—Lleno de miedo —lo corrigió Garro—. Permitió que las emociones lo dominaran por unos instantes. Está arrepentido de sus actos. No voy a castigar a nadie por eso.

—Tus guerreros te están poniendo en cuestión —insistió Qruze—. De momento lo ven como una actitud permisiva, pero quizá algunos terminen viéndolo como un signo de debilidad.

Garro apartó la mirada.

—Pues que lo hagan. El hermano Voyen es el mejor apotecario del que disponemos. Lo necesito. El hermano Decius lo necesita.

—Ah —dijo el lobo lunar asintiendo—, ya lo entiendo. Quieres que el chaval sobreviva.

—¡Lo que quiero es no perder ni un hermano más por culpa de toda esta locura! —le replicó Garro con rabia—. ¡Puede que el resto de la legión haya caído presa de la deslealtad o de la muerte, pero estos hombres no! ¡No los míos! —Su agitada respiración formó una nubecilla de condensación a su alrededor—. Escúchame bien, Iacton Qruze. ¡No permitiré que la Guardia de la Muerte se convierta en sinónimo de corrupción y traición!

El viejo guerrero habló con la voz cargada de auténtico dolor al mismo tiempo que bajaba la vista hacia su servoarmadura, que todavía lucía el esquema de color de los Hijos de Horus.

—Buena suerte en eso, hermano —le deseó en voz baja—. Me temo que para mí, ese momento ya ha pasado.

* * *

La energía desviada a la enfermería procedente de otras secciones de la Eisenstein permitía asegurar el buen funcionamiento de las instalaciones. Garro se dio cuenta de que Voyen había iniciado el traslado de todos los pacientes, menos los más graves, hacia los niveles más profundos de la fragata, hacia el núcleo de la nave. El capitán de batalla no se encontró con el sanador astartes al cruzar la estancia, y se sintió agradecido por ello. A pesar de lo que le había dicho a Qruze, Garro todavía estaba resentido con Voyen por lo que había ocurrido en el puente de mando, y no quería toparse con él tan poco tiempo después del incidente. Era mejor que el apotecario mantuviese las distancias durante un tiempo.

El capitán de batalla rodeó a un oficial herido que respiraba gracias a la ventilación mecánica proporcionada por un aparato y se detuvo delante de la cápsula de cristal de la cámara de aislamiento. Garro se puso el casco con cuidado. Las reparaciones todavía eran visibles en los puntos donde no se había aplicado pintura. Luego, lo selló con el anillo de cierre de la gorguera de la armadura. Por último, tras comprobar cada articulación y conducto de la armadura, la selló por completo para evitar la posibilidad de que entrara cualquier posible cepa contagiosa en el interior. Garro pasó por la compuerta estanca y el área de descontaminación y entró en la zona sellada. Un servidor médico se ocupaba de Decius con movimientos lentos y cuidadosos. El capitán se fijó en que las partes orgánicas de la máquina ya mostraban un color gris debido a la infección. Por los partes de Voyen sabía que ya habían muerto dos servidores por la lenta exposición al veneno que Grulgor había vertido en la herida del joven. El hecho de que Decius todavía no estuviera muerto, cuando la infección podía haberlo matado una decena de veces, era un homenaje a la fisiología de un astartes.

Garro estaría a salvo en el interior de la armadura, y los estrictos sistemas de purificación de la cámara impedirían que se llevase consigo cualquier clase de contaminación bacteriológica. No dudaba que aun así, existía la posibilidad de infectarse, pero estaba dispuesto a arriesgarse. Tenía que mirar cara a cara al muchacho.

Solun Decius se encontraba en el lecho de recuperación, sin su armadura y cubierto por un denso entramado de agujas metálicas e inyectores de narthecium. La herida abierta por el tajo del cuchillo de plaga de Grulgor estaba cubierta de pústulas, con la carne de un color lívido y a punto de caer en la muerte por necrosis. Se negaba a cerrarse y dejaba escapar un goteo de sangre que era recogida en un cuenco situado bajo el lecho. Faltaban partes de la piel de Decius en los puntos donde le habían colocado tubos de alimentación y mecadendritos directamente sobre las extremidades nerviosas. Un bosque de delgadas agujas de acero le cubría el grueso caparazón negro que se le extendía por todo el torso. Un delgado chorro de saliva blanquecina le salía por la comisura de los labios, y un tubo le inyectaba por una fosa nasal aire procedente de una máquina que producía unos chasquidos rítmicos.

El astartes era una pobre imitación de sí mismo, con el color grisáceo de un cadáver que tuviera una semana. Si Garro hubiera visto un cuerpo así en el campo de batalla, lo habría arrojado a una hoguera para incinerado. Nathaniel se dio cuenta de repente de que había llevado una mano a la empuñadura de Libertas, y recordó las palabras de Voyen. «Deberías considerar seriamente concederle la liberación».

—Eso sería convertir en una mentira lo que le dije a Qruze —expresó en voz alta—. La lucha es lo único que nos queda. La lucha es lo que nos define, hermano.

—Hermano…

La voz era tan débil que Garro creyó al principio que se lo había imaginado, pero luego bajó la mirada y vio que los ojos de Decius parpadeaban mientras intentaba abrirlos. Apenas logró entreabrirlos hasta formar dos rendijas.

—¿Solun? ¿Puedes oírme, muchacho?

—Puedo… oírle. —La voz sonaba cargada de mucosidad—. Lo oigo, capitán…, dentro de mí…, el trueno en mi sangre.

De repente, a Garro le dio la sensación de que la espada le pesaba diez veces más de lo normal.

—Solun, ¿qué es lo que quieres?

Decius parpadeó, pero daba la impresión de que hasta el menor de los movimientos le provocaba un terrible dolor.

—Respuestas, mi señor. —Jadeó en busca de aíre—. ¿Por qué nos ha salvado?

Garro se echó hacia atrás, sorprendido.

—Tenía que hacerlo —respondió, confundido—. ¡Sois mis hermanos de batalla! No podía permitir que murierais.

—¿Ése es… el mejor camino? —susurró el guerrero herido—. ¿Una guerra interminable entre hermanos…? Lo vimos, capitán. Si eso… si eso es el futuro, entonces quizá…

—¿Habrías preferido que muriéramos? —Garro hizo un gesto negativo con la cabeza—. Sé que el dolor que sientes es enorme, hermano, ¡pero no puedes ceder ante eso! ¡No podemos admitir la derrota! —Puso una mano en el pecho de Decius—. Sólo con la muerte acaba el deber, Solun, y únicamente el Emperador puede concedernos eso.

—El Emperador… —La palabra era un eco lejano—. Abandonados… Hemos sido abandonados, mi señor, perdidos y olvidados. Esa bestia que era Grulgor no mintió… Estamos solos.

—¡Me niego a aceptar algo así! —Las palabras de Garro se convirtieron en un grito—. Encontraremos la salvación, hermano. ¡La encontraremos! ¡Debes tener fe!

Decius tosió y los tubos que tenía metidos en la boca gorgotearon cuando un fluido verde y rojizo salió para acabar en un depósito de desechos.

—Lo único que tengo es dolor, dolor y pérdida. —Volvió los ojos inyectados en sangre hacia Garro y lo miró fijamente—. Estamos perdidos, capitán. No sabemos ni dónde estamos… El espacio disforme se ha divertido con nosotros y luego nos ha lanzado al vacío.

—Nos encontrarán —le respondió Garro, aunque sus propias palabras le sonaron vacías.

—¿Quién nos encontrará, mi señor? ¿Qué… qué pasará si el tiempo que estuvimos perdidos en el empíreo no fueron horas… sino milenios? ¡La advertencia… no serviría de nada! —Tosió de nuevo y su cuerpo se envaró—. Puede que lleguemos diez mil años tarde… y que nuestra galaxia ya arda en manos del caos.

El esfuerzo de hablar dejó agotado al astartes, que se desplomó en el lecho. El tambaleante servidor se colocó chirriando a su lado con una mano que, en vez de dedos, estaba repleta de jeringas y cuchillas.

Garro contempló cómo Decius cerraba los ojos y perdía la conciencia una vez más. Tras un largo momento, el capitán de batalla se dirigió de nuevo a la compuerta de sellado y comenzó la ardua tarea de limpiar la armadura de cualquier clase de posible infección.

* * *

Vio a Sendek cuando salió de la compuerta exterior de la cámara de aislamiento. El astartes se dirigía hacia él a toda prisa, cruzando la enfermería con el rostro contraído por la tensión.

—¡Capitán! ¡Cómo no pude localizarle, pensé que había ocurrido algo malo!

Garro señaló con un pulgar las gruesas paredes de la cámara.

—Los campos de protección del aislamiento están cargados electromagnéticamente. Las señales de comunicación no pueden entrar en el interior. —Frunció el entrecejo al reparar en el tono de alarma que había en la voz de Sendek—. ¿Qué es lo que requiere mi atención de un modo tan urgente?

—Señor, los sistemas sensores de la Eisenstein quedaron muy dañados por el impacto de la onda de choque del destello de disformidad y el enfrentamiento contra Typhon, y sólo funcionan de un modo parcial…

—Suéltalo ya —lo interrumpió Garro.

Sendek inspiró profundamente.

—Son naves, capitán. Hemos detectado señales múltiples de puertas de disformidad a menos de cuatro minutos luz de distancia. Al parecer, llevan rumbo de intercepción con la Eisenstein.

Debería haber sentido euforia. Debería haber empezado a pensar en el rescate, pero en vez de eso, el humor sombrío de Garro lo llevó a pensar en terrores imaginarios y en predicciones de lo peor.

—¿Cuántas naves son? ¿Qué masa y desplazamiento?

—Los sensores no nos han proporcionado muchos detalles, pero sin duda, se trata de una flota, señor. Una de gran tamaño.

—¿Horus? —murmuró Garro—. ¿Es posible que nos haya seguido hasta aquí?

—No lo sabemos. El transmisor exterior de comunicaciones no está operativo, así que no podemos localizar ninguna baliza identificadora. —Sendek permaneció en silencio un momento—. Podría ser cualquier cosa, podría ser cualquiera. Quizá aliados, quizá naves que se dirigen a unirse a la rebelión del Señor de la Guerra, o incluso alienígenas.

—Y aquí estarnos, inmovilizados, ciegos e indefensos ante ellos. —Garro se quedó callado mientras sopesaba las distintas opciones que tenía—. Si no podemos saber la identidad de esos recién llegados, debemos obligarlos a darse a conocer. Deben de haberse visto atraídos por el destello de disformidad. Cualquier comandante naval que merezca ese nombre enviaría un grupo de abordaje para investigar la nave. Dejaremos que entren y así podremos saber a qué atenernos con ellos.

—A la velocidad que se acercan, tendremos poco tiempo para prepararnos —le indicó Sendek.

—Es verdad —admitió Garro con un gesto de asentimiento—. Lo primero es entregar armas a todos los miembros de la tripulación que sean capaces de utilizarlas. Después, llévate a todo el mundo a las cubiertas centrales internas. Encuentra un buen lugar donde mantenerlos protegidos. Quiero astartes en cada punto de entrada, preparados para repeler a los intrusos, pero que nadie inicie las hostilidades a menos que yo dé la orden.

—El mejor lugar será la zona de la armería —musitó Sendek—. Dispone de un buen blindaje. Muchos de los tripulantes ya están allí con… la mujer.

Garro frunció los labios.

—Santuario en la nueva iglesia. Parece apropiado. —Empuñó el bólter—. En marcha. Debemos estar preparados para recibir a nuestros salvadores o a nuestros asesinos con el mismo vigor.

* * *

Rodearon a la fragata del mismo modo que los lobos dan vueltas alrededor de una presa herida y se dedicaron a observar y a calibrar el estado en que se encontraba la Eisenstein. Las antenas circulares sensoras y los aparatos de escucha se centraron en la nave a la deriva, y un grupo de mentes eruditas se esforzó por averiguar la cadena de sucesos que la habían llevado hasta esas circunstancias.

Unas naves que dejaban enana a la fragata imperial apuntaron decenas de cañones de energía hacia ella, tomando como objetivo su silueta mientras calculaban las soluciones de tiro y preparaban las armas con vistas a su destrucción. Una simple andanada, y sin necesidad de emplear toda su potencia, sería más que suficiente para borrar por completo la Eisenstein del mapa estelar. Tan sólo sería cuestión de dar una simple orden, de pulsar un botón, de apretar un gatillo.

La flota se movió con lentitud. Algunos de sus miembros habían aconsejado la inmediata destrucción de la nave casi destrozada, preocupados ante la posibilidad de que el destello de disformidad que había provocado no fuese más que un cebo para atraerlos. Incluso una nave del pequeño tamaño de una fragata podía convertirse en una bomba volante si estaba correctamente preparada y poseía la potencia suficiente para destruir un crucero de batalla. Otros sentían más curiosidad. ¿Cómo era posible que una nave humana hubiese acabado allí, tan lejos del borde del espacio conocido? ¿Qué circunstancias habían obligado a sus tripulantes a abandonar sus motores de disformidad en un desesperado intento de que los rescataran? ¿Qué enemigos les habían provocado semejantes daños en el casco blindado?

Finalmente, las naves depredadoras de la flota de combate que la rodeaban se apartaron para permitir que la mayor de todas ellas quedara frente a la Eisenstein. Si la fragata era un zorro comparado con los lobos que eran las otras naves de combate, frente a aquella otra nave era poco más que un insecto frente a un gigante. Había lunas de menor tamaño que aquel coloso. Era la mano cerrada de un dios tallada en una piedra oscura de asteroide, un titán de hierro y níquel que estaba salpicado de cráteres y de agudas torres que sobresalían de la superficie.

A gran distancia, la nave se asemejaba a la cabeza de un mazo, con filigranas de hierro negro y oro. A corta distancia, era una ciudad repleta de enormes edificios y puentes, muchos de ellos relucientes por la luz de miles de ventanas. Otros, ocultaban montajes de armas capaces de acabar con continentes enteros. Unos muelles alargados situados por toda la circunferencia del coloso transportaban naves como la Eisenstein, y cuando se le acercó, la fuerza de la gravedad de su enorme masa tiró con suavidad de la fragata y la desvió de su rumbo. Unas cápsulas de armas autónomas desplegadas formando enjambres rodearon la nave a la deriva y, todas al mismo tiempo, encendieron unos poderosos focos que iluminaron el destrozado casco de la fragata, haciendo que destacara por completo en la negrura del vacío al quedar bañada en aquella cegadora luz blanca.

El nombre Eisenstein, que seguía muy visible sobre las planchas de metal pintadas de verde esmeralda de la proa, relució con intensidad al reflejar la fuerte luz. En el interior, un puñado de almas esperaban a que alguien decidiera su destino.

* * *

Hakur se asomó por el pasillo con un combi-bólter cargado echado al hombro y asegurado con una correa.

—Las cubiertas exteriores están completamente vacías, señor —le comunicó a Garro—. Vought ha redirigido la atmósfera a los tanques de almacenamiento o a aquí abajo. Menos de una tercera parte de la nave dispone de apoyo vital, pero no nos quedaremos sin aire para respirar.

—Bien —contestó el capitán de batalla al oír el informe del sargento—. ¿Los hombres que estaban en las cubiertas de paseo se han retirado ya?

El veterano asintió.

—Sí, mi señor. Los he mantenido allí todo el tiempo que he podido pero ya los he hecho bajar. Les dije que vigilasen por las portillas de observación. Ya que no disponemos de ninguna clase de aparato sensor, pensé que al menos podríamos utilizar la vista. Es mejor que nada.

—Bien pensado. ¿Han visto algo?

Hakur se removió, incómodo, como siempre hacía cuando no disponía de una respuesta precisa para su comandante. Garro conocía ese comportamiento desde hacía ya mucho tiempo. Andus Hakur se enorgullecía de proporcionar información rigurosa a sus hermanos de batalla, y le disgustaba poseer sólo parte de los datos sobre cualquier asunto.

—Señor, había muchas naves y parecían ser de construcción imperial.

Nathaniel torció el gesto.

—Después de lo que ha pasado en Istvaan, esa información hace que sienta más cautela, no menos. ¿Qué más?

—La flota orbita alrededor de una enorme construcción, como mínimo del tamaño de un fuerte estelar, si no mayor. El hermano que la ha visto dice que jamás había contemplado algo semejante. La comparó con una de esas monstruosidades orkas, pero sin tener un aspecto tan primitivo.

En la mente de Garro algo se agitó, un comentario a medio recordar que encajaba con esa descripción.

—¿Algo en los comunicadores?

Hakur negó con la cabeza.

—Mantenemos silencio en las comunicaciones, tal como nos ordenó. Si quienquiera que esté ahí fuera se encuentra lo bastante cerca como para emitir en nuestras frecuencias de combate, de momento ha preferido no hacerlo.

Garro lo despidió con un gesto.

—Sigue. Nos mantendremos a la espera, entonces.

El capitán de batalla volvió a adentrarse en el amplio espacio de la armería. Se habían abierto a todo lo largo los paneles de separación para permitir que cupieran todos los supervivientes de la nave. Garro vio desde donde se encontraba un mar de figuras acurrucadas bajo la escasa luz de las lámparas de emergencia. Muchos de los que se hallaban alrededor del grupo estaban armados, y mostraban un aire de desesperación. El capitán caminó con gran cuidado entre ellos y miró directamente a los ojos de cada tripulante, como habría hecho con sus camaradas astartes. Algunos de los tripulantes temblaron cuando pasó a su lado, pero otros se irguieron un poco en respuesta a los gestos de asentimiento que les dirigió.

Garro siempre había pensado, a lo largo de todos sus años de servicio, que los humanos normales del ejército eran guerreros que luchaban por la misma causa que los astartes, pero no fue hasta ese momento cuando sintió afinidad con ellos. «Hoy todos estamos unidos en la misma misión —pensó—. Aquí ya no hay barreras de rango o de legión».

Llegó hasta donde se encontraba Carya. El oficial de piel oscura empuñaba una pesada pistola de plasma.

—Capitán de batalla —lo saludó con voz pastosa. El capitán de la nave tenía la cara hinchada por las heridas que había sufrido durante la huida.

—Estimado capitán —le respondió Garro—. Creo que le debo una disculpa.

—¿Ah, sí?

Garro abarcó con un gesto las paredes del casco que los rodeaba.

—Me entregó una nave en perfecto estado y yo casi la he destrozado.

—No necesita disculparse, señor —le respondió Carya con una breve risa—. He servido bajo el mando de otros astartes en la Gran Cruzada a lo largo de estas décadas, y sigo pensando que jamás los entenderé. En algunos aspectos, son muy superiores a individuos normales como yo, y en otros… —Se quedó callado de repente.

—Sigue —lo animó Garro—. Di lo que piensas, Baryk. Creo que todo por lo que hemos pasado juntos nos permite ser sinceros.

El capitán de la nave le dio unas palmadas en el brazo.

—En ciertos aspectos sois como los jóvenes alocados que ansían encontrar su lugar, una fraternidad, pero también os enfrentáis unos a otros en rivalidades estúpidas. Al igual que todos los humanos, os esforzáis por escapar de la sombra de vuestro padre, pero también deseáis que se sienta orgulloso de vosotros. A veces me pregunto qué os pasaría, muchachos valientes y nobles, si no tuvierais guerras que librar. —Al ver que Garro no le contestaba, Carya se turbó—. Te pido perdón, capitán. No pretendía ofenderte.

—No lo has hecho —lo tranquilizó Garro—. Tu perspectiva es… interesante, eso es todo. —Se quedó pensativo unos momentos—. Respecto a tu pregunta, no tengo respuesta para ella. Si no hubiera guerras, ¿para qué servirían las armas? —Señaló la pistola que empuñaba Carya, y luego a sí mismo—. Quizá iniciaríamos una nueva guerra, o nos enfrentaríamos los unos a los otros.

—¿Como ha hecho Horus?

Un escalofrío recorrió el alma de Garro.

—Quizá.

La idea le pesó un mundo y se dio la vuelta mientras se esforzaba por dejarla a un lado.

Garro encontró a Sendek y a Hakur estudiando una unidad de auspex. Sendek había conseguido conectar el aparato a uno de los mecanismos de exploración externa de la nave gracias a la ayuda de Vought.

—¡Capitán! Capto una lectura…

Garro logró sacarse de la cabeza las palabras de Carya y se concentró de nuevo en el posible combate.

—Informa.

—Un incremento de energía —le comunicó Hakur—. Por un momento pensé que se trataba de una exploración en profundidad de toda la nave, pero después cambió.

En la pantalla del auspex se veía cómo serpenteaba una compleja forma ondulada.

—¿Un escaneo? —Miró a Sendek—. ¿Nos podrían detectar aquí abajo, a través de tanto hierro y acero?

—Es posible —contestó el astartes—. Una nave con la suficiente capacidad de energía en los sensores podría atravesar cualquier clase de protección.

—Una nave, o algo semejante a una fortaleza estelar —añadió Hakur.

Garro se dio cuenta de repente de algo y notó que una sensación fría se apoderaba de su pecho. Le arrancó de las manos el auspex a Sendek. Aquella onda de energía…, sabía lo que era.

—¡A las armas! —aulló. El grito resonó por toda la estancia—. ¡A las armas! ¡Ya vienen!

Hakur y Sendek se olvidaron de seguir mirando el auspex y alzaron las armas, con las que efectuaron barridos de exploración por todo el lugar. El pánico se apoderó de la tripulación al oír el grito de Garro. Vio que Carya comenzaba a impartir órdenes y los individuos que estaban armados se preparaban.

—Señor, ¿qué ocurre? —le preguntó Sendek.

—¡Allí!

Garro señaló al centro de la cámara, a una zona despejada donde Hakur había preparado una barricada improvisada. En el aire sonaba un zumbido profundo, parecido al que emitiría un motor eléctrico situado bajo tierra. La piel del capitán de batalla se erizó por la estática.

Unas brillantes descargas de color esmeralda chisporrotearon por todo el puente, y por un momento recordaron a las extrañas criaturas del espacio disforme que habían invadido la nave procedentes de las profundidades del empíreo. Sin embargo, se trataba de algo muy distinto, ya que Garro sabía con exactitud lo que les esperaba.

—¡Que nadie abra fuego hasta que yo lo ordene! —gritó.

Y en ese preciso momento llegaron, con un atronador rugido de moléculas de aire al partirse y un cegador relámpago de color jade que explotó en el suelo de la cámara de la armería. La descarga de luz creó unas nítidas sombras en las paredes y el techo. Garro alzó una mano para protegerse los ojos y evitar quedar cegado durante unos momentos. Un instante después, la luz y el sonido desaparecieron acompañados por el restallido seco de la atmósfera al desplazarse, y la teletransportación se completó.

Donde antes no había más que suelo despejado, salvo por algunas piezas desperdigadas de equipo, ahora había toda una cohorte de figuras equipadas con grandes armaduras desplegadas en un perfecto círculo de combate. Era un anillo de ocho astartes, de un aspecto magnífico, con el equipo de combate reluciente bajo el escaso brillo de las luces de emergencia. Todos llevaban el bólter al hombro y apuntaban a su alrededor sin dejar ningún lugar de la cámara sin cubrir.

Uno de ellos habló con voz clara y fuerte, con el tono de alguien que está acostumbrado a que se le obedezca de inmediato.

—¿Quién está al mando aquí?

Garro dio un paso adelante, con el arma al costado y el dedo en el gatillo.

Vio con claridad al individuo que había hablado. Llevaba la cabeza al descubierto, y distinguió un rostro encallecido, sin muestra alguna de humor. Detrás de él… ¿qué era lo que había detrás de él?

—¡Suelta las armas e identificare!

A pesar de la tensión que sentía en su interior, algo hizo que Garro se riera al rebelarse frente a aquel tono de superioridad.

—No —replicó—. Ésta es mi nave, ¡y vosotros la habéis abordado sin pedir permiso! —De forma abrupta, toda la tensión y furia que había logrado mantener controladas en su interior a lo largo de los últimos días salió a la superficie rugiendo, y las soltó por completo en la respuesta—. ¡Vosotros bajaréis las armas!, ¡vosotros os identificaréis!, ¡y vosotros me responderéis a mí!

En el silencio que siguió, captó un murmullo y, un momento después, y todos a la vez, los miembros del grupo de abordaje bajaron las armas y dejaron los bólters apuntando al suelo. El guerrero que se había dirigido a Garro hizo una reverencia y después se apartó a un lado para permitir que otra figura, la que había distinguido a medias en mitad del grupo, se adelantara.

Garro notó que se le hacía un nudo en la garganta cuando un enorme individuo protegido por una armadura de color amarillo dorado quedó bajo la luz. Incluso bajo el escaso brillo de las lámparas de emergencia, la presencia del recién llegado inundó la estancia. Una mirada severa e inflexible recorrió la cámara. El rostro sombrío, que estaba enmarcado por una mata de cabello blanco como la nieve, parecía tan duro y resistente como las inmensas placas de color bronce dorado que convertían al hombre en una estatua viviente. Pero no, no era un hombre.

—Un primarca —oyó murmurar a Hakur.

Garro fue incapaz de articular más palabras. Se dio cuenta de que no era capaz de apartar la mirada de la armadura del señor de guerreros. Al igual que el capitán de batalla, el primarca llevaba una placa pectoral con águilas que se extendían por el pecho y por los hombros. En una de las hombreras había un disco de oro blanco, y sobre ese disco se habían engastado unas secciones de zafiro de color azul oscuro que formaban el símbolo de un puño desafiante. Sus ojos, duros como el diamante, acabaron posándose en Garro y lo miraron fijamente.

—Perdona nuestra intrusión, hermano —le dijo el semidiós con un tono de voz fuerte y firme, pero sin mostrar enfado alguno—. Soy Rogal Dorn, señor de la VII Legión Astartes, hijo del Emperador y primarca de los Puños Imperiales.

El capitán de batalla consiguió hablar de nuevo.

—Garro, mi señor. Soy el capitán de batalla Garro, de la Guardia de la Muerte, al mando de la fragata Eisenstein.

Dorn asintió levemente.

—Permiso para subir a bordo, capitán. Quizá les podamos servir de alguna ayuda.