CAPÍTULO 11

ONCE

Caos

Visiones

Los resucitados

La Esenstein cayó.

La puerta a la disformidad se abrió. Era una herida de bordes irregulares, una rasgadura en mitad de la matriz del espacio, y absorbió a la dañada fragata hacia su interior. Las energías irreales colisionaron entre sí y se destruyeron mutuamente. Se produjo un intenso destello de radiación y la nave dejó atrás la realidad.

Resultaba imposible para una persona con una mente sin mutación comprender la naturaleza del espacio disforme. El burbujeante y agitado océano de no-materia pura era psicorreactivo. Era tanto un producto de las psiques de aquellos que lo contemplaban como un paisaje cambiante con voluntad propia. En la antigua Tierra vivió un filósofo que advirtió que si una persona miraba al abismo, debía saber que también el abismo la miraría a ella. En ningún otro lugar aquello era tan cierto como en el immaterium. El espacio disforme era un espejo de las emociones de todos los seres vivos, un mar de turbulentos ecos de los pensamientos, los siniestros restos de cada deseo oculto y de los subconscientes rotos, todo ello mezclado hasta formar una pura masa de desorden. Si hubiera que utilizar una sola palabra para describir la naturaleza del espacio disforme, esa palabra era «caos».

Los navegantes y los astrópatas conocían el immaterium tan bien como podía conocerlo un humano, pero incluso ellos sabían que ese conocimiento se circunscribía tan sólo a las partes menos profundas de aquel enloquecido océano. Lo cierto era que no se veían capaces de describir con facilidad el espacio disforme a las limitadas mentes de otros humanos menos avanzados. Algunos captaban ese lugar como si estuviera hecho a base de sabores y olores, mientras que otros lo veían como un tejido de trasfondo fractal compuesto por teoremas matemáticos y líneas de complicadas ecuaciones. Otros lo percibían como una canción, con sinfonías que representaban planetas, agudas notas de cuerda para determinadas ideas y pensamientos, grandes orquestaciones de instrumentos de viento para las estrellas y flautas y tambores para las naves que cruzaban el paisaje psíquico. Sin embargo, su propia existencia desafiaba cualquier clase de comprensión. La disformidad era un continuo cambio. Era la ausencia de razón alguna, desencadenada y sin freno, unas veces en calma como un estanque, otras convertida en una furia tormentosa y titánica. Era igual que la Medusa, el monstruo mítico que era capaz de matar a cualquiera que fuera lo bastante descuidado como para mirarla directamente.

Hacia todo esto fue donde la dañada Eisenstein se lanzó. La reluciente e inestable burbuja que formaba el protector campo Geller se retorció cuando la demencia se esforzó por abrirse paso hasta el interior.

* * *

Las mamparas protectoras se cerraron con rapidez sobre las portillas de observación del puente de mando en cuanto la nave comenzó la transición. Garro se sintió agradecido por ello. La familiar sensación de bamboleo en el pecho que le provocaba un salto al espacio disforme hizo que el capitán torciera el gesto. Había algo en la infernal luz de la disformidad que lo incomodaba a un nivel primario de su conciencia, en lo más profundo de su mente. Se alegró de no verse iluminado por ella mientras la fragata realizaba la traslación.

—Hemos pasado —jadeó Vought—. ¡Hemos escapado!

Qruze le dio una palmada en la espalda al mismo tiempo que todos los tripulantes del puente de mando estallaban en vítores. Todos, excepto el capitán de la nave, que miró a Garro con gesto sombrío.

—No deberíamos cantar victoria tan pronto, muchachos —dijo, dirigiéndose a los tripulantes pero mirando al capitán de batalla—. De momento, sólo hemos cambiado un tipo de peligro por otro distinto.

Los estremecimientos y guiñadas que sufría la Eisenstein no daban muestras de cesar. El suave avance por el espacio normal había quedado atrás, y las turbulencias por las que viajaba se habían convertido en la norma.

—¿Cuánto tardaremos en llegar a un lugar seguro? —le preguntó sarro.

Carya dejó escapar un profundo suspiro. El cansancio que había conseguido mantener a raya hasta ese momento empezaba a apoderarse de él.

—Esto es la disformidad, señor —le contestó, como si aquello lo explicara todo—. Podríamos estar al lado de Terra dentro de un día o puede que crucemos la galaxia dentro de cien años. No existen mapas para estos territorios. Simplemente, nos limitamos a esperar y a dejar que nuestro navegante nos guíe.

La nave se bamboleó y un estremecimiento gimiente recorrió el puente de mando de un extremo a otro.

—Es una buena y veterana nave. Resistirá. No sucumbirá con facilidad —añadió Carya con firmeza.

Garro se fijó en que Decius escuchaba con mucha atención algo que le decían por el microcomunicador de la armadura.

—Mi señor —le dijo. Cualquier señal de sus anteriores desacuerdos había desaparecido por completo—. Es un mensaje de Hakur desde las cubiertas inferiores. Dice que hay… que hay intrusos a bordo de la nave.

La mano de Nathaniel se dirigió de inmediato a la empuñadura de la espada.

—¿Cómo puede ser? ¡No detectamos que la nave de Typhon lanzara vehículos de abordaje!

—No lo sé, señor. Sólo transmito lo que dice el sargento.

Garro pulsó un mando de la gorguera de la armadura y cambió el canal de comunicación. Captó unos ruidos intermitentes por encima del canal general. Oyó el rugir de los disparos de bólter y unos aullidos que llegaban a un volumen inhumano. Se acordó por un instante de la cantora de guerra y su coro alienígena.

—Las sirenas de alarma se han encendido en las cubiertas inferiores —informó Vought—. Son los ayudantes de Severnaya de nuevo, en el navis sanctorum.

—Hakur está allí —comentó Decius.

—Decius, ven conmigo. Sendek, quédate aquí —ordenó Garro—. Dile a Hakur que voy para allá, y envía a todos los hombres que se encuentren de guardia.

—Sí, señor —contestó Sendek, asintiendo.

Garro se volvió hacia el veterano lobo lunar.

—Capitán Qruze, me gustaría que tomaras mi lugar aquí, si no te importa.

Iacton lo saludó con presteza.

—Es tu nave, muchacho. Haré lo que me ordenes. Puede que mi experiencia les sirva de algo a estos jóvenes.

Garro se dispuso a marcharse, pero se topó con Keeler, que no se había movido de allí y se mantuvo de pie delante de él.

—Serás puesto a prueba —le dijo sin más preámbulo.

Él la apartó a un lado para pasar.

—Eso no lo he dudado jamás.

* * *

Andus Hakur había matado muchas veces a lo largo de su vida. Los incontables adversarios con los que había acabado con su bólter, con su espada, con un cuchillo afilado o con sus propias manos, eran un borroso recuerdo de muertes veloces pero justificadas. El veterano había combatido al servicio de la XIV Legión contra orkos, eldars, jorgalls e hykosis. Había luchado contra bestias y contra humanos, pero los enemigos a los que se estaba enfrentando en ese momento no se parecían a nada contra lo que ya hubiera luchado.

El primer aviso llegó cuando la ayudante navis de Severnaya se apartó de un salto de la puerta del sanctum y se puso a llorar y a gritar de forma incoherente. La mujer se derrumbó en el suelo convertida en un guiñapo de delgados miembros retorcidos envueltos por una capa. Movió las manos de un modo espasmódico y señaló a las esquinas del pasillo, como si allí hubiera cosas que ni Hakur ni los demás astartes fueran capaces de ver. El sargento se acercó a la ayudante y de repente notó una tremenda sensación de frío en la piel, como si acabara de entrar en una cámara frigorífica. Fue en ese momento cuando distinguió con el rabillo del ojo un leve destello de luces de colores, igual que luciérnagas reluciendo en la oscuridad. Apareció y desapareció con tanta rapidez que por unos momentos pensó que se trataba de una ilusión de la mente, un efecto provocado por la tensión y el cansancio del combate.

Todavía estaba pensando en ello cuando el primero de los entes salió del aire neblinoso y mató al guerrero que estaba de espaldas al sargento. Hakur captó la imagen de un disco giratorio, una amplia cuchilla circular de cuyo borde colgaban cilios, y un momento después, el astartes estaba destripado y de la armadura le salían chorros de sangre y restos de órganos. El sargento disparó de forma refleja, ya que instintivamente se dio cuenta que su hermano de batalla estaba más allá de cualquier posible intento de ayuda. La ráfaga de tres disparos reventó la forma translúcida, que murió con un chillido. Sin embargo, el sonido se convirtió en una llamada, y de las paredes y del suelo comenzaron a aparecer de forma súbita nuevas y diferentes formas. Con ellos llegó un hedor tan poderoso que Hakur sintió que el estómago se le subía a la boca, donde notó el sabor de la bilis. La ayudante se había puesto de rodillas y estaba vomitando entre enormes arcadas.

—¡Por la sangre! —gritó uno de los hombres de su escuadra—. ¡Carroña y muerte!

Era eso, y cien veces peor que eso. Las hendiduras por las que llegaban las criaturas permitían el paso de unas ráfagas de hedor fétido que debían proceder de un pudridero y que inundaron todo el pasillo. Desde las grietas en las cubiertas metálicas por las que surgía la pestilencia se extendieron grandes manchas tentaculares de hongos y decoloraciones oxidadas, pero todo esto no fue más que la vanguardia de los repugnantes horrores que eran los propios invasores en sí.

A Hakur le resultaron tan repulsivos que los atacó sin perder un segundo. Eran tan aborrecibles que la idea de que no dejaran de existir de inmediato le revolvió aún más el estómago. La forma de las criaturas era vagamente humana, pero sólo en el sentido más básico y amplio de la palabra. Tenían unas extremidades tentaculares que se movían de un modo espasmódico y estaban rematadas por garras negras y podridas. Sus anchas y deformadas pezuñas arañaban en el suelo y dejaban atrás restos de baba ácida y excrementos. Todas las criaturas estaban desnudas mostraban el torso y el estómago hinchados. Tenían la piel cubierta de bubas gaseosas y pústulas llenas de espeso pus. Las cabezas no eran más que bolas reducidas de piel cuarteada que colgaba de unas calaveras sonrientes. Cada uno de aquellos seres llevaba tras de sí una nube de insectos que no dejaba de zumbar. Se trataba de unas pequeñas moscas de color verde que entraban y salían de forma incesante de las bocas abiertas de los invasores.

Los disparos de los astartes los acribillaron, y de aquellos puntos donde los perforaron cayeron trozos de carne arrancada y sanguinolenta que rodaron por el suelo con un sonido pegajoso y húmedo. Hacía falta provocarles muchas heridas para abatirlos, y las repugnantes criaturas avanzaron contra la Guardia de la Muerte en gran número. Hakur vio cómo acababan con otro hermano, y después, con dos más, aunque los guerreros no dejaron de acribillarlas ni un solo instante.

Entonces apareció Garro por el otro extremo del pasillo, acompañado de Decius y unos cuantos astartes de refuerzo. Atrapadas entre los dos grupos de guerreros, las criaturas detuvieron su avance y se quedaron titubeantes. El capitán de batalla se abalanzó contra la repugnante masa. Libertas relucía cada vez que subía y bajaba dando tajos. Decius había conseguido un lanzallamas y se dedicó abrasar aquellas cosas con chorros de promethium ardiente. Hakur aprovechó la distracción para acudir en socorro de la ayudante y sacarla de la línea de combate.

La mujer gritó y le aporreó con los puños en la placa pectoral. Hakur se dio cuenta de que tenía las manos ensangrentadas por los tremendos arañazos que se había hecho a sí misma.

—¡Ojos y sangre! —gimió aullante—. ¡Pero dentro de la pestilencia!

Garro mató a la última criatura a pisotones y restregó la suela de la bota contra el suelo con un gesto de asco.

—Haz que se calle —le ordenó a Hakur.

Decius se llevó la palma de la mano a la rejilla de ventilación del casco.

—¡En nombre de Terra, qué olor tan asqueroso!

El sargento le pasó la mujer a uno de sus guerreros y se acercó a Garro para presentarle un informe de la situación. El capitán de batalla lo escuchó con atención.

—Nos llegan avisos de toda la nave. Ocurre lo mismo en todas partes: monstruos repulsivos que se materializan en el mismo aire y que dejan podredumbre a su paso.

—Es el espacio disforme —comentó Decius con voz abatida—. Todos hemos oído hablar de ello, de depredadores que asaltan las naves que se han perdido o que han quedado debilitadas. —Señaló con un gesto las paredes—. Si el campo Geller falla, esas criaturas acabarán con nosotros.

—Confío en que la tripulación del capitán Carya impedirá que eso ocurra —le replicó Garro—. Mientras tanto, nosotros acabaremos con esta escoria impura allá donde nos la encontremos.

—¡Impura, impura! —repitió la ayudante mientras se soltaba del guerrero de Hakur que la tenía agarrada—. ¡Lo he visto! ¡Dentro de los ojos! —Se arañó de nuevo la cara, arrancándose la piel y haciendo brotar la sangre—. ¡Tú también lo has visto!

La mujer se lanzó contra Garro a una tremenda velocidad, y antes de que el capitán pudiera desviar el arma, la ayudante se empaló en la chisporroteante hoja de la espada de energía.

Garro se echó hacia atrás, pero ya era demasiado tarde. La ayudante, una navegante de la clase tertius al servicio del senioris Severnaya, le arañó con unos dedos ensangrentados la placa pectoral.

—¡Tú lo ves! —jadeó—. ¡Pronto llegará el fin! ¡Todo se agostará!

«Pronto llegará el fin». Una vez más, las palabras de la cría jorgall resonaron por sus pensamientos como un ave rapaz moribunda que cayera chillando. Garro sintió cómo se le calentaba la piel debido al flujo acelerado de la sangre en las venas y cómo se le cerraba la garganta, igual que cuando había tomado el trago de la copa de Mortarion. Se echó a temblar, incapaz de hablar durante unos momentos. El rostro de la mujer, vuelta hacia arriba, se volvió amarillento y quebradizo como el papel viejo. E cuerpo se fue deslizando hacia abajo hasta quedar libre de Libertas, conviniéndose poco a poco en jirones de carne, luego en trozos de podredumbre, hasta quedar reducido a cenizas y luego a nada.

—¿Mi señor?

Las palabras de Hakur le sonaron espesas, lentas, como si le llegaran a través de un medio líquido. Garro se dio la vuelta para mirar a su leal sargento, y dio un paso atrás. Hakur y los demás guerreros se estaban descomponiendo poco a poco, pero ninguno de ellos parecía darse cuenta de lo que les ocurría. El resplandeciente color blanco mármol de sus armaduras fue desapareciendo hasta que sólo quedó una superficie desvaída de tono verdoso enfermizo, el color de la nueva muerte. La ceramita se transformó y se onduló para mezclarse con sus cuerpos. En su interior palpitaron parásitos y órganos hinchados, y en ciertos puntos se abrieron heridas, como si fueran nuevas bocas, de labios enrojecidos y lenguas formadas por entrañas e intestinos distendidos.

De cada articulación y orificio salían lentos chorros de pus manchado de fluidos negros y de óxido marrón. Alrededor de las cabezas deformadas de los astartes enfermos volaban enjambres de moscas formando halos. El asco que Garro sentía lo dejó paralizado. Las siluetas contrahechas de sus guerreros lo rodearon. De sus fauces partidas y babeantes caían palabras. Garro vio que el emblema del cráneo y la estrella propio de la Guardia de la Muerte había desaparecido, sustituido por tres discos oscuros. Algo le llamó la atención. Detrás de los guerreros se distinguía una silueta fantasmal que destacaba por encima de ellos. Era demasiado grande como para que cupiera en el pasillo, pero allí estaba, haciéndole gestos con unas garras esqueléticas.

—¿Mortarion? —preguntó Garro.

La deformada imagen de su primarca asintió. En realidad, fue la ennegrecida capucha de la figura la que se movió arriba y abajo lentamente. Lo poco que Garro podía ver de la armadura del primarca carecía del brillo del acero y del bronce, más bien parecía cobre corroído y descolorido por el paso del tiempo, y estaba cubierta de vendajes y manchada de óxido. El Señor de la Muerte había desaparecido, y en su lugar se alzaba una criatura de la más pura corrupción.

—Vamos, Nathaniel. —La voz sonaba igual que el silbido del viento al pasar entre árboles muertos, igual que un hálito de ultratumba—. Dentro de poco, todos seremos abrazados por el Señor de la Descomposición.

«Pronto llegará el fin». Las palabras le repicaron en la mente como una campana, y Garro bajó la vista a sus propias manos. Los guanteletes se habían convertido en polvo, la carne se desprendía a jirones de los huesos, que salían a la luz para convertirse en ramitas ennegrecidas.

—¡No! —se obligó a sí mismo a gritar la negativa—. ¡Esto no ocurrirá!

—¿Mi señor? —Hakur le dio unas leves palmadas en la hombrera con el rostro marcado por la preocupación—. ¿Está bien?

Garro parpadeó y vio a la mujer muerta en el suelo, con el cuerpo todavía intacto. Luego, miró a su alrededor. La horrible visión había desaparecido, reventada como una burbuja. Decius y los demás lo miraron a su vez, evidentemente preocupados.

—Nos ha parecido que… se nos iba por unos momentos, capitán —le dijo Hakur.

Garro tuvo que esforzarse por dejar a un lado el torbellino de emociones que lo embargaban.

—Esto no se ha acabado —les avisó—. Lo peor está por llegar.

Decius se llevó una mano al casco.

—Señor, una comunicación de Voyen, en los puentes inferiores. Algo ocurre en las cubiertas de artillería.

* * *

Se dice que en el espacio disforme todas las cosas del mundo material tienen su eco: las emociones de las personas, sus deseos y sus ansias, incluida la de sangre, además del deseo de cambios y el ciclo de la vida y la muerte. Los lógicos y los pensadores de todo el Imperio han meditado sobre la naturaleza imprevista y desconocida del immaterium, en un desesperado intento por crear jaulas de palabras para algo que no se puede entender, tan sólo experimentar. Algunos se han atrevido a sugerir que existe vida, en cierto sentido, en el interior del espacio disforme, quizá alguna clase de inteligencia. Incluso se sabe de individuos que se reúnen en lugares recónditos y que hablan en murmullos, fascinados por la posibilidad de que esos poderes oscuros sean probablemente superiores a la humanidad.

Si esas personas supieran la verdad, quedarían destrozados. Bajo la infernal luz que atronaba alrededor de la diminuta nave estelar que era la Eisenstein, un enorme y odioso intelecto le dedicó a la fragata una mínima parte de su atención. Un leve «toque» fue lo único que necesitó para cubrir con el poder en estado puro de la podredumbre la esfera protectora de la Eisenstein. Llegó al interior a través de los huecos en la causalidad y descubrió carne de cadáver en abundancia, y se sintió satisfecho en la putrefacción de los enfermos y de los muertos. Se le presentaba una posible diversión, la oportunidad de jugar un poco y de experimentar con cosas que se podrían hacer a mayor escala más adelante. Con suavidad, ya que tenía puesta la mayor parte de la atención en otros asuntos más lejanos, el poder acarició lo que había encontrado y le otorgó un fino conducto hacia él.

* * *

Las compuertas de sellado de la sección contaminada de la cubierta de artillería todavía no se habían abierto. Otros asuntos más importantes habían ocupado la atención de los tripulantes de la fragata en su huida de Istvaan, y despejar la cubierta de muertos se había considerado algo de importancia secundaria.

El virus Devorador de Vida había desaparecido hacía ya bastante tiempo. Los organismos eran poderosos y letales, pero con un escaso margen de vida. La rápida decisión del capitán Garro de purgar la atmósfera del lugar y vaciarla en el espacio, había impedido que la plaga se desarrollase con todo su potencial. El virus no podía vivir sin aire, por lo que había perecido. Sin embargo, la destrucción que había generado antes de desaparecer permaneció allí. Los cuerpos en diversos estados de descomposición yacían dispersos por el suelo. Los cuerpos de los humanos normales y de los astartes se quedaron allá donde habían caído mientras los gérmenes devoraban las defensas de sus organismos. El vacío del espacio los había preservado en un grotesco retablo de muerte. Algunos habían quedado congelados en un interminable grito agónico, mientras que otros eran poco más que un montón de huesos gelatinosos y restos humanos.

Fue en ese estado como los encontró el toque. Para algo nacido dentro del interminable renacimiento de la disformidad fue fácil distorsionar y remodelar aquella carga de carne podrida, con la vida arrebatada. Mediante la cuidadosa colocación de algunas marcas y la inyección de nuevas cepas de virus, más potentes todavía que el virus inventado por los humanos, la muerte se convirtió en vida, aunque no de una forma que pudiera agradar a los humanos.

En el silencio sin aire, los dedos pegados al suelo por una capa de hielo se estremecieron y se movieron para liberarse de la escarcha que los cubría. La esencia de la podredumbre flotó en el aire y los mecanismos de las compuertas de sellado quedaron cubiertos de óxido, y el paso del tiempo los dejó quebradizos. Aquellos que habían sido favorecidos por el toque caminaron de nuevo y cambiaron la muerte por una existencia transformada.

* * *

La Eisenstein disponía de dos grandes corredores que recorrían los flancos de babor y de estribor de la nave, salpicados cada pocos metros por portillas de observación que dejaban entrar la luz sobre el suelo de metal pulido. Fue en aquel lugar, en el lado de babor y a unos diez pasos aproximadamente de la nonagésimo primera portilla, donde la Guardia de la Muerte se enfrentó a la Guardia de la Muerte.

Garro vio la siluetas deformes desde lejos y pensó que se encontraban de nuevo delante de las extrañas criaturas portadoras de plaga que habían encontrado en el navis sanctorum, pero no tardó en darse cuenta de que el tamaño era diferente, que aquellas monstruosidades deformes tenían la misma altura que los astartes. Cuando quedaron bajo la luz, lo que vio le hizo detenerse en seco y llevarse la mano que tenía libre a la boca por el asombro.

—¡Por el Emperador!, ¿qué clase de horror es éste? —jadeó Hakur.

La sangre se le heló en las venas a Garro. La repulsiva visión que la ayudante parecía haberles transmitido se encontraba de repente ante ellos, pasada a la realidad con aquellas parodias mutadas e hinchadas de guerreros de la Guardia de la Muerte. Tenían la piel del mismo color verde pálido cadavérico que la armadura, y todos mostraban los mismos rostros de dientes rotos y carne flácida cubiertos de cuernos, con la piel tensa bajo la que pululaban colonias de gusanos. Voyen se había reunido con Garro y los demás en la entrada del corredor, e incluso el apotecario, que estaba acostumbrado a ver plagas y enfermedades, tuvo que contener las arcadas cuando vio las deformes criaturas semihumanas.

El capitán de batalla se dio cuenta de que la visión había sido una advertencia, un atisbo de lo que tenía frente a él en esos momentos, y quizá a lo que podría conducir un fracaso en su misión.

Entre las piernas de los deformados astartes había criaturas que hasta horas antes habían sido miembros de la tripulación de la Eisenstein, hombres que se habían visto afectados en parte por los venenosos efectos del Devorador de Vida y habían quedado atrapados en ese estado, con la carne hecha jirones y los órganos rebosantes de fluidos. Bramaban mientras avanzaban arrastrándose para atacar a los guerreros de Garro. Decius fue quien comenzó a disparar, y la Guardia de la Muerte abrió fuego con los bólters y los lanzallamas.

Un espantapájaros desmadejado y confeccionado con piel y huesos se lanzó al suelo y gimió. Unas pústulas cubiertas de moscas marcaban aquel rostro devorado por un cáncer leproso. Habló, y al hacerlo, a Garro y a los demás les llegó una bocanada de aire pútrido.

—Mi señor…

Garro se fijó en la túnica y en el sello del cráneo que le colgaba del cuello.

—¿Kaleb?

El capitán de batalla retrocedió un paso al reconocerlo. Se sintió asqueado ante fuese cual fuese el poder que había devuelto a su asistente a aquella repelente parodia de vida. Sin dudarlo ni un instante, Garro blandió a Libertas y decapitó a la criatura. Deseó con todas sus fuerzas que su segunda muerte fuera suficiente y, con menos esperanza, que su amigo fuese capaz de perdonarlo.

—¡Cuidado! —advirtió a sus guerreros—. ¡No es más que una maniobra de distracción!

La única misión de los desharrapados restos de los tripulantes era distraerlos para que los guerreros de Garro no dispararan contra los mutantes astartes que avanzaban detrás. Las grotescas imitaciones avanzaron por el corredor con fuertes pisotones expulsando vaharadas de gas bilioso al mismo tiempo que les disparaban con bólters cubiertos de mucosidades. Una forma tambaleante avanzaba sobre unas enormes pezuñas entre los hermanos no muertos. Era tan grande como un hermano equipado con una armadura de exterminador, y la criatura pareció crecer y crecer a cada momento mientras Garro la miraba. El metal se dobló y acabó partiéndose a medida que unos anormales huesos curvados surgieron de varias pústulas. Bajo el torso destacaba una enorme barriga, que parecía una parodia de embarazo, compuesta de carne purulenta y llena de cicatrices, y cubierta de bubas tumescentes en grupos de tres. Por encima de un conjunto de piezas de ceramita que todavía recordaban vagamente una armadura de astartes, y rematando todo aquel repugnante puñado de asquerosidades, había un cuello estriado acabado en una cabeza bulbosa. Los ojos saltones e inyectados en sangre del grotesco cráneo se posaron en Garro, y el monstruo le hizo un guiño.

—¿Es que no te gusta mi nuevo aspecto, Nathaniel? —barbotó con una voz repulsiva—. ¿Ofendo tus delicados sentidos?

—Grulgor —Garro pronunció el nombre como si fuera una maldición—. ¿En qué te has convertido?

La criatura Grulgor bajó la cabeza y la sacudió cuando en mitad de la frente le empezó a salir un cuerno reluciente cubierto de fluidos. Era una burda imitación del casco de Typhon.

—¡En algo mejor, idiota trasnochado, en algo mejor! El primer capitán tenía razón. Los poderes no tardarán en aparecer.

Se estremeció de nuevo y la piel de la espalda se separó para dejar paso al nacimiento de unos tubos óseos.

Garro escupió al suelo para liberarse del hedor que le agarrotaba la garganta. El aire que rodeaba a Grulgor y su enferma horda estaba cargado de organismos contagiosos y era peor todavía que el acre ambiente del mundo astronave alienígena, peor que las toxinas de un centenar de planetas letales.

—¡Sea cual sea el poder que consideró adecuado devolverte a la vida, será en vano! ¡Te mataré todas las veces que haga falta!

Con una mano deforme, el hinchado monstruo le hizo gestos para que se le acercara.

—Estaré encantado de que lo intentes, terrano.

El capitán de batalla se lanzó al combate combinando el uso del bólter y el de la espada para formar arcos mortíferos. Despedazó carne enferma y cuerpos repletos de parásitos mientras avanzaba en dirección al monstruo. En mitad de aquel enfrentamiento, la mente de Garro se refugió en la familiaridad del entrenamiento, en las técnicas de lucha que tenía imbuidas en los músculos y en los tendones tras miles de horas de combate. En aquel estado, debería haberle sido fácil hacer caso omiso del horror escalofriante que representaban aquellas monstruosidades surgidas del espacio disforme, limitarse a luchar y a concentrarse tan sólo en eso. Sin embargo, en realidad, fue lo contrario.

Garro había visto al virus destrozar a aquellos hombres. Había oído sus últimos gritos agónicos desde el otro lado de la compuerta de seguridad tan sólo unas pocas horas antes, pero allí estaban, delante de él, transformados en la encarnación viviente de una plaga contagiosa. Aquellas increíbles parodias de vida se mantenían en pie de un modo que él no lograba imaginarse. ¿Acaso se trataría de hechicería? ¿Podía existir algo como aquello en el cosmos racional del Emperador? El mundo que Garro se había creado de un modo tan cuidadoso, con verdades de profundas raíces y realidades firmes, se derrumbaba a cada hora que pasaba, como si el universo hubiera decidido desmontar pieza por pieza lo que él consideraba completamente cierto y mostrarle que era mentira. El capitán de batalla tuvo que realizar un esfuerzo casi físico para acallar ese tremendo estado de confusión y concentrarse en la simple tarea de combatir.

Voyen, que estaba cerca de él, sufrió el impacto superficial de un proyectil de bólter que le dejó un chorro de fluidos en la hombrera. El apotecario tuvo que echarse hacia atrás para esquivar el ataque de un mangual cuyo extremo lleno de pinchos era una extraña bola de hueso. El arma golpeó a un joven astartes en vez de a él, y el guerrero cayó agarrándose la herida ulcerosa que le había causado en la garganta. Garro soltó un rugido, y su bólter se unió al rugido cuando acribilló al atacante y lo hizo salir disparado de espaldas hasta derribarlo. El capitán de batalla soltó una tremenda imprecación cuando el astartes mutante se estremeció y comenzó lentamente a ponerse en pie de nuevo dejando atrás un charco de sangre podrida y de vísceras. Los disparos de bólter deberían haber sido más que suficientes para acabar del todo con él. Se lanzó contra el traidor y le cortó la cabeza con la espada para rematarlo.

Las monstruosidades cubiertas de podredumbre siguieron avanzando, y la presión de su ataque dividió la línea de combate de los guerreros de Garro para aislarlos y atacarlos por grupos mientras Grulgor se movía de un lado a otro sin entrar en el combate cuerpo a cuerpo. Quizá no debería haberse sentido tan sorprendido de que fuera tan difícil matar a aquellos mutantes. Su táctica de avance era una réplica de la doctrina de combate de la XIV Legión, el incesante y tenaz progreso que formaba el núcleo del dogma de la infantería de la Guardia de la Muerte. Ambos bandos estaban muy equilibrados, de eso no cabía duda alguna, pero los hombres de Garro no eran más que astartes, y, que lo perdonara el Emperador, él no acababa realmente de comprender contra qué clase de enemigos se enfrentaba. Lo único que sabía Garro era que de él se había apoderado un tremendo aborrecimiento contra aquellas repulsivas perversiones, y que debían ser destruidas a toda costa.

* * *

Decius se encontró separado de los demás miembros de la Guardia de la Muerte y rodeado por un puñado de tripulantes muertos vivientes de la propia nave, unos cadáveres reanimados de los tripulantes de la fragata que lo atacaban propinándole puñetazos y golpes con fémures y cráneos en la armadura. El lanzallamas se había quedado sin combustible, por lo que luchaba en combate cuerpo a cuerpo con su fiable espada sierra, que rugía cada vez que la blandía, y con la energía restallante del puño de combate en la otra mano.

El guantelete blindado machacó a dos tripulantes cuyos cuerpos habían quedado unidos y los convirtió en una pasta de carne rancia y trozos de huesos. Luego partió un torso con un tajo vertical de arriba abajo de la espada. Los rugientes dientes de ceramita de la espada sierra abrieron una tremenda herida negra en el cuerpo del mutante, y de la pestilente abertura surgió un caudaloso chorro de gusanos que se retorcían y que formaron un charco a los pies de Decius. Se dio la vuelta y partió unos cuantos cuellos, que hicieron el mismo ruido que unas ramas secas al romperse.

El tripulante lleno de gusanos retrocedió trastabillando, y mientras Decius lo miraba con una expresión de horror, la imitación de humano cerró los bordes de la herida con las manos. Un enjambre de moscas y de relucientes insectos parecidos a escarabajos se abalanzó sobre la herida y, de alguna forma, unió las dos mitades con unas suturas lívidas bajo la repelente luz infernal de la disformidad que llegaba a través de las portillas de observación.

Se preguntó qué clase de poder impelía a aquellas criaturas. Decius sabía que no había ningún logro científico capaz de hacer que la carne muerta viviera de nuevo, y sin embargo, delante de él tenía las pruebas de que aquello era posible, y lo estaban atacando. Los tripulantes resucitados parecían disfrutar con el brillo del immaterium situado al otro lado de las gruesas ventanas de cristal blindado del corredor. Los reflejos bailaban por encima de su piel pálida e hinchada formando entramados caóticos. En lo más profundo de su ser, Decius estaba maravillado ante la resistencia y la tremenda fuerza de aquellos portadores de plagas. Eran recipientes vivos de enfermedades virulentas, huéspedes de las armas más simples pero más letales.

Decius pagó aquel momento de distracción con una oleada de dolor que le recorrió todo el puño de combate. Se dio cuenta demasiado tarde del golpe que le iban a asestar por detrás e intentó girarse para esquivarlo. El enorme corpachón de Grulgor se movió con rapidez, con demasiada rapidez para algo tan corpulento y repugnante. El cuchillo de combate del mutado guerrero trazó un arco en el aire. Al igual que le había ocurrido a su propietario, la que había sido una excelente arma para un astartes, se había convertido en una versión corrompida de sí misma. El cuchillo de brillante acero lunar de filo fractal se había transformado en una daga embotada de metal oxidado.

El ataque iba dirigido contra el hombro de Decius, con la intención de que perforara la armadura y le atravesara el corazón primario, pero el astartes se movió a tiempo. Decius consiguió evitar un golpe letal, pero aun así, sus reflejos no fueron suficientes para salvarlo de un tajo que le abrió una larga fisura en la armadura de ceramita. Cayó al suelo girándose sobre sí mismo y gritando al mismo tiempo. El dolor le recorrió los nervios cuando su puño de combate dejó de funcionar por la acción del cuchillo del mutante.

Abrió los ojos de par en par cuando vio que por el metal se extendía una capa de óxido y de corrosión, un pictograma acelerado de la descomposición hecho realidad. Decius sintió un dolor agónico que le carcomía las venas y la médula de los huesos, y el cuerpo se le cubrió de sudor cuando los órganos implantados entraron en sobreproducción para detener la oleada de infecciones secundarias.

¡Corrupción! Vio que la piel ya se le estaba hinchando por la formación de pústulas allí donde el cuchillo lo había cortado. Las entrañas de Decius se revolvieron cuando las invisibles toxinas que llevaba el arma de Grulgor invadieron en masa su cuerpo. Se esforzó por no vomitar un chorro de bilis mientras el deformado astartes se alzaba por encima de él.

—¡Ninguna persona puede sobrevivir a la entropía! —le espetó Grulgor—. ¡La marca del Gran Destructor lo reclama todo!

Decius notó que las articulaciones se le inflamaban provocándole un intenso dolor. Decius alzó con un monumental esfuerzo la espada sierra y la blandió en alto. El corpulento mutante se echó hacia atrás para evitar quedar a su alcance si el joven astartes intentaba asestarle un golpe. Sin embargo, lo que Decius hizo fue propinarse un fuerte tajo en el brazo a la altura del codo. El joven astartes se amputó su propio brazo lanzando un grito de odio y dejó que la carne plagada de corrupción y el quebradizo metal cayeran al suelo.

A Decius se le nubló la vista. Su cuerpo había llegado ya al límite en su lucha contra la infección y la herida, y no pudo mantenerse consciente. El joven parpadeó sin control y quedó inconsciente.

Grulgor soltó un bufido y escupió un salivazo de mucosidad ácida antes de alzar de nuevo el cuchillo sobre el cuerpo inmóvil de Decius. Una ráfaga de pesados proyectiles de bólter le acribilló la espalda y le arrancó varios trozos de carne muerta. El monstruo perdió el equilibrio antes de poder asestar el golpe de gracia.

* * *

La puntería de Garro fue excelente y los disparos lanzaron a la criatura Grulgor hacia la pared del casco y lejos de Decius. Nathaniel hubiera querido echarle un vistazo al joven para asegurarse de que todavía estaba vivo, pero su viejo rival sólo estaba herido y, por lo que el capitán de batalla había presenciado, aquellos hombres resucitados se curaban con tanta rapidez como se les hería. A su alrededor, Voyen, Hakur y los demás estaban atrapados en sus propios combates. Dejó a un lado la pregunta del «porqué» y se concentró en el «cómo».

«¿Cómo puedo matarlo?».

Grulgor se dio la vuelta y soltó un rugido gorgoteante mientras de su cuerpo escapaba un chorro de sangre verde esmeralda. El antiguo rival de Garro se lanzó a por él, pero el cuchillo de plaga y los enfermos dedos que lo empuñaban tan sólo cortaron aire. Garro apretó de nuevo el gatillo, pero el percutor del bólter soltó un chasquido seco al golpear en vacío. Sin perder un instante, soltó el arma y empuñó a Libertas con las dos manos.

—Sabía que llegaría este momento —gorgoteó el mutante—. No me lo podían a negar. ¡Mi enemistad contigo va más allá de la muerte!

Garro le sonrió.

—Ignatius, siempre has sido un fanfarrón y un idiota. En el campo de batalla servías para algo, pero ahora no eres más que una abominación. Representas todo aquello contra lo que los Adeptus Astartes luchamos. Eres la antítesis de la Guardia de la Muerte.

Grulgor escupió de nuevo y atacó a Garro con una serie de cuchilladas que el capitán de batalla bloqueó con unas rápidas paradas.

—¡Nathaniel! ¡Sigues estando ciego! ¡Soy el portador del futuro, desecho lamentable! —Se dio una serie de golpes con el puño de dedos deformados en la oxidada placa pectoral de la armadura—. El toque de la disformidad es el modo de avanzar. ¡Si no fueras tan idiota y tan estrecho de miras, lo verías! ¡Los poderes que existen ahí fuera empequeñecen a tu Emperador! —Grulgor señaló con el cuchillo la parpadeante luz de color carmesí que brillaba al otro lado del fuselaje de la nave—. ¡Seremos inmortales y eternos!

—No —le respondió Garro, y blandió la espada en un arco bajo. Libertas atravesó la carne de la barriga del color del pescado podrido. El arma de Nathaniel se enterró en la carne putrefacta y, para su preocupación, se hundió allí.

En vez de cortar la tensa piel, la espada se quedó atascada en una resistente ciénaga que tiraba del arma como si fueran arenas movedizas. Varias zonas de la espada chisporrotearon y se apagaron. Grulgor rugió divertido e hinchó su enorme pecho, lo que provocó que el arma se le hundiera más todavía en el cuerpo.

—Aquí no vas a conseguir la victoria —le dijo a Garro con un siseo—. No vas a encontrar más que contagio y una lenta agonía. Convertiré esta nave en una ofrenda de carne aullante…

—¡Cállate!

Garro no podía sacar la espada, así que lo que hizo fue clavarla del todo. El capitán de batalla empujó con todas sus fuerzas y la movió de un lado al otro del abdomen del mutante, forzando una carga total a través del acero de la matriz cristalina. Abrió de arriba abajo a Grulgor con un feroz gruñido y Libertas quedó libre por fin.

Del enorme corte surgieron gruesos intestinos serpenteantes que se acumularon sobre la húmeda cubierta. El antiguo astartes gimió mientras se esforzaba por meterlos de nuevo en el hueco de su abdomen. Garro tuvo que retroceder. La ráfaga de pútrido aire del interior de aquel cuerpo hinchado le cerró la garganta y le llenó los ojos de lágrimas.

La cubierta de la Eisenstein se estremeció a sus pies, y durante una fracción de segundo la atención del capitán de batalla se desvió hacia una cadena de relámpagos que apareció en los costados de la nave. Oyó gritar a Hakur.

—¡Es el campo Geller! ¡Está fallando!

Garro hizo caso omiso de las ululantes carcajadas de Grulgor cuando unas relucientes motas de luz centelleante comenzaron a formarse sobre sus cabezas. Pensó en la caterva de homúnculos portadores de plaga y en los depredadores con forma de disco afilado del navis sanctorum. Si esas criaturas aparecían para reforzar a Grulgor y a su grupo, la situación se volvería por completo en contra del capitán de batalla y de sus hombres. Sintió que se le escapaba cualquier posibilidad de victoria, con la certidumbre de lo que ocurriría en la batalla ocupando sus pensamientos, lo mismo que había sucedido en el mundo astronave jorgall y un centenar de veces antes. Tan sólo disponía de unos momentos antes de que perdiera del todo la lucha.

Grulgor vio la expresión de su rostro y se echó a reír de nuevo. El astartes mutante extendió los brazos como un suplicante y se bañó de aquellas energías alienígenas. En el exterior, la membrana de energía artificial que separaba a la fragata de la locura se estaba desintegrando. El campo Geller se encontraba debilitado debido a la incursión del pestilente toque que había devuelto a la vida a Grulgor y a las brechas causadas por las bestias de la disformidad, por lo que había comenzado a deshacerse en destellos de energía exótica. Capa tras capa desaparecían como si fuera músculo arrancado de un hueso.

Garro dio una orden a gritos por el comunicador al ocurrírsele una táctica desesperada.

—¡Qruze! ¡Escúchame bien! ¡Sácanos de la disformidad! ¡Reversión de emergencia! ¡Ahora!

Oyó voces dando gritos al fondo a pesar del estruendo del combate y a las interferencias. Era la tripulación del puente de mando, que había reaccionado sorprendida ante la orden. El lobo lunar parecía confuso.

—Garro, repite.

—¡Sácanos del immaterium! ¡La disformidad debe estar manteniendo con vida a estos intrusos de algún modo! ¡Si nos quedamos aquí, perderemos la nave!

—¡No podemos hacer una reversión así! ¡No sabemos dónde estamos! ¡Podríamos salir en el interior de una estrella…!

—¡Hacedlo ya!

La orden fue un rugido furioso.

—A la orden, capitán. —Qruze no lo dudó ni un momento más—. ¡Preparados para impacto!

—¡No, no, no! —gritó Grulgor mientras corría dando grandes pisadas y con el cuchillo en alto—. ¡No me privarás de esta satisfacción! ¡Te veré morir, Garro! ¡Viviré más que tú!

El capitán de batalla alzó la espada y rechazó los torpes ataques de Grulgor.

—¡Desaparece, monstruo apestoso! ¡Vuelve al infierno del que saliste y ahógate allí!

Un chorro de brillantes descargas blanco-azuladas indicó la creación de una puerta de disformidad. La fragata se precipitó por el aullante hueco para regresar al espacio real. Grulgor y sus compañeros mutantes lanzaron un coro de aullidos agónicos y frenéticos, y se disolvieron.

Garro lo vio con sus propios ojos, y a pesar de ello, no fue capaz de explicárselo. Contempló cómo un rugiente fantasma era arrancado del saco de carne de su cuerpo y luego flotaba en el aire para desaparecer de repente, como si fuera una hoja atrapada por un huracán. Por un instante, vio las siluetas tanto del mutante como del hombre que antaño había sido Ignatius Grulgor antes de que la aullante sombra fuera arrebatada por la disformidad. Desapareció a través del casco de la nave con decenas más. Era la energía capturada de todos los guerreros mutados de la Guardia de la Muerte. «Son almas —se dijo a sí mismo. Su mente fue incapaz de encontrar otra explicación aparte de llegar a una conclusión irreal e increíble—. La disformidad se ha llevado sus almas».

* * *

La pequeña fragata entró en la existencia normal dejando atrás llamaradas y piezas del casco debido a la brutalidad de la reversión de emergencia y el colapso del campo Geller. Lo hizo en un cuadrante desconocido y despoblado del espacio interestelar. Allí no había estrellas a la vista, ni planetas cerca. No había más que polvo y vacío sin aire.

A la deriva y sin rumbo, la Eisenstein cayó.