DIEZ
«Terminus Est»
¡Rodeados!
En el torbellino
Mientras Istvaan III giraba a sus pies, las naves de la Sexagésimo Tercera Flota Expedicionaria se movían con él, siguiendo al planeta mientras pasaba del baño de la luz solar a la siniestra oscuridad del ocaso. Las naves permanecían en órbitas geoestacionarias, como si fuera un enjambre que mantuviera agarrado aquel mundo con una débil garra de hierro. Al caer la noche, las ciudades en llamas, aún humeando por el paso de la tormenta de fuego, seguían siendo visibles a causa de las gigantescas piras que brillaban a través de las turbias nubes. La atmósfera del planeta se había saturado tanto de cenizas y vapores que el cielo se estaba convirtiendo en una mortaja de bruma química. Con el tiempo, el clima cambiaría, haciéndose más frío al desaparecer el calor de la estrella Istvaan. Si hubiera quedado algo de flora o fauna nativa, esto habría sido su final, pero todo lo que había llegado a desarrollarse como vida en Istvaan III se había convertido en polvo y cenizas.
La flota seguía vigilante, barriendo la superficie con los sensores en busca de posibles supervivientes del bombardeo vírico, por lo que la Eisenstein había podido cambiar ligeramente su posición aprovechando que las otras naves tenían su atención concentrada en otro lugar. Carya y su tripulación dejaron que la fragata se colocara en órbita alta, alejándose de la mayoría de naves, pero ya habían alcanzado la distancia máxima a la que podían llegar sin levantar sospechas. Si la Eisenstein escapaba del sistema Istvaan, no sería sigilosamente.
* * *
El capitán Carya observó el tanque hololítico, viendo a través de los símbolos que brillaban en la proyección a Garro, al lobo lunar Qruze y a los otros Guardias de la Muerte. Los dedos de la mano izquierda de Carya eran implantes mecánicos, sustitutos de los que perdió en un accidente años antes, cuando un arma de plasma se sobrecalentó y le estalló en la mano. En su interior había delicados circuitos que, entre otras cosas, le permitían manipular las formas virtuales del tanque hololítico como si fueran objetos físicos.
El hololito mostraba una representación básica del sistema Istvaan, distorsionado para presentar el espacio más cercano al tercer planeta con mayor grado de detalle. Carya señaló una cruz estilizada flotando por encima del plano eclíptico del sistema.
—Vought ha calculado el vector de la distancia mínima para nosotros, utilizando el cogitador de la nave. Si podemos llegar a este punto, nos encontraremos más allá del límite C y podremos efectuar la traslación disforme.
—La terminología naval jamás ha sido mi fuerte —gruñó Qruze—. Sea un poco considerado con un perro viejo y explíquemelo en términos que pueda entender.
—No podemos entrar en el espacio disforme mientras nos encontremos todavía dentro del pozo gravitatorio solar —dijo animadamente Sendek mientras señalaba la estrella Istvaan—. Éste es el límite del que ha hablado el capitán.
Carya asintió, un poco sorprendido de encontrar un guerrero astartes con conocimientos de astronavegación.
—De hecho, la huella de la energía solar interfiere con la transición disforme. Hemos de alejarnos de ella para alcanzar el punto en que se pueda saltar al immaterium con unas mínimas garantías de éxito.
—Es mucha distancia —musitó Garro—. Tenemos que recorrer varios segundos luz a máxima potencia, y, con los motores al máximo, seremos como una antorcha indicando a Horus hacia dónde nos dirigimos.
Qruze se acercó más al hololíto.
—Hay naves de línea por todo alrededor. No hace falta más que dos de ellas nos alcancen con sus lanzas para que estemos acabados. No creo que el Señor de la Guerra esté dispuesto a dejarnos marchar sin más, ¿verdad?
—Nuestros escudos de vacío están a máxima potencia —prosiguió Carya—. Podemos resistir unos cuantos impactos indirectos, y además disponemos de la ventaja que tenemos más maniobrabilidad.
Decius soltó una risita ahogada nada divertida.
—Me anima ver que aquí, nuestro buen capitán, tiene tanta confianza en su nave y su tripulación. Habría dicho que tan sólo un necio no pensaría que las probabilidades están claramente en nuestra contra.
—Yo no lo niego —replicó el oficial naval—. Dadas las circunstancias, calculo que nuestras posibilidades son de una entre diez, y eso siendo extremadamente generoso.
Vought habló con extrema cautela.
—En estos momentos, la Eisenstein se encuentra en la parte posterior de la formación de la flota. Me he tomado la libertad de informar al mando de la flota de que hemos sufrido daños en uno de nuestros generadores terciarios de fusión. El procedimiento naval estándar en estas circunstancias es quedarse a la cola de la formación principal para evitar que otras naves resulten dañadas en caso de un fallo en cascada y la consecuente implosión del núcleo.
—¿Cuánto tiempo podremos mantener este engaño? —preguntó Garro.
—Hasta el instante en que pongamos los motores principales en marcha —replicó la mujer.
Qruze chasqueó la lengua.
—No podemos abrirnos paso con esta mísera lata, y apenas podemos correr. Somos capaces de agachamos y esquivar, pero ¿qué distancia piensan que podemos recorrer antes de que uno de esos monstruos… —señaló con el dedo a las grandes naves de línea que los flanqueaban— nos clave las fauces en el cuello?
—No la suficiente —dijo, abatido, Sendek.
Carya enchufó sus dedos a la consola de control.
—Es cierto que la Eisenstein no dispone de la velocidad necesaria para llegar al punto de salto libre de perseguidores. Eso, si seguimos la ruta más directa. —Trazó una línea recta desde la localización orbital de la nave hasta el símbolo de la cruz. El capitán tomó el indicador de ruta y lo desvió en otra dirección—. Vought ha ideado una solución alternativa. No está exenta de riesgos, pero si tenemos éxito, podremos evitar los cañones del Señor de la Guerra.
Garro estudió la nueva ruta y sonrió ante su osadía.
—Estoy de acuerdo. Lo haremos así.
—Una acción arriesgada —dijo Decius—. Pero debo recordaros su mayor inconveniente. —El astartes se inclinó y señaló una gigantesca nave flotando a babor—. Ese rumbo nos obliga a pasar directamente por delante del campo de fuego de esta nave.
—La nave de mando de Typhon —dijo Garro—. El Terminus Est.
* * *
Calas Typhon resiguió el afilado borde de su guadaña con el dedo desnudo, dejando que la afilada hoja atravesara su dura piel, lo que provocó la aparición de unos pequeños hilillos de la oscura sangre astartes. Su estado de ánimo era una mezcla de emociones antagónicas y conflictivas. Por una parte, sentía una gran euforia por los acontecimientos que estaban teniendo lugar a su alrededor, un anticipo de las grandes cosas que iban a suceder. Typhon se sentía liberado, si es que un astartes podía llegar a conocer este concepto; una cruel y fría alegría. Después de tantos años alimentando y ocultando su secreta sabiduría, pronto podría caminar libremente con ella. Las cosas que sabía, las palabras que había leído en los libros que le había mostrado Erebus… La iluminación que el capellán de los Portadores de la Palabra había llevado a Calas Typhon lo había cambiado para siempre. Pero Typhon estaba furioso con él. Él sabía que su señor Mortarion estaba dirigiéndose paso a paso hacia su mismo camino gracias a la guía de Horus, pero tanto el primarca como el Señor de la Guerra no estaban más que al principio del camino. Typhon y Erebus y los otros…, ellos eran los verdaderos iluminados, y le escocía verse obligado a jugar el papel de un obediente capitán cuando, en realidad, sus conocimientos superaban con creces los de sus superiores.
Ya llegaría el momento, se prometió Typhon a sí mismo, que no tardaría demasiado, en que abandonaría la sombra de Mortarion y seguiría solo. Con el favor de los Poderes Oscuros, Typhon se convertiría en un heraldo ante el que mundos enteros temblarían. Desde su trono de mando, la mirada del primer capitán de la Guardia de la Muerte recorrió el puente del Terminus Est para observar a los sirvientes y astartes que estaban a su servicio. Su lealtad le pertenecía, y eso lo animaba.
Al pensar en ello, la mente de Typhon regresó a Grulgor. Se rascó la incipiente barba negra. En las horas transcurridas desde que había ordenado a Ignatius detener a Garro y unirse al ataque en Istvaan III, el presuntuoso comandante había estado anormalmente callado. Ahora que el bombardeo había acabado y el plan de Horus se encontraba en un momento de calma, tenía la tranquilidad necesaria para meditar.
Grulgor no era un hombre que se callara sus victorias; sabía que Ignatius disfrutaría la posibilidad de relatar la historia de cómo había matado a Nathaniel Garro. El poderoso rencor que sentía el comandante por el capitán de batalla se había llegado a convertir en odio acérrimo con el paso del tiempo, y Grulgor solía usar a Garro como objetivo de su mal humor y de su odio. Typhon no tenía ni idea de dónde podría proceder esa enemistad, ni le importaba. En Typhon era natural buscar y explotar debilidades. Esa rivalidad era algo que se alimentaba a sí misma, y Typhon se había aprovechado de ello. Era fácil utilizar el veneno en el corazón de Grulgor para convertirlo en su perro de ataque. A través de Grulgor, el primer capitán había logrado contactar con las logias dentro de la XIV Legión y guiarlas hacia donde le convenía.
Señaló a un siervo del capítulo.
—Tú, revisa los registros de las comunicaciones. ¿Ha habido alguna llamada desde la fragata Eisenstein?
El siervo regresó en un instante.
—Mi señor capitán, ha habido un contacto con la comandancia de la flota, un mensaje relacionado con el mal funcionamiento de un arma, y luego otro respecto a un problema con el sistema de propulsión de la nave. El primero llevaba el código de autorización del comandante Grulgor.
—¿Nada más?
El siervo hizo una reverencia.
—No, mi señor.
Typhon se levantó y colocó su guadaña de combate atravesada sobre el trono del puente.
—¿Dónde se encuentra la Eisenstein ahora?
—Moviéndose en un vector transicional, capitán —respondió el oficial de puente—. Cuadrante superior de babor.
—¿Hacia dónde va? —Una creciente desconfianza se instaló en los pensamientos de Typhon—. Comunicaciones, llame a la Eisenstein y abra un canal de voz. Quiero hablar con Grulgor, ¡ahora!
* * *
Maas escuchó atentamente la débil voz en sus auriculares, su equivalente a bordo del Terminus Est estaba repitiendo las órdenes del capitán Typhon con una llana e inexpresiva precisión. Sostenía el micrófono con fuerza en la mano, que le temblaba ligeramente. Maas observó disimuladamente a Carya, Vought y los demás astartes. Todos ellos estaban enfrascados en su conversación, observando cómo la fragata seguía el camino indicado por el oficial de puente.
Maas se humedeció los labios. La tensión le secaba la boca. Aún le resultaba difícil hacerse a la idea de la cadena de acontecimientos que lo habían llevado a ese punto. Su destino en la Eisenstein era reciente y, a su parecer, había llegado en el momento más adecuado.
Los largos años de servicio indigno a bordo de transportes artillados y naves de defensa planetaria habían sido finalmente recompensados con una promoción a la flota expedicionaria, y aunque las hazañas de la Guardia de la Muerte no eran tan llamativas o famosas como las de otras legiones, era un paso más para las ambiciones de Maas. Él deseaba llegar a estar al mando de su propia nave, y no había pasado ni un día en que no pensara en un futuro en el que sería el capitán Tirin Maas, sentado en el trono de un crucero, gobernando la nave como su reino particular.
Ahora, todo eso estaba a punto de venirse abajo. El puesto que se había sentido tan eufórico de conseguir se estaba convirtiendo en una losa alrededor de su cuello. Primero ese Garro había tornado el control e hizo que las cosas fueran a peor; ¡y ahora el propio Carya seguía las órdenes de ese loco! Si lo que había deducido era cierto, ese guardia de la muerte había matado a varios de sus propios hermanos, había permitido que otro traidor escapara ileso, y había destruido conscientemente una docena de cazas. Maas creía que era el único que veía lo que sucedía en una habitación llena de ciegos.
Recorrió el puente con la mirada para intentar vislumbrar la expresión de las caras de los demás oficiales, buscando algo que pudiera indicarle cómo se sentían, pero no encontró nada. Carya y su arrogante actuación los estaban arrastrando a todos. Era inconcebible. El capitán había desafiado los decretos del propio Señor de la Guerra, y Vought había complicado las cosas con la falsificación de las señales. Maas había tratado de razonar con Carya y ¿qué había obtenido a cambio? ¡Censura y reproches con violencia!
Negó con la cabeza. El oficial de comunicaciones se sentía ultrajado por la flagrante traición que se estaba desarrollando ante él. Había hecho un juramento a la flota, y Horus era el comandante de la flota. ¿Qué importaba si las órdenes del Señor de la Guerra no les gustaban? ¡Un buen capitán no pregunta, obedece! Pero Tirin Maas ya no tendría la oportunidad de hacerlo, no después de la rebelión de Carya. Si sobrevivía, Maas sería juzgado con el mismo rasero que el capitán, considerado traidor y, sin duda, ejecutado.
El joven miró el comunicador. Tenía que hacer algo. De hecho, ya había roto el protocolo y, subrepticiamente, había inutilizado el enunciador para que el puente no supiera cuando llegaban comunicaciones entrantes si él no quería. Sólo eso ya merecía una pena de flagelación, pero Maas consideraba que era necesario. Era evidente que únicamente podía confiar en sí mismo y, por tanto, era suya la responsabilidad de avisar al resto de la flota del engaño que se estaba urdiendo a bordo de la Eisenstein. Se llevó el micrófono a los labios y volvió a la sala de comunicaciones. Maas tenía miedo, eso era innegable, pero al empezar a hablar en susurros se fue reforzando su entereza y determinación. Una vez lo hubiera hecho, conseguiría la gratitud de Horus en persona. Tal vez, si la Eisenstein no era destruida para dar una lección tras acallar la rebelión, podría solicitar al Señor de la Guerra el mando de la nave como recompensa.
* * *
—¡Repítelo! —ordenó Typhon. Se erguía por encima del siervo del capítulo de la sala de comunicaciones como una gigantesca forma sombría y amenazadora.
El siervo hizo una profunda reverencia.
—Mi señor, el mensaje proviene de una persona que dice ser el oficial de comunicaciones de la Eisenstein. Dice que Grulgor ha desaparecido y que la oficialidad de la nave se ha rebelado. Afirma que se ha producido una traición, señor.
El primer capitán se retiró un poco y en su mente fueron encajando las piezas de un cuadro que no quería ver.
—Ese belicoso idiota me ha fallado. Le ha dado la ventaja a Garro. —Typhon dio la vuelta sobre sí mismo y empezó a ladrar órdenes a la tripulación—. ¡Zafarrancho de combate! ¡Energicen los motores y las lanzas de proa! Quiero un curso de intercepción hacia la Eisenstein, ¡y lo quiero ahora!
—Capitán, el oficial de comunicaciones —le recordó el siervo—. ¿Qué le decimos?
Typhon sonrió con sarcasmo.
—Envíale mi gratitud y las condolencias del Señor de la Guerra. Y a continuación ponme en contacto con Maloghurst, a bordo del Espíritu Vengativo.
* * *
Garro vio el ligero asomo de miedo en la cara de Carya cuando una sirena aulló en la consola de mando frontal. Vought estaba en esa consola, accionando controles en el teclado.
—¡Informe! —exigió el capitán.
Vought palideció.
—Señor, los sensores están registrando una creciente energía térmica surgiendo de los motores del Terminus Est. Además, hay indicios de posibles cambios de configuración en el fuselaje, compatibles con un despliegue de las baterías de lanzas de proa.
—Lo sabe —espetó Qruze—. Que la disformidad lo maldiga. ¡Typhon lo sabe!
—Así es —asintió Garro. Luego se dirigió a Carya—. Ha llegado el momento. ¡Dé la orden!
El oficial naval tragó saliva y asintió en dirección a Vought.
—Ya ha oído al capitán de batalla. Todos a sus puestos, sellen compuertas y procedan a velocidad máxima de combate. —Se dirigió a un suboficial—. Vaya abajo y avise al estimado Severnaya que se prepare para el salto. Lo quiero preparado en seguida. —Carya vio la pregunta en la cara de Garro—. Severnaya, el navegante —explicó señalando un puente—. Dos niveles por debajo de nosotros. Se pasa los días meditando dentro de su esfera de gravedad nula. Estoy seguro de que no tiene la más ligera idea de lo que está sucediendo. Vive únicamente por la emoción del salto.
Garro aceptó la explicación.
—La disformidad es tormentosa. ¿Cree que se resistirá a entrar cuando se lo ordene?
—Oh, no, entrará de cabeza —dijo Carya—. Lo único que me preocupa es si sobrevivirá al salto.
Vought interrumpió la conversación.
—¿Qué hacemos con las baterías de cañones, señor? —preguntó con la voz trémula por la tensión.
Carya negó con la cabeza.
—Prepáralas, pero quiero toda la energía disponible para potenciar los escudos de vacío y los motores. Lo que necesitamos es fuerza y velocidad, no potencia de disparo.
—Sí, señor. Avante toda —respondió ella, y volvió a concentrarse en la consola para llevar a cabo las órdenes.
Garro sintió un ligero estremecimiento a través de la suela de las botas cuando la fragata tembló a causa del repentino aumento de velocidad. Sonaron las campanas y silbatos de los engranajes del enginarium cuando la Eisenstein pasó casi inmediatamente de un curso a la deriva a máxima velocidad de combate.
—El Terminus Est está alejándose de su posición orbital —dijo Sendek, que estaba leyendo la información del repetidor pictográfico—. Está girando y apuntando los cañones en nuestra dirección.
—¿Hay alguna otra nave que lo siga? —preguntó Garro.
—No veo ninguna, señor —contestó—. Sólo la de Typhon.
* * *
—Capitán Garro —lo llamó Vought—, no tenemos información sobre las capacidades de esa nave de combate. ¿Qué puede utilizar Typhon contra nosotros?
—Señor, con su permiso —interrumpió Sendek—. El Terminus Est es una nave única. No está construida en base a una plantilla de construcción estándar. Está muy blindada, pero a causa de ello es muy lenta y gira pesadamente.
Carya asintió.
—Eso juega a nuestro favor.
—Por otra parte, su armamento frontal es formidable. Typhon dispone de baterías de lanzas en proa, y torretas capaces de disparar hacia los lados y hacia proa. Si nos alcanza, estamos perdidos —concluyó con fatalismo.
—Entonces, mantendremos a ese monstruo lejos de nuestro trasero —dijo el capitán—. ¡Vigilad la temperatura de los reactores!
—¿Cómo habrá podido adivinarlo? —le preguntó Decius a su comandante—. ¿No podría ser una coincidencia? Tal vez únicamente estaba cambiando la nave de órbita.
—Lo sabe. —Garro repitió las palabras de Sendek—. Era inevitable.
—Pero ¿cómo? —insistió el joven astartes—. ¿Ha hecho que un adivino leyera nuestras intenciones en la disformidad?
Los ojos de Garro se desviaron hacia la sala de comunicaciones y se encontraron con el hombre que se encogía en su interior. Su cara estaba pálida y sudorosa.
—Nada tan arcano —dijo el capitán de batalla leyendo la verdad en la expresión del oficial naval. Con tres zancadas atravesó el puente y sacó a rastras a Maas. El oficial de comunicaciones parecía haber llorado—. ¡Tú! —rugió Garro. Sus ojos se endurecieron—. ¡Tú has avisado a Typhon!
Colgando de su captor, Maas empezó de repente a sacudirse y golpeó a Garro con unos débiles golpes que le rebotaron en la armadura.
—¡Cabrón traidor! —le gritó—. ¡Sois todos unos conspiradores! ¡Nos habéis condenado con vuestra duplicidad!
—¡Loco! —lo recriminó Carya—. ¡Éstos son los hombres del Emperador! ¡Tú eres el traidor, estúpido arrogante!
—Mi juramento de lealtad es hacia la flota. ¡Serviré al Señor de la Guerra Horus hasta la muerte! —gritó Maas mientras empezaba a llorar—. Hasta la muerte.
—De acuerdo —asintió Garro, y con un salvaje giro de la muñeca, el guardia de la muerte le rompió el cuello al oficial de comunicaciones y lo dejó caer al suelo.
Sólo se oyó la respiración de los presentes tras su muerte, hasta que la voz de Vought resonó en el puente.
—¡Descarga de lanzas por el cuadrante trasero de babor! ¡Nos atacan!
La tripulación volvió sus caras hacia los ventanales, donde una espada de luz brillante cruzó por delante de la proa de la fragata. El disparo había fallado, pero los bordes de la energía de la lanza crepitaron en el casco exterior. En el puente, un puñado de consolas parpadearon y explotaron cuando la retroalimentación recorrió los sistemas de control.
—Creo que quiere detenernos —murmuró Qruze.
—Una petición muy educadamente expuesta —dijo Sendek—. Como respuesta, le enseñaremos el trasero de la nave.
—¡Atención! —gritó Garro, apartándose del hombre que acababa de ejecutar—. ¡Avisa a Hakur y a los otros que estén preparados para impactos y descompresión! ¡Quiero a esos civiles con vida…!
El siguiente disparo los alcanzó.
* * *
En la periferia de su área de alcance, el fuego de las lanzas del Terminus Est era más débil, pero, aun así, los rayos de energía paralelos eran suficientemente potentes para causar daños importantes en una nave del tonelaje de la Eisenstein. El rayo atravesó los escudos de vacío y los inestabilizó. Golpearon en el casco dorsal con un ángulo oblicuo que dejó varios puentes expuestos al exterior y arrancó varias torretas de babor de sus monturas.
Algunas bolsas de vapor y llamas surgieron y se desvanecieron. Unas descargas en cascada recorrieron los corredores de la fragata, destruyendo nódulos de transmisión y provocando unos cuantos incendios. Con una explosión secundaria, un compartimento entero en un nivel terciario se convirtió en una breve y devastadora tormenta de fuego al incendiarse los depósitos de reserva de oxígeno.
Un puñado de hombres de Garro que estaban allí para vigilar murieron con pulmones abrasados. La onda expansiva prendió en los dormitorios y en el sanctum del pequeño coro astropático de la Eisenstein. Las mamparas de seguridad se cerraron, pero el daño ya estaba hecho, y al no tener más aire que consumir, estas salas se convirtieron en espacios vacíos de metal ennegrecido y carne chamuscada.
Parte del impacto se transformó en energía cinética que hizo temblar toda la nave, desplazándola hacia un lado, pero los oficiales de Carya estaban curtidos en la batalla y no dejaron que eso los desviara de su ruta. El Terminus Est estaba persiguiéndolos, llenando con su ingente masa las pantallas pictográficas traseras.
* * *
—Una explicación, Typhon —gruñó Maloghurst por el crepitante comunicador de voz—. Exijo una explicación de por qué has considerado necesario distraerme de mis obligaciones durante esta importante operación.
El primer capitán sonrió, contento de no tener que mirar cara a cara a la mano derecha del Señor de la Guerra. No había una gran estima entre los Hijos de Horus y la Guardia de la Muerte, consecuencia de un incidente ocurrido años atrás, cuando tuvieron serias diferencias respecto al protocolo en el campo de batalla. Typhon odiaba las despreocupadas maneras del hombre y su apenas contenida arrogancia. Que Maloghurst fuera conocido como «El Retorcido» era, en opinión de Typhon, una descripción tremendamente precisa.
—Perdone, señor —replicó—, pero he considerado importante que estuviera informado de que los grandes planes de vuestro primarca están en peligro de ser descubiertos.
—¡No pongas a prueba mi paciencia, guardián de la muerte! Podría llamar a tu primarca para que te castigue adecuadamente. Tu nave ha abandonado la formación. ¿Qué estáis haciendo?
—Intentando extirpar una molestia. He recibido el aviso de que uno de mis hermanos de batalla, el lamentablemente conservador capitán Garro, ha tomado el control de la fragata Eisenstein y en estos momentos está intentando huir del sistema Istvaan. —Se recostó en su trono de mando—. ¿Es esta noticia suficientemente importante para merecer su atención, o debería haberme dirigido directamente a Horus?
—¿Garro? —repitió Maloghurst—. Tenía entendido que Mortarion se había encargado de él.
Typhon soltó un resoplido.
—El Señor de la Muerte ha sido demasiado indulgente. Garro debería haber muerto a consecuencia de sus heridas después de la batalla de Istvaan Extremis. En vez de eso, Mortarion esperaba convencerlo, y ahora nosotros debemos pagar por esa estupidez.
Maloghurst permaneció en silencio unos instantes. Typhon podía imaginar su poco agradable cara arrugada por los pensamientos.
—¿Dónde estás ahora?
—Estoy persiguiendo a la Eisenstein. Si puedo, destruiré la nave.
Maloghurst soltó un fuerte bufido.
—¿Adónde cree Garro que puede ir? Las tormentas de la disformidad se hacen más fuertes a cada hora que pasa. Una nave pequeña como la suya no puede esperar sobrevivir a un viaje por el immaterium. ¡Quedará totalmente destruida!
—Tal vez —admitió Typhon—, pero quiero asegurarme de ello.
—Tengo tu rumbo en mi placa de datos —dijo el otro astartes—. Jamás lo atraparás con esa pesada barcaza que tienes. Hay mucha distancia entre ambas naves.
—No me hace falta atraparlo, Maloghurst. Simplemente debo averiarlo.
—Entonces, hazlo, Typhon —respondió—. Si me veo obligado a informar a Horus de que la noticia de sus planes se ha propagado sin control, serás tú quien sufra su desilusión inmediatamente después de mí.
El primer oficial hizo un gesto de cortar y su ayudante cerró la comunicación. Desde su trono de mando miró hacia abajo, hacia donde el capitán del Terminus Est se encontraba esperando con una profunda reverencia. El hombre habló.
—Mi señor Typhon, la Eisenstein ha alterado su curso. Está dirigiéndose a impulso total hacia el satélite de Istvaan III, la Luna Blanca.
—Cambiad de rumbo —le espetó Typhon levantándose una vez más—. Seguid el rumbo de la Eisenstein y dadme una solución de disparo.
El capitán vaciló.
—Mi señor, el pozo gravitatorio de la luna…
—No era una petición —gruñó Typhon.
* * *
—Todavía nos sigue. —Vought leyó los vectores de distancia en la pantalla pictográfica—. Cambio de rumbo confirmado. El Terminus Est nos está siguiendo. No existen más indicios de persecución.
—Bien —dijo Carya—. Prosiga nuestra ruta en zigzag. No dé ninguna facilidad a los artilleros de Typhon para que consigan un buen ángulo de disparo.
Garro se encontraba de pie justo detrás del capitán, mirando por encima de su cabeza hacia los ventanales. La inhóspita y pálida superficie de la luna más grande de Istvaan III iba haciéndose mayor a medida que las observaba. Los cráteres y las montañas iban tomando forma en su superficie sin atmósfera. A un observador casual podría parecerle que la fragata se encontraba en rumbo de colisión.
—Dígame la verdad —Garro habló en voz baja, de forma que sólo Carya podía oírlo—. ¿Qué posibilidades hay de que los cálculos de Vought estén equivocados?
El hombre de tez oscura miró hacia arriba.
—Ella es muy buena, capitán. La única razón por la que no ha recibido el mando de una nave es que ha tenido algunas desavenencias con las autoridades de la flota. Tengo fe en ella.
Garro volvió a mirar hacia la luna.
—Mi fe está en la resistencia del casco de una astronave y en la fuerza de la gravedad —replicó, pero sus palabras sonaron huecas y sin fuerza.
Carya lo observó con curiosidad. Tal vez sintió la incomodidad del capitán.
—El universo es muy grande, señor. Uno puede encontrar su fe en muchos lugares.
—Procediendo a la primera corrección de rumbo —dijo la oficial de puente—. Preparados para maniobras de emergencia.
—Ahora —dijo un servidor con una voz impersonal—. Ejecutando maniobra.
El puente de la fragata viró y Garro notó el movimiento en la boca del estómago. Con toda la energía disponible canalizada hacia los motores, los compensadores gravitacionales de la nave no disponían de suficiente potencia, por lo que el giro se notó mucho más de lo habitual. Se agarró con una mano a una barandilla y apoyó todo su peso sobre la pierna orgánica.
—Lecturas energéticas en su proa —avisó Sendek, quien se había otorgado el puesto de ayudante de la tripulación del puente en el púlpito de sensores—. ¡Disparo en curso! ¡Múltiples lanzas!
—¡Completen el giro! —gritó Carya. Dijo algo más, pero sus palabras quedaron ahogadas por las pesadas descargas de energía que alcanzaron la popa de la Eisenstein empujándola hacia adelante como si estuviera en la cresta de una ola. Los compensadores volvieron a reaccionar con lentitud, y el brazo de Garro se soltó y agarró al capitán, evitando su caída contra una consola. El capitán de batalla notó cómo la muñeca de Carya se dislocaba.
—¡Los niveles de energía del motor tres están cayendo! —gritó Vought—. ¡Incrementamos empuje de los otros motores para compensar! ¡No podemos dejar que nos ganen terreno!
La nave estaba temblando por las fuertes vibraciones de la maquinaria llevada al límite de sus niveles operacionales. Sendek avisó desde su puesto.
—Estamos entrando en el pozo gravitacional de la Luna Blanca, capitán. Aceleramos.
Carya resolló mientras volvía a poner su mano biónica en posición.
—Bien, estamos en el punto de no retorno, Garro —dijo—. Ahora veremos si Racel es tan buena como he dicho que era.
—Si sus cálculos están equivocados por más de unos pocos grados, no lograremos nada más que crear un nuevo cráter y una lluvia de fragmentos de metal —dijo tenebrosamente Decius.
La luna llenaba el ventanal superior.
—Ten fe —le replicó Garro.
* * *
—Mi señor, hemos sido atrapados por el pozo gravitacional de la luna —informó el capitán de la nave de Typhon—. Nuestra velocidad está aumentando. Humildemente le sugiero que intentemos realizar maniobras evasivas y…
—Si perdernos contacto ahora, la Eisenstein escapará —dijo el primer capitán con voz llena de decisión—. Esta nave tiene suficiente potencia como para escapar de él, ¿verdad? La utilizaréis cuando lo ordene, pero no antes.
—¡A sus órdenes!
Typhon miró al oficial artillero.
—¡Tú! ¿Por qué no los has alcanzado todavía? ¡Quiero esa fragata borrada de la faz de las estrellas! ¡Consíguelo!
—Mi señor, la nave es muy ágil y nuestros cañones son poco más que emplazamientos fijos.
—¡Quiero resultados, no excusas! —le replicó con un rugido—. ¡Cumple con tu deber o encontraré alguien que lo haga por ti!
Typhon observó en la gigantesca pantalla pictográfica que había encima de su trono de mando el reguero de vapor y fragmentos que surgían de la Eisenstein, y sonrió con frialdad.
* * *
Racel Vought parpadeó para quitarse el sudor que le caía sobre los ojos y apoyó las manos en la consola de control. La luz marfileña de la superficie de la Luna Blanca iluminaba el puente con crudas sombras y líneas duras. Era un brillo funerario, desprovisto de toda vida, y parecía que le estuviera absorbiendo la energía. Tomó una trémula bocanada de aire. Las vidas de todos a bordo de la fragata estaban en ese momento en sus manos, jugándosela por una serie de cálculos matemáticos que ella había realizado mientras Istvaan III moría ante sus ojos. Tenía miedo de volver a repasarlos por temor a descubrir que había cometido un terrible error. Era mejor no saberlo, era preferible confiar en la frágil esperanza que la había empujado a acometer este rumbo desde un principio. Si se había equivocado, no viviría para lamentarlo.
La teoría era audaz, de eso estaba segura. La gravedad de la densa Luna Blanca, rica en hierro, estaba envolviendo a la Eisenstein, atrayéndola hacia su superficie llena de cráteres. Si no hacían nada al respecto, eso era realmente lo que pasaría y, como había dicho el guardián de la muerte, la fragata se convertiría en su lápida.
El plan de Vought se sustentaba en las matemáticas y en la física gravitacional, una disciplina que se originó cuando la humanidad se aventuró por primera vez en el espacio, cuando la potencia y el combustible eran bienes muy preciados. En el trigésimo primer milenio, con motores suficientemente potentes para propulsar astronaves allí donde hiciera falta, no era habitual que estos conocimientos tuvieran aplicación alguna, pero ese día podían salvarles la vida.
Racel miró por encima de su hombro y vio que tanto Baryk como el capitán de batalla de la Guardia de la Muerte la estaban observando. Ella esperaba unas miradas inquisitivas y condenatorias pero, en vez de ello, en los ojos de los dos hombres vio una silenciosa confianza. Confiaban en que ella cumpliera su promesa… Los saludó con un gesto de cabeza y volvió a concentrarse en su trabajo.
Las sirenas avisaron de la proximidad de nuevas salvas de fuego enemigo. Las apartó de sus pensamientos, concentrándose exclusivamente en las complejas maniobras de su trayectoria y la ruta que se abría ante ella. No había margen para el error. Mientras la Eisenstein caía hacia el planetoide, los motores cambiarían y facilitarían la transición por el pozo gravitacional de la Luna Blanca, utilizando la energía del satélite para lanzar la fragata trazando un arco, como una honda, catapultándolos hacia el punto de salto. El Terminus Est jamás sería capaz de atraparlos.
Las vibraciones de la fragata crecieron cuando la nave entró en el último vector de su ruta.
—Preparados para corregir el rumbo —gritó Vought por encima del ruido—. ¡Ahora!
* * *
Grandes llamaradas surgieron a babor de la Eisenstein cuando los motores direccionales sacaron a la nave de la atracción de la luna. La proa giró como si la hubiera doblado una mano invisible, cambiando el eje de forma brutal. Los extremos de tensión entre la gravedad lunar y las fuerzas gravitacionales artificiales generadas por la nave colisionaron y giraron. Algunas placas del casco se doblaron y se combaron, mientras que numerosos remaches del tamaño de una persona fueron arrancados de cuajo. Conductos sometidos a una tensión superior a su tolerancia cedieron y dejaron escapar gases tóxicos. Forzada mucho más allá de sus límites, la Eisenstein aulló como un animal sometido a un duro castigo, pero giró, un agonizante metro tras otro, entrando en el pequeño corredor de espacio orbital que propulsaría la fragata muy lejos de Istvaan III.
* * *
—¡Typhon! —gritó el capitán, sin hacer caso de los procedimientos protocolarios establecidos para dirigirse al primer capitán—. ¡Debemos cambiar de rumbo! No podemos seguir la ruta de la fragata, seríamos arrastrados incontroladamente hacia la luna. Nuestra masa es demasiado grande…
Furioso, el guardián de la muerte golpeó al oficial naval con un repentino puñetazo, arrojando al hombre al suelo con los huesos de la cara rotos y la sangre manando por las heridas.
—¡Pues cambie el rumbo —le espetó—, pero que la disformidad le maldiga, quiero que se le dispare todo lo posible a esa maldita nave antes de dejarla marchar!
El resto de la tripulación del puente se apresuró a cumplir las órdenes, dejando que el gimiente capitán se apañara por sí solo. Typhon cogió su guadaña y la sostuvo con fuerza; su odio era feroz y ardiente. Maldijo a Garro mientras la Eisenstein se le escapaba de las manos.
* * *
El Terminus Est lo intentó a plena potencia. Los motores de la nave escupieron un halo de crepitante luz rojiza, como un tiburón persiguiendo a su presa. La nave gruñó mientras el terrible empuje de los motores sacaba la nave del pozo gravitatorio de la Luna Blanca, atravesando con su afilada proa la ruta de la fragata. Al hacerlo, todas las lanzas del crucero de batalla de Typhon vomitaron fuego en un atronador rugido de poder, rasgando la oscuridad en dirección a la nave fugada.
* * *
—¡Fuego enemigo! —avisó Sendek con un grito—. ¡Preparados para el impacto!
Garro lo oyó y, de repente, se encontró en el aire, con el suelo del puente alejándose debajo de los pies. El guardia de la muerte giró y rodó por el puente, rebotando en las consolas y chocando contra el techo antes de que la energía del impacto se disipara y él colisionara contra otra consola.
Nathaniel movió la cabeza para despejarse y logró ponerse en pie. Unos pequeños fuegos ardían aquí y allí mientras los servidores trataban de conseguir que el puente volviera a parecer que lo era. Vio a Carya atravesado sobre el trono de mando, con Vought a su lado. La mujer tenía un profundo corte en el cuero cabelludo, pero parecía no darse cuenta de la sangre que le corría por la mejilla. Oyó a lacton Qruze maldecir débilmente en cthoniano mientras volvía a subir al puente.
—¡Informe! —ordenó Garro.
El áspero olor metálico que invadía todo el aire tenía un sabor acre en la lengua. Sendek habló desde el otro lado de la sala.
—El Terminus Est ha abandonado la persecución, pero la última andanada nos ha dado de lleno. Varios niveles están expuestos al vacío. Los reactores fluctúan y los motores están al límite de la desconexión. —Hizo una pausa—. La maniobra de catapultado ha sido un éxito. ¡En curso de intercepción al punto de salto!
Decius gruñó mientras empujaba una sección de paneles caído y se ponía de pie encima del cuerpo sin vida de un oficial naval.
—¿De qué nos sirve eso si explotamos antes de llegar allí?
Garro no le hizo caso y se dirigió hacia Carya.
—¿Está vivo?
Vought asintió.
—Sólo está aturdido, creo.
El capitán movió una mano para sacárselos de encima.
—Puedo levantarme yo solo. Alejaos.
Garro ignoró las quejas del hombre y lo puso en pie.
—Decius, llama al apotecario al puente.
Carya hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No, todavía no. Aún no hemos terminado, ni mucho menos. —Trastabilló un poco hacia adelante—. Racel, ¿cuál es el estado del navegante?
Vought intentó oír algo a través de su comunicador personal. Incluso a distancia, Garro oía los gritos y alaridos que salían del pequeño altavoz.
—Severnaya todavía está vivo, pero sus ayudantes están en estado de pánico. Están subiéndose por las paredes. Llorando acerca de la disformidad. Puedo oírlos aullar algo relativo a oscuridad y tormentas.
—Si no está muerto, todavía puede hacer su trabajo —dijo Carya torvamente, aguantándose el dolor que sentía—. Y eso es válido para todos nosotros.
—Así es —afirmó Garro—. Ordene a la tripulación realizar los preparativos necesarios para hacer la traslación a la disformidad. No dispondremos de una segunda oportunidad.
—Es posible que ni siquiera tengamos la primera oportunidad —gruñó Decius por lo bajo.
Garro se dio la vuelta hacia él y la expresión de su cara se endureció.
—Hermano, he llegado al límite de mi paciencia sobre tus funestos augurios. Si no puedes aportar nada más que eso, dirígete abajo y únete a los equipos de control de daños.
—Sólo digo lo que pienso —replicó Decius—. ¡Dijo que quería que le dijera la verdad, capitán!
—¡Preferiría que te guardaras esos comentarios para ti mismo hasta que estemos lejos de aquí, Decius!
Nathaniel esperaba que el joven astartes le replicara, pero en vez de eso, Decius se le acercó, moderando su tono para que nadie más lo oyera.
—No pienso hacerlo. El camino en el que nos ha embarcado conduce al suicidio, señor, tan cierto como si hubiéramos expuesto nuestros cuellos a la guadaña de Typhon. —Señaló con un dedo a Vought—. Ya habéis oído a la mujer. El navegante apenas está cuerdo por el terror que le produce lo que le está pidiendo. Sé que está al corriente de los informes que hablaban de turbulencias en el espacio disforme en los últimos días. Una docena de naves se perdieron durante el viaje a Istvaan…
—¡Esto es un rumor y una herejía! —le espetó Qruze, acercándose.
—¿Está seguro? —insistió Decius—. ¡Ellos han dicho que la disformidad se ha vuelto negra por las tempestades y las criaturas horripilantes que acechan en su interior! Y aquí estamos nosotros, en una nave que se mantiene entera gracias al óxido y a la fuerza de voluntad, con la intención de sumergirnos en ese océano de locura.
Garro dudó. Había algo de verdad en las palabras de Decius. Él había oído las noticias que circulaban por la flota antes del ataque a Ciudad Coral acerca de que se habían producido incidentes aislados de navegantes y astrópatas volviéndose locos de miedo cuando sus mentes entraban en el immaterium. El mar del espacio disforme siempre era un reino caótico y peligroso para viajar por él, pero por los informes que había recibido, se estaba volviendo rápidamente intransitable.
—Ya nos hemos puesto a prueba a nosotros y a esta nave más allá de los límites razonables —siguió Decius—. Si entramos en la disformidad, habremos ido un paso demasiado lejos. No resistiremos el viaje a través del empíreo.
La piel de la nuca de Garro empezó a picarle. El sentido del peligro que parecía innato en un astartes había despertado, y se dio la vuelta hacia la compuerta principal del puente. De pie bajo el marco, envuelta en una débil humareda grisácea, aquella mujer, Keeler, lo estaba observando. El capitán de batalla parpadeó, por un momento temeroso de que la razón lo hubiese abandonado y que ella no fuera más que una visión efímera, pero entonces se dio cuenta de que Decius también la había visto.
Keeler pasó entre los cascotes hasta colocarse directamente frente a él.
—Nathaniel Garro, he venido porque sé que necesitas ayuda. ¿La aceptarás?
—No eres más que una rememoradora —le dijo Decius, pero incluso su bravuconería se desvanecía ante la poderosa presencia de ella—. ¿Qué ayuda nos puedes ofrecer?
—Te sorprendería —murmuró Qruze.
—La supervivencia de esta nave se mide por instantes —continuó ella—, y si permanecemos aquí, moriremos seguro. Todos debemos dar un salto de fe, Nathaniel. Si confiamos en la voluntad del Emperador, encontraremos la salvación.
—Lo que le estás pidiendo es que crea ciegamente en fantasmas —argumentó Decius—. ¡No puedes estar segura de que sobreviviremos!
—Puedo —la réplica de Keeler fue tranquila, pero llena de una certeza tal, que los astartes no pudieron reaccionar en seguida.
Vought los llamó desde las consolas delanteras.
—Capitán, el campo Geller de la nave no se estabiliza. Quizá deberíamos abortar el salto a la disformidad. Si entramos en el immaterium, puede fallar por completo y la nave estará desprotegida.
—Únicamente tienes una elección, Nathaniel —dijo suavemente Keeler.
—No abortaremos la operación, oficial de puente. —Garro observó cómo la incredulidad se abría paso en la cara de Decius mientras hablaba—. Llévenos adentro.