CAPÍTULO 8

OCHO

El punto sin retorno

Sacrificio

Juramento de combate

Tollen Sendek se enorgullecía de poseer una mente ordenada y una fuerza de voluntad controlada y disciplinada. Para él era cuestión de honor comportarse de un modo lógico y riguroso en su servicio a la XIV Legión y al Emperador. Evitaba el comportamiento irracional y la actitud negligente de algunos de sus camaradas. Rahl se había burlado a menudo de él bromeando sobre la idea de que Sendek llevaba la palabra «estoico» a nuevos extremos, pero en esos momentos, recordó a su hermano de batalla muerto y se preguntó qué habría pensado Pyr de la expresión que le marcaba el rostro en ese instante, un semblante agarrotado por la sorpresa más puramente emocional.

Apenas había tardado un instante en quedar sometido a ese estado. La Thunderhawk fugitiva, el mensaje de Eidolon, la increíble orden de destruir la nave que huía y matar al oficial de rango superior que viajaba dentro… Sendek negó con la cabeza en un intento por aclararse las ideas. ¿Tendría razón Decius, y todo aquello no sería más que una prueba? ¿Alguna clase de extrañísima práctica de combate para evaluar la capacidad de la dotación de mando de la Eisenstein? ¿O de verdad era posible que Saúl Tarvitz realmente se hubiera convertido en un renegado, por lo que merecía una rápida ejecución? Si era posible que un gobernador imperial se rebelase contra el Emperador, quizá le podría ocurrir lo mismo a un astartes.

El capitán Garro tenía agarrado con fuerza el micrófono del comunicador y no dejaba de hablar con rapidez por él. Tenía los nudillos blancos.

—¿Saúl? En nombre del Emperador, ¿qué está ocurriendo? ¿Esos cazas están intentando derribarte de verdad?

Sendek echó un rápido vistazo al hololito principal de la Eisenstein. La respuesta a la pregunta de Garro estaba muy clara. Los sensores de la fragata mostraban las señales de los rayos de energía que los aparatos de la escuadra de Ravens disparaban desde el morro y los impactos que centelleaban en la popa de la Thunderhawk. Mientras contemplaba aquello, los interceptores con forma de aves rapaces adoptaron una formación de ataque. Se preparaban para la andanada final.

Oyó cómo Garro le gritaba al micrófono exigiendo una explicación, cualquier clase de explicación.

—¡Date prisa, Saúl, casi te han alcanzado!

Las siguientes palabras que Tarvitz pronunció provocaron un nudo en el estómago de Sendek.

—¡Es una traición! —respondió también a gritos el capitán de los Hijos del Emperador con la voz cargada de desesperación—. ¡Todo esto! Nos han traicionado. La flota va a bombardear la superficie del planeta con bombas víricas.

Todos aquellos que se encontraban a distancia suficiente como para oírlo se quedaron rígidos por la impresión.

—¿Qué? ¡No! —exclamó Vought al mismo tiempo que negaba con la cabeza.

Los oficiales que estaban en los puestos de control del pozo de mando alzaron la vista, incrédulos, desde el fondo del mismo.

—No puede ser —murmuró el capitán de la nave dando un dubitativo paso adelante.

El rostro de Decius mostraba la gran tensión que sentía.

—Se equivoca. Nuestro hermano se…

Las voces se solaparon unas a otras y Sendek apenas logró distinguir algunos retazos de la conversación entre Garro y Tarvitz.

—Te juro por mi vida que no te miento —exclamó el primer capitán de los Hijos del Emperador.

Los hombros del comandante de Sendek se hundieron como si el peso de la ayuda que pedía Tarvitz le estuviera cayendo físicamente encima. Captó sus últimas y desesperadas palabras.

—¡… todos los Adeptus Astartes que hay en Istvaan III van a morir!

Sendek volvió a mirar el hololito. A Tarvitz le quedaban escasos segundos de vida. La Thunderhawk se bamboleaba con fuerza y perdía combustible. Los Ravens se acercaron para rematarla.

El capitán Garro se apartó de un salto del comunicador y cruzó a grandes zancadas el puente de mando.

—¡Armas! —gritó—. ¡Quiero el control de una batería de cañones láser ahora mismo!

Los dedos de Vought repiquetearon con rapidez sobre las teclas.

—Las baterías de disparo se encuentran activadas, señor —le comunicó—. Los cogitadores ya están calculando una solución de disparo. —La oficial titubeó un momento—. Señor…, ¿va a disparar contra él?

—Déme el control manual —le ordenó Garro al mismo que le indicaba con un gesto de la mano que se apartara del panel de control—. Si alguien tiene que apretar el gatillo, ése debo ser yo.

El capitán de batalla se agarró a un lateral del púlpito y pulsó con rabia la runa de activación.

—Disparando —informó uno de los servidores de voz monocorde.

Los cañones láser de una batería situada en la parte dorsal del casco de la Eisenstein giraron y se nivelaron para apuntar hacia la Thunderhawk y los Ravens. Las armas dispararon en silencio y los rayos atravesaron el vacío llenando por un momento la oscuridad con una tormenta de parpadeante energía. Las lanzas de luz concentrada llegaron hasta su objetivo y lo alcanzaron de lleno. Atravesaron el metal blindado, la ceramita y el plástico del casco. Los núcleos de energía de impulsión detonaron en una cegadora sucesión y una espesa nube de restos radiactivos se expandió formando una esfera perfecta en el interior de un muro de radiación electromagnética.

Sendek entrecerró los ojos cuando la luz atravesó las portillas de observación del puente de mando y el hololito se transformó de repente y durante un instante en una bola impenetrable de restallante estática. Los astartes se quedaron mirando a Garro mientras bajaba del púlpito de Vought y regresaba cojeando al puesto de comunicaciones de Maas.

—Lo ha matado. —La voz de Tollen apenas era audible—. ¡Por la sangre, ha matado a Tarvitz!

Decius lo miró. En su rostro se dibujaba el conflicto de emociones que sentía.

—Es lo que decían las órdenes.

—¡Era una orden de Eidolon! —le replicó a gritos Sendek. Su habitual alma desapareció por completo—. ¿Has visto el águila que el capitán lleva grabada en el antebrazo? Tarvitz tiene una igual grabada en el suyo. Hakur me lo contó. ¡Garro y Tarvitz son hermanos de honor! ¡No lo mataría así, sangre fría!

—Pero si Tarvitz se ha convertido en un…

El capitán de batalla sacó de un fuerte empujón al oficial de comunicaciones de su puesto y se esforzó por meter en él su cuerpo blindado. Luego, cerró la cortina de aislamiento con un brusco manotazo y se aisló del resto del puente de mando.

Sendek oyó a Vought preguntarle a Carya que qué demonios estaba haciendo Garro.

—Quizá está informando a Eidolon —sugirió el capitán de la nave.

El astartes se inclinó sobre el hololito y casi pegó la cara al reluciente cubo. Las centelleantes tormentas de energía y color hacían imposible que se captara nada con claridad. La potencia de la explosión se había reflejado en la atmósfera superior del planeta y dejaría cegados los sensores de la nave durante bastantes minutos.

—Tollen —dijo Decius—, fuese cual fuese la clase de lazo de honor que el capitán de batalla tuviese con Tarvitz, no podía estar por encima del cumplimiento del deber. Eidolon es un comandante general. Supera en rango a Garro.

—No —le contradijo Sendek con un movimiento negativo de la cabeza mientras pulsaba distintos mandos del podio proyector del hololito para hacer retroceder la imagen en el índice de registro—. Me niego a aceptar que haría algo semejante. Solun, lo conoces tan bien como yo. «Garro el Estricto», lo llaman nuestros camaradas. ¡Es el arquetipo de la nobleza del Adeptus Astartes! ¿De verdad piensas que nuestro comandante aceptaría matar a un hermano de batalla por el simple capricho de uno de los Hijos del Emperador?

—Bueno, pues entonces dime, ¿qué ha pasado ahí fuera? —quiso saber Decius—. ¡Tú mismo has visto explotar a la Thunderhawk!

—Lo que yo vi fue una explosión —le replicó Sendek. Siguió pulsando unos cuantos mandos más y el hololito mostró de nuevo el breve enfrentamiento, pero con mayor lentitud. Los indicadores mostraron cómo la Eisenstein viraba y abría fuego. Los rayos cruzaron el espacio de nuevo hacia la otra nave y la tormenta de energía brotó de nuevo. El astartes asintió con lentitud—. En realidad, no apuntó contra la Thunderhawk. Los disparos debieron de impactar el Rayen que iba en cabeza. Los demás interceptores lo seguían en formación cerrada. La onda de choque de la explosión debió de destruirlos a todos.

—Y entonces, ¿dónde está Tarvitz?

Sendek señaló al puente de mando.

—Ya estaba cerca de la atmósfera de Istvaan III. Estoy seguro de que está aprovechando la cobertura de la estática provocada por la explosión para escabullirse.

Decius echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que ninguno de los tripulantes de la nave estaba lo bastante cerca como para oír la conversación.

—Así que, ¿tarvitz escapa y mueren cinco pilotos en su lugar?

—No eran más que siervos-piloto, no eran astartes. Dudo mucho que Eidolon llore por su pérdida. —Sendek miró hacia el puesto de comunicaciones—. No está hablando ahí dentro con el Andronius —comentó con sombría certidumbre.

—Si estás en lo cierto, acabamos de presenciar cómo nuestro comandante desobedece una orden directa que ha recibido de un superior. Eso es un incumplimiento del deber, algo que conlleva como mínimo un severo castigo. —Decius frunció el entrecejo—. Sabes que no tengo ningún aprecio a los figurines de Fulgrim, pero si el Señor de la Guerra se entera de esto, ¡nos mancillará a todos, a toda la Guardia de la Muerte!

Sendek torció el gesto.

—¿Cómo puedes ser tan rápido en tomar partido? ¡Nuestro capitán jamás actuaría sin un buen motivo! Si ha hecho algo semejante estoy completamente seguro de que tiene una explicación razonable. ¿No te esperarás menos a saber qué es antes de empezar a temer por tu reputación?

Decius le lanzó una mirada furibunda.

—Muy bien, hermano, vamos a preguntárselo ahora mismo.

Antes de que Sendek pudiera impedírselo, Decius rodeó el hololito y se dirigió con rapidez al puesto de comunicaciones. En cuanto llegó, agarró la cortina aislante y tiró de ella. Al hacerlo, los dos astartes pudieron oír o que el capitán de batalla decía por el comunicador.

—Que la suerte de Terra esté contigo —dijo. Sólo le respondió la estática.

Garro levantó la vista, ya que estaba semiagachado al lado del púlpito, y los miró a la cara. La expresión desolada de su rostro le partió el corazón a Decius. Ni siquiera en los peores momentos de su trance curativo, después de ser herido de gravedad en Istvaan III, había parecido tan vacío y tan enfermo como en ese momento.

—¿Mi señor? —le preguntó—. ¿Qué ocurre?

—La tormenta se avecina, Solun —le respondió el capitán con voz mortecina.

* * *

A Garro le costó un enorme esfuerzo salir del hueco del puesto de comunicaciones. Las revelaciones de Tarvitz le estaban carcomiendo el alma, arrebatándole la voluntad y la fuerza de los músculos como si se tratase de alguna clase de extraña enfermedad. Lo que le había contado… El significado de todo aquello era devastador. Dio unos cuantos pasos titubeantes sin hacer caso de las miradas inquisidoras de la tripulación de la Eisenstein y de la visible desconfianza que le mostró Maas cuando el oficial de comunicaciones regresó a su puesto.

Garro le dio una orden a Maas por encima del hombro.

—Contacte con el Andronius. Dígales que la nave fugitiva ha sido destruida y que la explosión acabó también con las naves que le daban caza. No ha habido supervivientes.

—¿De verdad es eso lo que ha ocurrido? —le preguntó Decius con un tono de voz acusador.

—Tarvitz me ha avisado…, nos ha avisado. Ya oísteis lo que dijo por comunicador.

—Mi señor, lo único que he oído han sido unos cuantos gritos sobre una traición y sobre bombas víricas. ¿Y basándose sólo en eso ha desobedecido una orden directa?

Sendek y sus camaradas se dirigieron a la parte posterior del compartimento y hablaron en voz baja de forma instintiva.

—Si Tarvitz lo ha dicho, es verdad —insistió Garro con tranquilidad. Decius soltó un bufido despectivo.

—Con el debido respeto, capitán, yo no conozco a ese hombre y no creo que unos simples rumores sean fundamento suficiente para desobedecer una orden que…

Garro recuperó el genio de un modo súbito y furioso. Agarró a Decius por la gorguera de la armadura y lo dejó desequilibrado, a punto de caerse.

—¡Yo sí conozco a Saúl Tarvitz, jovencito, y su palabra vale mil veces más que la de Eidolon! —Le puso a Decius el avambrazo delante de la nariz—. ¿Ves esto, el grabado? ¡Esta águila es toda la garantía que necesito! Cuando hayas luchado durante tanto tiempo como yo, aprenderás que algunas cosas trascienden más allá incluso de las órdenes de tus superiores.

Todavía enfurecido, soltó al joven astartes y se quedó con los puños cerrados.

Sendek estaba pálido por la impresión.

—Si lo que dice Tarvitz es cierto, si hay naves de la flota que se están preparando para lanzar proyectiles de plaga contra el planeta, eso significará la muerte casi inmediata de miles de nuestros camaradas. —Negó con la cabeza—. Por la sangre… No hace falta sacrificarlos para arrasar la Ciudad Coral. ¿Por qué iba Horus a permitir algo así? No tiene ningún sentido.

—Exacto —dijo Decius, asintiendo y recuperando la compostura—. ¿Qué razón sensata iba a tener el Señor de la Guerra para hacerlo?

Garro abrió la boca para hablar, para decir en voz bien alta por primera vez y ante sus hermanos de batalla lo que pensaba, pero descubrió que no era capaz. El increíble horror que representaba, el vacío que resonaba en su interior, se lo impidieron. Traición. No podía pronunciar la palabra, no lograba obligarla a salir de la garganta. Que el propio Horus, que el gran Horus, el magnífico y hermoso Señor de la Guerra, hubiera hecho algo semejante… La idea hacía que le temblaran las piernas. Y al aceptar esa idea, le llegó otra. Si Horus había organizado aquella traición, no lo había hecho solo. Era una tarea demasiado grande, demasiado monumental, como para que ni siquiera el Señor de la Guerra la llevara a cabo sin ayuda de alguien. Sí, los hermanos de Horus también debían formar parte de aquello. Angron, siempre dispuesto a hacer lo que fuera necesario con tal de derramar más sangre. Fulgrim, convencido de su superioridad y perfección por encima de los demás. El propio Señor de la Muerte, partícipe de la conspiración con el Señor de la Guerra.

—Mortarion…

Garro volvió a ver aquellos ojos de color ámbar y mirada penetrante, recordó las preguntas y el apasionamiento de su primarca. «Es tan importante para mí como lo es para mi hermano Horus que haya unidad entre todos los guerreros del Adeptus Astartes. Debernos tener un único propósito común o fracasaremos».

¿Era ésta la duplicidad de propósitos a la que se refería Mortarion? Garro se dio la vuelta y se apretó la frente con la palma de la mano en un intento de aliviar el conflicto que se desarrollaba en su interior. En ese momento vio entrar por la compuerta del puente de mando una figura temblorosa de movimientos frenéticos que tenía el rostro congestionado por el miedo.

—¿Kaleb?

El asistente le hizo una reverencia sin dejar de temblar.

—¡Mi señor, debe venir conmigo en seguida! El hermano Voyen y yo… En las secciones de artillería hemos descubierto… —Se esforzó por hablar, pero tuvo que detenerse para respirar entre grandes jadeos—. Grulgor y sus guerreros están cargando los cañones principales…, ¡cargándolos con esferas Devoradoras de Vida!

—Bombas víricas —dijo Sendek con voz fría y lejana.

—Sí, mi señor. Lo he visto con mis propios ojos.

Garro suprimió los sentimientos encontrados que tenía en su interior y se irguió.

—Llévame hasta allí.

* * *

Voyen siguió mirando, asombrado. Sintió que con cada nueva esfera que cargaban los equipos de siervos aumentaba su sensación de horror. Era un apotecario, por lo que formaba parte de su deber conocer las patologías y los efectos de muchos tipos de agentes de guerra biológica, y el Devorador de Vida no le era desconocido. Deseó que sí lo fuera. Recordó algo, un día durante su entrenamiento avanzado con los Magos Biologis, cuando sus mentores habían efectuado demostraciones prácticas con criminales condenados sobre el efecto de diversas toxinas sobre la piel desnuda. Había sido testigo del daño que una simple gota del voraz virus podía infligir. Había visto desde el otro lado de un panel de impenetrable cristal blindado cómo devoraba a un aullante hereje. Allí abajo, en esos globos, había decenas y decenas de litros del espeso fluido transmisor. En un simple vaso flotaban trillones de aquellos organismos asesinos. Calculó que la cantidad que había a bordo de la Eisenstein sería suficiente para acabar con una ciudad de gran tamaño.

El comandante Grulgor caminaba con paso cuidadoso entre los servidores y sus propios guerreros. No mostraba miedo alguno, y dirigía el proceso de carga en los cañones de forma directa. Voyen se dio cuenta de que se lo estaba tomando como algo personal, y que lo hacía para imprimir su propio sello de orgullo perverso en el acto.

Se dio la vuelta al oír unas suaves pisadas en la pasarela de mantenimiento. Garro, con una expresión de tremenda furia en el rostro, llegó acompañado de Sendek y de Kaleb, que los seguía jadeante.

—¿Es eso cierto? —le preguntó el capitán de batalla sin más preámbulo.

—Sí, lo es —le contestó Voyen, señalando hacia allí—. Mira. El sello de las esferas es inconfundible. Es el Devorador de Vida, un arma que hasta el propio Emperador odia utilizar. —Hizo un gesto negativo con la cabeza—. ¿Por qué Grulgor está haciendo algo semejante? ¿Qué clase de locura se ha apoderado de él?

La mirada de Garro fue dura e inapelable.

—No es un ataque de locura, hermano. Es una traición.

—No —respondió Voyen, que desde que Kaleb se había marchado había estado intentando buscar una explicación racional a la situación—. Quizá si hablo con Grulgor podría saber qué está ocurriendo en realidad. Podría hablarle como hermano de logia. Seguro que me haría caso…

El capitán de batalla hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No lo hará. Fíjate bien en lo que te digo: esto sólo puede acabar de una manera.

Garro se puso en pie y salió de las sombras de la pasarela. Bajó caminando con paso lento y tranquilo por la rampa que llevaba hasta el piso principal de la zona de carga. Se agachó para pasar por debajo de una de las hojas de una compuerta de estanqueidad y luego habló a voz en grito:

—¡Ignatius Grulgor! ¡Ven aquí y explícate!

La voz del capitán resonó por el amplio espacio que se abría por encima de las baterías de cañones.

Voyen y los demás lo siguieron con cierta incertidumbre. El apotecario vio cómo el rostro de Grulgor se ponía tenso ante la aparición de los recién llegados.

—Garro —dijo en tono burlón—, sería mejor que tú y tus hombres os dierais media vuelta y os marcharais ahora mismo. Lo que está ocurriendo aquí no es asunto tuyo.

Los trabajadores y los guerreros de la Segunda Compañía que estaban alrededor del comandante se quedaron quietos.

Garro tenía una mano en la empuñadura de Libertas.

—Eso no va a ocurrir.

Grulgor asintió con una sonrisa de diversión en los labios. Estaba claro que no había esperado otra cosa.

—Respóndeme —le ordenó Garro—. ¡En nombre del Emperador, respóndeme!

El rostro del comandante se contrajo con una mueca de disgusto.

—El Emperador —dijo con un tono de voz burlón—. ¿Dónde está ahora? ¿De qué sirve invocar su nombre en este momento?

—¡Blasfemo! —exclamó Kaleb en voz baja.

—¿Por qué debería responder ante su mención? —respondió Grulgor con un gruñido—. ¡Nos abandonó! Se marchó cuando más lo necesitábamos. ¡Nos dejó aquí y volvió a su preciosa Terra! ¿Qué es lo que ha hecho desde entonces, eh? —El comandante extendió las manos para señalar a sus guerreros—. Ha vendido nuestros derechos de nacimiento a un consejo de idiotas y de políticos. Ha tomado a civiles que jamás han conocido la dureza y las penurias de la guerra ¡y los ha convertido en dirigentes en nuestro lugar! ¿El Emperador? ¡No tiene ninguna autoridad sobre nosotros!

Voyen parpadeó, sorprendido ante tamaña declaración abierta de sedición, pero después soltó un jadeo de asombro cuando los guerreros de la Segunda Compañía lo aprobaron con un coro de furiosos gritos de asentimiento.

—¡Sólo el Señor de la Guerra y el Señor de la Muerte tienen autoridad sobre nosotros! —continuó diciendo Grulgor—. ¡Lo que hacemos aquí, lo hacemos por orden de Horus y de Mortarion!

Garro dio un paso adelante con gesto amenazador y desenvainó un poco a Libertas con un empujón del pulgar.

—Tú y tus hombres abandonaréis esta actividad insensata.

Grulgor soltó una breve risa.

—Vosotros no sois más que tres astartes y un asistente. Yo tengo a mi disposición toda mi escuadra de mando y a un grupo de tripulantes de la nave. La proporción no te favorece.

—Tengo la razón de mi lado —le replicó Garro—. Y es la última vez que te lo pido.

El comandante se quedó mirando fijamente al capitán de batalla.

—Muy bien. Entonces, adelante —le dijo, echando la cabeza hacia atrás y dejando al descubierto la garganta—. Mátame si quieres. —Garro titubeó, y la hosca risa de Grulgor resonó por todo el lugar—. ¡No puedes! Lo leo en tu mirada. La idea de matar a otro astartes te espanta. —Garro apartó la mirada—. ¡Estás tan tullido de corazón como de pierna! Por eso eres incapaz de ver la realidad. Bajo ese férreo exterior, en realidad eres débil. Tienes demasiado miedo de hacer lo que es debido.

* * *

Los dedos del guantelete de Garro ya se habían cerrado alrededor de la empuñadura de la espada, pero el arma parecía pegada al interior de la vaina, deseosa de quedarse allí dentro. Grulgor era un traidor, pero Garro sabía que, hasta cierto punto, aquel fanfarrón estaba en lo cierto. Las palabras del psíquico jorgall le resonaron de nuevo en la mente por un momento, afectándole al ánimo. «Guardia de la Muerte, tan seguro estás de tu rectitud, y tan asustado de encontrar una grieta en tu espíritu».

Soltó un jadeo, y Grulgor captó el momento de duda. De repente, el comandante desenfundó la pequeña pistola bólter que llevaba en el cinturón y comenzó a gritar. Garro lo vio a tiempo y Libertas casi le saltó a la mano en un destello de metal reluciente. El tiempo se puso en marcha de nuevo y se oyó el resonar de los disparos, de los gritos y del choque del metal contra el metal.

—¡Cuidado con los disparos! —aulló Grulgor al tiempo que desenvainaba con la otra mano el cuchillo de combate.

Garro se dio cuenta de que Voyen y Sendek se habían colocado en posición de combate y que Kaleb se apartaba de la línea de tiro. Pensó en Decius, a quien había dejado allí arriba, en el puente de mando. La habilidad en el combate cuerpo a cuerpo que tenía el joven les habría venido muy bien si hubiera estado allí. Grulgor tenía razón: las probabilidades estaban en su contra. Sin embargo, la gran cantidad de equipo y de maquinaria que había en la cubierta de artillería, además de la presencia de los frágiles globos llenos de virus, dificultaron el avance de los guerreros de Grulgor. En un campo de batalla más llano, el enfrentamiento ya habría acabado a esas alturas.

Pero no allí. Garro se lanzó hacia adelante y se dirigió contra el comandante, pero dos guerreros de la Segunda Compañía se interpusieron en su camino. Iban armados con pesados martillos de combate. El capitán de batalla se movió con agilidad y detuvo con la espada un ataque por la izquierda al mismo tiempo que le propinaba al segundo oponente un puñetazo con la mano derecha que lo hizo trastabillar hacia atrás. Garro giró sobre sí mismo y utilizó a Libertas para partir el mango de un martillo y hacer salir despedido hacia atrás a su portador con un enorme tajo en el pectoral de la armadura. El capitán de batalla siguió con otro golpe contra el segundo oponente, pero esta vez, con el pesado pomo de la espada. El astartes enemigo se desplomó inerte con la cara convertida en un amasijo de huesos ensangrentados.

No era la primera vez que Nathaniel derramaba en combate la sangre de sus hermanos de batalla. Había luchado en muchas ocasiones con otros astartes en las jaulas de práctica, pero esos enfrentamientos siempre se realizaban bajo circunstancias controladas, y jamás con intención de matar. Maldijo para sus adentros a Grulgor por obligarlo a hacer aquello. Con el rabillo del ojo vio cómo Voyen y Sendek tenían sus propios combates que librar. Garro presintió a otro atacante que se abalanzaba contra él por la espalda y se movió un momento antes de que el filo de acero fractal de un cuchillo de combate lo atravesara. El arma tan sólo le arañó la hombrera. El capitán de batalla reaccionó sin pensar y cambió la mano de lugar para empuñar a Libertas hacia atrás. Empujó a fondo y llevó la mano hasta el costado. La espada atravesó a su atacante, y cuando se dio la vuelta para recuperarla, Garro sintió que se le helaba el corazón. Vio cómo su víctima caía al suelo con un fuerte estampido metálico. Un hermano de la Guardia de la Muerte había caído, y había sido por su propia mano.

* * *

El puñado de tripulantes se abalanzó contra Kaleb y empezó a propinarle patadas y puñetazos. Ninguno de ellos tenía el valor o era tan estúpido como para enfrentarse a un astartes, así que habían buscado al unísono el mejor objetivo para ellos. El asistente les recriminó que se hubieran puesto del lado de Grulgor en vez del de su capitán de batalla, pero malgastó el aliento. Los canallas sólo se fijaron en que la tropa del comandante era más numerosa, así que le entregaron la lealtad a él. Kaleb luchó todo lo bien que pudo, pero era una pelea salvaje y enloquecida, donde la ropa y la piel se desgarraban por igual, y los cabellos acababan arrancados.

Sintió que unas afiladas uñas le rasgaban la túnica y le buscaban la garganta. El cuello del vestido le apretó la laringe, y Kaleb se enfureció. Le propinó un tremendo cabezazo al atacante tras descubrir una rabia que le daba nuevas fuerzas.

—¡Que el Emperador os maldiga, cabrones!

Una forma metálica compacta apareció ante sus ojos y un momento después lo golpeó en la sien. Kaleb aguantó el golpe y la agarró. Olió un leve rastro de aceite para armas y se dio cuenta de que se trataba de una pistola convencional. El asistente forcejeó para apartarse de los individuos que intentaban mantenerlo sujeto y agarró la pequeña pistola. El arma se disparó con un fuerte estampido y alguien gritó. Kaleb logró liberarse del todo y se puso en pie sin soltar el cañón caliente del arma. La empuñó por la culata y apretó el gatillo para abatir al siguiente individuo que se lanzó a por él. La pistola había sido su salvación, un don otorgado por su divinidad.

—¡El Dios Emperador protege! —les gruñó—. ¡Yo soy su siervo y su súbdito!

Kaleb se alejó de ellos tambaleándose y jadeando con fuerza. Parpadeó y vio una silueta delante de él, con la armadura de color mármol y el reborde verde de la Guardia de la Muerte. Era un capitán. El astartes estaba apuntando con gran cuidado la pistola que empuñaba. El asistente se apresuró de forma instintiva a ver contra quién estaba apuntando.

Garro no era consciente del inminente disparo, ya que se encontraba trabado en un feroz combate cuerpo a cuerpo contra otro guerrero.

«¡No! ¡No puede morir! —Aquel pensamiento se marcó a fuego en la mente de Kaleb—. ¡No lo permitiré! ¡El Dios Emperador lo ha elegido!». Kaleb alzó su pequeña arma.

—Oh, divino ser, guía mi mano —rezó en voz alta.

Disparó. El proyectil partió un momento antes de que el dedo de Grulgor apretara el gatillo. La bala de la pistola era de un calibre tan pequeño que lo único que le hizo a la pistola bólter fue un arañazo en el metal, pero fue suficiente para mover un poco el arma del comandante. El proyectil bólter de la pistola de Grulgor salió desviado e impactó contra una viga que estaba cerca de la cabeza de Garro para luego salir rebotado.

Grulgor reaccionó a una velocidad casi sobrenatural y se dio la vuelta para lanzar el cuchillo de combate contra el asistente. La afilada hoja del arma del astartes se hundió profundamente en el pecho de Kaleb, y el impacto hizo que saliera despedido hacia atrás hasta chocar con uno de los atriles de control de la cubierta de artillería. Todo ocurrió en un instante, en menos de un segundo desde que Kaleb apretara el gatillo.

La boca, la garganta y los pulmones se le llenaron de sangre al mismo tiempo que un nuevo sonido cruzó la estancia, un ruido quebradizo pero fuerte, de huevos al romperse, de placas de hielo al partirse, de cristal haciéndose añicos. Kaleb vio a través de la oscuridad que le iba tapando los ojos una leve neblina negra que salía de una de las esferas de las cabezas de combate y siseaba con una potencia virulenta.

* * *

—¡La esfera! —gritó Voyen, apartándose del grueso del combate. El disparo rebotado de Grulgor la había golpeado de refilón y había provocado un entramado de grietas en la frágil bola de cristal—. ¡Alejaos! —advirtió, tirando al mismo tiempo del brazo de Sendek.

Poco a poco se fue formando una nube maligna de gas negro que zumbaba como un enjambre de mosquitos. Los operarios que se encontraban cerca de la misma habían empezado a vomitar y a arañarse la parte del cuerpo que tenían al descubierto. No tardaría más que unos momentos en invadir toda la cubierta.

Garro miró a su alrededor y vio a Kaleb, que lo estaba mirando fijamente. De los labios le salía una espuma burbujeante y sanguinolenta.

—¡Mi señor! —gritó con la sangre gorgoteándole en el fondo de la garganta—. ¡Tenéis un propósito en la vida! ¡El Dios Emperador así lo quiere! —El asistente se apoyó en el atril de control, asfixiándose—. ¡Su mano rige todos nuestros destinos! ¡El Emperador protege!

Garro alzó una mano en gesto inútil hacia Kaleb cuando éste se lanzó hacia adelante y utilizó las últimas fuerzas que le quedaban para apretar un mando de inicio de emergencia.

Las sirenas de alarma sonaron por doquier y en el techo de acero se pusieron en marcha varios engranajes que hicieron caer las gruesas mamparas de emergencia hacia las ranuras de sellado de la cubierta. Garro pasó de un salto por debajo de una rugiente y enorme hoja de metal para aterrizar al otro lado, donde Voyen y Sendek se encontraban acuclillados. Uno de los guerreros de Grulgor, un individuo llamado Mokyr, se lanzó de cabeza a por Garro y casi lo alcanzó, pero se quedó corto, y tan sólo la parte superior de su cuerpo pasó al otro lado de la ranura de sellado. La pared de hierro se cerró a través de él, y la enorme guillotina improvisada cercenó el cuerpo del astartes con un repugnante crujido de huesos y ceramita.

El corazón de Garro le martilleó contra las costillas mientras oía el repiqueteo de los puñetazos al otro lado de la gruesa mampara. Sintió un dolor fantasmal en la pierna implantada.

—Escudos de contención —dijo Sendek, jadeante, antes de tragar saliva con dificultad.

Voyen asintió.

—Nos ha salvado la vida. La compuerta mantendrá aislada la plaga. El hombrecillo se ha sacrificado por salvarnos a nosotros y a la nave.

El golpeteo contra la compuerta de metal sonó cada vez más débilmente hasta que, por fin, se desvaneció del todo. Garro se puso en pie y se acercó a la pared para colocar la palma de una mano contra ella. La superficie estaba tibia al tacto, probablemente debido a las virulentas reacciones químicas que estaban teniendo lugar al otro lado. Intentó no pensar en la carnicería que se estaba produciendo allí dentro, donde los cuerpos estallarían por la explosión de los órganos licuados y la podredumbre orgánica. Lo intentó, pero fracasó.

Las palabras de Kaleb le resonaron en la cabeza. Estaba claro que la voz que había oído hablándole del Emperador y de su divinidad a través de la neblina del coma curativo había sido la de Kaleb. Unos momentos antes, su leal sirviente había dado la vida a cambio de la de su señor.

—Tengo un propósito —musitó Garro—. ¿Qué propósito?

—¿Señor? —Sendek se acercó a él gritando para hacerse oír por encima del estruendo de las sirenas de alarma—. ¿Qué es lo que ha dicho?

Garro se apartó del mamparo.

—¡Que purguen este compartimento! ¡Dile a Carya que expulse todo el aire del interior al espacio! La reacción del Devorador de Vida se extenderá a todas las esferas, por lo que se liberará toda la carga de combate, pero el virus no puede sobrevivir sin una atmósfera. ¡Quiero esta plaga fuera de la nave!

Voyen asintió.

—¿Y qué hacemos con los cuerpos, capitán? Se estarán pudriendo y…

—Déjalos —lo cortó Garro mientras se esforzaba por no dejarse llevar por el sombrío estado de ánimo que empezaba a invadirlo—. Debemos actuar con rapidez si no queremos unirnos a ellos en la muerte. —El capitán de batalla frunció el entrecejo y envainó con un golpe seco a Libertas—. La suerte está echada.

* * *

Al igual que la Resistencia, la Eisenstein disponía de su propio observatorium en la parte dorsal del casco, y se encontraba situado justo delante de la torre de mando de la fragata. Sin embargo, no tenía ni de lejos el mismo tamaño, y con las grandes y fornidas siluetas de varios astartes abarrotando el lugar, la estancia parecía más pequeña todavía. El semblante de Decius se volvió ceñudo cuando la compuerta se abrió y llegaron otros dos miembros de la Guardia de la Muerte. El apotecario Voyen entró acompañado de Sendek. La expresión de las caras de ambos fue más que suficiente para darle que pensar. Decius miró hacia donde se encontraba el sargento Hakur con los guerreros de su escuadra, y comprobó que el viejo Andus mostraba el mismo estado de ánimo sombrío que los recién llegados.

—Meric, ¿qué está pasando? —quiso saber el veterano—. De repente, me ordenan que deje todo lo que tenga entre manos, que venga aquí, que no se lo diga a nadie… Eso sin contar con que he oído sirenas de alarma y los rumores entre la tripulación sobre disparos y explosiones.

—No ha habido explosiones —le respondió Sendek con cierta sequedad.

—¿Dónde está el capitán? —le preguntó Decius.

—Estará aquí dentro de un momento. —Esta vez fue Voyen quien contestó—. Ha ido a buscar a los demás.

Decius no se conformó con aquella respuesta evasiva.

—Mientras estaba en el puente de mando se produjo una alerta de incendio en una de las cubiertas de artillería. Todo un compartimento de la zona central de la nave ha sido sellado. Estamos hablando de cuatro piezas de artillería, según el servidor de control. Después te oí ordenar a gritos una descompresión de emergencia en ese lugar. —Señaló al apotecario—. Primero las logias, después Tarvitz, ¿y ahora esto? ¡Quiero una explicación ahora mismo!

—El capitán será quien te la dé —le replicó Voyen.

—¿Saúl Tarvitz? —los interrumpió Hakur—. ¿Qué pasa con él? Lo último que oí hablar de él es que estaba a bordo del Andronius.

—En estos momentos ya estará en la Ciudad Coral, eso si no ha ardido en el descenso por la atmósfera —comentó Sendek con voz áspera—. Rompió el protocolo, robó una Thunderhawk y se dirigió hacia la superficie de Istvaan III. El comandante general Eidolon ordenó que lo derribáramos.

La incredulidad de Hakur era algo casi palpable.

—Eso es ridículo. Tienes que estar equivocado.

Decius negó con la cabeza.

—Todos estábamos allí. Todos oímos la orden, pero Garro la desobedeció. Dejó que Tarvitz escapara. —El joven astartes todavía estaba desconcertado por lo que había ocurrido, y su lealtad era un tira y afloja respecto a los últimos actos de su capitán—. Se trata de un acto de sedición.

—Sí, lo es.

La voz de Garro les llegó procedente de la compuerta, por donde entraba en ese momento acompañado por el capitán de la nave Carya y la oficial de puente Vought. La oficial cerró la estancia en cuanto Garro le hizo un gesto de asentimiento, y sólo entonces se dio cuenta Decius de que el asistente del capitán de batalla no estaba con ellos.

Garro se dirigió al centro de la estancia y colocó un paquete de tela doblada sobre el púlpito de mando del observatorium. Los miró a todos y cada uno de ellos con una expresión calculadora y profunda. A Decius le dio la impresión de que Garro se sentía remiso a seguir, a pronunciar las palabras que tenía en la punta de la lengua. Por fin, dejó escapar un suspiro y asintió para sí mismo, como si hubiera tomado una decisión.

—Cuando salgamos de esta estancia, lo haremos convertidos en rebeldes —empezó diciendo—. Las armas de nuestros hermanos se volverán contra nosotros. Os pediré que hagáis cosas cuestionables, pero no nos queda otro camino. No hay otra elección. Puede que seamos los únicos capaces de llevar la advertencia.

—¿Advertencia sobre qué, mi señor? —preguntó uno de los hombres de Hakur con un tono de voz de profunda inquietud.

Garro miró a Decius.

—El aviso de una sedición.

Carya carraspeó. A diferencia de la segunda al mando, el capitán de la nave no parecía sentirse acobardado por la presencia de tantos miembros de la Guardia de la Muerte rodeándolos.

—Disculpe, honorable capitán de batalla, pero con el debido respeto, ésta es mi nave, y tendrá que explicarme qué ha ocurrido a bordo antes de que sigamos con esto.

—Sin duda. Es lo correcto —contestó Garro, asintiendo.

Luego bajó la vista y se quedó mirando las manos protegidas por guanteletes. Respiró profundamente y, con voz tranquila y solemne, el mentor de Decius comenzó el relato de lo sucedido durante su enfrentamiento con Grulgor. Todos se quedaron asombrados cuando les habló de las bombas víricas. El asombro se convirtió en silencio cargado de ira cuando Garro continuó y les repitió la declaración contra el Emperador que Grulgor había pronunciado y les relató el terrorífico resultado del enfrentamiento en la cubierta de artillería. Decius sintió que la cabeza le daba vueltas con el tremendo significado de todo aquello. Le dio la impresión de que el suelo se había transformado en barro bajo sus botas, provocándole confusión y desconcierto. Vought se había quedado blanca como el papel.

—Ése Devorador de Vidas…, ¿no se extenderá?

Sendek hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Quedó contenido a tiempo. Esa cepa vírica muere con mucha rapidez.

—Recomendaría que el compartimento no se abriera dentro de las seis próximas horas —añadió Voyen—. Sólo para estar seguros. La carga vírica de las cabezas de guerra se habrá dispersado por el espacio de forma inofensiva después de que se abrieran los conductos atmosféricos, pero puede que queden algunos restos latentes en los cuerpos de los fallecidos.

—Nuestros propios hombres. —Hakur meneó la cabeza—. Apenas puedo creérmelo. Sabía que Grulgor era un fanfarrón ansioso de gloria, pero esto… ¿Por qué haría algo tan intolerable? —El veterano miró a Garro con una pregunta implorante, casi ingenua, en los ojos—. ¿Mi señor?

* * *

Garro quería dar una explicación a los actos de Grulgor. Al igual que Voyen, una parte en lo más profundo de su ser deseaba que todo aquello no fuese más que un mal sueño, o una locura temporal que se hubiera apoderado de su rival. Sin embargo, en cuanto había mirado cara a cara a Ignatius, se había dado cuenta de que no era así. Grulgor jamás se uniría a una causa si pensara que cabía la más mínima posibilidad de derrota. La certidumbre, la absoluta falta de duda en el rostro del comandante, dejaban muy clara la verdad a Garro. Grulgor era la prueba de que la advertencia de Tarvitz estaba fundada. La realidad encajó ante ellos con el mismo sonido que un cargador en su hueco del bólter.

Todos los pequeños detalles, todos los pequeños instantes aparte, los momentos de duda, el sombrío sentimiento de algo importante y ominoso, el ambiente a bordo de la Resistencia y del Espíritu Vengativo, cada elemento que había inquietado a Nathaniel a lo largo de los días anteriores se colocó en su sitio y todo encajó en un esquema total.

—Saúl Tarvitz, mi hermano de honor y mi amigo, me hizo una advertencia. Aun a riesgo de perder la vida, abandonó una nave de los Hijos del Emperador y huyó hacia la superficie del planeta para avisar a nuestros camaradas de ahí abajo que se va a producir un bombardeo vírico. Por eso Eidolon dio orden de matarlo antes de que lo lograra. Yo decidí desobedecer esa orden. Como resultado, ahora mismo Saúl está en Istvaan, sin duda, reagrupando a los guerreros de las legiones astartes para que se pongan a cubierto antes de que comience el ataque. Mi confianza en lo que me contó es absoluta, y tan fuerte como lo que me une a vosotros. —Alargó una mano y le dio una palmada en la hombrera a Hakur antes de comenzar a caminar por la estancia. Garro miró cara a cara a cada una de las personas con las que se cruzó, mostrándoles la sinceridad de su exposición—. La verdad es horrible. Grulgor y Eidolon no eran dos individuos aislados que forjaban sus propios planes, sino soldados en una guerra de traición que está a punto de comenzar. Lo que han hecho no ha sido por voluntad propia, sino bajo las órdenes directas del Señor de la Guerra. —Hizo caso omiso del coro de exclamaciones de sorpresa que aquella declaración provocó—. Horus, con el apoyo de Angron, de Fulgrim y, aunque me repugna decirlo, de nuestro señor Mortarion, es el autor de todo esto.

Carya, que estaba en el otro extremo de la estancia, prácticamente se derrumbó en un asiento de observación. Se estaba esforzando por dar un sentido a las palabras de Garro. Vought se mantuvo de pie, a su lado, con el rostro contraído como si estuviera a punto de vomitar.

—¿Por qué? —preguntó en voz alta el capitán de la nave—. Que Terra me lleve si consigo ver la lógica de todo esto. ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Qué es lo que puede ganar Horus traicionando al Emperador?

—Todo —murmuró Decius.

Voyen asintió con gesto pesaroso.

—Se han oído rumores muy de segunda o tercera mano en las logias sobre el Señor de la Guerra. Se habla de lo lejos que está el Emperador y del descontento con las órdenes que llegan del Consejo de Terra. El tono general es mucho más tenso desde que Horus resultó herido en Davin, o desde que regresó de su curación.

—La misma punta del cuchillo de la traición, atisbado en sitios ocultos —dijo Sendek.

Garro continuó.

—Horus en persona ha escogido a todas las unidades que van a atacar la Ciudad Coral —continuó Garro—. Ha elegido sólo a los guerreros que saben que no lo seguirán si los llama para su causa. El bombardeo lo librará del único obstáculo que le queda antes de una insurrección abierta.

—Si eso es así, entonces, ¿por qué no estamos también nosotros ahí abajo? —quiso saber Decius—. ¡Su absoluta lealtad a Terra y al Emperador no es precisamente un secreto, señor!

Garro sonrió sin alegría y se dio un par de suaves golpes en la placa del muslo de la armadura.

—Si la cantora de guerra de Istvaan Extremis no hubiera provocado que me colocaran este trozo de hierro en el cuerpo, estoy seguro de que ahora mismo nos encontraríamos al lado de Temeter y sus tropas, sin saber que encima de nosotros se alza una espada, pero los acontecimientos han jugado a nuestro favor, y debemos aprovechar la oportunidad.

—No tardarán en descubrir la huida de Tarvitz —comentó Vought—. Cuando el Señor de la Guerra se entere de lo que ha hecho, capitán, la Eisenstein se verá bajo el fuego de todos los cañones de la flota.

—Estoy seguro de eso —admitió Garro—. Tenemos unas pocas horas, y eso, como mucho.

—¿Qué propones? —le preguntó Sendek—. Esta fragata no es más que una simple nave. No podremos ayudar a las tropas en tierra intentando interceptar el bombardeo o atacando al Señor de la Guerra.

Garro hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Si Saúl logra su propósito, no hará falta detener el bombardeo. Si no… —tragó saliva con dificultad—, no habrá nada que podamos hacer para ayudar a esos guerreros.

Decius fue el primero en darse cuenta.

—Planeas huir.

—¡Cuidado con lo que dices! —lo interpeló Hakur.

Decius hizo caso omiso del veterano.

—Quieres que salgamos huyendo.

—No tenemos otra elección. Si nos quedamos, moriremos, pero si logramos sacar esta nave del sistema, tendremos la posibilidad de cambiar el curso de esta traición. Debemos acabar la misión que Saúl Tarvitz comenzó. Debemos llevar la advertencia de esta perfidia a Terra y al Emperador. —Miró al hombre de piel cetrina—. Capitán Carya, ¿la Eisenstein podría llegar al sistema solar o a alguna estrella cercana al núcleo imperial?

Carya negó lentamente con la cabeza.

—En cualquier otra ocasión diría que sí, pero hoy, no estoy seguro.

—El espacio disforme se ha enturbiado cada vez más a lo largo de las últimas semanas. Se ha llenado de tormentas y de turbulencias —le informó Vought—. Los viajes interestelares se han dificultado mucho. Si intentáramos efectuar la traslación en estos momentos, nuestro navegante estaría prácticamente ciego.

—Pero podría efectuarse el salto de todas maneras —comentó Hakur—. Podríamos escapar, aunque fuéramos a ciegas por el espacio disforme.

Carya soltó un bufido.

—¡La nave se vería arrastrada por las corrientes etéreas! Acabaríamos encontrándonos a años luz y en cualquier lugar.

—En cualquier lugar, menos aquí —dijo Garro con voz tajante—. Quiero que se inicien los preparativos. Baryk, Racel —los miró a los dos cara a cara al utilizar sus nombres de pila por primera vez—, ¿os negaréis a obedecerme?

Los dos oficiales navales intercambiaron una mirada, y Garro vio que estaban de su lado.

—No —le contestó el capitán de la nave—. Muchos de mis tripulantes son fieles terranos y no me fallarán, pero hay otros que quizá se vengan abajo. Me imagino que algunos de mis tripulantes le serán leales a Horus.

—También está el asunto de los guerreros de Grulgor que hay a bordo —añadió Sendek—. Dentro de poco empezarán a preguntarse qué está pasando.

Garro miró a Hakur.

—Hakur, llévate todos los hombres que necesites y asegura la nave. Utiliza la fuerza que creas conveniente. ¿Entendido?

Se produjo un silencio momentáneo mientras el significado de la orden de Garro calaba en la mente de todos. Pasó el momento y el veterano saludó al capitán.

—Sí, mi señor.

Garro se inclinó sobre el atril de control y abrió el envoltorio de trapo que había llevado consigo. En el interior había una docena de finas hojas de pergamino repletas de una escritura firme y rápida. El capitán de batalla entregó una de aquellas hojas a cada uno de los presentes en el observatorium, incluidos Carya y Vought.

La mujer frunció el entrecejo cuando le entregaron el pergamino.

—¿Qué es esto? —preguntó.

—Se trata de un juramento de combate —le explicó Decius—. Sobre él juraremos cumplir nuestro deber.

Garro abrió la boca para hablar, pero el chasquido metálico de la escotilla de la estancia al abrirse le hizo detenerse. El oficial de comunicaciones entró trastabillando en el observatorium y casi se cayó de cabeza antes de detenerse con la boca abierta ante la reunión clandestina que había interrumpido.

—¡Maas! —gritó Carya—. ¡Por Terra! ¡Llame antes de entrar!

—Le pido perdón, capitán —se excusó el oficial entre jadeos—, pero es que ha llegado un mensaje de prioridad para el comandante Grulgor; sólo para él. Como no respondía…

Carya le arrancó la placa de datos de la mano y se quedó pálido al leer el contenido. Luego lo leyó en voz alta.

—Lo manda Typhon desde el Terminus Est. El mensaje dice: «Armas preparadas. El bombardeo comenzará dentro de poco. Permiso concedido para eliminar cualquier posible impedimento para la misión».

Todas las miradas se centraron en Garro. Lo implícito del mensaje estaba claro. Typhon le entregaba el mando a Grulgor, con la autoridad suficiente como para matar a Garro y a sus hombres. El capitán de batalla alzó bien en alto el pergamino que tenía en la mano.

—Hagamos entonces el juramento —proclamó con voz rugiente. Se detuvo un momento para tomar aire—. ¿Aceptáis vuestra responsabilidad en este asunto? ¿Os dedicaréis por completo a la tarea de llevar este aviso a Terra, sin importar las fuerzas a las que nos enfrentemos? ¿Juráis honrar a la XIV Legión y al Emperador?

El capitán desenvainó a Libertas y la empuñó con la punta dirigida hacia el suelo. Hakur fue el primero en poner la mano sobre la hoja.

—Por esta misión y esta arma, lo juro.

Los astartes lo siguieron, uno por uno. Los últimos fueron Carya y Vought, que también juraron delante de Maas, que lo miraba todo con los ojos abiertos de par en par por el asombro.

Cuando todos empezaron a salir de la estancia, Decius cogió del brazo a su capitán y le habló en voz baja.

—Bonitas palabras —le dijo—, pero ¿quién ha actuado como testigo del acto?

Garro señaló hacia las estrellas.

—El Emperador.