CAPÍTULO 2

DOS

Asalto

Hermanos y hermanas

Mensaje en una botella

* * *

El empuje de los motores de la nave pesada de asalto era como un martillo golpeándoles constantemente los huesos y presionaba a los astartes contra las sujeciones de aceleración. Garro mantenía los músculos tensos contra las poderosas fuerzas gravitacionales y dejó que su mirada recorriera el interior de las compuertas que formaban la proa de la cápsula de abordaje. Un intrincado entramado de pergaminos cuidadosamente escritos las cubrían, recordando las innumerables acciones en que la nave había tomado parte.

No era más que una de los cientos que surcaban el vacío en esos instantes, abarrotadas de guerreros preparados para la batalla, todas ellas dirigiéndose hacia la nave-mundo jorgall con la simplicidad y constancia de un misil dirigido.

A través de los visiocircuitos conectados con las lentes de su armadura, Garro repasó rápidamente toda la información que le llegaba por el sistema de mando de los comunicadores de voz. Era información procedente de las cámaras oculares de sus líderes de escuadra, notas telemétricas del auspex médico de Voyen y, por un instante, una deformada imagen de baja resolución procedente de la aserrada proa de la cápsula.

Garro se concentró en ella durante unos segundos y se dedicó a observar el movimiento del gigantesco cilindro a medida que se acercaban a él. El casco exterior, de un metal perlífero, se hacía cada vez más grande. Tanto, que su curvatura apenas era apreciable y el único indicio de que estuvieran aproximándose era que los detalles de la superficie se hacían cada vez más claros; un grupo de puntas metálicas que podían ser antenas allí; una bulbosa torreta escupiendo fuego trazador amarillo allá.

Al capitán no le preocupaban los cañones de los jorgall. El asalto se estaba produciendo a una velocidad vertiginosa, bajo contramedidas electrónicas de camuflaje, descargas de calor y brillantes nubes de fragmentos de metal que impedirían una adecuada lectura de los sensores. Confiaba en la habilidad de Temeter; estaba seguro de que el capitán de la Cuarta Compañía había desbaratado las funciones de las naves de escolta, impidiendo que los alienígenas pudieran defenderse con ellas del ataque.

El muro ya estaba muy cerca, la distancia que los separaba desaparecía por segundos. Garro vio otras cápsulas convergiendo en los límites de la imagen. Los sensores de largo alcance habían determinado que esa porción del casco del cilindro era más delgada, por lo que era en ese punto, situado a medio kilómetro del eje central del cilindro, por donde la Guardia de la Muerte penetraría en la nave enemiga. Garro dejó que la imagen se desvaneciera y se sujetó, cambiando al sistema de comunicación global. Su voz resonó en los cascos de todos los astartes de la cápsula.

—Endureced vuestros huesos, hermanos. Impacto inminente. Quiero un despliegue rápido y preciso. ¡Quiero que seáis tan incisivos que el propio Emperador aplauda vuestra perfección! —Aspiró profundamente cuando la alerta de proximidad empezó a aullar—. Hoy el primarca nos guía, ¡y vamos a conseguir que esté orgulloso de hacerlo! ¡Por Mortarion y por Terra!

—¡Por Mortarion y por Terra! —Garro distinguió el áspero tono de barítono de Hakur en medio del coro de asentimiento.

La voz de Decius sonó en el comunicador cargada de entusiasmo.

—¡Por la Séptima! —gritó; y toda la compañía vociferó su lema para reagruparse—. ¡Por la Séptima!

Garro se unió al clamor, pero sus palabras se vieron abruptamente interrumpidas cuando la cápsula de abordaje embistió el casco del cilindro jorgall. El sonido del metal al rasgarse y el de la atmósfera interior al escaparse al espacio resonó en el grueso fuselaje de la cápsula mientras ésta se adentraba cada vez más profundamente en su objetivo; sus laterales aserrados abrieron una profunda brecha, penetrando varios metros de quitinosas planchas de blindaje. Girando y cambiando de dirección, el cerebro del piloto automático de la cápsula desplegó unos apéndices hidráulicos para evitar una descompresión explosiva de la atmósfera de la nave.

Las vibraciones, los chirridos y el ensordecedor avance parecía que iban a durar una eternidad cuando, de repente, todo se detuvo. La cápsula de asalto se escoró. Garro oyó el metal rozando contra metal y vio cómo la runa de apertura de la compuerta de salida que había ante él se iluminaba.

—¡Preparados para el asalto! —gritó.

La compuerta salió despedida al explotar las cargas de liberación. Garro dejó que el bólter se deslizara hasta su mano, preparado para matar a cualquiera que quisiera intentar entrar, pero lo único que penetró en la cápsula fue una repentina inundación de líquido azulado, no un enemigo. El líquido estaba helado, y se le acumuló con rapidez alrededor de las piernas y le subió hacia el estómago.

—¡Vamos! —rugió Garro.

El capitán de batalla fue consciente de que sus hombres lo seguían mientras se lanzaba al asalto saliendo de la cápsula de desembarco. Se sumergió en el fango de color cobalto y se dirigió rápidamente hacia la superficie.

Únicamente tenían un uno por ciento de probabilidades. El asalto había penetrado por la parte inferior de un poco profundo lago químico y los oscuros cascos de las cápsulas sobresalían en el viscoso líquido como las puntas de los dedos de un guantelete. El líquido estaba helado y congelándose en forma de halos blanco-azulados allí donde el gélido beso del espacio había penetrado junto a los invasores. Utilizando el respirador de su casco, Garro aspiró una profunda bocanada de aire que le supo a sales metálicas. Cerca de él vio cómo Grulgor pateaba furiosamente alejándose de su nave y gruñendo órdenes.

En la orilla, señalando con su guadaña, estaba Mortarion. La visión del primarca fue suficiente para aumentar el ritmo cardíaco de Garro, quien se apresuró a avanzar por la poco profunda piscina mientras empuñaba con fuerza el bólter.

—¡Por la Séptima! —gritó el capitán, y no le hizo falta mirar hacia atrás para ver que el resto de sus hombres lo seguían en formación.

Garro avanzó desde el punto de despliegue con la escuadra de veteranos de Hakur junto a él, y con Decius y Sendek como apoyo. A su alrededor, el caótico chasquido de los disparos y el choque de las espadas alteraron la tranquila atmósfera que rodeaba el lago. Hordas de astartes se enfrentaban a los alienígenas en un furioso y letal combate.

La fuerza alienígena quedó rápidamente desorganizada. Incluso en el caso de no humanos, Garro notaba los cambios en el empuje y la motivación de una unidad cuando perdían el coraje. Los grupos se separaban y volvían a reunirse en medio de una gran confusión, en vez de retirarse aunque fuera de un modo parcialmente ordenado. Aniquilarlos a todos no sería demasiado difícil para la Guardia de la Muerte.

Era evidente que los jorgall habían entendido demasiado tarde que los objetos en rumbo directo contra su nave-mundo no eran una descarga masiva de munición, sino naves tripuladas. La forma casi suicida de una operación de abordaje como aquélla los había conmocionado y no estaban preparados para la brutal ferocidad del asalto de la Guardia de la Muerte. Su error principal había sido equivocarse al desplegar sus tropas. Los cyborgs desplegados a orillas del lago clorhídrico fueron masacrados mientras sus agudos gritos retumbaban entre las dunas de arena que rodeaban la zona.

De forma casi inconsciente, el capitán de batalla pensó en el siguiente curso de acción, considerando cómo podrían asegurar la zona de desembarco antes de que las compañías se dividieran para alcanzar sus respectivos objetivos. Garro condujo a sus hombres con gran empuje a través de un nido de endiablados bailarines que realizaban una letal danza de metal con sus espadas de acero, le disparaba un par de proyectiles de bólter entre las costillas de cada jorgall que veía. Los astartes se desplegaron hacia adelante desde su punto de desembarco, formando un anillo de armaduras blancas que arrollaba a los defensores en su avance.

Disparando sin dejar de avanzar en ningún momento, las tropas de Garro llegaron a lo alto de una duna de gránulos cristalinos que crujían sonoramente bajo sus botas, matando en lucha cuerpo a cuerpo unos cuantos adversarios. Una falange jorgall, atrapada a medio huir, se detuvo y dio la vuelta, con la esperanza de detener a los astartes. Las armas vomitaron fuego por ambos bandos; el feroz rugido de los bólters ahogaba el sibilante crepitar de las armas electrostáticas de los proyectores energéticos implantados en el cuerpo de sus oponentes.

Decius, que prefería el brusco impacto de un puño de combate, se sumergió en medio de la nube de alienígenas e hizo morder el polvo a uno tras otro, convirtiendo en pulpa sus largos cuellos y sus ovaladas cabezas.

—¿Ya ha olvidado lo que le dije? Le avisé que apuntara al torso para una muerte rápida —dijo Sendek.

—No lo ha olvidado —afirmó Hakur.

Con un peculiar y ululante grito, dos de los alienígenas más grandes saltaron directamente contra Garro. En pleno salto, se abrieron como los pétalos de una flor al desplegarse, con sus tres piernas y brazos totalmente extendidos. El astartes vio los puntos en que partes completas de las extremidades habían sido reemplazadas por metal y negras curvas de carbono. Con un rápido movimiento, el capitán enfundó el bólter y desenvainó a Libertas. Un destello azul de energía relució por toda la hoja. Con un amplio golpe, Garro cortó ambas criaturas por la mitad, atravesando fácilmente con su espada la escamosa piel del enemigo.

Hakur gruñó mostrando su aprobación.

—Veo que sigue bien afilada.

—Sí —replicó Garro, sacudiendo las gotas de oscura sangre roja de la espada. Se detuvo un momento para examinar el resultado del ataque, observando los miembros seccionados con la misma indiferencia que las imágenes estáticas de la placa de datos de Sendek.

En su estado natural, lleno de vida, un jorgall adulto podía llegar a tener unos cuatro metros y medio de altura y se movía sobre tres piernas de tres articulaciones que surgían de la parte inferior de su torso como los radios de una rueda. Aparte del cuello extensible, la parte superior del cuerpo de los alienígenas se parecía a la parte inferior, pero en este caso las tres extremidades terminaban en manos con seis dedos.

La cabeza en forma de huevo presentaba unos grandes ojos húmedos y unos cortes carnosos que hacían las veces de nariz y boca. Tenían una piel similar a la de los reptiles de Terra, cubierta de escamas con pequeñas protuberancias óseas. Sin embargo, parecía que no existía un solo jorgall «natural». Todos los ejemplares de jorgall que habían encontrado y eliminado los servidores del Imperio, desde las crías aún no desarrolladas hasta los viejos moribundos, habían sido modificados con implantes o mecanismos cibernéticos. La información reunida hablaba de elementos tan extraños como piernas con pistones para saltar, pies reemplazados por ruedas, garras-cuchillo, planchas de blindaje subdérmico, pictógrafos en el interior de las cavidades ópticas, e incluso armas de agujas introducidas en la parte hueca de los huesos.

La similitud en la funcionalidad de los implantes alienígenas y los órganos biogenéticos de los astartes no pasó desapercibida para Garro, pero éstos eran alienígenas, y ellos, los invasores. No eran en nada parecidos a él, y el Emperador había decretado que debían ser castigados por osar aventurarse en el espacio humano.

Cerca de la orilla del lago, una horda de jorgall con garras, seguramente una variante de combate cuerpo a cuerpo, atacaba a un dreadnought de la Segunda Compañía. El venerable guerrero había quedado atrapado en el fangoso limo químico de la orilla del lago, y Garro vio cómo giraba rápidamente alrededor del eje de su torso, machacando a sus enemigos con el puño-sierra. Un destello blanco surgió de alguna parte en el centro de los atacantes jorgall, y el capitán oyó la risa de Ignatius Grulgor mientras éste se levantaba rodeado de alienígenas e inclinaba la cabeza hacia atrás.

El comandante de la Segunda tenía la cara desprotegida; el hediondo aire del mundo-botella no le preocupaba. En cada mano llevaba un bólter modelo Marte reglamentario y, con sumo placer, Grulgor descargó a quemarropa ambas armas contra el enemigo.

La gran velocidad de los proyectiles arrancaba grandes trozos de carne de los jorgall a los que atravesaban. Aquello le proporcionó al dreadnought el tiempo que necesitaba para salir de su fangosa trampa. En pocos segundos, Grulgor se encontraba en el centro de un círculo de cadáveres alienígenas, y de sus armas salía un denso vapor de condensación. El comandante saludó al primarca y dedicó una taimada y audaz mueca a Garro antes de ponerse en movimiento en busca de nuevos objetivos.

—Es tan obvio, ¿no creéis? —murmuró Hakur—. El estimado Huron-Fal podría haberse librado solito de esos enemigos, pero Grulgor ha tenido que meter las narices, más preocupado por exhibir su bravura delante del primarca que utilizar su munición donde ésta sea más útil.

—Somos la Guardia de la Muerte, no somos artistas —le recriminó Garro—. Somos profesionales de la guerra, nada más, directos y brutales. No buscamos elogios ni honores, sólo cumplir nuestro deber.

—Evidentemente —dijo en voz baja el veterano.

Decius llegó hasta Garro pateando los restos de aquellos a los que había matado.

—¡Argh! ¿Huele este hedor, señor? La sangre de estas cosas apesta.

El capitán de batalla no respondió. Dudó, bastante distraído, observando a Mortarion en medio de su controlada furia. Al lado del primarca, Typhon y los dos miembros de la Guardia del Sudario blandían con seguridad sus guadañas, moviéndose sin problemas entre un numeroso y vociferante grupo de jorgall. El Señor de la Muerte había estimado que era evidente que esos meros peones alienígenas no merecían el honor de morir bajo su guadaña, y en vez de eso estaba acabando con ellos con la luz de su Linterna.

Los blancos rayos de energía que surgían sin parar del cañón de la sólida pistola de bronce dejaban destellos purpúreos en la retina de Garro a pesar de las protecciones de su visión mejorada. Allí donde la energía de la Linterna impactaba, los defensores jorgall se convertían en tizones que acababan vaporizándose en mitad de un espeso humo.

Mortarion llegó a un ululante grupo de chusma alienígena que estaba acuchillando a un guerrero herido, haciéndoles retroceder sin esfuerzo mientras llevaba a lugar seguro al guardia de la muerte. El primarca le dedicó al hombre, que había perdido el casco, unas inaudibles palabras a las que el astartes rugió su asentimiento, volviendo a la lucha.

—¡Magnífico! —dijo Decius.

Garro notó la necesidad imperiosa del joven de bajar aullando por la duna para unirse a Mortarion, de dejar a un lado todo protocolo de batalla por la simple posibilidad de luchar junto al aura de su señor. Era un deseo difícil de controlar. Garro lo sentía con igual fuerza, pero él no podía rebajarse a imitar el comportamiento exhibicionista de hombres como Grulgor.

Entonces el joven astartes desvió la mirada y observó los alrededores.

—¿Así que éstas son las grandes creaciones de los alienígenas? Pues no son gran cosa.

—Hubo un tiempo en que los humanos que viajaban a las estrellas vivieron en cilindros como éste —le comentó Sendek mientras recargaba—, mucho tiempo atrás, antes de que domináramos la fuerza de la gravedad. Las denominaban colonias onhyl.

Decius no pareció impresionado.

—Me siento como una mosca atrapada en una botella. ¿Qué tipo de mundo interior es éste? —Señaló hacia adelante, hacia donde el paisaje se curvaba para encontrarse a sí mismo a pocos kilómetros sobre sus cabezas. Una pequeña barra de iluminación se extendía a lo largo del eje del cilindro, desapareciendo hacia proa y hacia popa en medio de una bruma amarillenta. Los ojos de Garro se entrecerraron al observar unas motas de color verde oscuro moviéndose en su dirección por el corredor de gravedad cero en el centro de la nave-mundo. Hakur, que estaba a su lado, se puso tenso.

—Yo también los veo, capitán de batalla. Son refuerzos aerotransportados.

Garro avisó por el sistema de comunicaciones general.

—¡Guardias de la Muerte, vigilad el cielo!

En los ensangrentados bancos de arena, Mortarion golpeó al aire con su guadaña.

—¡El capitán de la Séptima tiene una visión muy aguda! Los alienígenas intentaban distraernos con objetivos muy fáciles para que nuestra atención se centrara en el suelo.

El primarca dedicó a Garro una ligera inclinación de cabeza y se dirigió a lo alto de otra polvorienta duna haciendo caso omiso de los proyectiles de aguja enemigos que le rebotaban en la armadura. Mortarion dejó que le resbalara la capucha para poder observar con más libertad el cielo.

—Vamos a demostrarles que se han equivocado.

Durante un largo segundo, Nathaniel se sintió petrificado en su sitio por el reconocimiento de su señor, a pesar de que ésa no había sido su intención. La atención que le había dedicado su primarca, uno de los hijos del Emperador, incluso por un mero instante, era algo muy importante, y en el fondo entendió por qué hombres como Grulgor eran capaces de hacer lo que fuera para conseguirlo. Garro sacudió la cabeza para reaccionar y cambió el cargador del arma.

—¡Séptima, a las armas! —gritó, levantando el bólter hasta el hombro y observando el cielo a lo largo del arma.

* * *

Los jorgall voladores llegaron en tal número que eclipsaron incluso los guerreros de tierra que la Guardia de la Muerte había encontrado en el lago. Equipados con una centelleante armadura verde que los cubría formando bandas, los alienígenas aerotransportados habían sacrificado dos de sus extremidades para que los cirujanos mecánicos les instalaran unas alas de plumas metálicas afiladas como cuchillas. Los pies los habían transformado en garras y también tenían lanzaproyectiles y pistolas de aguja en las articulaciones que les permitían mejores campos de tiro.

Descendieron ululando y gritando, y se encontraron con un muro de proyectiles bólter y rayos de plasma a alta temperatura que los aniquiló, pero se trataba únicamente de la primera oleada, y había varias más en camino, picando desde la amarillenta neblina como rayos verdes.

Garro vio a uno de los hombres de Hakur rodeado por zumbantes destellos de luz artificial y olió el hedor de carne humana carbonizada cuando una bandada de alienígenas voladores acabó con su vida. Cerca de él, el dreadnought Huron-Fal desplegó los lanzamisiles y disparó sus cargas explosivas contra las bandadas que revoloteaban a su alrededor, derribando a docenas de ellos a causa de la onda expansiva. Garro se movió con precaución, manteniéndose en las dunas de óxido más bajas, y acabando con los alienígenas con ráfagas de fuego automático a medida que iban descendiendo para atacar. El esquema de ataque de los alienígenas era claro. Estaban intentando hacer retroceder a los astartes hacia el gélido líquido del lago.

—No será hoy —dijo el capitán de batalla para sí en el momento de atravesar el ala de una gigantesca hembra adulta. La criatura cayó en barrena con la cabeza por delante y se partió el cuello al chocar contra la arena.

Se dio cuenta de que tenía compañía. Garro miró por encima del hombro y se sorprendió ligeramente al ver un grupo de pequeñas figuras doradas acercándose hacia él por detrás. Las Hermanas del Silencio se movían con paso rápido, manteniendo coherentes corredores de fuego y una disciplina y eficiencia de combate que jamás antes había visto fuera de sus hermanos astartes.

Le era difícil distinguir a cada una de las mujeres. Su armadura estaba pulida hasta poseer un brillo cegador, sin adornos, como los símbolos de latón o flotantes pergaminos que llevaba la Guardia de la Muerte. Mantenían la cara oculta tras unos dorados cascos con forma de halcón que le recordaban las puertas cerradas de algunas antiguas fortalezas, y que sin duda estaban equipados con respiradores que permitirían a las hermanas respirar en el tóxico aire del mundo-botella. Todas parecían idénticas, como si hubieran sido forjadas utilizando algún místico molde hecho por la mano del Emperador. Se preguntó si los hombres normales tendrían la misma impresión al observar a los astartes.

Las hermanas estaban armadas con espadas y lanzallamas, y los filos y los chorros de fuego partían y engullían a los jorgall voladores en cuanto se ponían a tiro. Algunas también llevaban bólters.

Cuando juraban entrar al servicio del Emperador, esas mujeres prometían que jamás hablarían, y ni siquiera lo hacían cuando las alcanzaban los disparos de las armas de aguja o los rayos de energía del enemigo. Se comunicaban en línea de visión, utilizando gestos similares al lenguaje de batalla de los astartes, o por códigos de chasquidos a través del comunicador. Por la forma en que atravesaban el campo de batalla, no cabía duda que sabían perfectamente hacia dónde se dirigían.

Mientras avanzaban, la hermana más próxima a Garro le dedicó una mirada, y el capitán de batalla sintió que un extraño escalofrío le recorría el cuerpo. Que esas hermanas recorrían el espacio en busca de psíquicos renegados para capturarlos o expurgarlos era de sobras conocido. Pero lo que no se sabía era de qué forma lo hacían.

Garro había oído que, a diferencia de otros seres vivos, estas mujeres eran silenciosas no sólo en el mundo material, sino también en el efímero reino de la mente. Había muchos nombres para estas criaturas: intocables, parias…

Frunció el entrecejo ante la naturaleza irracional de sus pensamientos y los apartó a un lado. Al segundo siguiente ya se había olvidado de todo aquello al ver que las luces de advertencia de su visor empezaron a parpadear. Garro captó el sonido de un graznido por encima de las afiladas alas.

Se movió cuando una bandada de jorgall se abalanzó contra él. Rápido como sólo podía serlo un astartes, golpeó con la mano la espalda de la hermana que había a su lado, alejándola mientras una nube de garras cortaba el aire en su dirección. Garro levantó el brazo para desviar el golpe y notó cómo las garras le hacían mella en el antebrazo. El graznante jorgall rasgó hacia arriba, hacia su casco, arrancándoselo del anillo de sujeción con un golpe seco. Trastabilló pero se mantuvo en pie, aprestando su bólter. El arma de Garro ladró y, desde la arena, la hermana apoyó su fuego. Ningún miembro de la bandada que había osado atacarlos sobrevivió para poder remontar de nuevo el vuelo.

El capitán de batalla pateó sus cabezas con una mueca en la cara, satisfecho por el hecho de no haber coleccionado ninguna nueva cicatriz a causa de ese encuentro. Poniéndose de pie, la detectora de brujas se dirigió hacia él y le entregó el casco arrancado por el jorgall. Estaba en muy mal estado, pero el gesto simbólico era muy importante. La mujer miró hacia arriba y luego inclinó la cabeza. La hermana del silencio se tocó el pecho a la altura del corazón y la frente con la mano que tenía libre. Su agradecimiento estaba claro. No muy seguro del protocolo a seguir, Garro simplemente asintió con la cabeza, y eso pareció ser suficiente. La mujer se puso de nuevo en movimiento, dejándolo atrás. Únicamente cuando le dieron la espalda se dio cuenta Garro de la coleta de cabello negro que surgía del dorado casco de las hermanas y el águila roja que les cubría la armadura.

Se dirigió hacia el fragor de la batalla que tenía lugar sobre una duna cubierta de jorgall muertos y, muy de vez en cuando, por alguna figura equipada con servoarmadura gris pálido. Cada hermano muerto hacía que la rabia de Garro aumentara, como una piedra colocada sobre otra, pues cada uno de ellos valía por un millar de intrusos.

El capitán escuchó una vez más el demoledor crepitar de la Linterna de Mortarion, y miró en esa dirección para observar cómo el primarca la disparaba al aire como un reflector, abrasando a todos los alienígenas que alcanzaba, a quienes convertía instantáneamente en una lluvia de cenizas.

El áspero rugido de Typhon sonó con fuerza en el canal de comunicaciones global.

—Si esto es todo a lo que tenemos que enfrentarnos, ¡me pregunto si hoy nuestra valía encontrará algo con que medirse realmente!

—Mi padre me envió hoy aquí —las palabras de Mortarion eran suaves, pero con una fuerte intencionalidad—. ¿Creéis que se equivocó al hacerlo, primer capitán?

Otra persona habría temblado ante la velada amenaza, pero no Typhon.

—Únicamente estoy irritado por la poca dificultad de este enfrentamiento, mi señor. Llevamos demasiado tiempo aquí, mi comandante.

Garro escuchó un gruñido de asentimiento.

—Quizá tengas razón, amigo mío —cuando volvió a hablar, el primarca lo hizo en voz alta, sin utilizar el sistema de comunicaciones—. ¡Hijos de la muerte! ¡Ya conocéis vuestros objetivos! Poneos al frente de vuestras unidades y perseguid al enemigo. Typhon, conmigo; Grulgor, a los motores; Garro, los criaderos. ¡En marcha!

Los componentes de la Séptima Compañía se dirigieron hacia él, y el capitán de batalla pudo comprobar que habían sufrido pocas bajas. El apotecario Voyen lo estudió de arriba abajo, comentando silenciosamente el estado de su casco, que había colgado del cinturón. Decius tampoco llevaba el casco puesto, y su pálida cara estaba marcada por una mueca asesina. Las manchas de vísceras de su puño de combate eran un testimonio mudo de las muertes que había causado.

Los saludó con la cabeza y los hombres de la Séptima reasumieron su formación. Se pusieron en marcha y dejaron que los hombres de Grulgor acabaran con los últimos restos de jorgall voladores que quedaban. Cruzaron las dunas cristalinas a paso rápido, penetrando en las formaciones altas como árboles entretejidas sobre algún tipo de fibra rugosa.

Sendek estudió su auspex.

—El dispositivo táctico índica lecturas de calor comparables a las de los criaderos jorgall en esa dirección —indicó—. Por allí. La brújula virtual tiene problemas para asimilar la estructura interna de este mundo-botella.

—¿Está actualizada esa información? —le preguntó Hakur—. Los servidores-sensor se olvidaron de decirnos que aterrizaríamos en un lago químico. Me pregunto qué más se habrán olvidado de decirnos.

Sendek frunció el entrecejo.

—Las lecturas son… contradictorias.

—Pues será mejor que estemos preparados para cualquier sorpresa —señaló Rahl, levantando su combi-bólter con una sola mano.

* * *

—No permitáis que os domine el exceso de confianza por el nombre de vuestro objetivo, capitán —dijo Mortarion sin mirarlo cuando Garro observó el mapa hololítico en la sala de la Resistencia—. El llamado criadero no es sólo donde se desarrollan los jóvenes jorgall, sino también el lugar en que se modifican. Probablemente encontraréis huevos llenos de adultos armados, además de sus larvas.

Garro recordó las palabras del primarca mientras observaba los altos y fibrosos árboles. Hacia el interior del «bosque», donde los tallos estaban plantados en filas densas y regulares, esa especie de árboles estaba cargada de orbes grisáceos que colgaban como frutos monstruosos. Algunos mostraban signos de movimiento en su interior, cosas que se movían muy lentamente. Aquí y allí había charcos de fluido que Sendek designó inmediatamente como «yemas». Voyen estuvo de acuerdo con su descripción, señalando a los orbes goteantes que colgaban abiertos, amorfos y, evidentemente, vacíos.

—Las raíces de los árboles absorben el líquido, reintroduciéndolo en el sistema —afirmó Sendek—. Notablemente eficaz.

—Estoy abrumado ante tanta maravilla —dijo Rahl en un tono que demostraba todo lo contrario.

Decius se mantenía alerta, con el bólter preparado.

—¿Dónde están las defensas? ¿Es que estos xenos se preocupan tan poco por su progenie que la dejan a merced de cualquier depredador que pase por aquí?

—Tal vez sus hijos sean los depredadores —aventuró Hakur con un tono de voz sombrío.

Uno de los hombres de la escuadra de veteranos se detuvo y señaló hacia adelante.

—Capitán —señaló—, ¿ha visto eso?

—¿Qué es eso? —preguntó Garro.

El astartes se inclinó y recogió un brillante objeto metálico de forma casi oval. Le dio vueltas en las manos.

—Esto, señor…, es un casco, creo. —Lo levantó en alto para mostrárselo. La sangre de Garro se heló al reconocer el uniforme de las Hermanas del Silencio. Algo se movió en el interior, y una cabeza cercenada cayó del casco al suelo, arrastrando una cola de cabello rubio.

—Un buen corte —comentó el astartes—. Muy limpio.

Los ojos de Voyen se entrecerraron.

—¿Dónde está… el resto de ella?

Decius utilizó su bólter para señalar en dirección a varias ramas de los árboles.

—Aquí, allí y allá. También por allí, creo.

En cada una de las ramas señaladas se veían ensangrentados fragmentos de color rojo y dorado.

—¿Las hermanas venían hacia los criaderos? —Hakur miró disimuladamente alrededor—. ¿Qué pueden querer las detectoras de brujas de este lugar?

Decius se rio entre dientes.

—Eso, viejo, creo que es secundario ante otra pregunta: qué fue lo que la mató.

Por delante de él, donde los árboles eran mucho más gruesos, se oyeron disparos de bólter. Garro observó pequeños fogonazos mientras un rumor creciente se propagaba por el suelo arenoso a sus pies. Les llegaron sonidos crepitantes, agudos como un hueso al partirse, cuando los árboles a media distancia empezaron a temblar y doblarse, tocando el suelo con las copas como si algo muy grande los hubiera tumbado.

—Estás a punto de conocer la respuesta —dijo Rahl aprestando su bólter.

Las hermanas aparecieron entre los árboles, moviéndose como danzarinas y acosando con sus armas a un jorgall modificado. Era el alienígena más grande que Garro había visto en el mundo-botella, y de un diseño que no estaba incluido en los datos de Sendek. Por fuera parecía un jorgall en su forma más básica, pero tenía aproximadamente diez veces su masa normal. Tan alto como las copas de los árboles, la cosa parecía una amalgama de carne escamosa y metal, un jorgall deformado por el gigantismo y modificado tecnológicamente para ser aún más grande.

El capitán de batalla pudo distinguir la materia orgánica dentro del orbe de cristal que había en medio de la masa del cyborg. Tal vez, pensó, era lo único que quedaba de la forma original del jorgall. No tenía brazos. En su lugar había grupos de tentáculos grisáceos de hierro que surgían de las articulaciones de los brazos superiores. Algunos se movían como serpientes y golpeaban a las hermanas, mientras que los otros se arremolinaban alrededor de una carga invisible que la cosa sostenía sobre su pecho.

—¿Algún tipo de guardián? —aventuró Voyen.

—Algún tipo de objetivo —respondió Decius al mismo tiempo que abría fuego.

La Guardia de la Muerte se movió para ayudar a las hermanas, disparando mientras se aproximaban y sumando así sus disparos a la tormenta de proyectiles que estaba cayendo sobre el cyborg. Garro tuvo la ligera impresión de que la forma mecánica estaba intentando escapar, pero entonces se dio la vuelta y anuló cualquier impresión de querer huir. Quizá habría podido escapar de las mujeres, pero con la llegada de Garro no le quedaba otra opción que detenerse y luchar.

Varias antenas metálicas surgieron del suelo, abriendo profundos surcos con sus afilados bordes. Se flexionaban y agitaban, arrancando raíces y trozos de tierra. Hakur fue tomado por sorpresa por uno de estos tentáculos, que lo golpeó y lo hizo caer a un lado. Garro vio cómo otro arrancaba la pierna a uno de sus soldados y lo dejaba fuera de combate en medio de un mar de sangre. El capitán se agachó ante otro de estos apéndices, que le pasó silbando por encima de la cabeza.

Una detectora de brujas, pillada mientras cambiaba su cargador, murió cuando la alcanzó una de las puntas en medio del pecho. Le atravesó el torso y la clavó en un árbol, desgarrándola en medio de un chorro de sangre. Goteando aún el líquido vital, los tentáculos se doblaron y golpearon a los guerreros del Emperador, alcanzando a Rahl en la espalda con un golpe de retorno y arrancando la capucha dorada de otra de las mujeres de Kendel. Sin su casco, la doncella paria, con una coleta rojiza y una máscara facial segmentada, empezó a ahogarse y cayó al suelo. La venenosa atmósfera de la nave jorgall estaba corroyéndole los pulmones. Voyen se puso en movimiento para socorrerla antes de que se derrumbara. El cyborg era demasiado rápido, demasiado salvaje y demasiado incontrolado en sus movimientos. Para matarlo deberían utilizar una táctica mucho más directa.

Garro presionó el selector de su bólter para ponerlo en fuego automático y cargó contra el híbrido alienígena.

El capitán de batalla vació un cargador entero en las piernas y el tórax del cyborg, del que manaron fluidos oleosos y chispas eléctricas allí donde impactaron los proyectiles. La cosa jorgall aulló y gruñó, centrando su atención en la figura con armadura gris pálido. Látigos de acero surgieron de repente, flexionándose y zumbando por el esfuerzo, pero Garro rodó por el suelo, evitando los lugares donde golpeaban. Las puntas de los látigos repiquetearon en la armadura de ceramita, y Garro sintió un pinchazo de dolor cuando rozaron el lugar donde las garras de los voladores le habían herido junto al lago, reabriéndole las heridas recibidas entonces. Una flexión afortunada del tentáculo, un segundo de retraso por su parte, y el bólter salió volando por los aires con la cincha de sujeción rota por la fuerza del impacto que se lo había arrebatado de la mano.

Garro se movió para evitar la mayor parte de la fuerza del impacto, y volvió a rodar para poder desenfundar a Libertas. Unas demoledoras líneas de metal se le acercaron y las rechazó con el filo de la espada, provocando centellas anaranjadas en la tenue luz artificial del bosque de huevos. Los otros estaban disparando sin parar contra el cyborg, pero su atención seguía centrada en Garro y en el objeto que sostenía con fuerza, alguna cosa envuelta en una muselina gris. El capitán de batalla se lanzó contra el mecanoide jorgall y le cortó las puntas de unos tentáculos y le cercenó otros directamente. Se dio la vuelta al notar que unas extremidades de metal le tocaban los pies, y las golpeó con fuerza, pero se encontraba muy cerca de su torso y los apéndices del cyborg eran más gruesos en aquel lugar, más musculosos, más resistentes. Lo envolvieron poderosas espirales, y Garro notó cómo se alejaba el suelo. El híbrido máquina lo sacudió violentamente, con el brazo-arma flagelándole el costado allí donde Libertas no podía ayudarlo. En el interior del cráneo le rechinaron los dientes y se le llenó la boca de sangre.

Oyó cómo el flexiacero de las junturas de su armadura se quebraba, notó el fuerte olor ácido del refrigerante escapándose al agrietarse su generador dorsal. El astartes gimió entre dientes cuando sintió un gran dolor provocado por la presión entre su caparazón y la caja torácica. Era una lucha para seguir llevando aire a sus pulmones mientras la presión seguía creciendo por momentos. Garro fue consciente del movimiento cuando el cyborg lo acercó hacia él, hacia la cápsula cristalina que contenía su corazón carnoso. Unos ojos huecos, de depredador, lo miraban brillando con odio alienígena. El jorgall deseaba verlo morir, saborear la situación.

La letal presión siguió creciendo mientras los tres pulmones de Garro se quedaban sin aire. El corazón le latía aceleradamente. La oscuridad se cerraba a su alrededor. En los límites de la conciencia, el capitán vio una brillante imagen fantasmal, una figura que le parecía que era su primarca que lo llamaba hacia el olvido.

En ese momento, Garro recurrió a una última gota de locura, a una fuerza desesperada. «Por la voluntad de Terra —se dijo a sí mismo—, en nombre de mi planeta natal y del Imperio de la Humanidad, ¡no voy a caer!».

Nuevas energías lo inundaron, ardientes y salvajes. Garro miró a su yo más interior y encontró una indestructible determinación que lo endureció ante el letal abrazo del alienígena. El capitán notó cómo una gran calidez confortaba sus agonizantes músculos mientras observaba la majestuosidad de Terra con su ojo interior, y allí, sosteniéndolo con su mano en forma de copa, el Emperador. «¡En nombre del Emperador, no puedo fallar! ¡No fallaré!».

Emitió un inarticulado y furioso gruñido de desafío y atacó furiosamente los apéndices alienígenas, reuniendo hasta la última gota de energía que le quedaba en Libertas. El filo de la espada de energía mordió el acero jorgall y lo partió, chirriando al cortar los nervios artificiales y el cableado mecánico. El cyborg trastabilló y tropezó cuando Garro logró liberarse. Varios fragmentos de ceramita resquebrajada se desprendieron de la armadura del capitán al mismo tiempo que sus doloridos pulmones aspiraban grandes bocanadas de aire. Mientras la forma mecánica intentaba alejarlo a empujones, el capitán se lanzó al ataque con la brillante punta de su espada por delante.

Garro vio cómo los elementos que formaban la boca del jorgall temblaban de miedo cuando Libertas tocó la corona de su cápsula de cristal. Pero al contrario que el alienígena, el capitán no se contuvo para disfrutar la crueldad del momento. En vez de eso, empujó con todo su peso la espada, que partió la cápsula y atravesó el carnoso torso del alienígena hasta que surgió por el otro lado en medio de una lluvia carmesí.

El jorgall cayó con un ruido atronador, derribando en su caída varios árboles. Cosas a medio madurar surgieron de los huevos, gimiendo y escupiendo, pero fueron acribilladas por las armas de la Guardia de la Muerte y de las detectoras de brujas.

Recuperando su espada, Garro se desplomó mientras los últimos estertores nerviosos sacudían las extremidades del jorgall. El objeto que protegía, la forma cubierta en una muselina grisácea, resbaló hasta sus pies. El capitán se arrodilló y lo desenvolvió con la punta de la espada.

En su interior había un jorgall inmaduro. Pero lo que le sorprendió no fue que la cría de jorgall estuviera completamente libre de modificaciones mecánicas, sino que se tratara de una horrible mutación. Era como una amalgama de criaturas, una malformación de dos alienígenas que, de alguna forma, hubieran quedado unidos durante el crecimiento. Su cráneo era enorme, una forma bulbosa con cuatro cámaras perfectamente distinguibles, muy diferente de la típica forma ovoide de su especie. Piernas y brazos se movían nerviosamente hacia él y sus ojos lechosos giraban y se entrecerraban en dirección a Garro.

Sin aviso previo, el aire a su alrededor cambió. La atmósfera se hizo oleosa y pegajosa a la piel, con un áspero olor a ozono. Garro ya había experimentado esa misma sensación anteriormente, en otros campos de batalla, en otras guerras libradas por la humanidad. La mente de Garro aulló una única palabra, y entonces entendió perfectamente por qué las Hermanas del Silencio estaban precisamente allí.

—«¡Psíquico!».

Trazó un arco con su espada, preparado para separar la cabeza de la criatura del resto del cuerpo.

—Espera.

La palabra lo golpeó como un jarro de agua fría, haciendo que el brazo se le quedara rígido. El olor a ozono lo envolvió por completo, nublando sus pensamientos y ralentizándole la mente, al igual que había ocurrido cuando el cyborg lo estaba ahogando. Aquella sensación intrusa se adentró en Garro y rebuscó en su interior con gran facilidad, como si estuviera ojeando un libro.

Guardia de la Muerte —susurró, con un deje de diversión en sus palabras—, tan seguro estás de tu rectitud, y tan asustado de encontrar una grieta en tu espíritu.

Garro trató de completar su golpe letal, pero estaba inmovilizado, como si estuviera atrapado en ámbar.

—Pronto llegará el fin. Veremos el mañana. Y tú también puedes. Toda tu adoración morirá. Todos podremos…

El torso del mutante explotó en un surtidor de sangre y fragmentos de hueso cuando un proyectil de bólter le abrió un agujero del tamaño de un puño. De repente, la bruma desapareció y Garro parpadeó, como si estuviera despertando de un profundo sueño. Al darse la vuelta, se encontró con la hermana Amendera Kendel a su espalda. El bólter de la guerrera humeaba. Sus oscuros ojos lo estudiaron a través de la visera del casco. El capitán se levantó con cuidado y repitió el gesto que ella había hecho junto al lago, tocando con sus dedos el corazón y la frente.

Fue consciente de un sonido que se acercaba a través del bosque-criadero, un silbido que fue creciendo rápidamente de intensidad. Era un sonido átono que hacía daño en los oídos. Era un lamento, el grito de los no nacidos.

—¡Mirad! —gritó Hakur—. ¡En los árboles! ¡Hay movimiento por todas partes!

Todos los orbes-huevo que Garro tenía a la vista estaban temblando mientras las cosas jorgall de su interior se agitaban y golpeaban su envoltura, intentando desesperadamente salir de su confinamiento. Dirigió una rápida mirada a Kendel mientras la hermana ordenaba a sus guerreras que colocaran al mutante muerto en una bolsa de malla. Ella lo miró y asintió. Tal vez Voyen estaba en lo correcto, tal vez el cyborg era una especie de guardián que protegía al niño psíquico, y ahora que estaba muerto, sus hermanos estaban furiosos.

Salpicaduras de yema rezumaron por los troncos. Kendel hizo unos gestos categóricos a sus hermanas y las mujeres entraron en acción, dirigiendo los lanzallamas hacia el follaje. Garro vio lo acertado de su acción y empezó a dar órdenes por el comunicador.

—Preparad las granadas y los demás explosivos. Seguid el ejemplo de las hermanas. Destruid los árboles.

La materia fibrosa de los árboles estaba seca y era una yesca ideal. En pocos instantes el bosque alienígena estaba ardiendo, y los huevos grisáceos estallaban o hervían. Muchos de los modificados lograron llegar al suelo, locos de rabia, pero fueron aniquilados con meticulosa precisión.

Garro observó cómo las llamas azuladas abrasaban y danzaban al propagarse, acabando con los durmientes y los recién nacidos de la nave mundo. Por toda la nave, los jorgall morían a manos de la Guardia de la Muerte, convirtiendo en mentira las últimas palabras del niño mutante.

—Una mentira —dijo Garro en voz alta, observando el humo venenoso por encima de su cabeza.