Aunque sólo estuvimos hablando una hora, más o menos, Ismael me parecía sin fuerzas, agotado. Hice amago de marcharme, pero estaba claro que tenía algo más que decirme. Al final, levantó los ojos para comunicarme:
—Como habrás adivinado, yo ya he terminado contigo.
Aquellas palabras me sentaron como si me hubieran clavado un cuchillo en el estómago.
Ismael cerró los ojos unos instantes.
—Perdóname. Estoy cansado y no me expreso bien. No quería ser tan rudo.
Me sentía incapaz de contestarle, y asentí simplemente con la cabeza.
—Quería decir que ya he terminado lo que me había propuesto hacer. Como maestro, no tengo nada más que darte. No obstante, me encantaría contarte entre mis amigos.
De nuevo, no pude hacer nada más que mover la cabeza.
Ismael se encogió de hombros y miró alrededor con ojos fatigados, como si se hubiera olvidado momentáneamente de dónde estaba. Luego echó la cabeza hacia atrás y estornudó estruendosamente.
—Escúchame —alcancé a decirle mientras me incorporaba—. Volveré mañana.
Él me dirigió una mirada prolongada, oscura. Sin duda se estaba preguntando qué demonios esperaba yo de él; pero estaba demasiado cansado para hacerme la pregunta. Se despidió con un gruñido y un gesto afirmativo de la cabeza.