—Volviendo al tema de la esperanza… hoy en día tenemos una nueva razón para no perderla —sugirió Ismael.
—¿Cuál es?
—Cuando mis otros alumnos llegaban a este punto, todos decían: «Sí, sí, esto es maravilloso, pero la gente no va a abandonar el poder que tiene sobre el mundo. Sencillamente, es algo que no puede ocurrir. Nunca. Ni aunque pasen mil años». Y yo no tenía nada concreto que ofrecerles para alentar su esperanza. Pero ahora, sí.
Tardé medio minuto en descubrirlo.
—Supongo que te refieres a lo que ha ocurrido últimamente en la Unión Soviética y en la Europa del Este.
—Exactamente. Hace diez o veinte años, cualquiera que hubiera vaticinado el inminente desmantelamiento del marxismo desde arriba habría sido tachado de triste visionario, de estar loco de remate.
—Sí. Es cierto.
—Pero, cuando los habitantes de esos países se sintieron inspirados ante la posibilidad de un nuevo modo de vida, el desmantelamiento se produjo casi de la noche a la mañana.
—Ya sé lo que quieres decir. Hace cinco años, yo habría dicho que eso no se podría alcanzar, por muy inspirada que se sintiera la gente.
—¿Y ahora?
—Ahora cuesta trabajo imaginarlo y resulta bastante poco probable; pero, en honor a la verdad, no es del todo inimaginable.