—Espero que veas ahora lo que intenté hacerte ver en nuestros primeros encuentros. La historia que han venido representando los Tomadores no es precisamente el capítulo dos de la historia que se representó durante los tres primeros millones de años de vida humana. La historia de los Dejadores tiene su propio capítulo dos.
—¿Cuál es el capítulo dos?
—Tú mismo has hablado de eso hace poco, ¿no?
—No estoy seguro.
Durante un buen rato, Ismael pareció completamente sumido en sus pensamientos.
—Nunca sabremos lo que se habían propuesto hacer los Dejadores de Europa y Asia cuando los de tu cultura los aniquilaron. Pero sí sabemos lo que se habían propuesto hacer aquí, en Norteamérica. Estaban buscando una manera de volverse sedentarios que armonizara con la manera como venían viviendo desde siempre, un modo de vida que dejara sitio al resto de los seres vivos que había a su alrededor. No pretendo decir que hicieran esto por unos ideales. Quiero decir sencillamente que no se les ocurrió tomar la vida del mundo en sus propias manos y declarar la guerra al resto de la comunidad de la vida. De haber vivido de esa manera durante otros cinco o diez mil años, en este continente podría haber aparecido una docena de civilizaciones tan avanzadas como lo es ahora la vuestra, cada cual con sus propios valores y objetivos. No es algo impensable.
—No, no lo es; o, mejor dicho, sí que lo es. Según la mitología de los Tomadores, toda civilización que aparezca en el universo ha de ser una civilización de Tomadores, una civilización cuyos integrantes han tomado la vida del mundo en sus propias manos. Eso es tan evidente que no necesita ser demostrado aquí. ¡Maldita sea! En toda la historia de la ciencia-ficción, no existe una civilización de extraterrestres que no sea también una civilización de Tomadores. Todas las civilizaciones encontradas por los de la nave americana Enterprise han sido siempre civilizaciones de Tomadores. Es así porque se da por supuesto que, en cualquier rincón del universo, cualquier criatura se muere de ganas por que su vida no siga en las manos de los dioses, y por asegurarse de que el mundo le pertenece a ella, y no al revés.
—Cierto.
—Lo cual plantea una pregunta, en mi opinión bastante importante. Llegados a este punto, ¿qué significa exactamente pertenecer al mundo? Obviamente, tú no afirmas que sólo los cazadores-recolectores pertenezcan al mundo.
—Me alegra que veas eso. Aunque, si los bosquimanos de África o los kalapalos de Brasil, si es que aún queda alguno, quieren seguir viviendo a su manera durante los siguientes diez millones de años, no veo cómo eso podría ser perjudicial para ellos mismos y para el mundo en general.
—Cierto. Pero eso no contesta a mi pregunta. ¿Cómo pueden pertenecer al mundo los que están civilizados?
Ismael sacudió la cabeza con una mezcla de impaciencia y exasperación.
—Lo civilizado no tiene nada que ver con eso. ¿Cómo pueden pertenecer al mundo las tarántulas? ¿Cómo pueden pertenecer al mundo los tiburones?
—No entiendo.
—Si miras a tu alrededor, verás unas criaturas que actúan como si el mundo les perteneciera y otras que actúan como si ellas pertenecieran al mundo. ¿Las puedes distinguir?
—Sí.
—Las criaturas que actúan como si pertenecieran al mundo siguen la ley que vela por la paz, y porque siguen esa ley, dan a las demás criaturas una oportunidad para desarrollar su propio potencial. Así es como surgió el hombre. Las criaturas que había alrededor del australopithecus no imaginaban que el mundo les perteneciese, por lo que le dejaron vivir y crecer. Entonces, ¿ser civilizado significa que tienes que destruir el mundo?
—No.
—¿Te incapacita el estar civilizado para dejar a las criaturas de tu alrededor un poco de espacio en el que vivir?
—No.
—¿Te incapacita para vivir tan inocuamente como los tiburones, tarántulas y serpientes de cascabel?
—No.
—¿Te incapacita para seguir una ley que hasta los caracoles y las lombrices siguen sin ninguna dificultad?
—No.
—Hace tiempo te dije que el asentamiento humano no va contra la ley, está sujeto a la ley, y lo mismo cabe decir de la civilización. Así pues, ¿cuál era exactamente tu pregunta?
—Pues ahora no lo sé. Obviamente, pertenecer al mundo significa… pertenecer al mismo club que todo el mundo. Este club no es otra cosa que la comunidad de la vida. Y pertenecer a este club significa seguir las mismas normas que todo el mundo.
—Y si ser «civilizado» realmente significa algo, debería significar que vosotros sois los responsables del club, no sus hostigadores ni sus destructores.
—Cierto —asentí, y luego me descubrí parpadeando unos momentos—. Algo que dijiste hace un momento… sobre que nunca sabremos lo que los Dejadores de Europa o de Asia tenían in mente cuando los de mi cultura acudieron a aniquilarlos…
—¿Sí?
—Creo que, en los últimos años, se ha descubierto alguna información al respecto.
Ismael asintió con la cabeza, y afirmó:
—Si es reciente, es posible que yo no haya oído hablar de ella.
—Una arqueóloga llamada Riane Eisler ha escrito sobre una extensa sociedad agrícola de Dejadores que existió en Europa hasta que fue arrasada por los Tomadores hará unos cinco o seis mil años. Sólo que ella no los llama Dejadores y Tomadores, por supuesto. Yo no soy un experto en la materia, pero parece ser que la cultura que aniquilaron los Tomadores se basaba en la adoración a la diosa.
Ismael asintió nuevamente con la cabeza:
—Uno de mis estudiantes conocía el libro de que me hablas, pero no pudo explicar su importancia en los términos que tú lo has hecho. Se llama, creo, The Chalice and the Blade [El cáliz y la espada].