—Se me ocurre una cosa —observé.
—¿Sí?
—Pues… que la historia que acabo de contar es en realidad la historia que los Dejadores han estado representando en la Tierra durante los tres últimos millones de años. La historia de los Tomadores reza así: «Los dioses hicieron el mundo para el hombre, pero hicieron un trabajo chapucero, y nosotros, que somos más competentes, no pudimos por menos que tomar cartas en el asunto». Mientras que la historia de los Dejadores reza así: «Los dioses hicieron el hombre para el mundo, al igual que hicieron para el mundo el salmón, el gorrión y el conejo; como esto ha funcionado bastante bien hasta ahora, nosotros no nos preocupamos y dejamos que el mundo siga en manos de los dioses».
—Cierto. Hay otras maneras de plantearlo, como hay otras maneras de contar la historia de los Tomadores; pero esta manera es tan buena como cualquier otra.
Permanecí un momento callado.
—Estoy pensando en… el sentido del mundo, en las intenciones divinas para con el mundo y en el destino del hombre… según la historia de los Dejadores.
—Adelante.
—El significado del mundo… Creo que el tercer capítulo del Génesis llevaba razón. Es un jardín, el jardín de los dioses. Digo esto aun cuando dudo mucho que los dioses intervengan aquí. Pero me parece una interpretación saludable y alentadora.
—Comprendo.
—En el jardín hay dos árboles, uno para los dioses y otro para nosotros. El de ellos es el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, y el nuestro es el Árbol de la Vida. Pero nosotros sólo podremos encontrar el Árbol de la Vida si nos quedamos en el jardín, y sólo podremos quedarnos en el jardín si nos mantenemos alejados del árbol de los dioses.
Ismael asintió con la cabeza, en señal de aliento.
—En cuanto a las intenciones divinas… Parecería que… hay una especie de tendencia a la evolución, ¿no te parece? Si empiezas con esos seres ultrasencillos de los mares antiguos y sigues avanzando, paso a paso, hasta lo que vemos ahora —y más allá—, no puedes por menos que observar una tendencia a… la complejidad. Y a la conciencia y la inteligencia. ¿Estás de acuerdo?
—Sí.
—Es decir, que toda criatura de este planeta parece estar en trance de alcanzar esa conciencia y esa inteligencia. Así pues, los dioses no han apostado sólo por los humanos. Nosotros nunca estuvimos destinados a ser los únicos actores de esta película. Está claro que los dioses pretenden que este planeta sea un jardín lleno de seres conscientes e inteligentes.
—Eso parece. Y si tal es el caso, entonces el destino del hombre parecería bastante claro.
—Así es. Por increíble que pueda parecer, está bastante claro. Él es el pionero, el explorador. Su destino es ser el primero en saber que las criaturas, al igual que él, tienen una elección: pueden intentar frustrar los planes de los dioses, y perecer en el intento, o también pueden echarse a un lado para dejar sitio a los demás. Pero hay algo más. El destino del hombre es ser el padre de todas las criaturas, y no me refiero a la paternidad biológica. Al darles a todos los demás una oportunidad —a ballenas, delfines, chimpancés o mapaches—, se convierte en cierto sentido en su progenitor… Por extraño que parezca, este destino es incluso más grandioso que el que los Tomadores habían soñado con hacer realidad.
—¿Ah, sí? ¿Cómo?
—Piensa un poco. Dentro de mil millones de años, quien, o lo que, viva para aquel entonces, dirá: «¿El hombre? Ah, sí, ¡el hombre! ¡Qué criatura tan maravillosa fue! Estuvo a su alcance destruir todo el mundo y acabar con el futuro de todos nosotros, pero vio la luz antes de que fuera demasiado tarde y echó marcha atrás. Echó marcha atrás y nos dio una oportunidad a todos. Nos enseñó qué había que hacer para que el mundo siguiera siendo un jardín para siempre. El hombre fue un ejemplo a seguir para todos nosotros».
—No es un destino nada baladí.
—No, desde luego. Y se me ocurre otra cosa…
—¿Sí?
—En cierto modo, esto da forma a toda la historia. El mundo es un lugar hermosísimo. No un lugar caótico que necesite ser conquistado o gobernado por el hombre: el mundo no tiene por qué pertenecer al hombre, pero el hombre sí tiene que pertenecer a él. Alguna criatura tenía que ser la primera en constatar que en el jardín había dos árboles, uno bueno para los dioses y otro bueno para las criaturas. Alguna criatura tenía que encontrar el camino, y, entonces, no habría vuelta atrás. En otras palabras, que el hombre tiene una función en el mundo, pero que su función no es la de gobernar. Los dioses se encargan de eso. La función del hombre es la de ser el primero. La función del hombre es la de ser el primero sin ser el último a la vez. La función del hombre es la de dilucidar cómo se puede lograr esto, y dejar sitio a los demás para que puedan llegar a ser lo que él ha llegado a ser. Y tal vez, cuando llegue el momento, la función del hombre será la de ser el profesor de todas las criaturas que pudieran llegar a donde él ha llegado. Y no el único profesor, ni el último: tal vez sólo el primer instructor, el de la guardería; pero tampoco eso sería baladí. ¿Y sabes otra cosa?
—¿Qué?
—Todo este tiempo, me he venido preguntando: «Esto es muy interesante, pero ¿para qué sirve? ¡Nada va a cambiar!».
—¿Y sigues pensando igual?
—He aquí lo que necesitamos: no sólo dejar de hacer cosas. No sólo hacer menos cosas. La gente necesita algo positivo por lo que trabajar. Necesita ver algo… No sé. Algo que…
—Creo que lo que quieres decir es que la gente necesita algo más que rapapolvos, algo más que sentirse estúpida y culpable. Necesita algo más que ver todo de color negro. Necesita una visión del mundo, y de sí misma, que la inspire.
—Sí. Sin ningún género de dudas. Dejar de contaminar no es algo que inspire demasiado. Separar los desperdicios no es algo que inspire demasiado. Reducir el consumo de fluorocarbonos no es algo que inspire demasiado. Pero imaginarnos a nosotros mismos de otra manera, imaginar el mundo de una nueva manera… Imaginas…
Me explayé a gusto, qué caramba. Él sabía de sobra lo que yo intentaba expresar.