—¿Qué les ocurre a aquéllos cuyas vidas están en las manos de los dioses?
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir, ¿qué les ocurre a aquéllos cuyas vidas están en las manos de los dioses pero no les ocurre a aquéllos que basan su vida en el conocimiento del bien y del mal?
—Ah, ya sé —contesté—. Imagino que no es esto lo que buscas, pero es lo que me viene a la mente. Aquéllos cuyas vidas están en las manos de los dioses no se vuelven los amos del mundo ni obligan a los demás a vivir como ellos, pero sí lo hacen aquéllos que conocen el bien y el mal.
—Has invertido la pregunta —rezongó Ismael—. Yo te he preguntado qué les ocurre a aquéllos cuyas vidas están en las manos de los dioses pero no les ocurre a los que conocen el bien y el mal, y tú me has contestado justo lo contrario; es decir, lo que no les ocurre a aquéllos cuyas vidas están en las manos de los dioses pero sí les ocurre a aquéllos que conocen el bien y el mal.
—Quieres decir que estás buscando algo positivo que les ocurra a aquéllos cuyas vidas están en las manos de los dioses, ¿no es eso?
—Eso es.
—Bueno, suelen dejar vivir a su manera a quienes están a su alrededor.
—Me estás diciendo algo que hacen, no algo que les acontece. Estoy tratando de centrar tu atención en los efectos de su modo de vida.
—Lo siento, pero no sé a dónde quieres ir a parar.
—Sí lo sabes, pero no estás acostumbrado a plantear la cuestión en estos términos.
—De acuerdo.
—Recuerda la pregunta que empezamos a contestar cuando llegaste a mediodía: ¿cómo se hizo hombre el hombre? Todavía estamos buscando una respuesta a esa pregunta.
Rezongué a mi vez sin reparo alguno.
—¿Por qué rezongas? —preguntó Ismael.
—Porque me intimidan las preguntas demasiado generales. ¿Cómo se hizo hombre el hombre? ¡Y yo qué sé! Se hizo hombre, sencillamente. Se hizo hombre como se hizo pájaro el pájaro y como se hizo caballo el caballo.
—Exactamente.
—No me marees de esa manera, por favor —le amonesté.
—Es evidente que no comprendes lo que acabas de decir.
—Es probable que no.
—Intentaré aclarártelo. Antes de ser el hombre homo, ¿qué era?
—Australopithecus.
—Bien. ¿Y cómo se convirtió el australopithecus en homo?
—Esperando.
—Por favor. Estás aquí para pensar.
—Pues lo siento.
—¿Se convirtió en homo el australopithecus diciendo: «Conozco el bien y el mal igual que los dioses, por lo cual no tengo necesidad de que mi vida esté en sus manos como ocurre con los conejos y los lagartos; así que, a partir de ahora, seré yo quien decida quién vive y quién muere en este planeta, y no los dioses»?
—No.
—¿Podría haber ocurrido eso?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque entonces habrían dejado de tener vigor las leyes que rigen la evolución.
—Exactamente. Ahora ya puedes contestar a la pregunta: ¿qué les ocurre a los hombres, a las criaturas en general, cuyas vidas están en las manos de los dioses?
—Ah, ya veo. Que evolucionan.
—Y ahora que ya puedes contestar también a la pregunta que te hice esta mañana: ¿cómo se hizo hombre el hombre?
—El hombre se hizo hombre dejando su vida en manos de los dioses.
—Correcto.
—Viviendo como viven los kreen-akrore de Brasil.
—Correcto de nuevo.
—¿Como viven los neoyorkinos?
—No.
—¿O los londinenses?
—No.
—Bien, ya sabes lo que les ocurre a aquéllos cuyas vidas están en manos de los dioses.
—Sí, que evolucionan.
—¿Y por qué evolucionan?
—Porque están en condiciones de evolucionar. Porque es así como se produce la evolución. El ancestro del hombre evolucionó hasta convertirse en el primer hombre porque estaba compitiendo con el resto. El ancestro evolucionó porque no se escaqueó de la competición, porque siguió sometido a las leyes de la selección natural.
—Quieres decir que seguía formando parte de la comunidad general de la vida, ¿no es así?
—Así es.
—Y, por eso, al final el australopithecus se convirtió en homo habilis, éste en homo erectus, éste en homo sapiens y éste en homo sapiens sapiens.
—Sí.
—¿Y qué ocurrió después?
—Después, los Tomadores dijeron: «Basta ya de que nuestras vidas estén en las manos de los dioses. Eso se acabó para nosotros. ¿Selección natural? No, gracias».
—Así que…, así fue.
—Así fue.
—¿Recuerdas que te dije que representar una historia es vivir de manera que ésta se vuelve realidad?
—Sí.
—Según la historia de los Tomadores, la creación tocó a su fin con el hombre, ¿no?
—Sí. ¿Y bien?
—¿Cómo hay que vivir para que eso se haga realidad? ¿Cómo hay que vivir para que la creación toque a su fin con el hombre?
—Uff. Ah, ya sé lo que quieres decir. Hay que vivir como viven los Tomadores. Nosotros hemos venido viviendo de tal manera que la creación va a tocar a su fin muy pronto. Si seguimos así, no habrá sucesor para el hombre, ni tampoco para el chimpancé, el orangután o el gorila; es decir, que no habrá sucesor para ningún ser vivo. Todo el tinglado se irá al garete con nosotros. Para que su historia se haga realidad, los Tomadores tienen que poner fin a la creación, y, tal y como están actuando, desde luego que lo van a conseguir.