—¿Qué es exactamente la cultura? —preguntó Ismael al fin—. En el sentido en que se utiliza la palabra corrientemente, no en el sentido especial que le hemos dado a lo largo de estas conversaciones.
Parecía una pregunta diabólica para plantear a alguien sentado dentro de una carpa ferial; con todo, me esforcé al máximo por reflexionar.
—Yo diría que es la suma global de lo que hace que un pueblo sea tal pueblo.
Ismael asintió.
—Y ¿cómo surge esa suma global?
—No estoy seguro de a dónde pretendes llegar. Surge con la vida misma del pueblo.
—Sí, pero los gorriones también viven, y no tienen cultura.
—Vale, ya veo lo que quieres decir. Digamos que es una acumulación. La suma global es una acumulación.
—Pero no me estás diciendo cómo se inicia esa acumulación.
—Ah, bueno. Vale. La acumulación es la suma global que se transmite de una generación a otra. Se inicia cuando… cuando una especie alcanza cierto grado de inteligencia, los pertenecientes a una generación empiezan a transmitir información y técnicas a la siguiente. La siguiente generación recibe esta acumulación, añade sus propios descubrimientos, hace unos cuantos retoques y pasa el lote a la siguiente.
—Y esta acumulación es lo que se llama cultura.
—Sí, yo diría que sí.
—Es la suma global de lo que se transmite, por supuesto; y no sólo informaciones y técnicas. También creencias, suposiciones, teorías, costumbres, leyendas, canciones, historias, danzas, bromas, supersticiones, prejuicios, gustos, actitudes. Todo ello.
—Sí.
—Por curioso que pueda parecer, el grado de inteligencia necesario para que se inicie la acumulación no es necesariamente muy elevado. Los chimpancés de la selva ya transmiten a sus retoños modos de fabricación y utilización de las herramientas. Veo que esto te sorprende un poco.
—Ah, no. Bueno… Supongo que lo que me sorprende es que tú cites a los chimpancés.
—En vez de citar a los gorilas, ¿no?
—Sí.
Ismael frunció el ceño.
—A decir verdad, he evitado deliberadamente todos los estudios acerca de la vida de los gorilas. Es un tema cuyo estudio no me interesa particularmente.
Asentí con la cabeza, sintiéndome un poco estúpido.
En cualquier caso, si los chimpancés ya han empezado a acumular conocimientos sobre lo que funciona bien para los chimpancés, ¿cuándo crees tú que empezaron los de tu especie a acumular conocimientos sobre lo que funcionaba bien para la especie?
—Yo diría que empezaron cuando empezó a haber gente.
—Vuestros paleoantropólogos estarían de acuerdo. La cultura humana empezó con la vida humana, lo que equivale a decir con el homo habilis. Éste transmitió a sus hijos todo lo que había aprendido, y, conforme cada generación fue añadiendo su granito de arena, se produjo una acumulación de conocimientos. Y ¿quién fue el heredero de esta acumulación?
—¿El homo erectus?
—Correcto. El cual transmitió dicha acumulación a las sucesivas generaciones, cada una de las cuales hizo su pequeña aportación al todo. Y ¿quién fue el heredero de esta acumulación?
—El homo sapiens.
—Por supuesto. Y su heredero fue el homo sapiens sapiens, quien transmitió dicha acumulación a las sucesivas generaciones, cada una de las cuales hizo su pequeña aportación al todo. ¿Y quiénes fueron los herederos de esta acumulación?
—Yo diría que los distintos pueblos de los Dejadores.
—¿Y no los de los Tomadores? ¿Por qué no?
—¿Que por qué no? Pues no lo sé muy bien. Yo diría que porque… Está claro que se produjo una ruptura total con el pasado en la época de la revolución agrícola. Sin embargo, no hubo ninguna ruptura con el pasado entre los distintos pueblos que estaban emigrando a las Américas por aquella época. No hubo ninguna ruptura con el pasado entre los distintos pueblos que vivían en Nueva Zelanda, Australia o Polinesia.
—¿Qué te hace decir eso?
—No lo sé. Es una impresión.
—Sí, pero ¿en qué se basa dicha impresión?
—Creo que en lo siguiente. No sé qué historia están representando esos pueblos, pero me da la impresión de que todos están representando la misma. No puedo concretar aún de qué historia se trata, pero está claramente ahí, en contraposición a la historia que están representando los pueblos de mi cultura. Donde quiera que estén, estos pueblos siempre están haciendo exactamente el mismo género de cosas, llevando exactamente el mismo género de vida, igual que, si nos miramos a nosotros, siempre estamos haciendo exactamente el mismo género de cosas, siempre estamos llevando exactamente el mismo género de vida.
—Pero, ¿qué relación hay entre esto y la transmisión de acumulación cultural por parte de la humanidad durante los tres primeros millones de años de vida humana?
Reflexioné un par de minutos y luego contesté:
—He aquí la relación: los Dejadores están aún transmitiendo la acumulación en todas las formas en que ésta les llega. Pero no así nosotros, pues, hace diez mil años, los fundadores de nuestra cultura dijeron: «Eso no son más que paparruchas, ésa no es la manera como debería vivir la gente», y tiraron todo lo heredado por la borda. Y sin duda eso hicieron, pues, en la época en que sus descendientes entran en la historia, no hay huella de las actitudes e ideas que encontramos por doquier entre los pueblos Dejadores. Además…
—¿Sí?
—Es curioso. Nunca me había parado a pensar en esto… Los pueblos Dejadores siempre son conscientes de una tradición que se remonta a los tiempos primitivos. Nosotros no tenemos esa conciencia. En líneas generales, somos un pueblo muy «nuevo». Toda generación es en cierto modo nueva, más alejada del pasado que la que le precedió.
—¿Qué dice al respecto la Madre Cultura?
—Pues… —contesté, cerrando los ojos—. La Madre Cultura dice que es así como debería ser. El pasado tiene poco que ofrecernos. El pasado es porquería. El pasado es algo que hay que dejar atrás, de lo que hay que escapar.
Ismael asintió, con esta observación:
—Así que… ya ves: habéis acabado convirtiéndoos en unos amnésicos culturales.
—¿Qué quieres decir?
—Hasta que Darwin y los paleontólogos no añadieron a vuestra historia otros tres millones de años, los de tu cultura creían que el nacimiento del hombre y de tu cultura habían sido acontecimientos simultáneos, es decir, que en realidad habían sido un mismo acontecimiento. Lo que yo quiero decir es que los de tu cultura pensáis que el hombre nació de vosotros. Se daba por supuesto que la agricultura era connatural al hombre como la producción de miel lo es para las abejas.
—Ya veo.
—Cuando los de tu cultura se toparon con los cazadores-recolectores de África y América, creyeron que se trataba de gente degenerada respecto de su estado natural, el agrícola; gente que había perdido las artes con las que ellos habían nacido. Los Tomadores no tenían la menor idea de que estaban contemplando lo que ellos mismos habían sido antes de convertirse en agricultores. Para los Tomadores, no había ningún «antes». La creación se había producido sólo unos miles de años antes, y el Hombre Agricultor se había puesto rápidamente manos a la obra para producir civilización.
—Sí, es cierto.
—¿Sabes cómo se produjo eso?
—¿Cómo se produjo qué?
—Cómo se produjo vuestra pérdida total de memoria del período prerrevolucionario, hasta el punto de ni siquiera saber que hubiera existido.
—No, no lo sé. Me gustaría saberlo, pero no lo sé.
—Tú ya te has dado cuenta de que la Madre Cultura enseña que el pasado es una porquería, algo que hay que enterrar para mantenerlo bien alejado de los vivos.
—Ah, sí.
—Y lo que yo pretendo afirmar ahora es que eso es algo que ella lleva enseñándoos desde el mismo principio.
—Sí, ya lo veo. Ahora ya me van encajando las piezas. Yo dije que los Dejadores siempre dan la impresión de ser pueblos con un pasado que se remonta a los albores del tiempo, mientras que los Tomadores siempre dan la impresión de ser pueblos con un pasado que se remonta hasta 1963.
Ismael asintió, y agregó:
—Al mismo tiempo, conviene observar que la antigüedad está muy bien vista por los de tu cultura, siempre y cuando se limite a determinadas funciones. Por ejemplo, los ingleses pretenden que todas sus instituciones —con las ceremonias y parafernalia que las rodean— son antiquísimas, aunque muchas veces no lo sean. Sin embargo, no viven como vivían los antiguos britanos, ni tienen la menor inclinación a vivir como ellos. Y algo muy parecido cabe afirmar de los japoneses. Tienen en gran estima los valores y las tradiciones de sus ancestros más sabios y nobles, y deploran su desaparición, pero no muestran el menor interés por vivir a la manera como vivieron esos antepasados más sabios y nobles. En pocas palabras, que, según los Tomadores, las viejas costumbres están bien para las instituciones, las ceremonias y las festividades, pero no quieren adoptarlas en la vida cotidiana.
—Cierto.