La «agencia», encarnada en una recepcionista, no veía ninguna razón para dejarme entrar en ese despacho ni para facilitarme ningún tipo de información más allá de lo que yo ya sabía: que el inquilino no había cumplido con los términos del contrato y, consiguientemente, se le había hecho llegar la orden de desalojar el lugar. Yo intenté desconcertarla un poco contándole parte de la verdad, pero ella rechazó despectivamente mi insinuación de que un gorila había ocupado hasta hacía poco ese lugar.
—Ningún animal como el que usted menciona se ha alojado, ni se alojará nunca, en ninguno de nuestros inmuebles.
Le pedí que me dijera al menos si Raquel Sokolow había sido la arrendadora de dicho lugar. ¿Qué podía haber de malo en ello?
Pero ella me contestó:
—No hay nada de malo. Lo único que…, si su interés fuera legítimo, sabría de sobra quién es el arrendador.
No era la típica recepcionista, desde luego. Si alguna vez necesito alguna, espero encontrar a una como ella.