—En mi opinión, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el relato de la Caída de Adán es con mucho el relato más famoso del mundo.
—Al menos, en Occidente —puntualicé.
—Oh, también es muy conocido en Oriente, pues ha llegado hasta los últimos rincones del planeta por obra de los misioneros cristianos. Ejerce una poderosa atracción sobre los Tomadores de todas las partes del mundo.
—Sí.
—¿Y por qué es así?
—Supongo que porque intenta explicar lo que salió mal.
—¿Qué es lo que salió mal? ¿Cómo entendió la gente el relato?
—Adán, el primer hombre, comió el fruto del árbol prohibido.
—¿Y qué se supone que significa esto?
—Francamente, no lo sé. Nunca he oído una explicación convincente.
—¿Y el conocimiento del bien y del mal?
—Repito que nunca he oído una explicación convincente. Lo veo como lo ve la mayoría de la gente: que los dioses quisieron probar la obediencia de Adán prohibiéndole algo, sin importar demasiado lo que estaba en juego. Eso es esencialmente la Caída: un acto de desobediencia.
—O sea, que no tiene nada que ver realmente con el conocimiento del bien y del mal.
—Pues no. Aunque supongo que hay gente para la que ese conocimiento del bien y del mal es sólo un símbolo de…, no sabría decir exactamente de qué. Que considera la Caída como una pérdida de la inocencia.
—La inocencia en este contexto es probablemente un sinónimo de ignorancia bienaventurada, ¿no?
—Sí, algo así: el hombre fue inocente hasta que aprendió a distinguir entre el bien y el mal. Cuando dejó de ser inocente, al poseer ese conocimiento, se convirtió en un ser caído.
—Siento decirte que eso no me dice absolutamente nada.
—Ni a mí tampoco, para el caso.
—No obstante, si lees el relato desde otro punto de vista, te explica qué fue lo que falló exactamente, ¿no?
—Sí.
—Pero los de tu cultura nunca han podido comprender esa explicación porque siempre han dado por supuesto que había sido formulada por gente como ellos, gente que daba por supuesto que el mundo estaba hecho para el hombre y que el hombre estaba hecho para conquistarlo y gobernarlo, gente para la que el conocimiento más preciado del mundo era el conocimiento del bien y del mal, gente que consideraba el cultivo del suelo la única manera noble y humana de vivir. Si leéis este relato como un relato escrito por alguien que ve el mundo desde vuestro mismo punto de vista, entonces no tendréis ninguna posibilidad de entenderlo.
—Eso es verdad.
—Pero si lo leéis de otra manera, la explicación cobrará pleno sentido: el hombre nunca podrá poseer la sabiduría que poseen los dioses a la hora de gobernar el mundo, y si intenta arrogarse esa sabiduría, habrá firmado su condena de muerte.
—Sí —asentí—. No me cabe la menor duda al respecto. De eso es de lo que trata el relato. Adán no fue el progenitor de nuestra raza. Fue el progenitor de nuestra cultura.
—Por eso su figura ha tenido siempre tanta importancia para vosotros. Aun cuando el relato como tal no tenga pleno sentido para vosotros, siempre podréis identificaros con su protagonista. Desde el principio, lo reconocéis como uno de los vuestros.