—Una de las muestras más claras de que estas dos historias no fueron producto de vuestros antepasados culturales es el hecho de que la agricultura no aparece descrita como una elección deseable, hecha libremente, sino más bien como una maldición. Para los autores de estas historias, era literalmente inconcebible que alguien pudiera preferir vivir con el sudor de la frente. Así, la pregunta que se hicieron no fue «¿por qué ese pueblo ha adoptado un estilo de vida tan fatigoso?», sino «¿qué terrible fechoría ha debido de cometer ese pueblo para merecer dicho castigo? ¿Qué han hecho para hacer que los dioses les retiren su munificencia, la cual nos permite al resto de los demás pueblos llevar una vida libre de cuidados?».
—Sí, ahora resulta obvio. En nuestra historia cultural, la adopción de la agricultura fue el preludio del ascenso. En estas historias, la agricultura es patrimonio y sino de los caídos.