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—Así pues, volvemos a la pregunta: ¿de dónde sacaron los semitas la idea de que el pueblo de Mesopotamia había comido del Árbol del Conocimiento Divino?

—Pues… —contesté—. Yo diría que fue una especie de reelaboración. Miraron al pueblo contra el que estaban luchando y dijeron: «¡Qué bárbaro! ¿Cómo han podido llegar a ser como son?».

—¿Y cuál fue su respuesta?

—Pues… «¿Qué le pasa a esta gente? ¿Qué problema tienen nuestros hermanos del norte? ¿Por qué nos están haciendo esto a nosotros? Actúan como…». Déjame pensar un poco.

—Tómate tiempo.

—Bien —proseguí unos minutos después—. Te diré lo que creo que debieron de pensar los semitas: «Aquí está pasando algo completamente nuevo. Estos tipos no son una banda de salteadores, ni la clase de gente que traza una línea en el suelo y te enseña los dientes para que sepas que está ahí. Estos tipos están diciendo…, nuestros hermanos del norte están diciendo que tenemos que morir. Están diciendo que hay que aniquilar a Abel. Están diciendo que no se nos va a permitir vivir. Ahora bien, esto es algo completamente nuevo, que nosotros no entendemos. ¿Por qué no pueden ellos vivir ahí siendo agricultores y dejarnos a nosotros vivir aquí siendo pastores? ¿Por qué tienen que asesinarnos?

»Algo realmente extraño debió de pasar allí para que aquella gente se volviera asesina. ¿Qué pudo ser? Un momento… Echemos un vistazo a la manera como vive esa gente. Nadie había vivido así antes. No sólo esa gente está diciendo que nosotros tenemos que morir. Está diciendo también que todo debe morir. No sólo nos está matando a nosotros, sino que está matando a todo bicho viviente. Está diciendo: “Muy bien, leones, a partir de ahora daos por muertos. Ya estamos hartos de vosotros. Os vais a largar de aquí”. Está diciendo: “Muy bien, lobos, también estamos hartos de vosotros, y también os vais a largar de aquí”. Está diciendo… “A partir de ahora no comerá nadie más que nosotros. Todos estos alimentos nos pertenecen a nosotros y nadie más podrá tener alimentos sin nuestro permiso”. Está diciendo: “Vivirá lo que queramos que viva y morirá lo que queramos que muera”.

»¡Eso es! Están actuando como si fueran dioses. Están actuando como si comieran del árbol de la sabiduría de los dioses, como si fueran tan sabios como los dioses y pudieran decretar la vida y la muerte allí donde ellos gusten. Sí, eso es. Eso es lo que debió de ocurrir ahí. Esa gente encontró el árbol de la sabiduría de los dioses y robó parte de su fruto.

»¡Está clarísimo! Es una gente maldita. Se ve enseguida. Cuando los dioses descubrieron lo que habían hecho, dijeron: “De acuerdo, gente malvada, se acabó lo que se daba. A partir de ahora, ya no cuidaremos de vosotros. Desapareced. Os expulsamos del jardín. A partir de ahora, en vez de vivir de nuestra munificencia, deberéis arrancarle al suelo los alimentos con el sudor de la frente”. Y fue así como esos malditos cultivadores del suelo acabaron persiguiéndonos y regando sus campos con nuestra sangre».

Cuando hube concluido, noté que Ismael había juntado las manos a modo de silencioso aplauso.

Yo repliqué con una sonrisita y una modesta inclinación de cabeza.