Permanecí unos instantes algo aturdido, y luego recordé haber visto una Biblia en la vieja colección de libros de Ismael. En realidad, había tres. Las cogí y, después de echarles un vistazo, observé:
—En ninguna de las tres aparece comentario alguno sobre las razones por las que se le prohibió a Adán comer del árbol.
—¿Te lo esperabas?
—Pues…, sí.
—Los Tomadores han escrito mucho, pero esta historia siempre ha sido un misterio impenetrable para ellos. Nunca han llegado a saber por qué se le había prohibido al hombre el conocimiento del bien y del mal. ¿Tú no ves por qué?
—No.
—Como sabes, para los Tomadores, este conocimiento es el mejor de todos, el más beneficioso de cuantos pueda poseer el hombre, entonces, ¿por qué se lo iban a prohibir los dioses?
—Ya, buena pregunta.
—El conocimiento del bien y del mal es el conocimiento fundamental que deben poseer quienes gobiernan el mundo, pues cualquier cosa que hagan puede ser buena para unos y mala para otros. A esto se reduce el gobierno, ¿no?
—Sí.
—Y el hombre nació para gobernar el mundo, ¿no es cierto?
—Sí, según la mitología de los Tomadores.
—Entonces, ¿por qué los dioses privan al hombre del conocimiento que éste necesita para realizar su destino? Desde el punto de vista de los Tomadores, no tiene ningún sentido.
—Cierto.
—La catástrofe se produjo cuando, hace unos diez mil años, los de tu cultura se dijeron: «Somos tan sabios como los dioses y podemos gobernar el mundo igual de bien que ellos». Cuando se hicieron con el poder sobre la vida y la muerte del mundo, firmaron su propia sentencia.
—Sí, al no ser en realidad tan sabios como los dioses.
—Los dioses gobernaron el mundo durante miles de millones de años, y todo funcionó bastante bien. Pero, tras unos pocos miles de años de gobierno humano, el mundo está al borde de la muerte.
—Cierto. Pero los Tomadores nunca darán su brazo a torcer.
Ismael se encogió de hombros.
—Pues entonces morirán. Tal y como estaba vaticinado. Los autores de esta historia sabían de lo que estaban hablando.