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—Hay un principio fundamental que se debe conocer si se pretende gobernar el mundo —comenzó Ismael—. Estoy seguro de que estás de acuerdo con esto.

—Sinceramente, nunca había pensado en ello.

—Los Tomadores poseen este conocimiento, por supuesto, o, al menos, eso imaginan, y están orgullosísimos de poseerlo. Es el conocimiento más importante de todos, absolutamente indispensable para quienes desean gobernar el mundo. ¿Y qué supones que encuentran los Tomadores cuando van al territorio de los Dejadores?

—No sé lo que quieres decir.

—Descubren que los Dejadores no tienen este conocimiento. ¿No es esto curioso?

—Pues no sé qué decirte.

—Reflexiona un poco. Los Tomadores tienen un conocimiento que les permite gobernar el mundo, y los Dejadores carecen de él. Eso es lo que han descubierto los misioneros siempre que han ido al encuentro de los Dejadores. Los Tomadores, por tanto, se mostraron sumamente sorprendidos, pues creían que dicho conocimiento era algo que se daba por supuesto.

—Ni siquiera sé a qué conocimiento te estás refiriendo.

—Al conocimiento que se necesita para gobernar el mundo.

—De acuerdo, pero ¿qué conocimiento en concreto?

—Lo sabrás cuando oigas la historia. Ahora hablaremos de quién posee este conocimiento, y ya te he dicho que los Tomadores son quienes lo poseen. Esto tiene sentido, ¿no? Los Tomadores son los gobernantes del mundo, ¿no es cierto?

—Sí.

—Y los Dejadores no lo tienen, lo cual también tiene sentido, ¿no es cierto?

—Supongo que sí.

—Y ahora dime una cosa. ¿Quién, además de los Tomadores, podría tener dicho conocimiento?

—No tengo la menor idea.

—Piensa en términos mitológicos.

—De acuerdo… Los dioses deberían tener dicho conocimiento.

—Por supuesto. De eso trata mi historia: de cómo adquirieron los dioses el conocimiento necesario para gobernar el mundo.