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—Hace aproximadamente dos mil años —prosiguió Ismael—, dentro de tu cultura se produjo un acontecimiento de exquisita ironía: los Tomadores, o, al menos, un segmento muy amplio de ellos, adoptaron una historia que les pareció cargada de sentido y de misterio. Les llegó de un pueblo Tomador de Oriente Próximo que se la había venido contando a sus hijos durante innúmeras generaciones, tantas que se había convertido en un misterio incluso para ellos. ¿Sabes por qué?

—¿Que por qué se había convertido en un misterio? Pues no.

—Se había convertido en un misterio porque los primeros que les habían contado la historia, sus antepasados más antiguos, no eran Tomadores sino Dejadores.

Permanecí un rato mirándolo con perplejidad. Luego le pregunté si no le importaba repetirme esa historia remota.

—Hace unos dos mil años, los Tomadores adoptaron como propia una historia que había surgido entre los Dejadores muchos siglos antes.

—De acuerdo. Pero no veo ninguna ironía en esto.

—La ironía reside en que era una historia que circulaba entre los Dejadores sobre los orígenes de los Tomadores.

—¿Y bien?

—Pues que los Tomadores adoptaron como propia una historia sobre sus orígenes ideada por los Dejadores.

—Lo siento, pero no lo capto.

—¿Qué clase de historia podía contar el pueblo de los Dejadores sobre la aparición de los Tomadores en el mundo?

—¡Caray, pues no tengo la menor idea!

Ismael me miró inquisitivamente.

—Parece como si esta mañana te hubieras olvidado de tomar la pastilla para el cerebro. Pero no importa. Te contaré una historia, y luego seguro que lo ves más claro.

—Muy bien.

Ismael desplazó su enorme mole corporal de un grupo de cojines a otro, y yo, involuntariamente, cerré los ojos, pensando: Si entrara ahora algún extraño por esa puerta, ¿qué pensaría?