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Al llegar, al día siguiente, descubrí que se me había preparado un nuevo plan: Ismael ya no estaba al otro lado del cristal, sino a este lado, recostado sobre unos cojines, a un metro aproximadamente de mi sillón. Yo no me había percatado de la importancia que había llegado a tener ese cristal para nuestra relación. Y, a decir verdad, sentí cierta alarma en el estómago. Su proximidad, y la enormidad de su cuerpo, me desconcertaron, pero, sin dudarlo ni un segundo, tomé asiento y le hice el saludo habitual. Él me lo devolvió, aunque creí percibir en sus ojos una mirada desconfiada, especulativa, como si nuestra proximidad lo inquietara a él tanto como a mí.

—Antes de proseguir —rompió el silencio unos momentos después—, quiero disipar un malentendido.

Dicho lo cual, me alargó un bloc de dibujo, con un diagrama en la parte superior.

—No es una figura particularmente difícil —agregó—. Representa el devenir histórico de los Dejadors.

—Sí, ya veo.

Añadió algo más y me lo pasó.

—Esta ramificación, producida hacia el 8000 a. de C., representa el inicio de la historia de los Tomadores.

—De acuerdo.

—¿Por qué acontecimiento estuvo marcado? —me preguntó colocando la punta de su lápiz en el punto donde aparecía escrita la fecha del 8000.

—Por la revolución agrícola.

—¿Y se produjo este acontecimiento en un momento determinado o se alargó en el tiempo?

—Supongo que se alargó en el tiempo.

—Entonces ¿qué representa este punto del 8000 a. de C.?

—El comienzo de la revolución.

—¿Y dónde pongo un punto para mostrar su terminación?

—Ah… —balbucí—. Pues no sabría decirlo. Debió de durar unos dos mil años.

—¿Qué acontecimiento marcó el fin de la revolución?

—Tengo que reconocer de nuevo que no lo sé. No sé que hubiera un acontecimiento concreto que marcara dicho fin.

—Así que no se descorchó entonces ninguna botella de champán, ¿no?

—No lo sé.

—Piensa.

Pensé y, unos instantes después, respondí:

—De acuerdo. Es curioso que en los colegios no se enseñe más sobre la revolución agrícola. Creo haber oído algo en clase, pero no recuerdo nada en concreto.

—Sigue.

—No terminó. Simplemente se propagó. No ha dejado de propagarse desde que se iniciara hace unos diez mil años. Se propagó por Norteamérica durante los siglos XVIII y XIX, y todavía se está propagando por algunas partes de Nueva Zelanda, África y Sudamérica.

—Por supuesto. Como ves, vuestra revolución agrícola no es un acontecimiento como la Guerra de Troya, aislado en el pasado remoto y sin una importancia directa para vuestra vida actual. El trabajo comenzado por aquellos agricultores neolíticos del Medio Oriente ha proseguido de generación en generación, sin interrupción hasta el momento actual. Es el fundamento de vuestra vasta civilización actual de la misma manera que fue el fundamento de la primera colonia de agricultores.

—De acuerdo.

—Esto debería ayudarte a entender por qué la historia que contáis a vuestros hijos sobre el sentido del mundo, sobre los designios divinos para con el mundo y sobre el destino del hombre tiene una importancia tan grande para los de vuestra cultura. Es el manifiesto revolucionario sobre el que se basa vuestra cultura. Es la quintaesencia de toda vuestra doctrina revolucionaria y la cabal expresión de vuestro espíritu revolucionario. Ayuda a entender por qué la revolución fue necesaria y por qué tuvo que proseguirse a toda costa.

—Sí —asentí—. Me parece un buen razonamiento.