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—Como puedes comprobar, he dejado un libro junto a tu sillón —dijo Ismael.

Era el American Heritage Book of Indians [El libro grande de los indios americanos].

—Ahora que estamos hablando del tema del control demográfico, ahí en la cubierta tienes un mapa de emplazamientos tribales que puedes encontrar esclarecedor.

Después de echarle un vistazo, me preguntó qué me parecía.

—No sabía que hubiera tantos pueblos diferentes.

—No todos coincidieron en el tiempo, aunque sí la mayoría. Lo que me gustaría que consideraras es qué fue lo que limitó su crecimiento.

—¿Cómo podría ayudarme un mapa en este sentido?

—Quería que vieras que este continente distaba mucho de estar vacío. El control demográfico no era un lujo, era una necesidad.

—De acuerdo.

—¿Alguna idea, pues?

—¿Quieres decir después de echar un vistazo al mapa? No, me temo que no.

—Dime una cosa: ¿qué hacen los de tu cultura si se cansan de vivir en el superpoblado nordeste?

—Muy fácil. Irse a vivir a Arizona, Nuevo México, Colorado… A los grandes espacios abiertos.

—¿Y cómo reaccionan los Tomadores que viven en estos grandes espacios abiertos?

—No les hace mucha gracia. Colocan en los parachoques pegatinas que dicen: «Si amas Nuevo México, vuelve a tu estado de origen».

—Pero no vuelven a su estado de origen.

—No, siguen afluyendo.

—¿Por qué los Tomadores de estas zonas no pueden contener el aluvión de gente? ¿Por qué no pueden controlar el crecimiento demográfico del nordeste?

—No sé. No veo cómo podrían hacerlo.

—Así pues, aquí nos enfrentamos a un crecimiento desmesurado en una parte del país que nadie se preocupa por contener, pues el excedente de gente siempre puede desplazarse a los grandes espacios abiertos del oeste.

—Exacto.

—Sin embargo, cada uno de estos estados tiene sus fronteras. ¿Por qué estas fronteras no les impiden el paso?

—Porque son sólo líneas imaginarias.

—Exacto. Lo único que tenéis que hacer para convertiros en arizonianos es atravesar esa línea imaginaria y ya está. Pero en lo que quiero que te fijes es que en los lindes de cada uno de los pueblos Dejadores de este mapa había una frontera que no era en modo alguno imaginaria: una frontera cultural. Por ejemplo, si los navajos notaban que adolecían de superpoblación, no se decían: «Bueno, como los hopis tienen un montón de espacio libre, vamos para allá y nos volvemos hopis». Tal cosa habría sido impensable. En pocas palabras, los neoyorkinos de hoy en día pueden resolver sus problemas demográficos volviéndose arizonianos, pero los navajos no podían resolver sus problemas demográficos volviéndose hopis. Esas fronteras culturales eran unas fronteras que nadie podía franquear tras una simple decisión personal.

—Cierto. Pero los navajos sí podían franquear la frontera territorial de los hopis sin franquear su frontera cultural.

—Quieres decir que podían invadir el territorio hopi. Sí, sin duda. Pero lo que yo pretendo decir sigue en pie. Si entrabas en territorio hopi, no te daban un formulario para que lo rellenaras, sino que te mataban sin más. La cosa funcionaba muy bien: constituía un motivo muy poderoso para que la gente controlara su crecimiento.

—Sí, ya lo creo.

—Ningún pueblo controlaba su crecimiento por el bien de la humanidad o del medio ambiente. Controlaba su crecimiento porque, para la mayoría, esto resultaba más fácil que declarar la guerra a los vecinos. Por supuesto, había también algunos que no se esforzaban demasiado en controlar su crecimiento, pues no les importaba en absoluto entrar en guerra con sus vecinos. No pretendo decir que éste fuera el reino pacífico soñado por un visionario utópico. En un mundo en el que ningún Gran Hermano supervisa la conducta de los demás ni les garantiza sus derechos de propiedad, es rentable tener fama de intrépido y feroz, y esta fama no se adquiere precisamente enviando a tus vecinos unas notas de advertencia. Los vecinos deben saber exactamente lo que se les puede venir encima si no controlan su crecimiento y no se quedan dentro de las fronteras de su territorio.

—Ya, ya veo. O sea, que se controlaban recíprocamente.

—Pero no sólo levantando fronteras territoriales infranqueables. También sus fronteras culturales eran infranqueables. La población excesiva de los narraganset no podía liar el petate sin más y dirigirse al oeste, al territorio cheyenne. Los narraganset tenían que quedarse donde estaban y controlar su población.

—Sí. Éste es un caso más en el que la diversidad parece funcionar mejor que la homogeneidad.