—Bien, ¿y qué es lo que hemos descubierto hasta ahora?
—Pues que toda especie que se sitúa al margen de las normas de la competencia acaba destruyendo a la comunidad a fin de fomentar su propia expansión.
—¿Toda especie? ¿Incluido el hombre?
—Evidentemente. Eso es lo que está ocurriendo aquí en realidad.
—Entonces coincidirás conmigo en que esto, al menos esto, no se debe a cierta maldad misteriosa, privativa de la raza humana. No es un defecto imponderable del hombre lo que ha convertido a los de tu cultura en destructores del mundo.
—No. Lo mismo ocurriría con cualquier especie, al menos con cualquier especie suficientemente fuerte para hacerlo; siempre y cuando todo aumento en el suministro alimenticio vaya acompañado por un aumento demográfico.
—Dado un suministro alimenticio en expansión, cualquier población acaba expandiéndose. Esto es cierto para cualquier especie, incluida la humana. Los Tomadores han venido haciendo esto durante diez mil años. Durante diez mil años han venido incrementando sin cesar la producción de alimentos para dar de comer a una población incrementada, y, cada vez que han hecho esto, la población ha aumentado más aún.
Permanecí un minuto en silencio, reflexionando. Luego observé:
—La Madre Cultura no está de acuerdo.
—Claro que no. Estoy seguro de que disiente en sumo grado. ¿Qué es lo que dice, por cierto?
—Dice que podemos incrementar la producción de alimentos sin necesidad de aumentar nuestra población.
—¿Con qué fin? ¿Para qué incrementar entonces la producción de alimentos?
—Para alimentar a los millones de personas que se están muriendo de hambre.
—Y, al alimentarlos, ¿consigues de ellos la promesa de que no se reproducirán?
—Bueno… No, eso no forma parte del plan.
—Entonces, ¿qué ocurrirá si alimentas a los millones que se mueren de hambre?
—Se reproducirán y nuestra población aumentará.
—No lo dudes. Es un experimento que se ha realizado en tu cultura con regularidad anual desde hace diez mil años, con resultados completamente previsibles: aumentar la producción para alimentar a una población en crecimiento tiene como resultado un ulterior incremento de la población. Obviamente, tiene que darse este resultado, y vaticinar otro distinto es sencillamente entregarse a fantasías biológicas y matemáticas.
—Aun así… —estuve otro rato reflexionando—, la Madre Cultura dice que el control de la natalidad puede solucionar este problema.
—Si eres lo suficientemente bobo como para debatir este tema con algunos de tus amigos, descubrirás que exhalan un suspiro de alivio al recordar que existe esta solución. «¡Uff! ¡Menos mal!». Como el alcohólico que jura que dejará la bebida antes que arruinar su vida. Pero el control demográfico global es algo que siempre se deja para el futuro. Ya iba a ocurrir en el futuro cuando erais tres mil millones en 1960. Y ahora que sois cinco mil millones, sigue siendo algo que va a ocurrir en el futuro…
—Cierto. Sin embargo, podría ocurrir.
—Podría, sin duda, pero no mientras estéis representando esta historia. Entre tanto, seguiréis respondiendo a la hambruna con una mayor producción de alimentos. ¿No has visto los anuncios para enviar comida a los pueblos hambrientos de todo el mundo?
—Sí.
—Pero no has visto nunca anuncios para enviar anticonceptivos.
—No.
—Nunca. La Madre Cultura habla siempre según le conviene. Si le mencionas la explosión demográfica, te habla de control demográfico global, pero si le mencionas la hambruna de tanta gente, te habla de incrementar la producción de alimentos. Pero ocurre que la producción de alimentos se realiza todos los años, mientras que el control demográfico global es algo que nunca llega a realizarse.
—Cierto.
—Tu cultura en general no da mucho valor al control demográfico global. Pero lo que hay que tener en cuenta aquí es que nunca le dará mucho valor mientras estéis representando una historia que dice que los dioses hicieron el mundo para el hombre. Mientras estéis representando esa historia, la Madre Cultura exigirá para hoy una mayor producción de alimentos y prometerá para mañana, sólo para mañana, el control demográfico.
—Sí. Ya veo lo que quieres decir. Pero tengo una pregunta al respecto.
—Adelante.
—Ya sé lo que dice la Madre Cultura sobre el hambre en el mundo. ¿Y qué es lo que dices tú al respecto?
—¿Yo? Yo no digo nada; sólo que tu especie no está exenta de las realidades biológicas que rigen a todas las demás.
—Pero ¿cómo aplicas esto al hambre?
—El hambre no es un fenómeno exclusivo de los humanos. Todas las especies están sujetas al hambre, en cualquier rincón del mundo. Cuando la población de una especie supera los recursos alimenticios disponibles, dicha población disminuye hasta hallarse de nuevo en equilibrio con sus recursos. Pero como la Madre Cultura dice que los humanos deberían estar exentos de dicho proceso, cuando se encuentra con una población que ha excedido sus recursos se lanza a importar alimentos, asegurando así que haya más gente aún que se muera de hambre en la siguiente generación. Y como a una población no se le permite nunca disminuir hasta poder bastarse con sus propios recursos, el hambre se convierte en un fenómeno crónico.
—Sí. Hace unos años, leí en el periódico algo sobre un ecologista que había dicho esto mismo en una conferencia sobre el hambre. ¡Caray, casi lo ahorcan! Lo acusaron poco menos que de asesino.
—Sí, me lo creo. Sus compañeros de todo el mundo saben perfectamente de lo que está hablando, pero no son tan insensatos como para enfrentarse a la Madre Cultura, y a su incuestionada benevolencia. Si hay cuarenta mil personas en una zona que sólo puede alimentar a treinta mil, no se les hace ningún favor llevando hasta allí comida para alimentar a los cuarenta mil. A la larga, eso no hará sino perpetuar la situación de hambruna.
—Cierto. Pero, sin embargo, resulta difícil quedarse con los brazos cruzados y dejar que esa gente se muera de hambre.
—Así habla exactamente quien imagina gobernar por elección divina. «Yo no permitiré que muera de hambre esa gente. Yo no permitiré que se produzcan sequías. Yo no permitiré que se desborden los ríos». Son los dioses quienes permiten que ocurran esas cosas, no vosotros.
—Buen razonamiento —exclamé—. Aun así, tengo una pregunta más que hacerte al respecto. —Ismael asintió con la cabeza—. Aquí, en EE. UU., nosotros incrementamos tremendamente la producción de alimentos cada año, y sin embargo el aumento demográfico es aquí relativamente moderado. Por otra parte, el crecimiento demográfico es enorme en países con una pobre producción agrícola. Esto parece contradecir tu correlación entre producción de alimentos y crecimiento demográfico.
Ismael sacudió la cabeza con una mueca de leve disgusto.
—El fenómeno, tal y como yo lo observo, es el siguiente: a todo aumento en la producción para alimentar a una población mayor se contesta con otro incremento demográfico. Como ves, aquí no se dice nada sobre dónde se producen dichos incrementos.
—No lo capto.
—Un incremento en la producción de alimentos en Nebraska no origina necesariamente un incremento demográfico en Nebraska. Puede originar un incremento demográfico en algún lugar de la India o de África.
—Sigo sin captarlo.
—Todo incremento en la producción de alimentos va acompañado de un incremento demográfico en alguna parte. En otras palabras, alguien consume los excedentes de Nebraska, y si este alguien no existiera, los agricultores de Nebraska dejarían de producir dichos excedentes, sin dudarlo.
—Cierto —asentí, sumido en nuevas reflexiones—. ¿Estás sugiriendo, entonces, que los productores del Primer Mundo están alimentando la explosión demográfica en el Tercer Mundo?
—En última instancia —contestó—, ¿quiénes, si no, podrían hacer esto?
Me quedé mirándolo fijamente.
—Hay que dar un paso atrás para ver el problema desde una perspectiva global. En el momento actual, hay cinco mil millones y medio de humanos en el mundo, y, aunque hay muchos millones que se están muriendo de hambre, estáis produciendo suficiente comida para alimentar a seis mil millones, y como estáis produciendo suficiente comida para alimentar a seis mil millones, es un postulado biológico que, en un plazo de tres o cuatro años, habrá seis mil millones de humanos. Para entonces, empero, aun cuando varios millones se estén muriendo de hambre, estaréis produciendo suficientes alimentos para seis mil millones y medio, lo que significa que, en otro plazo de tres o cuatro años, seréis seis mil millones y medio. Pero, para entonces, produciréis suficientes alimentos para siete mil millones, aun cuando muchos millones se estén muriendo de hambre, lo que a su vez significará que, en otro plazo de tres o cuatro años, seréis siete mil millones. Para poder detener este proceso, tenéis que asumir el hecho de que una mayor producción de alimentos no da de comer a vuestros hambrientos, sino que incentiva más aún vuestra explosión demográfica.
—Eso lo entiendo. Pero ¿cómo se puede detener una producción de alimentos cada vez mayor?
—De la misma manera que tenéis que dejar de destruir la capa de ozono o de esquilmar las selvas tropicales. Cuando hay voluntad es mucho más fácil encontrar un método.