—¿Qué es la ley de la gravedad? —me preguntó Ismael, sorprendiéndome de nuevo con un brusco cambio de tema.
—¿La ley de la gravedad? Pues, la ley de la gravedad dice… que en el universo todas las partículas se atraen mutuamente, atracción que varía según la distancia que existe entre ellas.
—Y esa ley se formuló… ¿a partir de qué?
—¿Qué quieres decir?
—Dicha ley se sacó… ¿mirando a dónde?
—Pues… mirando a la materia, supongo. Al comportamiento de la materia.
—No se sacó del estudio pormenorizado de los hábitos de las abejas.
—No.
—Claro, si quieres comprender los hábitos de las abejas, estudias las abejas, no la formación de las montañas.
—Correcto.
—Y si tuvieras la curiosa impresión de que podría haber una serie de leyes sobre cómo vivir, ¿a dónde mirarías?
—No lo sé.
—¿Mirarías a los cielos?
—No.
—¿Escarbarías en el mundo de las partículas subatómicas?
—No.
¿Estudiarías las propiedades de la madera?
—No.
—Venga, a ver si lo adivinas.
—¿La antropología?
—La antropología es una ciencia, al igual que la física. ¿Descubrió Newton la ley de la gravedad leyendo un libro de física? ¿Estaba la ley formulada en un libro semejante?
—No.
—¿Dónde estaba escrita?
—En la materia, en el universo de la materia.
—Entonces, si existe una ley relativa a la vida, ¿dónde se encontrará escrita?
—Supongo que en la conducta humana.
—Tengo unas noticias increíbles para ti. El hombre no está solo en este planeta. Forma parte de una comunidad, de la que depende por entero. ¿No se te ha ocurrido nunca esta posibilidad?
Fue la primera vez, desde que le conocía, que le vi enarcar una ceja.
—No tienes por qué ser sarcástico —le hice saber.
—¿Cómo se llama la comunidad de la que el hombre forma parte integrante?
—La comunidad de la vida.
—Muy bien. ¿Te parece plausible que la ley que estamos buscando se halle escrita en esa comunidad?
—No lo sé.
—¿Qué dice la Madre Cultura?
Cerré los ojos y permanecí a la escucha durante unos instantes.
—La Madre Cultura dice que, si existiera dicha ley, no se aplicaría a los humanos.
—¿Por qué no?
—Porque nosotros estamos muy por encima del resto de esa comunidad.
—Ya veo. ¿Y no se te ocurre ninguna otra ley de la que estéis exentos por el hecho de ser humanos?
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que las vacas y las cucarachas están sujetas a la ley de la gravedad. ¿Están exentas?
—No.
—¿Estáis exentos vosotros de las leyes de la aerodinámica?
—No.
—¿De la genética?
—No.
—¿De la termodinámica?
—No.
—¿Se te ocurre alguna ley de la que estén exentos los humanos?
—Así, de repente, no.
—Pues… házmelo saber si se te ocurre. Sería una auténtica novedad.
—Muy bien.
—Pero, entre tanto, si hubiera una ley que rigiera el comportamiento de la comunidad de la vida en general, los humanos estarían exentos de ella, ¿no?
—Pues…, eso es lo que dice la Madre Cultura.
—¿Y qué dices tú?
—Yo no lo sé. No veo cómo una ley que existe para las tortugas y las mariposas podría tener una particular relevancia para nosotros. Supongo que las tortugas y las mariposas obedecen esa ley de la que estás hablando.
—Sí, en efecto. Y, en cuanto a la relevancia, supongo que las leyes de la aerodinámica no siempre fueron relevantes para vosotros, ¿verdad que no?
—No.
—¿Cuándo empezaron a ser relevantes?
—Pues… cuando quisimos volar.
—Cuando quisisteis volar, las leyes que rigen el vuelo se volvieron relevantes.
—Sí, así es.
—Y ahora que estáis al borde de la extinción y queréis vivir un poco más, las leyes que rigen la vida podrían volverse relevantes, ¿no?
—Sí, supongo que sí.