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—Y ¿cómo te sientes hoy? —preguntó Ismael—. ¿Sudor en las manos? ¿Palpitaciones cardíacas?

Lo miré con aire pensativo a través del cristal que nos separaba. Aquel tono jocoso era algo nuevo, y no estaba seguro de que me gustara particularmente. Estuve tentado de recordarle que él no era más que un gorila, oiga usted, pero me contuve y musité en cambio:

—Bueno, relativamente tranquilo, por ahora.

—Bien. Al igual que el Segundo Sicario de Macbeth, tú eres un hombre al que las bofetadas del mundo le tienen tan quemado que haría lo que fuera por escupirle al mundo.

—Exactamente.

—Entonces, vamos a empezar. Nos enfrentamos aquí a un muro, justo en la frontera del pensamiento de tu cultura. Ayer yo lo llamé «monumento», pero supongo que no hay nada que impida que un muro sea también un monumento. En cualquier caso, este muro es un axioma según el cual el hombre no puede saber cómo debe vivir. Yo rechazo dicho axioma y voy a franquear dicho muro. No necesitamos que un profeta venga a decirnos cómo hay que vivir; podemos descubrirlo por nosotros mismos mirando lo que hay realmente ahí.

Como no tenía nada que comentar al respecto, me limité a encogerme de hombros.

—Es natural que te muestres escéptico. Según los Tomadores, en el universo se puede encontrar todo tipo de información útil, pero no hay ninguna sobre la manera en que debe vivir la gente. Estudiando el universo, habéis aprendido a volar, a desintegrar los átomos, a mandar mensajes a los astros a la velocidad de la luz, etcétera; pero no sabéis estudiar el universo a fin de obtener el conocimiento más básico y necesario de todos: cómo debéis vivir.

—Cierto.

—Hace un siglo, los que querían volar se hallaban exactamente en la misma situación sobre cómo volar. ¿Ves a qué me refiero?

—No. No veo a qué viene eso ahora.

—Entonces nadie estaba en absoluto seguro de que se pudiera aprender a volar. Unos decían simplemente que era algo imposible, por lo que no servía de nada el intentarlo siquiera. ¿Ves ahora la similitud?

—Sí, supongo que sí.

—Pero aún se pueden decir más cosas que abundan en dicha similitud. En aquella época, nadie sabía a ciencia cierta que se pudiera volar. Cada cual tenía su propia teoría. Unos decían: «La única manera de conseguir volar es imitando al pájaro; basta con tener un par de alas que se muevan». Otros decían: «No basta con un par de alas; hay que tener dos pares». Otros argumentaban: «Paparruchas. Los aviones de papel vuelan sin alas móviles; basta con un par de alas rígidas y una fuente de alimentación eléctrica para mantenerte flotando en el aire». Y así sucesivamente. Podían pasar todo el día exponiendo sus opiniones personales, pues no había nada al respecto que fuera absolutamente cierto. Lo único que podían hacer era proceder según el método del ensayo y el error.

—Ehh… Ummmm…

—¿Qué les habría permitido proceder de una manera más eficaz?

—Pues, como tú mismo dices, si hubieran tenido conocimientos más precisos…

—Pero ¿qué conocimientos en concreto?

—Yo qué sé… Por ejemplo, saber cómo despegar de la tierra. Saber que el aire que pasa por los álabes…

—¿Qué estás tratando de describir?

—Estoy tratando de describir lo que ocurre cuando el aire pasa por los álabes…

—Quieres decir lo que siempre ocurre cuando el aire pasa por los álabes, ¿no?

—Eso es.

—¿Cómo se llama eso? ¿Cómo se llama una formulación que describe lo que siempre ocurre cuando se dan ciertas circunstancias?

—Una ley.

—Exactamente. Los primeros aviadores tuvieron que proceder según el método del ensayo y el error porque no conocían las leyes de la aerodinámica; ni siquiera sabían que existieran dichas leyes.

—Ya. Ya veo a dónde quieres ir a parar.

—Los de tu cultura se encuentran en las mismas condiciones cuando tratan de saber cómo se debe vivir. Tienen que proceder según el método del ensayo y el error, pues no conocen ninguna ley en tal sentido…, y ni siquiera saben que existen tales leyes.

—Y yo estoy de acuerdo con la gente —corroboré.

—Tú estás seguro de que no puede descubrirse ninguna ley sobre cómo debe vivir la gente.

—Así es. Por supuesto, se están aprobando leyes constantemente, como las leyes contra el consumo de drogas, pero son leyes que se pueden cambiar mediante una votación. Pero tú no puedes cambiar las leyes de la aerodinámica mediante una votación, además de que no existen leyes de ese tipo sobre cómo debe vivir la gente.

—Entiendo. Eso es lo que enseña la Madre Cultura, y en esto tú la sigues. Pero, bueno, al fin tienes una idea bastante clara de lo que pretendo mostrarte: una ley que no está sujeta a ningún cambio ni a ninguna votación.

—Muy bien. Mi mente está abierta, pero no me imagino en absoluto cómo me puedes demostrar tal cosa.