—¿Has visto muchos lugares de interés durante tus viajes?
—¿Que si he visto qué? —parpadeé con aire estúpido.
—Que si te has esforzado por ver los lugares de interés local.
—Supongo que sí. Algunas veces.
—Estoy seguro de que habrás reparado en que sólo los turistas miran realmente los lugares de interés local. A todos los efectos, éstos resultan invisibles a los nativos por el simple hecho de estar siempre ahí, a la vista general.
—Sí, así es.
—Esto es lo que hemos estado haciendo en nuestro viaje hasta ahora. Hemos estado recorriendo tu patria cultural mirando los hitos que los nativos no ven nunca. A un visitante de otro planeta le parecerían notables, incluso extraordinarios; pero los nativos de tu cultura los dan por supuestos y ni siquiera reparan en ellos.
—Es cierto. Has tenido que sujetarme la cabeza con ambas manos y dirigirla hacia un lugar, diciendo: «¿No ves eso?». Y yo he contestado muchas veces: «¿Ver qué? No hay nada que ver».
—Hoy hemos pasado la mayor parte del tiempo mirando uno de vuestros monumentos más impresionantes: el axioma según el cual no se puede tener un conocimiento cabal de cómo debe vivir la gente. La Madre Cultura pide que se crea esto sin más, sin pruebas, como algo intrínsecamente indemostrable.
—Cierto.
—¿Y la conclusión que tú sacas de este axioma es…?
—Que, por lo tanto, no sirve de nada buscar dicho conocimiento.
—Cierto. Según vuestros mapas, el mundo del pensamiento está delimitado por vuestra cultura. Termina en la frontera de vuestra cultura, y si os aventuráis más allá de ella, sencillamente os caeréis por el borde del mundo. ¿Ves lo que quiero decir?
—Creo que sí.
—Mañana nos armaremos de valor y cruzaremos esa frontera. Y, como verás, no nos caeremos por el borde del mundo. Simplemente nos encontraremos en un nuevo territorio, en un territorio nunca explorado por nadie de vuestra cultura, pues no figura en vuestros mapas, ni puede figurar.