4

—Hace unos días —prosiguió Ismael—, califiqué de mosaico tu explicación sobre por qué las cosas están como están. Lo que hemos visto hasta ahora es sólo una viñeta de dicho mosaico, o un esbozo del cuadro general. Aquí no vamos a considerar los trocitos de ese mosaico. Eso es algo que puedes hacer fácilmente tú solo cuando hayamos terminado.

—De acuerdo.

—Sin embargo, en dicha viñeta hay un elemento de capital importancia que conviene mencionar antes de seguir adelante… Uno de los rasgos más curiosos de la cultura de los Tomadores es su apasionada y generalizada dependencia de los profetas. El influjo de personajes como Moisés, Gautama Buda, Confucio, Jesús y Mahoma en la historia de los Tomadores es sencillamente grandísimo. Estoy seguro de que eres consciente de ello.

—Sí.

—Pero lo más curioso es el hecho de que no haya absolutamente nada de esto entre los Dejadores, a no ser como reacción a alguna experiencia desgraciada con la cultura tomadora, como es el caso de Wovoka, Ghost Dance, John Frumm o los cultos Cargo del Pacífico Sur. Aparte de estos casos, entre los Dejadores no existe una tradición de profetas surgidos para orientarlos en la vida y darles nuevos marcos de leyes o nuevos principios por los que regirse.

—Algo de esto ya se me había ocurrido a mí. Supongo que se le ocurre también a mucha gente. Creo que es… no sé…

—Sigue.

—Creo que el sentir general es, qué caramba, ¿a quién le importa esa gente? Quiero decir, que no es ninguna gran sorpresa que los salvajes no tengan profetas. Dios no se interesó realmente por la humanidad hasta que no aparecieron los simpáticos agricultores del Neolítico.

—Sí, esa idea parece bastante extendida. Pero a lo que quiero referirme ahora no es a la ausencia de profetas entre los Dejadores, sino al enorme influjo que los profetas han ejercido entre los Tomadores. Millones de personas se han mostrado dispuestas a respaldar al profeta de su elección, incluso con la propia vida. ¿Qué es lo que hace que sean tan importantes?

—Buena pregunta, sí señor; pero no creo que conozca la respuesta.

—¿No? Intenta hacerte esta otra pregunta: ¿qué estaban tratando de hacer aquí los profetas?

—A eso ya has contestado tú mismo hace un minuto. Estaban tratando de arreglar las cosas y decirnos cómo debíamos vivir.

—Una información realmente vital. Vale la pena morir por ella, sin duda.

—Sin duda.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué necesitáis que unos profetas os digan cómo debéis vivir? ¿Por qué necesitáis que alguien os diga cómo debéis vivir?

—Ah, vale. Ya veo a dónde pretendes llegar. Necesitamos que los profetas nos digan cómo debemos vivir porque, de lo contrario, no sabríamos cómo vivir.

—Claro. Las cuestiones sobre cómo vivir siempre acaban convirtiéndose entre los Tomadores en cuestiones religiosas, sobre las que disputan los profetas. Por ejemplo, cuando el aborto empezó a ser legalizado en este país, al principio fue tratado como un asunto puramente civil. Pero cuando la gente empezó a abrigar dudas al respecto, acudió a sus profetas, y el asunto se convirtió enseguida en una disputa religiosa, donde los distintos bandos buscaban el apoyo de clérigos. De la misma manera, el legalizar o no drogas como la heroína y la cocaína es una cuestión que se está debatiendo actualmente en términos fundamentalmente empíricos; pero en cuanto se convierta en una seria posibilidad, determinada gente empezará a esgrimir citas de las Escrituras para ver lo que sus profetas sentencian al respecto.

—Sí, así es. Es una reacción tan automática que la gente la da simplemente por descontada.

—Hace un minuto has dicho: «Necesitamos profetas para que nos digan cómo debemos vivir, pues de lo contrario no sabríamos cómo hacerlo». ¿Por qué? ¿Por qué no sabríais vivir sin profetas?

—Buena pregunta. Yo diría que porque… Mira, por ejemplo, el caso del aborto. Podemos estar discutiendo sobre el tema miles de años; pero nunca va a haber un argumento suficientemente sólido para zanjar la discusión, pues cada argumento tiene su contraargumento. Así, es imposible saber lo que debemos hacer. Por eso tenemos necesidad de un profeta. El profeta sí sabe.

—Sí, creo que es eso. Pero sigue en pie la pregunta: ¿Por qué vosotros no sabéis?

—Creo que la pregunta sigue en pie pues…, porque no sé contestarla.

—Vosotros sabéis fisionar átomos, llegar a la luna y combinar genes, pero no sabéis cómo debe vivir la gente.

—Cierto.

—¿Y por qué? ¿Qué tiene que decir al respecto la Madre Cultura?

—¿Eh? —exclamé, cerrando los ojos. Y, un par de minutos después, proseguí—: La Madre Cultura dice que es posible tener cierto conocimiento de cosas como, por ejemplo, los átomos, los viajes espaciales y los genes, pero que no existe un conocimiento cierto sobre cómo debe vivir la gente. No está a nuestra disposición, y por eso no lo tenemos.

—Ya veo. Y, tras escuchar a la Madre Cultura, ¿qué dices mismo?

—Pues en este caso tengo que decir que estoy de acuerdo. El saber cómo debe vivir la gente es un conocimiento que simplemente no está a nuestra disposición.

—En otras palabras, que lo mejor que se puede hacer, puesto que no hay nada «a vuestra disposición», es buscar en vuestro interior. Eso es lo que se está haciendo en el debate sobre la legalización de las drogas. Cada bando plantea su postura de acuerdo con lo que considera razonable, y elijáis uno u otro bando, no sabréis si habéis tomado la decisión correcta.

—Eso es absolutamente cierto. No se trata de hacer lo correcto porque no hay manera de saber qué es lo correcto. Se trata de una especie de votación.

—Y tú estás completamente seguro de que no hay ninguna manera de saber a ciencia cierta cómo debe vivir la gente.

—Completamente seguro.

—¿Cómo consigues tener esa seguridad?

—No lo sé. Saber cómo hay que vivir… eso no está al alcance de la mano, como sí lo está otro tipo de cosas. Como digo, no está ahí, a la mano.

—¿Pero alguno de vosotros ha mirado por ahí?

Esbocé una risita burlona.

—¿Alguien ha dicho alguna vez: «Bien, como tenemos cierto conocimiento de tantas otras cosas, por qué no vemos si podemos tener cierto conocimiento de cómo se debe vivir»? ¿Alguien ha dicho esto alguna vez?

—Lo dudo.

—¿Y no te parece extraño? Considerando el hecho de que éste es con mucho el problema más importante que tiene planteado la humanidad, que siempre ha tenido planteado, lo lógico es que hubiera toda una rama de la ciencia dedicada a ello. En cambio, descubrimos que no hay ningún humano que se haya preguntado nunca si existe por ahí algún conocimiento de este tipo.

—Nosotros sabemos que no existe.

—Sin siquiera poneros a buscar, quieres decir.

—Correcto.

—No es un procedimiento muy científico que digamos para una especie tan científica como la humana.

—Ya.