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Para asombro mío, Ismael cogió una ramita del montón que había delante de él y la agitó en mi dirección en señal de entusiasta aprobación.

—Una vez más, debo decir que ha sido excelente —exclamó, arrancando de un bocado la punta—. Pero, por supuesto, te darás cuenta de que, si hubieras contado esta parte de la historia hace cien o cincuenta años, habrías hablado sólo de un paraíso venidero. La idea de que la conquista del mundo por el hombre hubiera podido no ser beneficiosa te habría resultado completamente estrafalaria. Hasta hace tres o cuatro décadas, los de tu cultura estaban convencidos de que las cosas iban a ir cada vez mejor. No había ningún punto final a la vista.

—Sí, así es.

—Pero hay un elemento de la historia que has dejado fuera, un elemento necesario para completar la explicación que predomina en tu cultura sobre por qué las cosas están como están.

—¿Cuál es ese elemento?

—Creo que te lo puedes imaginar. Hasta ahora tenemos lo siguiente: El mundo fue hecho para que el hombre lo conquistara y dominara; bajo el dominio humano debía convertirse en un paraíso. Obviamente, a esto hay que ponerle un «pero». Los Tomadores siempre supieron que el mundo distaba mucho de ser el paraíso que se suponía que debía ser.

—Es verdad. Déjame pensar… Veamos: el mundo se hizo para que el hombre lo conquistara y sometiera, pero su conquista resultó ser más destructiva de lo previsto.

—No me has prestado atención. El «pero» formaba parte de la historia mucho antes de que vuestra conquista resultara globalmente destructiva. El «pero» estaba ya ahí para explicar todos los fallos de vuestro paraíso: guerras, brutalidad, pobreza, injusticia, corrupción, tiranía… Y aún hoy sigue ahí para explicar la hambruna, la opresión, la proliferación nuclear y la contaminación. Es lo que explicó la Segunda Guerra Mundial, y lo que explicaría la Tercera, de llegar ésta a producirse.

Le miré sin saber qué decir.

—Esto es un lugar común. Cualquier estudiante de tercero podría llegar a esta conclusión.

—Seguro que llevas razón, pero no veo aún…

—Vamos, piensa otro poco. ¿Qué es lo que ha fallado aquí? ¿Qué es lo que siempre ha fallado aquí? Bajo el dominio del hombre, el mundo debería haberse convertido en un paraíso, pero…

—Pero la gente lo estropeó.

—Sí. ¿Y por qué lo estropeó la gente?

—¿Por qué?

—¿Lo estropeó porque no quería que fuera un paraíso?

—No. Por lo que parece…, la gente estaba condenada a estropearlo. Quería convertir el mundo en un paraíso, pero, al ser humana, estaba condenada a estropearlo.

—Pero ¿por qué? ¿Por qué, al ser humana, estaba la gente condenada a estropearlo?

—Porque hay algo que falla básicamente en el hombre. Algo que lo vuelve reacio al paraíso. Algo que le hace ser estúpido, destructivo, ávido y miope.

—Sí. Todos los de tu cultura sabéis eso. El hombre nació para convertir el mundo en un paraíso, pero, por algún designio trágico, nació defectuoso, tarado. Y, así, su paraíso siempre ha estado lastrado por la estupidez, la avaricia, la destructividad y la miopía.

—Así es.