1

—Ya tenemos el comienzo y la parte central de la historia —manifestó Ismael al reanudar la charla al día siguiente—. El hombre está empezando por fin a cumplir su destino. La conquista del mundo ya se ha puesto en marcha. ¿Y cómo termina la historia?

—Creo que debería haber seguido adelante ayer. Me da la impresión de haber perdido el hilo.

—Tal vez no estaría mal oír el final de la segunda parte.

—Buena idea. —Rebobiné la cinta un minuto o dos y le di a play:

«El hombre quedaba por fin libre de todas aquellas limitaciones… Las limitaciones de la vida de cazador-recolector habían frenado al hombre durante tres millones de años. Con la agricultura, aquellas limitaciones desaparecieron, y el ascenso del hombre fue meteórico. El asentamiento dio origen a la división del trabajo. La división del trabajo dio origen a la tecnología. Con la tecnología llegaron el intercambio y el comercio. Con el intercambio y el comercio llegaron las matemáticas, la literatura, la ciencia y todo lo demás. Todo echó a andar por fin, y el resto, como suele decirse, es historia».

—Bien —declaré—. De acuerdo. El destino del hombre era conquistar y dominar el mundo, y eso es lo que hizo, o casi. No lo consiguió del todo, y al parecer eso fue su perdición. El problema es que, al conquistar el mundo, el hombre lo devastó. Y, a pesar del dominio alcanzado, no tiene suficiente poder para dejar de devastar el mundo, o para reparar la devastación perpetrada. Los hombres hemos arrojado nuestros vertidos contaminantes en el mundo como si fuera un pozo sin fondo, y seguimos haciéndolo sin cesar. Hemos malgastado unos recursos insustituibles como si no fueran a agotarse nunca, y los seguimos malgastando. Resulta difícil imaginar que el mundo pueda sobrevivir otro siglo sometido a este maltrato, pero nadie está haciendo realmente nada para impedirlo. Es un problema que nuestros hijos tendrán que resolver, o los hijos de nuestros hijos.

»Sólo una cosa puede salvarnos. Tenemos que incrementar nuestro dominio sobre el mundo. Todos estos daños son producto de nuestra conquista del mundo, pero tenemos que seguir conquistándolo hasta que nuestro dominio sea absoluto. Entonces, cuando nuestro control sea total, todos los problemas habrán desaparecido. Tendremos capacidad nuclear. Ya no habrá contaminación. Abriremos y cerraremos el grifo de la lluvia a discreción. Cultivaremos una fanega de trigo en un centímetro cuadrado de terreno. Convertiremos los océanos en granjas. Controlaremos los fenómenos meteorológicos: ya no habrá huracanes, tornados, sequías ni heladas intempestivas. Haremos que las nubes descarguen su agua sobre la tierra en vez de que la descarguen inútilmente sobre los océanos. Todos los procesos de la vida planetaria quedarán, tal y como habían planeado los dioses, bajo nuestro control. Y nosotros los manipularemos como un programador manipula un ordenador.

»Y es ahí donde nos encontramos ahora. Tenemos que proseguir la conquista. Y ello supone seguir destruyendo el mundo o convertirlo en un paraíso, en el paraíso que se supone debe haber bajo la égida humana.

»Y si conseguimos hacer esto, si conseguimos finalmente convertirnos en los dueños absolutos del mundo, entonces ya nada podrá detenernos. Entonces comenzará la era espacial. El hombre saldrá al espacio para conquistar y dominar todo el universo. Y tal vez ése sea su destino definitivo: conquistar y dominar todo el universo. Así de maravilloso es el hombre.