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—Ya he logrado recomponer las dos primeras partes de la historia: el mundo fue hecho para el hombre, y el hombre fue hecho para conquistarlo y someterlo. Pero ¿cómo contribuye la segunda parte a explicar por qué las cosas están como están?

—Déjame pensar un momento… Una vez más, es una manera retorcida de echar la culpa a los dioses. Ellos hicieron el mundo para el hombre, e hicieron al hombre para conquistarlo y dominarlo, cosa que acabó haciendo. Y por eso las cosas están como están.

—Afina un poco más. Profundiza un poco más.

Cerré los ojos y reflexioné un par de minutos, pero la reflexión no surtió efecto.

Ismael asintió mientras miraba hacia las ventanas.

—Todo esto, todos vuestros triunfos y tragedias, vuestras maravillas y miserias, ¿son consecuencia directa de qué?

Rumié un rato, pero tampoco logré ver a dónde pretendía llegar.

—Inténtalo de esta manera —me aconsejó Ismael—. Las cosas no serían como son si los dioses hubieran pretendido que el hombre viviera como un león o un koala, ¿no es cierto?

—Es cierto.

—El destino del hombre era conquistar y someter al mundo. Y las cosas acabaron siendo como son como consecuencia directa de…

—… de haber cumplido el hombre su destino.

—Exacto. Él tenía que cumplir su destino, ¿no es cierto?

—Absolutamente cierto.

—Por eso, para qué quebrarse la cabeza, ¿no…?

—Cierto, cierto.

—Tal y como lo ven los Tomadores, esto es simplemente el precio a pagar por ser hombre.

—¿Qué quieres decir?

—Que no era posible ser plenamente humanos en medio del lodazal, junto a los dragones.

—Ya veo.

—Para poder ser plenamente humano, el hombre tuvo que salir del lodazal. Y todo lo que vino después fue el resultado de dicha acción. Tal y como lo ven los Tomadores, los dioses pusieron al hombre ante la misma tesitura que a Aquiles: o bien una vida breve pero de gloria o una vida larga, plácida, anónima. Y los Tomadores eligieron una vida breve pero de gloria.

—Sí, así es como lo entiende todo el mundo. La gente se encoge de hombros y alega: «Bueno, ése es el precio que hubo que pagar para poder tener agua corriente, calefacción central, aire acondicionado, un automóvil y todo lo demás».

Le lancé una mirada inquisitiva.

—¿Y qué es lo que dices?

—Yo digo que el precio que habéis pagado no es el precio por llegar a ser humanos. Ni tampoco el precio por tener todas esas cosas que acabas de mencionar. Es el precio por representar una historia en la que la humanidad hace de enemiga del mundo.