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—Como vimos ayer, la creación no se completó cuando apareció la medusa, cuando aparecieron los anfibios, cuando aparecieron los reptiles ni cuando aparecieron los mamíferos. Según vuestra mitología, no concluyó hasta que apareció el hombre.

—Exacto.

—¿Por qué el mundo y el universo estaban incompletos sin el hombre? ¿Por qué el mundo y el universo necesitan al hombre?

—Pues no lo sé.

—Piensa un poco. Piensa en un mundo sin hombres. Imagínate un mundo sin hombres.

—De acuerdo —asentí mientras cerraba los ojos. Un par de minutos después, le dije que me estaba imaginando un mundo sin hombres.

—¿Cómo es?

—No sé. Pues… sólo mundo.

—¿Dónde estás?

—¿A qué te refieres?

—¿Desde dónde estás mirando?

—Ah. Desde arriba. Desde el espacio.

—¿Qué haces ahí arriba?

—Pues… no sé.

—¿Por qué no bajas a la Tierra?

—No sé. Sin hombres en la Tierra… parezco un visitante, un alienígena.

—No te preocupes. Vamos, baja a la Tierra.

—De acuerdo —accedí, pero poco después comenté—: Qué curioso. Preferiría no estar aquí.

—¿Por qué? ¿Qué hay aquí?

Me eché a reír.

—La jungla.

—Ya veo. Quieres decir, con Tennyson: «La naturaleza, roja de dientes y garras… Dragones prehistóricos que se despedazan en medio del barro».

—Sí.

—¿Y qué ocurriría si bajaras ahí?

—Sería uno de los dragones que está despedazando a otro en medio del barro.

Abrí los ojos a tiempo para ver a Ismael asentir con la cabeza.

—Es en este punto donde empezamos a ver dónde encaja el hombre, según el esquema divino. Los dioses no querían que el mundo fuera una jungla, ¿verdad?

—Quieres decir en nuestra mitología, ¿no? Pues no, sin duda que no.

—Bien. Así que, sin el hombre, el mundo estaba inacabado, era sólo naturaleza roja de dientes y garras. Era puro caos, se hallaba en un estado de anarquía primigenia.

—Correcto.

—¿Y qué necesitaba, entonces?

—Necesitaba que viniera alguien a… a arreglar las cosas, a poner orden.

—¿Y qué clase de persona es la que arregla las cosas? ¿Qué tipo de persona es la que se encarga de combatir la anarquía y de poner orden?

—Pues… un gobernante. Un rey.

—Por supuesto. El mundo necesitaba de un gobernante. Necesitaba del hombre.

—Sí.

—Ahora ya tenemos una idea clara del verdadero argumento de esta historia. El mundo fue hecho para el hombre, y el hombre fue hecho para dominarlo.

—Sí. Esto resulta bastante claro ahora. Todo el mundo comprende esto.

—¿Y qué es esto?

—¿Qué?

—¿Es un dato empírico?

—No.

—Entonces ¿qué es?

—Es mitología —contesté.

—De la que dices que no hay ni rastro en tu cultura.

—Exacto.

Una vez más, Ismael me miró con aire malhumorado a través del cristal.

—Mira —dije un rato después—. Las cosas que me estás mostrando, las cosas que estás haciendo… casi rozan el límite de la credibilidad. Eso te lo puedo asegurar. Pero no es mi estilo levantarme del sillón bruscamente, golpearme la frente y gritar: «¡Señores, esto no hay quien lo crea!».

Ismael arrugó la frente con aire meditabundo antes de aseverar:

—¿Es que te ocurre algo?

Parecía tan preocupado que tuve que sonreír.

—Todo está helado dentro de mí —le expliqué—. Como un iceberg.

Él sacudió la cabeza, como si yo le diera pena.