Toda historia se basa en una premisa; es como el resultado de dicha premisa. Como escritor que eres, seguro que sabes a lo que me estoy refiriendo.
—Sí.
—Seguro que conoces esta historia: Dos retoños de familias enfrentadas se enamoran.
—Sí. Romeo y Julieta.
—La historia que están representando en el mundo los Tomadores también tiene una premisa, la cual se contiene en la parte de la historia que me has contado hoy. A ver si adivinas cuál es.
Cerré los ojos para parecer que estaba cavilando, aunque sabía que no tenía ninguna posibilidad de adivinarlo.
—Siento afirmar que no veo cuál es.
—La historia que han representado los Dejadores en el mundo se basa en una premisa completamente distinta, que a ti te resultaría imposible descubrir en este punto. Pero sí podrías descubrir la premisa de tu propia historia. Es una noción muy sencilla, la más poderosa de toda la historia humana. No es necesariamente la más beneficiosa, pero sí la más poderosa. Toda vuestra historia, con todas sus maravillas y catástrofes, es el resultado de esa premisa.
—La verdad sea dicha, no logro adivinar a dónde pretendes ir a parar.
—Piensa un poco… Vamos a ver. El mundo no fue hecho para la medusa, ¿verdad que no?
—No.
—No fue hecho para las ranas, los lagartos ni los conejos.
—No.
—Claro que no. El mundo fue hecho para el hombre.
—Correcto.
—Todos los de tu cultura compartís esto, ¿no es cierto? Hasta los ateos que juran que no existe ningún dios aceptan que el mundo fue hecho para el hombre.
—Pues sí. Yo diría que sí.
—Pues bien, la premisa de tu historia es precisamente ésta: que el mundo fue hecho para el hombre.
—No entiendo del todo a dónde quieres ir a parar. Quiero decir, que no veo por qué hablas de una premisa.
—Los de tu cultura hicieron de esto una premisa: lo tomaron como premisa. Se dijeron: ¿y si el mundo fue hecho para nosotros?
—Ya. Continúa.
—Piensa en las consecuencias de tomar eso como vuestra premisa. Si el mundo fue hecho para vosotros, ¿qué me dices, entonces?
—Vale. Ya veo lo que quieres decir. Creo. Si el mundo fue hecho para nosotros, entonces el mundo nos pertenece, y podemos hacer con él lo que nos dé la real gana.
—Exactamente. Eso es lo que ha estado pasando aquí durante los últimos diez mil años. Habéis estado haciendo con el mundo lo que os ha dado la real gana. Y, por supuesto, pretendéis seguir haciendo con él lo que os dé la real gana, puesto que todo el tinglado os pertenece.
—Sí —asentí, y me detuve unos segundos a pensar—. En realidad, parece increíble. Quiero decir, es algo que oyes decir cincuenta veces al día. La gente habla de nuestro entorno, de nuestros mares, de nuestro sistema solar. Incluso he oído a mucha gente hablar de nuestra vida salvaje.
—Y justo ayer me dijiste bastante convencido que no había nada en vuestra cultura que se pareciera remotamente a la mitología.
—Es cierto. —Ismael seguía mirándome con el ceño fruncido—. Estaba equivocado —reconocí—. ¿Qué más quieres?
—Perplejidad —contestó.
Yo asentí.
—Sí, estoy perplejo, vale. Sólo que tal vez no lo dejo traslucir.
—Deberíamos habernos encontrado cuando tenías diecisiete años.
Me encogí de hombros, pero dando a entender que ojalá hubiera sido así.