3

—Mi fantasía más querida, y a la vez más irrealizable, es viajar un día por vuestro mundo como vosotros viajáis, libremente y sin que nadie me moleste; salir a la calle y parar un taxi para que me lleve al aeropuerto, donde cogería un vuelo a Nueva York, Londres o Florencia. Cuando me entrego a esa fantasía, me deleito haciendo los preparativos del viaje, imaginando lo que me tengo que llevar y lo que me puedo dejar en casa (comprenderás que, por supuesto, viajaría bajo un disfraz humano). Si me llevase demasiadas cosas, arrastrándolas de un lugar a otro, el viaje resultaría fatigoso; pero, si no me llevase las suficientes, tendría que interrumpir constantemente el viaje para adquirir lo que me faltase, lo cual podría resultar más fatigoso todavía.

—Sí, eso creo —observé a modo de cortesía.

—Pues eso es precisamente lo que vamos a hacer hoy: preparar la maleta para nuestro viaje juntos. En esa maleta voy a meter algunas cosas que no quiero pararme a recoger después. Unas cosas que significarán poco o nada para ti en este momento. Te las enseñaré sólo de pasada y luego las lanzaré a la maleta. De esa manera las podrás reconocer cuando las saque más adelante.

—Muy bien.

—En primer lugar, un poco de vocabulario. Veamos algunos nombres para que, por ejemplo, no tengamos que seguir hablando de «los de tu cultura» y «los de las demás culturas». Ya he utilizado algunos nombres con otros alumnos, pero ahora voy a probar una nueva pareja de nombres contigo. Supongo que estás familiarizado con la expresión «o lo tomas o lo dejas». En tal orden de cosas, ¿tendrían las palabras Tomadores y Dejadores alguna connotación importante para ti?

—No veo exactamente lo que quieres decir.

—Quiero decir que, si por ejemplo llamo a un grupo los Tomadores y a otro los Dejadores, ¿tienes la impresión de que uno se compone de buenos y el otro de malos?

—No. Me suenan perfectamente neutrales.

—Bien. Entonces, a partir de ahora llamaré a los de tu cultura los Tomadores y a los de todas las demás culturas los Dejadores.

—Mmmm —musité—. Tengo una salvedad que hacer.

—Adelante.

—No veo cómo puedes meter a todo el resto del mundo en una misma categoría, como acabas de hacer.

—Es precisamente la manera como procedéis en vuestra cultura, salvo que vosotros utilizáis una pareja de términos muy marcados en vez de términos relativamente neutros. Vosotros os autodenomináis civilizados y al resto del mundo primitivos. Aceptáis estos términos a nivel universal. Quiero decir que, vosotros, los habitantes de Londres, París, Bagdad, Seúl, Detroit, Buenos Aires o Toronto, sabéis que, independientemente de lo que pueda diferenciaros, os une el ser civilizados y distintos de los pueblos de la Edad de Piedra que se hallan diseminados por todo el mundo; y pensáis que, sean cuales sean sus diferencias, los pueblos de la Edad de Piedra se hallan igualmente agrupados bajo la categoría de primitivos.

—Sí, es cierto.

—¿Te resultaría más cómodo que utilizara los términos civilizados y primitivos?

—Sí, supongo que sí; pero sólo porque mi oído está acostumbrado a ellos. Pero por mí puedes usar los Tomadores y los Dejadores.