Capítulo 7

Izzie contempló su apurada situación con escaso optimismo. No solo sabía demasiado de la Banda del Disfraz, sino que ellos sabían que él lo sabía. También imaginó de qué estarían hablando en esos momentos. Sin duda, de cómo cerrarle la boca para siempre. Y para eso solo se le ocurrió una manera: matándolo.

Así pues, no tardó en llegar a la conclusión de que no tenía nada que perder si intentaba escapar. Aquel pensamiento le dio ánimos, y empezó a explorar el entorno. Con sus manos atadas palpó el asiento donde estaba y descubrió que era un retrete. Estaba claro que lo habían encerrado en un cuarto de baño, se dijo.

Tensó los músculos y notó que sus ataduras no estaban demasiado apretadas. Empezó a mover y retorcer las manos y tuvo la impresión de que algo conseguía. Al cabo de un rato se detuvo un momento para descansar sus doloridas muñecas y lo intentó nuevamente.

De repente oyó un golpe en la ventana. Se volvió hacia ella, pero su gesto resultó inútil porque seguía teniendo los ojos vendados. Y entonces los golpes cesaron. Izzie se preguntó qué podían haber sido y llegó a la conclusión de que seguramente se había tratado de uno de esos ruidos misteriosos que de vez en cuando hacían las casas.

Siguió forcejeando con sus ataduras hasta que de repente notó que tenía las manos libres. Se quitó rápidamente la venda de los ojos y miró a su alrededor. Se encontraba en un cuarto de baño bastante grande. En el extremo más alejado estaba la bañera, y entre ella y el retrete había una puerta. Frente a ésta se hallaba la ducha y la ventana.

Mientras se desataba los tobillos, un plan empezó a tomar forma en su mente. El picaporte estaba en el lado más alejado de la puerta, de modo que era necesario entrar completamente en el cuarto de baño para ver el retrete donde estaba sentado.

Junto a la bañera había una estantería llena de botellas y tarros. Izzie eligió un pesado frasco de loción para después del afeitado. Lo abrió, lo olió y reconoció que se trataba de la misma fragancia que había notado en presencia del jefe de la banda.

Entonces oyó pasos en la escalera. Se armó de valor, cogió la botella, subió al borde de la bañera y se apretó contra la pared.

Echó la cabeza hacia atrás y contuvo el aliento mientras rezaba para que la persona que se disponía a entrar no lo viera hasta que fuera demasiado tarde.

La llave giró en la cerradura, y la puerta se abrió. Izzie alzó la mano con la pesada botella. Jerry entró.

Izzie lo golpeó con todas sus fuerzas en la cabeza con la botella. El frasco se hizo añicos y desparramó su perfumado contenido. Jerry se desplomó en el suelo con un golpe sordo. Izzie saltó de la bañera al suelo y salió del cuarto.

Se encontró en un pasillo. Ante él estaba el rellano y la escalera que bajaba por el lado. Oyó una voz en el piso de abajo que preguntaba:

—¿Qué ha sido ese ruido?

—Ve a echar un vistazo —respondió alguien.

Se hallaba ya a medio camino de la escalera cuando en la planta baja se abrió una puerta y por ella apareció Alec. El ladrón lo vio y corrió hacia él.

Izzie dio media vuelta y huyó escalera arriba mientras Alec lo perseguía subiendo los peldaños de tres en tres.

Giró al llegar al rellano y corrió por él unos metros justo cuando Alec llegaba a lo alto de la escalera. Al ver que no tenía escapatoria saltó ágilmente por encima de la barandilla y logró aterrizar en el tramo inferior de la escalera.

Gus apareció en el vestíbulo.

—¡Maldito crío! —exclamó.

Izzie seguía sosteniendo en la mano la botella rota. Se precipitó contra el ladrón y le lanzó a la cara el afilado cristal. Gus se echó hacia atrás para esquivarlo, pero tropezó y cayó.

Izzie saltó por encima de él y corrió hacia la puerta delantera mientras oía que Alec bajaba la escalera a toda prisa y la voz del jefe que bramaba:

—¡Cogedlo de una vez, malditos idiotas!

Había logrado abrir el pestillo cuando la mano de Alec lo aferró por el hombro y tiró de él hacia atrás.

—¡Ya te tengo, maldito! —exclamó el ladrón.

La puerta se abrió con la inercia del empujón e Izzie vio en el rellano las altas figuras de su padre y de un corpulento policía. El agente tenía la mano levantada, como si se dispusiera a llamar.

Alec dejó escapar un grito ahogado y soltó a Izzie.

—¡No se molesten en huir! —gritó el policía—. ¡La casa está rodeada!

Izzie se dio la vuelta y vio que el jefe se llevaba la mano al bolsillo. De repente el policía pasó ante él con una agilidad increíble para una persona tan corpulenta. El jefe de la banda tenía la pistola medio fuera cuando el puñetazo del agente lo derribó. Izzie se arrojó en brazos de su padre.

Otro policía entró en la casa y de repente todo el lugar pareció llenarse de uniformes. Alec y Gus se rindieron sin ofrecer resistencia. Los esposaron y se los llevaron. Gus se tocó el corte de la frente y lanzó una mirada cargada de odio a Izzie mientras pasaba ante él y lo metían en el furgón policial.

—¿Eso se lo has hecho tú? —le preguntó su padre.

—Sí —repuso Izzie, que no sabía si sentirse orgulloso o avergonzado.

Un policía gritó desde el piso de arriba:

—¡Aquí hay otro, sargento, y está inconsciente!

El señor Izard miró a su hijo con expresión asombrada.

—Sí, también fui yo —asintió Izzie—. ¿Estás enfadado conmigo?

Su padre lo miró un momento sin decir nada y después le revolvió el cabello.

—Claro que no, tontorrón —dijo con voz emocionada—. ¡Estoy orgulloso de ti!

—¿Cómo me habéis encontrado? —quiso saber Izzie.

—Ha sido gracias a Mick —contestó el señor Izard—. No sé cómo, pero dedujo adónde te habían llevado. Se presentó aquí y te vio a través de una ventana.

—Ahora lo entiendo —dijo Izzie—. Seguro que era él quien daba esos golpecitos en el cristal.

—El caso es que vino a casa y me lo contó todo. Entonces llamé a la policía, y Mick nos guió a todos hasta este lugar. Está ahí fuera, en uno de los coches de la policía.

Izzie dejó a su padre y corrió a reunirse con su amigo.

Mucho más tarde, Izzie y su padre llevaron a Mick en coche a su casa desde la comisaría de policía.

—Tengo una buena noticia para que se la cuentes a tu madre —le dijo el señor Izard—. He conseguido reunir el dinero suficiente para reabrir los Estudios Kellerman.

—Estupendo —contestó Mick—. Eso quiere decir que con el señor Wheeler entre rejas por ser el jefe de la Banda del Disfraz…

—… ¡nadie va a derribar tu casa! —terminó de decir Izzie en su lugar.

—¡Caray! —exclamó Mick—. ¡Menudo día de suerte!