El martes por la tarde, la señora Briggs se presentó en el pequeño piso de Mick con un ejemplar del Hinchley News bajo el brazo. Su foto aparecía en la página 3 y en ella aparecía agitando los brazos delante de su casa. La información, firmada por Nigel Parsons, explicaba los planes para demoler las casas de Canal Street.
—Es una buena foto, señora Briggs —comentó la madre de Mick.
Mick la miró. Despeinada y con la boca abierta, la buena mujer tenía un aspecto terrible.
—Bueno, el caso es que he venido para firmar su petición —repuso la señora Briggs.
La madre de Mick sacó una hoja de papel de un cajón y buscó un bolígrafo. La señora Briggs estampó su firma y su nombre al final de una lista.
—Veo que casi todo el mundo ha firmado —comentó.
—Sí, la mayoría de vecinos ¿Qué dice el diario? —quiso saber la señora Williams.
—Le diré lo que no dice, no menciona el camión que entra y sale de los estudios. En fin, tal como expliqué al reportero, tengo anotadas en un papel las horas y los días que pasó ese dichoso camión. Se lo he traído para que lo adjunte a la petición.
Mick levantó la vista del diario.
—Pues no sé qué puede tener que ver —comentó.
—Calla, Mickey, no seas grosero —le dijo su madre. Se volvió hacia la señora Briggs y recogió la petición firmada y la hoja que ésta le entregó—. Muchas gracias, querida.
Mick volvió a concentrarse en el periódico y leyó un artículo sobre la Banda del Disfraz mientras su madre seguía conversando con la señora Briggs. El domingo anterior, sus miembros habían atracado una oficina de correos y huido con un botín de más de mil libras. Su método era el de siempre: tres o cuatro hombres entraban haciéndose pasar por clientes habituales y después esperaban la oportunidad para saltar al otro lado del mostrador y robar las cajas registradoras.
Seguían siendo muy listos. No dejaban huellas y siempre utilizaban un coche robado para escapar. La policía nunca hallaba pistas. El periódico mostraba una foto del detective inspector Peters con cara de perplejidad. Mick se echó a reír.
Sin embargo, se dijo, detectarlos no debía de resultar tan fácil. Él no había conseguido nada con el señor Wheeler. Las pistas que había encontrado con Izzie carecían de importancia. Según le había dicho su amigo, el papel del garaje no era más que el recibo de un depósito bancario, la clase de impreso que había que rellenar cuando alguien hacía un ingreso en el banco. En cuanto al cepillo, solo era eso: un cepillo. Por el momento, Mick había decidido abandonar sus labores detectivescas hasta que se le ocurriera un nuevo plan.
—Debo marcharme —dijo la señora Briggs.
—Devuélvele el diario, Mickey —le pidió su madre.
—Por favor, ¿puedo quedarme con esta página? Me gustaría recortar la noticia de la Banda del Disfraz.
—Está bien.
Mick cogió la página y entregó el resto del periódico a la señora Briggs. El artículo contenía también un resumen de las actividades de la banda durante las últimas semanas. Mick decidió que empezaría un álbum sobre la Banda del Disfraz y que recortaría todas las noticias que encontrara sobre ella. De ese modo, si alguna vez atrapaban a sus miembros, podría añadir sus fotos.
Izzie llegó justo cuando la señora Briggs se marchaba.
—Mickey, Izzie está aquí —dijo su madre desde la cocina—. ¿Vais a salir?
Mick dejó la hoja de periódico en el suelo y se levantó. Era una agradable tarde de verano y todavía quedaban unas cuantas horas de sol por delante.
Mientras caminaban por la calle, Mick preguntó a su amigo:
—¿Qué piensas ser cuando dejes el colegio?
—Supongo que director de cine —repuso Izzie—. ¿Y tú?
—Yo pienso ser un villano.
Izzie soltó una risotada.
—¡No seas burro!
—¿Qué tiene de burro? Seré como los miembros de la Banda del Disfraz, demasiado listo para que me atrape la policía.
—Mi padre dice que hay maneras más fáciles de ganarse la vida que dedicarse a robar —contestó Izzie.
Llegaron al puente del canal.
—Oye, ¿por qué no volvemos a entrar en los estudios? —propuso Izzie.
A Mick no se le ocurrió nada mejor, de modo que se mostró de acuerdo.
Saltaron la valla de alambre, siguieron por la orilla del canal y llegaron a la altura de la tubería.
—¿De verdad afanaste tu bici? —preguntó Izzie.
—Desde luego —le aseguró Mick—. La habían dejado en la parte de atrás de un taller. Estaba toda oxidada, así que la pinté, le puse unas ruedas nuevas que encontré en un desguace y compré el manillar.
—Pero eso no es afanar, ¿no?
—No tengo ni idea.
En esa ocasión no había ninguna plancha de madera que los ayudara a cruzar al otro lado, pero entre la basura de la orilla encontraron un par de viejos neumáticos y el cojín de un sillón. Los arrojaron al canal y formaron con ellos un camino por el que saltar.
Esa vez la tubería no se les hizo tan larga, y Mick se llevó una sorpresa cuando Izzie se detuvo y alumbró la tapa de registro con su linterna. Treparon de la misma forma que lo habían hecho la primera vez y al cabo de un minuto se hallaban nuevamente de pie en el cuarto que se utilizaba como almacén.
—Hoy podríamos investigar otro estudio… —propuso Izzie.
Salieron al pasillo y se dirigieron hacia el Estudio C, donde había entrado el grupo de desconocidos.
—Estate al tanto por si oyes el ruido de un camión.
Cuando encendió la luz, Mick vio que el estudio se había utilizado para rodar una película sobre la Armada. Una esquina simulaba ser el puente de mando de un acorazado, con sus instrumentos y tubos de comunicación. Había un par de prismáticos. Mick los cogió y miró por ellos, pero carecían de lentes.
Había un paisaje pintado en una gran tela que mostraba una gran extensión de mar. Junto a ella, apoyada en una esquina, se veía la pared de cartón piedra de una cabina, con sus ojos de buey.
—¡Mira esto! —exclamó Izzie—. ¡Una cámara de cine!
Mick se acercó.
—¿Crees que funciona?
Izzie se entretuvo con ella un momento.
—Es muy vieja —dijo finalmente—. Supongo que por eso la han dejado aquí para que se oxide.
Mick dejó a Izzie jugando con la cámara y se acercó a una escalera de mano que subía hasta el techo.
—¿Para qué crees que será? —preguntó a su amigo.
—Supongo que para colocar y reparar los focos —contestó Izzie.
Mick empezó a subir. Era bastante alta. Arriba había una especie de plataforma desde donde se podía contemplar todo el Estudio C a vista de pájaro y parte de los estudios contiguos. Desde allí, Izzie parecía muy pequeño.
—Oye, esto es estupendo —lo llamó—. Sube y verás.
Izzie dejó la cámara, trepó por la escalera y se tumbó junto a Mick en la plataforma para mirar hacia abajo.
En ese momento la puerta del estudio se abrió lentamente y entró un hombre. Desde su posición elevada, lo único que pudieron distinguir los muchachos fue una calva. Contuvieron el aliento.
—¿Quién de vosotros ha sido el listillo que ha dejado las luces encendidas? —preguntó el desconocido.
Otros dos extraños entraron tras él. Uno de ellos cargaba con una maleta que dejó en el suelo.
—Supongo que habré sido yo —dijo.
El hombre calvo pareció contentarse con la respuesta. Masculló algo y se quitó el abrigo.
Mick e Izzie respiraron aliviados.
—Si nos quedamos muy quietos seguramente no se darán cuenta de que estamos aquí —susurró Mick al oído de su amigo.
Izzie asintió.
Los tres hombres se desvistieron y después se lavaron la cara en un fregadero que había cerca de la escalera. A continuación se volvieron a vestir y abrieron la maleta. Estaba llena de dinero.
Izzie acercó los labios al oído de Mick.
—Seguramente deben de ser actores que están rodando en alguna parte y han venido aquí para cambiarse.
—Ahora no tenemos tiempo de entretenernos con esto —dijo el calvo—. Ya nos ocuparemos más tarde. Está todo mezclado en monedas y billetes.
Cerró la maleta y salió del estudio con sus compañeros.
Mick e Izzie permanecieron donde estaban, sin moverse y aguzando el oído. De repente, la puerta se abrió de nuevo. El calvo entró y apagó la luz.
—¡Os habéis vuelto a olvidar, idiotas! —dijo a los otros.
Cuando se marchó, los chicos esperaron hasta que oyeron el ruido de un coche que arrancaba y se perdía en la distancia. Solo entonces se atrevió Izzie a encender su linterna y bajar de la escalera.
—Esto está empezando a ponerse peligroso —comentó Mick—. Les habría bastado con mirar hacia arriba para vernos.
Con la ayuda de la linterna, hallaron el camino de regreso al cuarto-almacén y se metieron en la tubería. El camino que habían hecho en el canal estaba intacto y cuando llegaron a la orilla pudieron cruzarlo sin meter los pies en el barro.
Mientras caminaban a lo largo del dique, Izzie comentó:
—La verdad es que no lo entiendo.
—¿Qué no entiendes?
—Lo que hacían allí esos hombres. Me refiero a que, si eran actores que rodaban una película, ¿dónde estaba el director, el cámara, la gente de maquillaje y el resto del equipo? Además, se supone que los Estudios Kellerman están cerrados.
—No sé, quizá tienen permiso para utilizarlos de vez en cuando —sugirió Mick.
—Puede ser —murmuró Izzie.
Estaba oscureciendo, de modo que Izzie quitó la cadena a su bici y volvió a su casa. Mick subió al piso.
Su madre estaba viendo la televisión.
—A ver si aprendes a ordenar antes de salir —le dijo ella—. Haz el favor de llevarte esa hoja de periódico.
Mick recogió la página del Hinchley News que yacía en el suelo, donde la había dejado. Fue hasta la cómoda, abrió un cajón y la dejó encima de la absurda lista de la señora Briggs.
—Esa historia de los camiones que entran y salen de los Estudios Kellerman no tiene nada que ver con nuestra petición, ¿verdad? —preguntó.
—Claro que no, pero no deberías decir esas cosas.
—¿Por qué no, si es verdad?
—Porque no es de buena educación. A veces puedes herir los sentimientos de la gente si les dices la verdad a lo bruto.
—Creo que te entiendo —contestó Mick.
Eso significaba que su madre solo había fingido estar de acuerdo con la señora Briggs.
Cogió la lista, le echó un vistazo y la volvió a dejar en su sitio. Cerró el cajón y dio media vuelta, pero algo de lo que acababa de leer llamó su atención.
Abrió el cajón y miró de nuevo el papel. No era más que una serie de horas y fechas, pero estas últimas le resultaron familiares. Entonces comprendió el motivo.
Sacó la página del periódico y releyó la información.
—¡La leche! —exclamó.
—Cuidado con decir palabrotas —le advirtió su madre, pero Mick no la oyó.
Sostenía una hoja en cada mano.
—¡Las fechas coinciden! —murmuró para sí mismo.
—¿Se puede saber de qué estás hablando? —preguntó su madre.
—No es nada —contestó.
—Entonces ¿serías tan amable de seguir hablando contigo mismo en la cocina? Estoy viendo la televisión.
Mick llevó las dos hojas a la cocina y se sentó a la mesa para estudiarlas.
Estaba en lo cierto. Siempre que la Banda del Disfraz había realizado un atraco, los camiones habían molestado a la señorita Briggs.
Acababa de descubrir a qué se dedicaban los hombres que habían visto en los estudios.
¡Los Estudios Kellerman se habían convertido en la guarida de la Banda del Disfraz!
—Bobadas —dijo Izzie en voz baja al día siguiente.
—Te lo puedo demostrar —contestó Mick.
Estaban el uno junto al otro en la reunión de alumnos del colegio, con el libro de himnos abierto ante ellos en «Sembramos los campos del Señor», pero tenían la cabeza muy lejos de allí.
—Escúchame —insistió Mick—, las fechas de los atracos de la Banda del Disfraz son las mismas que las que están escritas en la lista de la señora Briggs.
—Eso no demuestra nada —respondió Izzie alzando la voz.
El ojo de águila del señor Solomons cayó sobre ellos.
Rápidamente, Mick se puso a cantar a voz en cuello «todas las cosas buenas nos las envían los cielos», y el señor Solomons apartó la mirada.
—Los miembros de la banda se ponen los disfraces —prosiguió Mick—, atracan el banco y vuelven a los estudios con el botín. La policía cree que utilizan maquillaje de profesionales y todo lo demás, ¿o acaso no lo sabes?
Izzie parecía menos desdeñoso. Cuando acabó la oración inclinaron la cabeza y salieron en fila al vestíbulo.
—Deberíamos ir a la policía —dijo Izzie.
—¿Estás de broma? —exclamó Mick.
—¿Por qué?
—A ver, supón que nos equivocamos. Nos empapelarían por haber entrado en los estudios sin permiso.
Izzie lo pensó unos minutos.
—En ese caso, vamos a tener que encontrar pruebas.
—¿Cómo?
—Ni idea, pero seguro que hay una manera.
Se sentaron en sus pupitres y sacaron los libros.